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miércoles, diciembre 06, 2006

El tiempo es indirectamente proporcional... o no?

Tiempo, tiempo, tiempo. A todos les falta o les sobra, pero nadie lo tiene a medida. Es un problema de organización, te dicen, y normalmente te lo crees, especialmente esos días tremendos que estas a mil y haces un trillón de cosas y terminás completamente enchufado a 220, pasando la aspiradora a tu casa a las 2AM. Sensorialmente, fue el día más corto de tu vida, pero fue en el que hiciste más cosas... Sin embargo, cuando uno mendiga tiempo, no piensa precisamente en dead lines y obligaciones.
Hoy me llamó mi mamá, para contarme cómo disfrutaba de su recién adquirida libertad, sentadita en una mesita de un bar, disfrutando (y no deglutiendo) un café. Nuestra charla derivó hacia mis aspiraciones y limitaciones en ese mundo que tanto me fascina: la escritura. Ella mencionó una nota de Stephen King que había salido en el diario, y cómo relataba el autor su exploración literaria sobre cosas mundanas. Y como una revelación me manifestó "Es fácil, yo ahora miro a toda esta gente que entra y sale y se me ocurren un montón de cosas". Claro, le respondí, porque no tenés otra cosa que hacer. Cuando yo me voy a un bar, yo soy la que entra y sale, no la que se sienta a observar. Y cuando me siento, no puedo pensar en otra cosa que no sea los mails pendientes, la cantidad de gente que hay que presionar para que te responda en el laburo, que hay que llevar la ropa al lavadero, que la comida del gato, que las cuentas que no dan, que el libro que no podés retomar nunca, etc, etc, etc... Seguro, el tiempo alcanza para todas las obligaciones, para algunos placeres y para ciertas cavilaciones. Pero el tiempo para la creatividad debe ser un tiempo nuevo, un tiempo individual, que exista por si mismo y no por un acomodo retorcido a la rutina. Y ese tiempo específico es una rareza única para la gran mayoría, y de cierta manera una incoherencia para quien aspira a una vida plena.

El tiempo no es una realidad completa, es una sensación subjetiva, una ecuación incierta que se balancea sobre las manillas de un reloj, inventado por convenciones colectivas para mantener un orden, que, a decir verdad, no deja de ser una falacia

viernes, diciembre 01, 2006

La realidad personal

Retomando el hilo de las conjeturas sobre las percepciones personales, indago en ese básico nivel de esquizofrenia que probablemente todos tengamos. Nuestro universo entero se ajusta a nuestras percepciones de acuerdo a nuestro ánimo... Es casi una fórmula mágica, un cántico silencioso que entonamos desde las entrañas de nuestro tormento, que obra el increíble portento de afectar nuestra realidad. Normalmente parece una coincidencia o una reafirmación de nuestras flaquezas, pero creo que no es más que el espejo de nuestras dudas.
Entre los diferentes contratiempos que han surgido últimamente, alimentando la voracidad de la frustración que busca hundirme bajo su monstruoso peso, ha regresado una característica vieja. Se que es algo mío que nunca desapareció realmente, la he combatido con demasiada conciencia en ciertas etapas, y la reconozco agazapada en un rincón aun cuando cuento con la fuerza necesaria para que sea sencillo tenerla a raya. Pero siempre está ahí, acechando, y cuando flaquea mi entereza, se lanza con presteza y logra someterme en principio. Así pues, imbuida en el cansancio típico de esta etapa del año, con el stress a la orden del día, las frustraciones de los escollos de situaciones que debieron ser simples, tengo a mi baja autoestima con el pie sobre mi nuca. Y así, con ella como regente de mi persona, la realidad entera se ajusta a su verdad. Es casi increíble, como “las pruebas” se vuelven tangibles e irrefutables, cómo minuto a minuto, una tras otra, todas las situaciones reflejan mi inutilidad, mi invisibilidad frente al mundo, una y otra vez, sin reposo. Me es fácil entender hoy por qué sucumbía tan fácilmente a este sentimiento en el pasado. Las pruebas eran claras y contundentes, irrefutables. Hoy, como dice la frase inglesa, “I know better”. Y aunque no termino de desterrar esa horrible sensación de invalidez, no permito que me convenza con sus argucias para quedarse por mas tiempo del que le corresponde. De a poquito recupero mis fuerzas, y tengo confianza de que para el lunes volverá a las sombras, agazapándose en su fracaso. Mientras tanto aprovecho las experiencias para ahondar en las teorías. Esos “hechos” que se jactan de contundentes no son más que cáscaras vacías. Me cuesta aseverarlo por escrito, casi me siento como Neo tratando de liberar su mente en Matrix, pero se que es así. Que nada de lo vivido bajo el influjo de mi propia amenaza es verdaderamente real, o por lo menos acertado según el ánimo con el que se presenta. Mi percepción está alerta al menor indicio posible, a inflexiones de la voz, miradas de soslayo, omisiones, silencios. Mi hechizo automático somete al reconocimiento de otros a mayores y más altas escalas, elevando sus pedestales maravillosos por sobre sus verdaderas dimensiones. En ese mundo de valores alterados, es fácil encontrar hechos y pruebas, es fácil precipitarse al vacío de un abismo insondable. Y quizás, de la misma manera, cuando uno está satisfecho, contento, firme, el escenario se metamorfosea a un universo de cimas y cúspides, y entonces, es fácil volar. Es fácil considerar una omisión como un silencio reparador, una inflexión en la voz como una emoción contenida, un pedestal lejano, como un terreno nivelado.
En una época me dediqué al análisis de la metafísica, retuve sus alusiones válidas y deseché aquellas que más se acercaban a un cuento de hadas. Esta ciencia/religión, afirma que la palabra es un decreto, que lo que uno vocalice con firme convicción será una realidad. Lo tomé como un disparate en un principio, cuando pensando en todas las implicancias de esta afirmación y cómo se tornaba en ciencia ficción. Pero si se toma a un nivel menos literal, creo que no hay verdad mayor. Las convicciones moldean el entorno, y las percepciones le dan vida, así, finalmente, la mente inventa su propia versión apócrifa de los hechos.
Cambiar la actitud para lograr modificar la percepción es lo más complicado. Nunca nada me pareció más absurdo que el pedido “ponete de buen humor” si uno pudiera hacerlo, nunca estaría de mal humor imagino, a nadie le gustan esas sensaciones de frustración e impotencia que te consumen. Y sin embargo, con paciencia uno termina llegando al buen humor, quizás porque por el mal humor se encierra en aislamiento y se evita alimentar esa sensación, se evita redecorar su realidad al estado latente. Quizás, siguiendo la intención de esa frase, sería más acertado decir “acordate que nada de lo que percibas en este estado es tal cual vos crees”, porque creo, que la mejor manera de transformar un ánimo negativo, es simplemente no alimentarlo

