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viernes, diciembre 18, 2009

Into the West

Anoche, mi espíritu sofocado y aburrido de tanta rutina y realidad abrió la puertita trasera de la conciencia y se escabulló por rutas que sólo él conoce. Caminos que ningún ente físico puede transitar y llevan a todos lados y a ninguno al mismo tiempo. Así, libre del cuerpo, libre de mí, surcó con grácil presteza el enorme y profundo océano, dejando una estela de ansiedades despojadas tras de sí. Llegó a unas costas que conocía muy bien, aunque sólo las hubiera recorrido una vez, y sonrió con placer sublime al ver las praderas intensamente verdes que se extendían por sobre las místicas rompientes. Una tenue y plateada llovizna comenzó a repiquetear en su satisfacción como dándole la bienvenida y un rumor casi inaudible le trazó un sendero a través del forraje. También conocía ese sonido; el rugido lejano de un mar antiguo que lo llamaba con vehemencia en cada estallido de sus oscuras aguas contra unos prominentes muros de roca.

Se dejó llevar, flotando entre las graves notas de una cadencia inmemorial para llegar a esos riscos que tanto lo cautivan. El extenso vacío entre las simas y el piélago lo invitaba a caer, a perderse en la inmensidad para reintegrarse a su esencia. Sin dudar ni temer saltó al abrigo de los vientos, saboreando un gozo incontenible en su precipitado descenso. La marejada lo recibió con mansedumbre y lo llevó a profundidades que ningún ojo ha visto. Las corrientes lo vistieron de líquenes y corales y lo acompañaron a un hogar que nunca había conocido, pero que le hacía sentir que volvía del exilio.


Desperté con la piel fresca y embriagada de un perfume de costas remotas; una alquimia que se fue diluyendo a medida que el calor sórdido de la ciudad se filtraba en una burbuja invisible. Apenas segundos de ficción que todavía me hacen sentir tenue y difusa, como si mi alma no hubiera regresado, como si estuviera suspendida aún entre dos planos.

martes, diciembre 01, 2009

Tengo un gato bulímico

Me dispongo, por vigésima vez en el mes, a desparasitar al gato. No tengo ninguna nueva técnica infalible bajo el brazo, sólo la magra e ilusa esperanza de que los átomos se disparen en direcciones diferentes y esta vez, el intento repetitivo devenido del tedio y cansancio, tenga un resultado inesperado. No es que me dé por vencida fácilmente, créanme que cuando digo que lo he intentado todo, es porque lo he intentado todo. Y mientras respiro profundo y saco una pastilla del blíster caigo en cuenta de que fue esto lo que dio inicio a todo; sus caprichos, sus manías, su narcisismo y su obsesión por imitar al modelo de siamés esbelto que jamás alcanzará con sus 77cm de largo y 7kg de peso.