domingo, noviembre 19, 2006

Esas Mansas Criaturas

El apego: curiosa sensación que nos envuelve con su manto de afectos inexplicables y, a su modo, profundos. No podemos estar solos, algo dentro nuestro está programado de una manera inconsciente a que demos cariño, a alguien o a algo, pero siempre surge, aun cuando no lo planeemos.
Ayer deposité uno de mis gatos en manos de una persona ajena a mi círculo íntimo, en una casa desconocida, con ansiedad y cien mil consejos de sus cuidados. Lo único que me permitió llevar a cabo el proceso fue saber que sería bien cuidado, que recibiría cariño, y aún asi flota una sombra sobre mis ánimos.
La casa se siente extraña sin su presencia, aunque en este momento esté mi entrañable Shinji arremolinado sobre mis piernas, lamiendo de cuando en cuando mis manos. Casi como si quisiera advertirme con eso que le molesta el movimiento de los brazos que lo circundan sobre el teclado. Su ronroneo semeja la vibración de un celular sobre mi regazo, y acomoda su posición, recostando medio cuerpo sobre mi pecho, recostando su cabeza con una inclinación que le permite mirarme a lo ojos. Su mirada es suplicante, y estira su patita derecha, abriendo y cerrando su garra como hace siempre que está mimoso. Es claro en sus ojitos azules que quiere que lo mime, e incapaz de resistirme a esa ternura enorme que me inspira, sigo escribiendo con una sola mano, muy lentamente mientras con la izquierda le voy rascando la pancita y el cuello. El ronroneo aumenta, llenando la silenciosa habitación con ese arrastre constante, y su manito expresiva se abre y cierra sobre el brazo. ¿Cómo no adorarlo? Y vuelve a ser claro para mí, que a éste gato no hubiera podido entregarlo ni en un millón de años. Es como un hijo para mí, y me ha llenado de afecto y ternura por casi cuatro años. Se hace más notable la ausencia de Ash, que de estar aquí, estaría maullando alrededor de mi silla, o provocando al cómodo siamés en mi regazo para que vaya a jugar con él. Y me siento una mala persona, casi una traidora, habiendo sido capaz de entregarlo a él, sabiendo que nunca podría haber hecho lo mismo con Shinji. Ash a penas había pasado un año conmigo, y teniéndolo a Shinji como compañero de su especie, nunca fue demasiado cariñoso con los humanos. A veces me daba la sensación que su reticencia a ser mimado partía de un pacto implícito entre los dos felinos, pues aún cuando lograba tenerlo más de 10 segundos sobre mi regazo, el siamés asomaba por una puerta con una mirada furibunda, y Ash saltaba enseguida al suelo. Quizás, espero, ahora tenga la libertad de dejarse mimar por su nuevo dueño.
Shinji no parece muy afectado por la ausencia de su compañero de juegos. Le costó aceptar al nuevo integrante en un principio, y hasta pareció enojarse conmigo durante el primer mes en que aquel intruso compartía sus dominios, pues se negaba a recibir las atenciones de siempre. No se subía a mis faldas cuando estaba en la PC, ni dormía sobre mis piernas en la noche, como lo había hecho todas las noches antes de la llegada del pequeño gatito, y era indudable que me evitaba. Con el tiempo aceptó a Ash y volvió a se mimoso conmigo (aunque no en el mismo grado que antes), y aunque muchas veces se acostaban enredados y prodigándose sendos mimos, en la noche seguía durmiendo sobre mi, mientras el pequeño gatito se limitaba a apoyar una cabeza sobre mis pies cuando se subía a la cama. Para mí era obvio que habían llegado a aceptarse y quererse, y creí que a Shinji le costaría aceptar su ausencia. Sin embargo, el único cambio que noto es que está más mimoso que nunca y no se aparta un segundo de mi lado, tal como ocurría antes de que Ash llegara a nuestro hogar. Me pregunto si durante todo este año no lo habrán inundado los celos junto con una resignación de su carácter dócil. Me pregunto si puedo asirme de esta actitud para no sentirme tan mal por haber entregado al pequeño minino.
En el fondo sé que tomé la decisión correcta considerando la situación y la realidad que afronto, pero no puedo evitar evocar su presencia juguetona en la casa, y derramar algunas lágrimas frente a su patente ausencia. Sin embargo, el sentimiento más fuerte, la sensación que me abruma, tal como sucedió hace muchos años cuando tuve que dejar a mi ovejero alemán en otra ciudad, es la culpa. Algo en mí me fuerza a imaginar los pensamientos del animal regalado, su sentimiento de traición y abandono al verme alejarme para nunca volver. Y aunque mi lógica me aclare que tales cosas no pueden existir en un animal, es una sensación que no podré eliminar nunca, pues mi trato con los animales no conoce límites cerebrales. Para mi han sido amigos, hijos o hermanos, y mis puros sentimientos por ellos les otorgan el poder de sentirse defraudados con todo derecho. Aun sin el intercambio verbal, el vínculo es profundo y verdadero, quizás por su plena inocencia, más real que muchos otros vínculos con seres humanos. El entendimiento silencioso con una mansa bestia, que liga lazos espirituales más fuertes desde lo inexplicable, que el cariño racional de lo fundamentado.

Ash tendrá su espacio en mi recuerdo, junto con Kimba, aquel ovejero alemán que aún después de doce años no puedo alejar de mi corazón, y esperaré pacientemente a que el tiempo se lleve las lágrimas y la costumbre ofrezca su adaptación, aunque sepa en el fondo que no hay lógica ni tiempo que puedan remover la culpa de mi interior.

sábado, noviembre 04, 2006

Sinceramente Mentira

Miremos al espejo, con atención, con intensidad. Allí, en el punto en que uno empieza a perder noción de su rostro, algo sucede. Las percepciones se vuelven confusas, la cara que nos mira desde la superficie plateada se torna por momentos desconocida, simplemente un conjunto de rasgos que ya no nos definen tan bien. Y si seguimos mirando, si nos enfocamos tratando de encontrarnos después de ese punto, puede suceder que volteemos de pronto, atemorizados, o que sigamos contemplando con resquemor esa mirada que ya no es nuestra, que oculta cosas que no queremos conocer. Quizás allí se encuentre ese reflejo verdadero del que hablaba La Historia Sin Fin, el verdadero yo que llevamos dentro. Ya lo decía el pequeño duende de la historia; muchos de los que miran salen corriendo despavoridos. Y quizás Michael Ende no necesitó fantasía para inventar aquel pasaje, quizás tan solo relató su propia experiencia al mirarse largamente en un espejo. Porque todos guardamos un lado oculto, una porción nuestra que escondemos con habilidad, y que rara vez tenemos el valor de reconocer.
Sin necesidad de enfocarme en mi reflejo, cansada de mis contradicciones y ambigüedades, decidí escarbar en mí en este último tiempo. Quizás como dijo Tío Joe por su blog, sin saberlo yo aún, andaba reinventándome. El límite de mi tolerancia frente al caos de mi mente se había quebrado, y más que valor, lo que me llevó a hacerlo, fue el gran fastidio del círculo vicioso de mis pensamientos. Como amenazándome a mí misma, como queriendo darme una estocada fatal, me senté a encontrar la verdad. Me permití, en mi despecho, concebir la posibilidad de algún vestigio negativo, y me batí a un duelo tortuoso por largas horas. No fue nada fácil, una mente bien entrenada a descubrir vueltas y recovecos, a asociar libremente, sabe excusarse con mucha lógica y efectividad. Cada vez que encontraba la punta del ovillo, volvía a enredar todo en un santiamén, manteniendo todos aquellos secretos bien alejados de la conciencia. Me descubrí llorando al concluir mi escrutinio, decepcionada de mi naturaleza, tan diferente a la que había querido creer. Pero también, me sentí más liviana, libre por momentos, matizando el alivio con la culpa, los pensamientos justificativos con los proyectos de adaptar mi vida según las nuevas reglas. Todavía estoy en proceso, esforzándome por no caer en la tentación de excusarme de nuevo, de volver a ocultar todo lo que desenterré. Y en el medio, algo curioso sale a la luz, un retorno inconsciente a ciertas cosas de mi pasado, una revisión sobre escritos y prácticas que abandoné. Cosas buenas y altruistas todas ellas, que comienzan a hacer eco en mi cabeza, invocándome a la reincidencia. Un acto reflejo, una defensa, que intenta devolver la ilusión de pureza, que busca contrarrestar el sentimiento desagradable de la persona que no quiero ser. Y veo un nuevo interrogatorio por venir, otra batalla épica, pues no puedo abandonarme a la idea cuando sé que esta cabeza sabe torcer y enmascarar, justificar y consolar.
Miro a la gente por la calle, en el colectivo, los observo con atención y trato de ahondar en sus pensamientos. ¿Cuántos de ellos se ocultan de ellos mismos? ¿Cuántos se han enfrentado a su verdad y han huido, cuántos la han aceptado y adaptado a su rutina? ¿Cuántos siguen sintiéndose ejemplo de altruismo al dejar ese asiento a la viejecita, aunque por dentro, muy oculto de su propia conciencia, estén pensando que los ancianos deberían quedarse en sus casas si no se pueden mantener en pie? ¿Cuántos saben que se están mintiendo y desechan con rapidez la idea, y cuántos ignoran por completo que hay otros conceptos dentro? Quizás no importe, quizás realmente sólo tenga validez lo que se hace y no lo que se cree. Quizás como leí una vez en algún lado “no es lo mismo ser bueno que ser incapaz de ser malo”. Quizás lo valioso viene de ir contra la naturaleza de uno para hacer lo correcto, y no de no tener nunca un solo pensamiento fuera de lugar. Quizás yo misma me esté condenando al querer ser completamente genuina, destruyendo una personalidad positiva en busca de mantener una real.

miércoles, noviembre 01, 2006

Buscando asilo en la modernidad

Existe una música que busca asilo en tu alma, y resuena en tu espíritu para mecer sonrisas. Pero al parecer tu puerta está cerrada, y son más las sombras que vagan por laberintos intrínsecos en tu mente que el brillo imperecedero de nuestra amada Varda. Hay algo que buscas, más allá de las Puertas de la Noche, la luz de un Silmaril quizás, que se ha extinguido en tu memoria. Revuelves arcones y tesoros intentando desentrañar misterios o secretos, buscando la esencia de pasión y plenitud en tu ansiedad por llenar un vacío. La tierra es hoy una celda de trampas, y no has encarnado como en Cüivenen bajo la amorosa luz de las estrellas. Sola la fuerza puede batirse a un duelo definitivo con las huestes de la materia. Y esa fuerza, querido amigo, está en tu memoria… Recuerda quién eres, vuela pausadamente sobre las extensiones de tu alma, descubre la llama eterna que Eru plantó en tu esencia; que aunque menguante y taciturna, aun tiene vida y espera con fe que azuces el fuego. Y una voz antigua de cosmos y eternidad canta en tu alma: “Auta i lóme! Aurë entuluva!”*
Es dura y rústica nuestra permanencia en esta era, es caer desahuciado a la puerta de las ansias la estructura laboral que nos impone la realidad, y el grillete atado a nuestras alas en este pequeño recinto con su silla derecha y sobria. El reloj es un golpe repetido y calculado, monótono y frío sobre la libertad de nuestros vientos, rematado por el control cruel y despiadado que asfixia la pasión. Y aún así lo sabemos; nace un nuevo día, todavía trina un pájaro en el cielo, todavía parten barcos por el camino recto, todavía cantan los Valar creando y cubriendo cada hebra de pasto. La tierra respira, con cada ola que besa la orilla, y mientras el alma del mundo se alza en la tarde, podremos entonar desde una ventana lejana, en su crepúsculo con dulzura, un himno de épocas perdidas.
Sé todas estas cosas, las he vivido, he estado allí donde tus pies se apoyan ahora, respirando los mismos tormentos. Mientras tu callas siguiendo el sabio consejo de Irmo, e internado en tus cavilaciones desentrañas respuestas, yo seguiré pintando el aire con letras de colores, pues mucho tiempo he pasado en silencio, muchas eras hilando palabras en un cordel de plata y cristal para colgarlas como guirnaldas en salones donde nadie quiso pisar. Ahora, entre danza y cantos, las voy descolgando para esparcirlas por tu mundo, mientras brillan jolgoriosas con la luz del Laurelin. En la tarea me he encontrado conmigo misma, descubriendo que es fácil reconocerme al ver las cimas que se abren detrás de la mirada. Si en la distancia estuviera, sería esa que revolotea envuelta en magia, el colibrí de la tarde que arrullado en su equilibrio busca néctares extraños en los detalles que ningún otro ojo puede ver. O quizás me encuentres como una hoja a merced del aire, perdida en remolinos que intenta descifrar, flotando a la deriva con la sonrisa de la aventura, y pícara inocencia de llegar a algún lugar. Sino, estaré quietecita y silenciosa, como flor que en primavera amanece perezosa, retozando al sol en meditación profunda, escuchando los sonidos del mundo o las voces de los Valar… O tal vez me encuentres, simplemente caminando, perdida en mis mundos, vistiendo mi traje de humanidad; con mi pelo castaño, largo y ondulado y un secreto arremolinado en mis iris otoñales. Quizás me detenga a acariciar un árbol, a profundizar un aroma que el viento acarrea al pasar, o a observar detenidamente un diminuto insecto siguiendo su rutina, o quizás, simplemente, a mezclar colores y siluetas en una sola fantasía.

*”Ya la noche está pasando, ya se hará de nuevo el día!”

lunes, octubre 30, 2006

Epifanía

Corríamos con furia y locura rumbo a nuestro objetivo, y una repentina aparición nos hizo frenar en seco. Aquella criatura refulgía en una blancura indescriptible, tan luminosa y pura que parecía apuntar un dedo acusador a nuestros corazones negros agobiados por la codicia. Nunca habíamos visto nada parecido, no cabía en nuestras mentes que aquel majestuoso pegaso pudiera ser real. Quizás habíamos caído víctimas de alguna planta alucinógena de los alrededores, compartiendo, todos, el mismo inusual sueño.
El deslumbrante equino se acercó a nosotros con paso lento y firme, contrastaba dulcemente contra las figuras del bosque de pinos cual si fuera una escultura marmórea. El silencio era sofocante, y las pisadas del pegaso no rompían las débiles hojas secas que tapizaban el bosque, por el contrario iba convirtiendo aquellas hojas marchitas en flores de sangre que disonaban con estridencia de los apagados colores del otoño. Retrocedimos entre miradas temerosas, no todos los mitos describían a este magnífico animal como un ser bondadoso. Escuché a mis compañeros murmurar con creciente inquietud a mis espaldas, la huida era la única opción que consideraban de momento. En el instante que había decidido unirme a ellos, el animal clavó su profunda mirada en mí. Mis pies echaron raíz en la tierra y me fue imposible mover un sólo músculo. En aquellos ojos se arremolinaban fantasías increíbles, de colores y formas insospechadas. Parecían comprender galaxias enteras en aquel minúsculo espacio, y hablar muchas lenguas, contando muchas historias perdidas en la gran rueda del tiempo. Pude ver muchas razas de hombres batallando su supervivencia, ahogando su egocéntrica conquista en océanos de lágrimas rojas. Toda historia comenzaba con una armonía que de a poco trocaba en guerra, y a través del tiempo se perdían los sueños en la lucha de concretar una evolución tangible. El júbilo de los hombres iba menguando a una sonrisa difusa que terminaba por desaparecer entre los profundos surcos de sus ceños fruncidos, y pude reconocer en la última expresión que el rostro que estaba observando era el mío. Recuperé la movilidad de mi cuerpo y caí en cuenta de que estaba en medio de un bosque completamente vacío. Los sonidos amortiguados de las copas de los árboles mecían mi confusión con un dolor agridulce. Caí de rodillas atormentado por la duda, y junto a mi mano descubrí una flor roja que destellaba en la tarde. Las lágrimas empañaron mi vista cansada, y me abandoné a la palpitante necesidad de liberar al niño malherido que ocultaba en las recónditas profundidades de mi alma. Al caer la noche, tomé la flor con cuidado y emprendí el regreso a mi casa, abrigado por una añoranza que había olvidado. Mientras me alejaba, dejé caer el machete que aún aferraba en mi mano derecha.

Videncias y Baratijas

Hace unos cuantos años, recurrí a una Tarotista en épocas confusas de mi vida. Convencida por una amiga que vociferaba el típico "No sabés como le pegó a toooodoooo" me senté a la mesita esotérica con toda mi angustia a flor de piel, y a los pocos momentos zumbaba entre exclamaciones de admiración, completamente atrapada por la videncia de esta madama. Se sabía todo, todo lo que me pasaba, todo lo que esperaba, y obviamente mi ansiedad por el amor de aquel muchacho que en ese momento me tenía gagá. La verdad que ni me acuerdo si en sus futurologías le habría pegado a algo, porque incluso en su momento no esperaba la confirmación, estaba completamente convencida.
Años más tarde me hice una amiga que resultó saber leer las cartas, y entre charla va y charla viene, convencida de que yo tenía el "don", me enseñó a hacerlo... Mis primeras lecturas fueron con inseguridad, pero a medida que el interlocutor confirmaba mis desvaríos, fui ganando confianza. Era grossa. Por esas épocas sucedió que un tipo me frenó en mitad de la calle con la afirmación "vos tirás las cartas" (Merda!) y así de fácil, con esa sola afirmación y mucho carisma me llevó totalmente inconsciente a tomar un café con él, discutir distintas variedades de cuestiones metafísicas, y a, obviamente, darle plata. No me pregunten cómo ni por qué, no recuerdo en absoluto los ejes de su engaño, pero me embaucó mal mal mal (Chan, me siento como si hubiera mandado una postal a post secret). Me había tirado las cartas también, obviamente "pegándole" en todo, y creo que esa fue en gran parte (además de ser yo una pelotuda importantísima) la razón por la que no me permití usar la lógica en aquella fracción de tiempo extraña y absurda. Cuando uno quiere creer en algo, se deshace de todo su conocimiento con tal de darle validez, y eso empecé a notarlo con la gente que me consultaba en las cartas. La ansiedad suprema que tenían, se depositaba indefectiblemente en mis hombros, y todo lo que yo dijera era palabra santa, aunque yo misma no pudiera recordar las palabras que emitía. El problema empezó a surgir cuando me di cuenta que mucha gente estaba dispuesta a hacer lo que yo le dijera en medio de una lectura, y por ende, empecé a razonar que esa acción iba a ser mi responsabilidad. Entonces, con mis amigos, empecé más bien a dar consejos, basada en lo que ya sabía, para evitar situaciones que escaparan a las cuestiones naturales (una compañera de trabajo osó preguntar antes de casarse, si un pibe de su pasado que había vuelto, era el amor de su vida... ¿Cómo se carga con la responsabilidad de responder eso?) y los consultantes tomaban esos consejos como videncias, cuando simplemente era un poco de lógica y empatía respecto a los hechos que conocía. Y así, de a poquito, fui dejando, y dejando, y revistiéndome un poco mejor en mi razón.
Hará unos dos años, me agarraron por primera vez en mi vida las gitanas de Mar del Plata. Yo había ido por trabajo, y decidí quedarme el finde (era invierno). Como me encanta el mar, el sábado decidí ir a mirar el horizonte. Estaba de diez. A pocos pasos de haber pisado la arena se me acercó una gitana y empezó su chamuyo, la despaché con educación, pero seguía mis pasos e insistía. A mi tercer o cuarto rechazo empezó con su técnica: "que tu estás muy triste, y te pesan muchas cosas de tu vida, y necesitas un descanso, una salida, porque te falta el amor..." y bla bla bla. Con cierta diplomacia, me detuve (ya hinchada hasta las tarlipes) y le retruqué con una sonrisa mi excelente estado anímico y espiritual, aconsejándole que revisara su bola de cristal porque estaba en cortocircuito. Si bien esa señora dejó de molestarme al instante, otras vinieron con el mismo speech y me tuve que volver al Hotel con la cabeza a punto de estallar. Pero me quedé pensando, si hubiera estado triste, sin amor, desganada, agotada mental y espiritualmente, débil. ¿Me hubiera dejado embaucar por segunda vez? Era claro que una chica joven, sola, en pleno invierno, caminando hacia el mar, pintaba un cuadro de absoluta desolación para quien sabe aprovechar una situación. Y entonces volví sobre aquel tipo que me había agarrado aquella vez, volví sobre mi primer contacto con el Tarot, volví a cada una de las personas que me habían consultado. Si uno agudiza los sentidos, si uno sabe mirar, si uno sabe generalizar, puede ver perfectamente el estado de ánimo de quien tiene enfrente, puede escuchar su pedido de ayuda, casi puede palpar su angustia. Recordé que cuando tiraba las cartas muchas veces terminaba con contractura o migraña, y recordé que muchas veces mis palabras iban 10 veces más rápido que las cartas. No era por videncia, no era por un artilugio mágico; era porque sabía escuchar y devolver la realidad procesada (algo así como una psicóloga exótica) Y entonces llegué a mi conclusión: el Tarot no era otra cosa que empatía y un receptor sediento de comprensión. Cualquiera con dicha capacidad podía tirarle las cartas a cualquier persona desahuciada y acertar con lo que dijera.
Hoy, mientras ponía cosas en cajas, encontré mi viejo mazo, y con una sonrisa nostálgica en la cara, me dispuse a repasar esos viejos arcanos. Hice lo que me habían enseñado que jamás debía hacer (y aun así lo había hecho muchas veces), me tiré las cartas a mi misma, de onda. Y por una de esas cosas del aburrimiento, hice una prueba: intenté prever lo que saldría, y voilá, tal cual... La mente es capaz de cualquier cosa cuando tiene ganas, y ahora vuelve a rondarme un fantasma viejo que la lógica dejó de lado. ¿Si las cartas pueden mostrarse según la voluntad de la mente, puede acaso la realidad adaptarse a nuestra voluntad cuando con certeza y claridad estamos convencidos de un resultado?