Decía, entonces, que desparasitarlo fue el detonador (por no decir gatillo y resistirme del chiste malo). En primera instancia, cuando dejó de ser una criaturita débil que cabía en mi mano, tuve que abandonar la solución en jeringa y mudarme a las pastillas. No voy a describir todos los métodos de restricción de garras y apertura de fauces que he empleado para esa titánica tarea de meter una píldora en la boca de un felino, ni las fortunas que gasté en alcohol y gasas para tratar los rasguños (ya alguien lo ha hecho muy acertadamente y se puede encontrar por google). Sólo voy a retratar la realidad de que - adquirida la maestría para administrar la dichosa pastilla - mi gato y yo supimos desarrollar una armonía simbiótica en el requerido proceso de desparasitado cada 6 meses. Claro que a él nunca le gustó la cosa. Empezaba con maullidos entrecortados y tristes cuando lo ponía panza arriba en mis faldas y anticipaba lo que se venía. Y son maullidos muy particulares, completamente distintos a los que emite cuando está aburrido, tiene hambre, quiere dormir o simplemente necesita imperativamente llamarme la atención. Sabe perfectamente qué tipo de maullido me irrita y cuál es el que me rompe el corazón. Bien, la cosa es que yo hacía tripa corazón (o repetía en voz alta "no te escucho, no te escucho, no te escucho, etc.") empleaba mi costosamente lograda restricción de garras que ni Houdini podría vencer, abría su hociquito con el pulgar e índice izquierdo, dentro iba la pastilla e inmediatamente trababa sus fauces hasta que la tragara. Cuidando siempre de no impedir el paso del aire por su naricita mientras me miraba con ojitos de gato con botas y se debatía como un demonio bajo mi apresamiento mezcla de piernas, brazos y manos. Pasado el tiempo prudencial en que la pastilla debería haber abandonado su boca en dirección al estómago, sus ojos cambiaban a una furibunda y dolida mirada. Se bajaba de mis faldas con elegante desprecio y comenzaba a alejarse, no sin antes girar su cabeza un par de veces para clavarme una mirada de resentimiento y al fin apartarse de mi presencia. No, no le gustaba para nada, pero funcionaba. Él quedaba a salvo de los parásitos internos y yo me recuperaba en poco tiempo de su talento para mostrarse herido y traicionado. Y todo funcionó muy bien por unos años, hasta que él desarrolló su propia técnica para desalentarme de emprender este procedimiento: la habilidad de vomitar a su antojo.

Y así de fácil, desparasitarlo se ha vuelto una tarea imposible. Pastilla que ingresa a su estómago, pastilla que es vomitada en menos de 5 minutos desde su administración. Tuve que tomar un segundo trabajo para poder pagar las innumerables cajitas - de tan solo 4 pastillas ¬¬ - de desparasitante que utilicé en mis mil intentos fallidos. Una vez convencida de que el método tradicional no nos llevaría a ningún lado, comencé a probar con las técnicas de camuflado. Moler la pastilla en leche, yogur, mayonesa, dulce de leche, pollo desmenuzado o atún. Todos alimentos a los que le es completamente imposible resistirse... Siempre y cuando no tengan una pastilla molida en medio, claro está. Es impresionante la facilidad con la que se aleja de un plato repleto de atún fresco cuando le he molido una pastillita dentro, en tanto desespera y salta por todos los rincones de la cocina en el instante que oye el ruido de un abrelatas. Ilusamente intenté probar nuevamente con la solución en gotero para cachorros, pero sus 7kg requieren el vaciado de 7 goteros completos. Algo imposible de llevar a cabo sin contar con el desparramo de pasta y espuma cuasi rabiosa por todo el cuerpo y la casa. Pasé entonces a diluir la pastilla en la menor cantidad de agua posible y tratar de vaciarla en su boca con una pequeña jeringa. Vertiendo un 80% del líquido en mi ropa y un 20% en su cabeza y pelaje, logrando - quizás - que tragara aunque sea un 10% en alguna que otra ocasión.

Finalmente me di por vencida. Frustrada, en quiebra y agotada le terminé imprecando que si su deseo era que se lo comieran los gusanos desde adentro por mí estaba bien. Y hubiera mantenido mi postura si no hubiera empezado a notar que vomitaba con frecuencia su comida. Primero pensé que su estómago se había revelado por fin a tantos años de bloquecitos dietéticos y aburridos. Después culpé a las bolas de pelo que nunca expulsa y finalmente me desesperé pensando en un alien en su pancita. Después de recorrer cielo y tierra logré dar con un desparasitante externo. Carísimo. En pipeta para poner sobre su nuca. Carísimo. Y santo remedio. Pero siguió vomitando. Tuve que recorrer media ciudad para conseguir otro desparasitante del tipo (y también era carísimo!). Y siguió vomitando. Lo llevé desesperadamente al veterinario, que no le encontró nada de malo y simplemente aconsejó cambiar la alimentación. Lo hice. Y siguió vomitando. Recién entonces, me dispuse a prestar mayor atención al suceso para contar las veces que ocurría y empecé a encontrar patrones.