miércoles, octubre 25, 2006

Abstractamente real

Las dimensiones son insondables. Entre la idea y lo concreto puede existir un abismo, a veces nos damos cuenta, a veces nos dejamos envolver por los mil sentidos que flotan en derredor, inconcientes de las grandes diferencias.
Alguna vez discutí con mi hermano mayor respecto del origen de los sentimientos. El sostenía que eran creaciones de la mente, y yo defendía con garras y dientes la existencia de un “corazón” o alma como emisor de algo indefinible. Creo que fue en una época que él pasaba por un desengaño con la vida, lo que me daba más cuerda para apoyarme en mi teoría y desmerecer la suya. Después yo pasé por mi propio desengaño, pero mi posición seguía firme, pues en mi negación con el curso del mundo me despojó de aquellas llamadas emociones, y me dejó un aburrido transcurrir. Para mí, el corazón seguía siendo el único capaz de emitir sentimientos, y el mío andaba muerto. Así de fácil era.
En los últimos tiempos, empecé a permitir el flujo de teorías al respecto nuevamente, sin indagar demasiado. Hoy me doy cuenta que mi hermano tenía razón. Y yo también. No hay una sola realidad para las emociones, y algunas son mentales, otras, si se quiere, espirituales. Y lo que logró llamar mi atención, es que a veces, en lo inmediato, las mentales parecen ser más fuertes que las otras, aún cuando de cierta manera se me antoje poner a las emociones mentales bajo un título de engañosas. Quizás sea porque la fantasía les otorga un vuelo tan notable, que dicha asociación no puede pasar desapercibida.
Lo virtual cada día tiene más presencia en nuestro mundo, y un éxito casi absoluto entre todas las personas con un mínimo vuelo mental. Antes de lo interactivo, el arte mismo era el responsable de llevarnos hacia la revolución emocional de la mente, y no estoy hablando de el uso de colores y formas de una pintura, que de cierta manera podría decirse que son más “sentimentales desde el alma”. Hablo de las novelas literarias, de las películas, de las obras teatrales, de la lírica. Leemos sobre muertes y accidentes todos los días en el diario, y más que sentimientos podemos emitir opiniones, que allí se quedan. Pero en un libro, en una película, en una obra, si algo malo le sucede al personaje, muchos de nosotros somos capaces de deshacernos en lágrimas. ¿Cuánto hace que conocemos al dichoso personaje? Quizás dos horas, ocho, diez tal vez, a través de un libro... Y ya somos capaces de adorarlo o despreciarlo. A mi me pasa mucho, yo me meto demasiado en cualquier cosa que vea o lea (sí, soy de esas que zozobra con una angustia indescriptible cuando William Wallace grita “freeedoooom” en Corazón Valiente, y que me bajé como cinco paquetes de carilina cuando murió Mufasa en el Rey León), incluso en los videojuegos, soy capaz de meterme en la piel del personaje (sí, por eso no puedo jugar al Silent Hill 4, me supera). Y todas esas cosas que me generan, son sentimientos, y ni les cuento lo que me pasa con el animé. Maxi sabe, que son los colores, pero cada vez que veo algo de Miyazaki me hundo en un mundo de emociones espectaculares... Emociones “de mentiritas”, mentales, que existen gracias a la imaginación, a la fantasía, que desaparecen después de un tiempo de no ver o no leer. La interactividad virtual le ha dado un nuevo vuelo a esta característica nuestra, y podemos decir sin modestia que somos expertos escultores de perfección en nuestras mentes. Siempre es curioso, encontrarte en persona con esas personas con las que compartiste un millón de cosas en un foro, porque indefectiblemente esperás que sus caras sean las de su avatar; incluso si usan un perro o una cuchara en ese lugar. Un mundo de ideas que se asocian con la fantasía y las expectativas personales, creando un amasijo indefinible que resulta en una explosión de sentimientos confusos o excitantes, que romperán como una ola contra el acantilado de la realidad. A través de las horas uno construye el puente (si vale la pena) que cruce ese abismo entre la idea y lo concreto, adaptando los conceptos a medida que se evaporan las fantasías, sabiendo con cierto desencanto que extrañará la fuerza de esas emociones que ya no volverán con el mismo empeño. Las dimensiones de nuestra mente son insondables, y la realidad demasiado acotada para nuestro potencial. Pero entre medio de ese abismo creo que existe ese punto donde se esconden los sentimientos “de verdad”, vengan del corazón, el alma, el espíritu, o una mente oculta, más profunda que esa frente expuesta que siempre vuela mucho más allá.

jueves, octubre 19, 2006

Caparazón de soledad

*Solitary Shell - Dream Theater

He seemed no different from the rest
Just a healthy normal boy
His mama always did her best
And he was daddy's pride and joy
He learned to walk and talk on time
But never cared much to be held
and steadily he would decline
Into his solitary shell
As a boy he was considered somewhat odd
Kept to himself most of the time
He would daydream in and out of his own world
but in every other way he was fine

He's a Monday morning lunatic
Disturbed from time to time
Lost within himself
In his solitary shell
A temporary catatonic
Madman on occasion
When will he break out
Of his solitary shell

He struggled to get through his day
He was helplessly behind
He poured himself onto the page
Writing for hours at a time
As a man he was a danger to himself
Fearful and sad most of the time
He was drifting in and out of sanity
But in every other way he was fine

He's a Monday morning lunatic
Disturbed from time to time
Lost within himself
In his solitary shell
A momentary maniac
With casual delusions
When will he be let out
Of his solitary shell

Hoy siento que esto es una exacta biografía mía, palabra por palabra.
Y no sé si será éste el momento en que deliro, víctima del agotamiento y el tedio; o si será en realidad uno de mis pocos momentos de lucidez, en que capto una realidad que suelo ignorar en la comodidad de mi humanoide armado para la sociedad

Ilusos

Pequeños retazos de sucesos que se unen en un significado, aún cuando su individual realidad explícita es totalmente ajena al resultado final. Esos hilos invisibles que mantienen al universo herméticamente seguro, sin que se caigan los componentes aquí o allá, son los que conectan cada pequeña ocurrencia aislada hacia una forma definida que se funde en revelaciones obvias. Sí, por incoherente que suene, el hecho de que se nos haya roto una taza mientras intentábamos lavarla, más una queja del jefe en el trabajo, en conjunto con una catrascada del gato, de golpe te hacen notar que un fulanito de tal en años perdidos de tu vida, marcó mucha influencia en tus pasos. ¿Qué tiene que ver con nada? Se dice uno, mientras el pensamiento va procesando esa idea que saltó de golpe, cuando flotábamos entre los restos de porcelana, reprimendas y mascotas. Pero la idea se instala, y nos damos cuenta de una relevancia nunca antes vista, y por largo rato dejamos que vaya anclando los fragmentos dispares que hacen de la cabeza un caos. Solucionamos incógnitas viejas o actuales, hasta cosas que ignorábamos, olvidadas por la urgencia de la rutina. Y agredecemos esos sucesos sencillos que nos llevaron de la mano hacia un objetivo que la casualidad parecía tener planeado hace rato.
Todo tiene razón de ser, y todo está magistralmente armado en un rompecabezas perfecto de proporciones incalculables. Y el azar... El azar no es otra cosa que nuestra incapacidad de ver el plan trazado. Nunca falla ni una tuerca, y mi apreciación camina por el filo que divide al alivio del terror.

martes, octubre 03, 2006

Desarraigo

Mientras me voy preparando para otra mudanza más (seguramente escriba pronto un "Sinsabores..." parte 2) un cuestionante de Maxi me hace reparar en una característica de mi vida que marca mi personalidad. Siempre fui muy posesiva de mis cosas, tremendamente, de una forma casi obsesiva. No soy una persona particularmente materialista, asique solía definirme más bien como "material", aunque no me desespere por las mejores joyas, la ropa de marca o los lujos más tentadores. No, no diría que me incline por las cosas materiales, al menos mientras no esten en juegos mis cosas. Con mis cosas tengo una relación íntima, y separarme de ellas significa un desgarro interno, un duelo, una melancolía que se mantiene por siempre. ¿Por qué este materialismo cuando soy mas bien espiritual?, se pregunta Maxi al ver mi amargura a la hora de elegir las cosas que no vendrán conmigo en esta mudanza. Y le respondo, a medida que lentamente toma forma la razón en mi cabeza. Me quedo un momento cavilante, comprendiendo mis propias palabras, entendiendo con nostalgia la huella que marca el pasado en el transcurso de uno. Mis cosas son mi hogar, el único hogar que tengo, la única prueba tangible de mi crecimiento, la foto viva de cada lugar que pisé.
Dice el dicho que "hogar es donde cuelgas tu sombrero", y mi sombrero es el conjunto de elementos que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo, el fruto de los sacrificios y los esfuerzos.

Nunca viví más de dos años en una misma casa, en algunas mucho menos, y no puedo retornar a los rincones que cobijaron mis juegos infantiles, mis lágrimas, mis risas y mis interminables fantasías. Sólo tengo algunas fotos que me permiten remontarme, pero nada que realmente pueda tocar. A veces envidio a Maxi, cuando caminando sobre un puente de la vía me cuenta cómo se desafiaba a acercarse al lugar en las noches para probar su valía en su adolescencia; cuando me señala el colegio al que asistió, la esquina en que casi choca su auto, el descampado por el que corría jugando libremente. Envidio esa facilidad de volver a esos sitios que forman parte de su vida, el tener todavía simientes allí, donde nació y se volvió mayor de edad. Siento que necesito esa posibilidad muchas veces, aunque trato de convencerme de que son prescindibles. Me insisto que es mejor mirar para adelante, y dejar que el pasado sea sólo una experiencia. Pero, a veces, la experiencia se torna borrosa y amenaza con ser una mentira, cuando no tenemos donde anclarla. A veces se nos esfuman pedazos de nuestra vida si no pueden evocar con claridad el espacio en que existieron. Mis años de primaria son una quimera, con suerte recuerdo el nombre de una o dos profesoras, la mitad de las compañeras de mis clases, y los salones donde estudiaba no tienen esquinas, ni colores, ni escritorios definidos (eran de tintero, de fórmica, cortos, largos, con bandeja?). Hace poco me reía, porque incitada al recuerdo, me dí cuenta que no había ni una partícula de memoria de mi 5to grado. Ni la profesora, ni el aula, ni los recreos. Nada, como si nunca jamás lo hubiera cursado.
Asi mueren los pedacitos, volátiles y frágiles, sin poder aferrarse a la voluntad de ser, dejando que sólo quede en la memoria la imagen de un camino que se aleja y aleja siempre, y esa sensación perenne de vértigo y desequilibrio, ansiando profundamente una base firme para apoyar los pies.
Pero tengo mis cosas. La heladera es el fiel registro de que un día me animé y corté el cordón umbilical, mi cajita marrón cerrada con cinta de embalaje contiene un mundo dentro, y aunque no la haya abierto en un par de años, me acompaña con la prueba de mis sentimientos adolescentes. Tengo cartas de aquellas amigas de mis 12 años, hace demasiado tiempo que no las leo, pero gracias a esas cartas amontonadas y sujetas por un nylon, sé que existieron y que el barrio que abrigó nuestras travesuras, alguna vez tuvo forma y color. Tengo una campera vieja, muy vieja, que ya no puedo usar, pero que no puedo abandonar. Es la campera que usaba en el invierno, cuando me trepaba a los árboles de los distintos jardines de las casas que habité, cuando corría con mi perro a través de los distintos marcos. Esa campera une todas esas casas, y las funde en el espacio vacío. Mis cosas son ladrillos, cada una de ellas, el pedacito de una casa única que estuvo conmigo desde el primer momento, lo único que tengo para trazar mi camino.
Mis cosas son "yo" y yo soy ellas, un vínculo interno y sentimental, por más materialista que parezca.

martes, agosto 29, 2006

Trazando las primeras líneas

Como tantas otras veces, un momento de distracción es el punto de quiebre para ese rapto atemporal, ese portal inexistente que me replantea la archiconocida cuestión. "Enésima vez" parecería adecuado para contarlo, pero aun así parece poco, pues a veces siento que la eternidad se inmiscuye en mi pregunta y ya me es imposible contabilizar un inicio, una época, un suceso. En esa milésima de segundo en que me abstraigo de la realidad, no hay tiempos, no hay materia, ni estructura, ni lógica. Sólo hay algo poderoso, intangible, inalcanzable, indefinible. Algo que me recuerda que necesito meditar en torno a la verdad... Menuda tarea, como si fuera posible alcanzarla siendo un simple mortal sin experiencia que trata de ajustarse a las reglas de la vida civilizada. Pero el llamado permanece latente hasta que le respondo, aún sabiendo lo infructuoso del intento. Debo responderle, no es cierto que tenga opción en este aspecto.

Por las noches, bajo el abrigo del silencio y la pacífica oscuridad, siguiendo una rutina que antes, mucho antes, era de oración; respondo al dichoso llamada interno. A veces con la mirada fija en el bloque de concreto que se extiende por encima mío, a veces dejando que mis ojos se pierdan en el rojo incandescente de los numeritos fríos y a su vez místicos del reloj despertador. A veces, con los párpados cerrados, haciendo acopio de mis últimas energías, para completar mi misión personal antes de ser vencida por el agotamiento.
En ese mundo que se detiene, o que por lo menos, va más lento, resuena la pregunta que todavía no he podido responder. El interrogante que no puedo satisfacer con afirmaciones sencillas, la demanda de razones que no acepta datos mundanos o estadísticos. No, no es crisis de identidad, es sólo una necesidad de indagar más profundo. De cierta manera, me siento inclinada a pensar que la identidad es una cosa, y el saber quien es uno, es otra.
Yo sé como soy, como actúo en sociedad, mis objetivos, mis motivaciones, mis capacidades, mis defectos, debilidades, cualidades, fortalezas... Puedo enumerar sin problema alguno muchas de mis condiciones, y puedo decir orgullosamente que tengo una postura firme desde donde encarar mi vida. Sí, tengo identidad, la conozco, me gusta, y la defiendo, muchas veces con orgullo arrogante, ciertas veces, forzándome a una humildad deseada pero no inherente. Mi identidad es clara, o al menos, eso parece. Me conformaría con sus definidos e incuestionables trazos, si no fuera por ese misterioso instante de arrebato, por esa milésima que me lleva fuera del tiempo y el espacio, y en el vacío de la memoria de lo existente en ese plano, sólo queda ese endemoniado llamado; ese cuestionante incontestable, al que acudo ya cansada, impulsada por un sentido de obligación no elegido. Y así, comienza el interrogatorio: al azar toma forma un rasgo en mi mente, o en el techo, o en los numeritos rojos del despertador, y comienzo a excavar. ¿Cómo se formó? ¿Cuál es su verdadera motivación? ¿Soy conciente de este rasgo, o respondo a fuerza de costumbre, o en acto reflejo? ¿Es el reflejo algo inherente e imposible de cambiar, o es simplemente algo viejo grabado a fuego, que con paciencia podría ser modificado? ¿Soy arrogante o es sólo conciencia de capacidad en contraste con mi antigua baja autoestima? ¿Puedo cambiar la soberbia o es parte de una esencia? ¿Ese asiento que dejé en el colectivo a la viejecita que bien podía sostenerse sola: lo dejé porque quise hacerlo – pensando que tenía mayor capacidad que ella para viajar de pie – o porque me sentí compelida por enseñanza y costumbre, por los ojos de los pasajeros parados? ¿Esa ayuda que ofrecí en el trabajo, la presté porque buscaba aliviar a otro ser humano, o en espera de una recompensa, de un reconocimiento, de una deuda a mi favor? ¿Ese dinero que olvidaron en el cajero, lo entregué a su dueño por rectitud, por estupidez, por miedo, por indecisión?.. Tal vez sea cierto que no importe, cual sea la motivación la situación se repite siempre, definiendo una conducta, y con eso debiera bastar para conocerse. Pero hay algo dentro mío que no puede ser satisfecho con respuestas sencillas, algo que demanda claridad absoluta en los motores que alimenta. Algo que siempre busca todas las respuestas, respuestas que no puedo darle todavía. Respuestas cuya búsqueda me marea y confunde, me enreda y agota. Un círculo eterno sobre el que he marcado mis huellas una y otra vez, esperando el instante en que el tedio me diga que ha sido suficiente, con la angustiada conciencia de que mis preguntas no tienen respuesta... O quizás algún día, finalmente la tengan. Pero esto suena tan utópico como mi fe en los caballos alados cuando me permito ser niña en mis noches inconscientes; tan utópico como creer que sé, creer que entiendo, creer que vale, creer que hay más que esto...

jueves, julio 27, 2006

Asociaciones en una tarde lenta y la mañana siguiente

En cierta epoca perdida ya en las brumas de mi pasado, una persona extranjera me dijo una vez: "great minds think alike" y consideré esa frase como algo cierto, pero ahora al parecer quizá tambien sufran los mismos males. Tal vez sea exigir demasiado de este cerebro tan encerrado y material. Entre las tareas laborales pendientes que se siguen sumando, agregare un par de nuevos mails para la tarde, y me tomo el buque un rato. Necesito cerrar los ojos y satisfacer mis deseos y ansiedades; madrugadas grises, silenciosas, con rocío y escarcha, frío seco, amaneceres lentos, horizontes abiertos. Siempre he amado el campo, el aire libre, los espacios verdes, el silencio matizado por un grito de un pájaro solitario, y como tantas otras cosas que parecen no tener sentido en mi vida, me pregunto por qué nací en medio de la ciudad. O, en todo caso, por qué palpita esta añoranza punzante en mi pecho. Me dejo llevar, internandome en místicos senderos que me lleven allí donde la noche esta poblada de estrellas y no de faroles, allí donde los pies se apoyan firmemente sobre la tierra o el pasto en vez del pavimento, pudiendo sentir la vida de gaia vibrando bajo las plantas; allí donde cada brisa trae consigo un susurro, una palabra; allí donde la existencia parece tomar consistencia e invita a meditar. Quizá algun día pueda relajar mi alocada carrera en un lugar asi y reposar mi viejo espíritu. Y no, no creo que haya algo mejor... Me asoma una sonrisa a este rostro cansado en la tarde imaginando el alivio de quien se deja caer luego de una larga larga caminata. Casi puedo ver la polvareda suspendida después de la colisión de masas.

Curiosa asociación de casualidades, lectura de noticias recientes, fantasías, planteos de una comunidad. Ah! si, y el trabajo. De cierta manera, todos esos mundo se comprenden y parecen, me llama realmente la atención aunque no pueda encontrarle un significado importante o relevante. Hoy es un día que naufraga en medio del trecho sacrificado de la semana, pero tiene sus grandes ventajas en tantos aspectos. Así como los vasos medios llenos o vacíos, un miércoles puede ser solo el tercer día del suplicio, o bien el día en el que sólo faltan dos para el descanso. En medio de la sofocante humedad que se eleva del pavimiento indiferente, el día regala un chaparrón breve para limpiar las últimas exequias de contaminación en desgana. La lluvia lava, claro que sí, limpia karmas, dolor y arrastra las lágrimas. El día ha sido duro, quizás hoy en especial porque no me levanté con la alarma sino con una molesta y convulsa tos. Media hora antes de lo planeado y ya se te van los horarios al demonio. No te vas a volver a dormir, pero esa media hora de menos te persigue todo el día. Sólo por 10 minutos mis ojos han visto otra cosa que papeles y mails de trabajo.
El golpe del granizo me trae al famoso "aqui y ahora". Nos amontonamos todos en las ventanas como si jamás hubieramos visto un cacho de hielo cayendo del cielo. Yo, por mi parte, me remonto. Allá en Córdoba granizaba mucho, o por lo menos mucho más seguido de lo que he visto granizar en los últimos años aquí, y no eran estas piedritas inocentes que veo tras los cristales, eran verdaderos misiles de agua condensada. Escucho los comentarios de mis compañeros, nos desafiamos a sacar una mano por la ventana y agarrar un guijarro helado de la lluvia de municiones. Nos reimos viendo las abolladuras en los autos y toda la hojarasca que los cubre, como si hubieran salido de un pantano. Y el granizo amaina, y volvemos a nuestros escritorios como quien termina de ver un show. Dios mio, mi mente se burla de lo ridículo que es esto de hacer un evento de algo tan natural y sencillo. Es que en lo hermético del trabajo cualquier cosa es un buen motivo, me digo, cualquier cosa.


Reincidente... Una repetición de actitud impulsiva y ajena a la cavilación, al análisis. Miro el foro entre indignada y ausente, tomo verdadera consciencia de situacion. Y si, la mayoria de la gente que allí se revuelve no hace más que jugar a los títeres en el único lugar donde son capaces de imaginar, y como no tienen otros medios de desagote de sus propias frustraciones, se arman una posición de víctima para poder atacar con impunidad. Eso me saca. Me sacan muchas cosas en realidad, soy más cabrona de lo que creía. Ayer, sin ir más lejos, le deseé una diarrea ardiente a dos personas que abusaron de mi tolerancia y ánimo de convivencia pacífica en la línea 130.
Suena el interno, suena la radio, llega un mail: me quejo, que uno no puede ni ser irresponsable en paz! Si quiero estar en el trabajo y no trabajar, quiero poder hacerlo sin interrupciones, pero claro, no se puede, porque se supone que está mal. Esta es una de mis actividades favoritas, el quejarme. Pero hay algo que también me doy cuenta; si no hubiera un trabajo que atara nuestra libertad a una rutina de practicidad, volaríamos tan alto que ya no habría forma de regresar. Y aunque estas labores nos llenen de intolerancia y desazón, son necesarias para que cumplamos nuestro deber en esta encarnación. Sea lo que sea que eso significa. Mi mente habla por si sola a veces, y aunque no la entienda, la escucho.

Momentos indicados, certeros. Pero ciertamente pocas veces indicados para nuestras necesidades o deseos, pues siempre parecen llegar muy tarde, o muy temprano cuando nos damos cuenta que lo que ahora queremos ya pasó. Pero aun tan contrarios a nuestros pedidos y espectativas, son realmente indicados en el todo que forma el marco de nuestras existencias. Me tiento muy seguido de fantasear con el "qué hubiera pasado si..." No hace mucho comencé a trazar una imaginaria ruta paralela, cuando sólo 6 unidades separaron un número que poseía de aquel, el número ganador. Pero meto conciencia y lucho contra esas tentaciones, porque al terminar mi viaje alucinado de la posibilidad, caigo deshauciada a la puerta de mis añoranzas al ver mis manos vacías y la dura respuesta del "pero no fue asi". Y regodearme en la desilución no es la sensación que quiero tener. Durante mucho tiempo viví en esas tierras ásperas y no deseo volver allí. Si, hay dolores que aun me rondan, sombras que a veces regresan cuando mi franja de defensa retrocede a causa del cansancio. De las heridas que se abrieron en mi alma algunas no han cerrado todavía, otras quizá jamás terminen de cerrar. Pero he aprendido a convivir con ellas, casi como uno aprende a convivir con un callo o una verruga. Hubo un tiempo en que mi único sonido era un canción de Pink Floyd, hasta que me cansé de andar siempre a rastras y aprendí a dividir mi esencia en niveles. Los sentimientos quedaron por debajo, y por eso por ahí, parece a veces que soy fría, distante y arpía. Parece. Porque ya no me interesa amar a todos y que todos me amen, sólo me interesa vivir mi vida y salir adelante. Primero va la mente; pero mi gordito, mis amigos y mi familia conocen los subniveles de este espíritu. Ellos saben cómo bajar las escaleras y encontrarse con todo mi mundo cursi, esponjado y rosa. Por arriba, la paso bárbaro, trabajo cuando tengo que hacerlo y me río fácil; ya no he vuelto a caer tan hondo. Solo a veces, cuando mi fuerza ya no da a basto de sus luchas y se doblega un segundo para recuperarse, vuelven las sombras, pero solo por un rato.
Las necesidades son casi infinitas, pues hay mas que abarcar que lo que se puede comprender o tocar. Hay mucho mas, tantos recovecos en el alma, tantos laberintos en la mente. Pero a veces, para ciertas cosas, soy el espíritu del resumen para no enredarme en mis innumerables teorías inconclusas. Eso en realidad lo hago solita para no terminar en un psiquiátrico.

Explorer... Bendito IE. Lo miro de reojo, reposando en mi escritorio, invitándome a hacer click. Lo analizo, discierno, evaluo, sopeso. Aun no. Aun...
Voy a salir al patio un rato a divagar entre los vientos mientras me fumo un pucho.

Siempre hay alguien escuchando.
Siempre hay alguien concediendo.
Siempre hay una oportunidad de que se cumpla un deseo.
"La esperanza es algo bueno, y las cosas buenas nunca mueren"

viernes, junio 09, 2006

Temet nosce

Silencio… Demasiado silencio. Abro mis ojos y solo hay oscuridad. No hay base bajo mis pies ni puedo tocar algo material con mis manos. No hay una sola brisa de aire, ni un sonido. No hay nada. Y sin embargo no es así, pues esta oscuridad impenetrable es algo.
¿Cómo es que estoy flotando? No hay arneses, ni ningún artefacto sosteniendo mi cuerpo. No me gusta este lugar, desprecio esta negrura…
Un resplandor repentino reviste este vacío de blanco. Y no revela nada, solo una vasta blanquedad sin principio ni fin.
¿Dónde estoy? Ha de ser un sueño, o una alucinación o algún lugar perdido de mi mente que tomó control sobre mi conciencia. Pero ¿puede existir esta nada en mi mente? ¿Es este el espacio vacío que provoca las angustias en mi rutina, las dudas a mis preguntas? Sea lo que sea, no es real...
¿Qué es lo real?
Mi mundo… Este espacio ignoto no es mi mundo.
¿Por qué?
Porque aquí no hay nada. Absolutamente nada.
¿Y por eso no es real?
Así es
¿Qué es lo real?
La vida, el aire, el agua. El mundo que conozco
¿Los límites?
No. Quizás haya algunos, pero hay mas
Le diste luz a este espacio. También puedes crear en él. ¿Qué crearías?
No sé. Hay demasiado vacío para pensar una cosa para llenarlo. Tal vez árboles, animales, naturaleza, una casa.
Límites…
No son límites! Son creaciones que enriquecen
Cielo y tierra, distancias. Límites de tu mente. Sólo crearías lo que ya conoces. Y si lo que conoces no es real, crearías una nueva fantasía.
No! este espacio inconcebible es la fantasía. Lo real existe, evoluciona, aquí no hay nada susceptible de cambio
¿Estableces lo real comparando este mundo con el que conoces?
No hay otra manera de determinar la naturaleza de este espacio, o al menos una mínima idea de él. Comparando puedo discernir.
¿Discernir qué?
La existencia de este lugar, su posible origen. Sin duda un extraño sueño.
La existencia… ¿TU existencia?
Mi existencia no tiene relación con este delirio de vacuidad.
Pero estás dentro de él, existes aquí dentro
Esto es solo un sueño
¿Entonces en este momento no existes?
No es que no exista. Esto es solo una proyección de mi en la fantasía
Porque aquí no hay nada…
Así es.
¿Sólo la comparación con los demás justifica tu existencia?
Eso no es cierto, existo como un ser individual
¿Qué eres?
Un ser humano
¿No un animal?
No! soy un ser humano
¿Y cómo lo sabes?
Porque puedo hablar, pensar, tengo alma...
¿Y los animales no?
No
Entonces, determinas tu condición de humano en comparación a los animales. ¿Eres hombre o mujer?
Mujer
¿Cómo lo sabes?
...

¿Cómo lo sabes?
Porque la sociedad determinó dos tipos de seres humanos, femenino y masculino, y sé que no soy hombre. ¿Acaso todo lo que uno sabe no es más que el resultado de una comparación?
Si nunca hubieras conocido tu mundo de limites, y hubieras nacido solo en este espacio, sin nadie mas. ¿Cómo sabrías si eres hombre o mujer, como sabrías si eres sociable o apática, buena o mala?
No lo sabría
¿Entonces lo real es lo que puedes comparar?
Al parecer sí. Lo que puedo entender
¿Quién eres?
Constanza
¿Eres real?
Claro que lo soy!
¿O sólo eres una proyección de la imagen resultante de tu comparación con los demás?
No por eso deja de ser real. Es la manera de establecer lo que me constituye
¿Y no habrá algo que aun no pudiste comparar?
Quizás…
¿Que, en tal caso, existe en ti, pero no lo consideras real?
Entonces lo real es solo lo que puedo entender
No exactamente…
¿Qué es entonces?
Es lo que quieres creer
¿Quiere decir que no hay mas realidad que la que yo interpreto?
Hay algo, que no es ni real ni irreal, solo es.
¿Y cómo puede, entonces, uno saber en dónde esta?
Cada uno interpreta lo que es de la forma que mejor le conviene
¿Entonces, mi trabajo, mi estudio y mi rutina no son mas que delirios de mi mente, y lo único que "es" es este vacío?
No. Formas parte de una conciencia colectiva de lo que es, y vives de acuerdo a sus límites y sus leyes. Y eso esta bien. Pero a causa de esa comodidad olvidas lo esencial.
¿Lo esencial?
¿Quién eres?
No se como responder a esa pregunta
¿Pero lo sabes?
Sí, lo sé
¿Realmente?

¿Y que hay entonces de esas partes tuyas que aun no pudiste comparar?
Las iré conociendo a su debido tiempo
¿Entonces no eres más que un reflejo concordante o discordante de tu entorno?
No. Soy algo mas que eso
¿Qué?
No lo sé…

miércoles, mayo 24, 2006

Promesas

Curiosa cosa el lenguaje; supone un medio de comunicación entre las personas, pero no son las palabras las que realmente dicen algo, sino la significancia que cada uno les otorga. Cada persona habla desde su percepción y realidad, y a veces es tan frustrante la cantidad de vueltas que hay que darle a la palabra para que el otro interprete verdaderamente lo que uno quiso decir... Así también, muchas veces, se habla a la ligera, permitiendo que en el otro se gesten relevancias ignoradas por el emisor. Hay muchas promesas que se hacen levemente, casi al pasar, sin reparar en el efecto de la primera palabra emitida: "prometo".
Se puede pensar que un "prometo pasar a tomar mate uno de estos días", y no hacerlo por meses, no es una verdadera falta. A fin de cuentas, uno tuvo mil cosas que hacer y la promesa no era tan relevante, no? Eso es lo que uno a veces piensa, pero se olvida de pensar desde el lugar del otro. Para nuestro interlocutor, ese "tomar mate uno de estos días", era igual de irrelevante? Y, en el caso de que fuera realmente importante para él, ¿cuánto valor le otorga a la palabra "prometo"?. Podía ser relevante el hecho pero tomarse una promesa como un simple decir, o descreer completamente de la palabra y sentirse defraudado desde la manifestación de la oración, o quizás creer que ese "prometo" era un hecho previamente asegurado, y sentirse totalmente defraudado después... ¿Cuántas ideas o emociones pueden gestarse al recibir sólo una palabra? Toda la experiencia vivida, las memorias guardadas, las lágrimas y las expectativas pueden subirse al carro de la promesa, convirtiendo a una simple palabra en un mundo entero de hechos y consecuencias.
En mi caso, la palabra pesa, cada una de ellas, desde "mesa" hasta "amor". No puedo aceptar que se le diga "mesa" a una cama, ni que se le diga "amor" a un simple deslumbramiento. No puedo emitir un "te quiero" si mi sentimiento es afectuoso pero no está dispuesto a muchos sacrificios, ni puedo creer en los "te quiero" emitidos con demasiada facilidad o rapidez. Soy extremista en la mayor parte de los aspectos de mi vida, y el lenguaje no constituye una excepción, cada palabra tiene su significado, y cada significado implica un tren de cosas asociadas. Así, el valor que le doy a esa palabrita denominada "prometer", es aquel del decreto y el compromiso, del esfuerzo y voluntad. Tengo una esperanza dispuesta, a pesar de los golpes que se ha llevado, y se sube sin dilación a la aventura cuando existe una promesa de por medio. No es que todas las promesas escuchadas se hayan cumplido, de hecho, creo que puedo contar las cumplidas con los dedos de una sola mano, pero no puedo separar a la palabra de su significado, no puedo condenarla por un mal uso de labio en labio. No puedo descreer de una promesa, aunque sí puedo, por supuesto, advertirle al emisor lo que su afirmación implica en mí.
"No más promesas" fue lo que manifesté hace poco. "Las promesas me destruyen, no emitas una palabra que no podés honrar" continuó mi advertencia, que poco a poco, flaqueaba con la insistencia... Tenía un contenedor lleno de de promesas rotas, la misma promesa rota mil veces en realidad, y hacía rato que había puesto el candado. Sin embargo, la tenacidad y empeño con que se manifestaba el "prometo" a pesar de mis repetidas advertencias, logró un poder imposible de ignorar. Un poder que la palabra fue adquiriendo a medida que en mis entrañas comenzaba a aumentar la llama de mi esperanza; que no solo se había subido al auto hacía rato, sino que además había logrado varios aliados que engrosaran su presencia. No pude hacer otra cosa que ceder ante mi utópico interior, donde los negligentes y ciegos sentimientos estaban descorchando champagne. Acepté el "prometo", lo digerí, creí y catalogué a sus atribuciones magníficas. Como un imán atrajo, casi inmediatamente, un montón de recuerdos, sentimientos, deseos y expectativas, y es ahora un monumento esplendoroso que se alza en el centro de mis designios. Un monumento que, de caer, aplastará muchas cosas que se mueven a su sombra, pero que ni la mente ahora puede desmontar. Una promesa es una promesa, y significa un hecho, un decreto, un edicto, una sentencia, una realidad. Significa esperanza, posibilidad, resolución, novedad y perspectivas. Significa el brillo de una figura infantil antes opaca, que comenzó a encender antorchas en los pasadizos de roca negra y pestilente, revelando pasillos de mármol cincelado. Significa la sonrisa de una proyección fantasmal que gobierna en mi alma, y esa sonrisa es una luz que ni mi fría lógica se atreve a modificar, aunque por sus perfectos y estructurados circuitos se desplace el miedo de un nefasto y conocido final.

viernes, abril 28, 2006

Animándome a ser infantil e inconexa

Mi espíritu oscilaba entre luces y sombras y no lograba decidirse a que ráfaga del vaivén iba a asirse. Afortunadamente, hacia la tarde, un sueño azulado apareció bailando entre las copiosas gotas de lluvia, sonriendo y cantando como siempre. Hacía mucho que no lo veía, casi no recordaba su rostro. Sus cabellos plateados, su gentil y melodiosa voz, su espíritu libre y su grácil figura envuelta en aura de bella inocencia. Y me pregunté que extraño sortilegio le traía, ahora, hasta mí. Llegó a mi lado riendo, con un sonido cristalino y jovial, y mirándome a lo ojos me dijo: "Nárëluin tonta y distraída, ¿por qué lloras? ¿Acaso tanto tiempo has pasado en ese disfraz mortal que olvidaste que los intangibles no entendemos de límites o distancias? Ven, toma mi mano y aprende otra vez"… Me sentí arrastrada por su fuerza de los vientos y antes de que pudiera darme cuenta, estábamos flotando muy lejos de las calles y edificios. Y así volamos un rato; riendo, recordando viejos tiempos, hasta que llegué a mi amada tierra esmeralda y él partió envuelto en un murmullo de fuentes y cascadas. Y pasé la tarde entera surcando caminos antiguos, campos, mar y aire, acompañada por suaves melodías que alegremente entonaba mi voz. A la noche volví a mi refugio, entre las luces y estridencias porteñas, con una paz infinita y una sonrisa reluciente…
A veces me olvido simplemente que el consuelo del alma puede encontrarse en muchos lados, de muchas formas. Que sólo basta desear para lograr, soñar para reír, tener esperanza para continuar…

Me regalé un momento para elucubrar sobre los sentimientos, para trasponer esa puerta que invita al debate sobre un tema profundo e intrincado y quizá interminable. La esencia de los sentimientos opuestos que no deja de ser la misma. Considero que un sentimiento nace en un equilibrio, el perfecto 50 y 50 de todo su poder y existencia. Ese sentimiento cae en un humano y el equilibrio se pierde por completo y su porcentaje comienza a variar, 70 y 30, 65 y 35, 90 y 10. Y en esa variación es que el amor se convierte en odio, la verdad en mentira, la confianza en recelo, la esperanza en desazón, la alegría en tristeza, la expectativa en nostalgia… Por eso, creo, que todo sentimiento negativo, es un buen sentimiento mal llevado, incrementado a tal extremo que no hace otra cosa que daño. Todo exceso es negativo y por eso siempre trato de recordar: hay que aprender a polarizar. Aunque sé que no basta con sólo tenerlo en cuenta, porque no siempre se puede portar la osadía y coraje que te cubren cada vez que uno decide tirar una moneda. Sé que en algún momento aparecerán juguetonas tras un recodo del camino, y con la total irresponsabilidad de un niño, feliz en mi capricho, volveré ventilar este cuerpo adormecido. Tal vez sólo lograr encender esa llama combativa en el interior. Esa llama consume muchas cosas, así como crea maravillas; es combustible, alimento y futuro. Si uno sabe darle un buen uso quizás revista sus días de otros colores nuevos.
Tal vez una de esta noches, mientras practique el juego que mi sueño me recordó, me pase del otro lado de la ventana y cuelgue guirnaldas de juncos, organice una orquesta de ruiseñores o pinte estrellas en el techo con la savia del Telperion, y en un soplido llene mi recinto de brisas frescas y aroma de delicadas flores para que sepan arrullar mi descanso en un sopor dulce y conciliador

Soy una eterna buscadora de señales. Me pierdo en simbologías, la tierna cavilación del "por qué"; mirar las patentes de los autos, una pluma que distraída aterrizó sobre mi hombro, un boleto de colectivo… Desde detalles hasta grandes manifestaciones que no pueden ignorarse. Soy una persona que cree que todo lo que sucede, sucede por una razón. Es tan perfecto el mundo que no creo que su arquitecto haya dejado nada fuera de sus planos o designios y la vida misma tiene sus maneras de guiar los pasos de quienes ansiosos y expectantes caminamos. Y mientras pienso en esto, recuerdo una de esas señales que recibí un día, que me hizo estallar en carcajadas. A la mañana había llovido, y mientras viajaba en colectivo una lágrima se resistía en el rabillo de mi ojo. Estaba oscura y la pena era profunda por una costumbre de ensombrecerme por pequeñas cosas que solían atormentar mi personalidad. El miedo se había adueñado de mi esencia y había tomado la decisión de no dar un paso más en la vida. Una parte de mí, por supuesto, se había opuesto a esta determinación. Enojada y desafiante, mientras bajaba del vehículo, manifesté que si realmente era errónea mi actitud de rendición, algo me lo hiciera notar. La lluvia ya no caía, pero a los 10 pasos, al pasar bajo un balcón, una ola contundente de agua cayó sobre mí, mojándome de pies a cabeza como si de un baldazo dirigido se tratase. Y mientras escurría mi pelo y mi ropa, no pude sino reírme y olvidar todos esos planteamientos oscuros que habían revoloteado en mi interior. Y tantas cosas así suceden por día. Algunas más, otras menos, pero no pueden dejar de notarse, y yo no puedo dejar de tenerlas en cuenta. Por eso siempre sostengo que la vida es mágica a su manera. No se podrán lanzar hechizos ni obrar maravillas con las mezclas de diversas especies como veo en los libros de fantasía que tanto me gustan, pero se puede ser sensible y sensitivo, y estar abierto a las pequeñas sorpresas que hagan algo asombroso de lo común.
Aunque claro, la parte lógica de mi cerebro no deja de indicarme: ¿No serán esas “señales” recibidas sólo sugestión y el increíble poder de tu esencia que da forma a tus antojos? A veces me enfrasco en un debate interno, pero en días como hoy, me basta con responderme “¿Qué importa? Si me regalan una sonrisa…”

miércoles, marzo 08, 2006

Los que se fueron… Los que ya no volverán

Miro en el espejo los ojos cansinos que me escrutan desganados. Analizo ese surco nuevo junto a mi ceja derecha y mi nariz de pelota con algunos puntos negros. Una suave línea negra recorre el entorno de mis ojos, y una sombra pálida plateada decora mis párpados, coronados por unas pestañas hábilmente realzadas con rímel. Por debajo se extiende una penumbra gris que no fue elegida como maquillaje; la marca del sueño y el agotamiento, que completan ese rostro alargado que no puedo terminar de reconocer. Observo un punto fijo y los contornos van perdiendo sentido, y esa cara que me enfrenta se vuelve cada vez más lejana, más extraña, más desconocida.
Refriego mis ojos y vuelvo a observar, esperando encontrarme, mientras se vuelve a enfocar la visión. Casi no reparo en las manchas que la pintura ha dejado alrededor de mis ojos, concentrándome en esos círculos marrón oscuro que solían guardar un ocaso otoñal deslumbrante entre sus infinitas hebras de hojarasca. El macizo y aburrido reflejo no cambia, a excepción de una lágrima distraída que se desliza suavemente por mi mejilla derecha. La magia que desplegaba paisajes en mis iris, definitivamente ha desaparecido. La naricita de inocencia que me teñía de espontaneidad también ha partido, junto con las cejas de asombro y los labios de entusiasmo. Las rechonchas mejillas rozagantes de júbilo, se han desteñido y desinflado, y ya no queda nada de la Connie que conocí.
Ahogo mis anhelos en un cigarrillo mientras retrocedo en mi historia; voy contando los golpes de cincel, las pinceladas de experiencia, a medida que me acerco a los inicios de la obra. Con la humedad de la nostalgia encuentro algunos trozos de memoria que me cuesta enfocar, y la melancolía ruega por una tregua de inconciencia. Todo aquello que solía ser se me escurre maliciosamente, y tantas partes de mi vida son a penas difusas manchas, que me deshago en la ansiedad de redibujarlas. Sé que todo eso debe formar parte de lo que ha resultado a través del tiempo, sé que todo eso tiene que ser la simiente de esta realidad, sé que allí, entre alguno de esos fantasmas, existe la persona que tanto busco, que tanto extraño, que tanto necesito… Las horas pasan y mi mente, agotada, abandona la tarea con las manos vacías. El reloj marca una hora tardía, y mi conciencia me recalca la importancia del descanso para el día que se avecina. De a poquito, soltando gotas de salitre ignoradas, vuelvo a encajarme en mi rutina, a organizar mis interminables responsabilidades, a serle indiferente a mis deseos de escapar. De a poquito, dejo que mi búsqueda añorante se esconda otra vez en las sombras de mi personalidad. Y mientras pongo el despertador en hora, me olvido un poco más de esa niña que nunca volverá

miércoles, enero 18, 2006

Frustración

El silencio se derrama sobre mis expectativas literarias, mi mente parece un insondable desierto de deseos, ansiosos de que al menos quede un oasis de lo que solía ser un océano de palabras atolondradas. A pesar del millar de pensamientos que sé que revolotean dentro, no encuentro la punta del ovillo, y el desgano me abraza amorosamente aunque mi verdadera voluntad sea un apuro de fomentar la creatividad olvidada. El corazón me palpita con fuerza en una añoranza de expresar algo que ignoro, y la frustración da punzadas en mi sien ante cada renglón vacío.
Solía tener tanto para decir, tantas opiniones que se apiñaban en la punta de mis dedos inquietos; cosas que parezco haber olvidado de pronto, soporíferas letras que se niegan a trabajar. Deslizo mis manos sobre el teclado en esta queja lógica y explicada, esperando que el ritmo invite a los rezagados a ponerse en pie. Y aún así, cada oración es un esfuerzo minuciosamente pensado que me hace sentir tosca y aburrida. Pensar que solía volar sobre el papel, sufriendo la ansiedad de que mi birome no fuera lo suficientemente rápida para vaciar todas las voces que murmuraban en mi cabeza; y ahora me demoro eternidades en la blanca extensión de mi letargo, sin más expresión que una oración que se repite mil veces: "Quiero escribir algo"