El primer vómito gatuno que contabilicé se dio poco después de haber estado haciéndole algunos arrumacos al son de "Mi gatito rechoncho precioso. Mi ballenita llena de pelo. Mi Garfield negro y blanco. Mi pelotita adorable". Mientras limpiaba como podía la alfombra, me puse a pensar si le había dado leche, atún o algún otro alimento fuera de su porquería balanceada. Quizás había lamido un plato con aceite, o había estado otra vez hurgando la basura por unos huesos de pollo (porque además de bulímico es ciruja el guacho, ni que no estuviera bien alimentado). El segundo, una semana después, se dio mientras le contaba a alguien el tortazo que se había dado el bicho al querer treparse al marco de la puerta del dormitorio (actividad que efectuaba frecuentemente de cachorro y fue abandonando conforme la edad y su peso aumentaban). En su momento no me di cuenta, pero hoy juraría que el vómito salió en el instante que vocalizaba, entre risas, "si con esa panza que le cuelga no puede ni subirse a la mesa". El tercero vino a fin de ese mes, mientras le estaba haciendo mimos en la panza y un amigo comentó que le asombraba el tamaño que tenía para ser un siamés... Y así se sucedieron los casos, sin que pudiera encontrar el patrón al principio, pero con confirmación irrefutable al final. Hoy con solo mirarlo y decirle "gordo chancho" se manda un vomitito. Claro que también me vomita en el teclado cuando me paso mucho tiempo en la PC y sin darle bola, o arriba de las sábanas cuando se quiere ir a dormir y lo hago esperar más allá de las 4 de la mañana. Pero esos son solo los beneficios colaterales que le ha encontrado a su enfermedad, habiéndome acostumbrado yo a sus mañas.

Actualmente lo tenemos en terapia. Se ha prohibido el uso de palabras tales como gordo, rechoncho, carnoso, grasoso, rollo, fofo, obeso, grueso, salvavidas, sobrantes, flojedades, excesos, panzón, globo, chancho, ballena, vaca y bestia en mi casa. Una vez a la semana lo siento en mis piernas frente a la PC y vemos juntos fotos de lolcats gordos y grandotes. Él saca pecho con orgullo mientras paso las imágenes y si alguna vez gira su cabeza y refriega su frente en mi pecho con cierta vergüenza, lo calmo con mimos y la aseveración “vos sos un hilo de coser al lado de esos gatos”. También le decimos muchas veces "pero que gato flaco y esbelto" mientras come y por las noches le leo libros de autoayuda hasta que se duerme. Aunque aún se manda alguna vomitada gratuita de cuando en cuando, la frecuencia ha disminuido notablemente.

Aún es imposible desparasitarlo sin la pipeta para ricos y famosos, pero por el bien de mi bolsillo, tengo que intentarlo.





Haciendo las abdominales matutinasDespués de la segunda abdominal

viernes, noviembre 27, 2009

Medio pelo

Dicen que el dolor te quita el miedo a equivocarte, tanto en sucesos grandes como pequeños. Yo agregaría que el enojo es mejor para eso. Aunque, claro, mi psicólogo diría que la ira no es más que dolor encubierto. Como fuera, funcionó por un tiempo. Abrí la puerta hecha una fiera, crucé el umbral que me mantenía a salvo de la terrorífica incertidumbre, me enzarcé en una batalla contra demonios y sombras a diestra y siniestra y cuando pasó el embate me encontré con un camino despejado y un sol deslumbrante. Obviamente, me entusiasmé… De más. Lo que me lleva a pensar que quizás no fue el miedo al error lo que se perdió en el huracán de furia, sino la capacidad de discernir y pensar por completo.

No considero que me haya equivocado, si lo pensé en varios momentos mientras movía torpe y violentamente mi espada en desesperado intento de salir del túnel, pero pasado el tortuoso trecho de la costumbre esa sensación fue muriendo de a poco. No, no me equivoqué al tomar la decisión de abandonar el refugio, pero me estoy equivocando ahora que tengo muchas más decisiones que tomar. Son muchos los caminos que se abren cuando uno está a la intemperie y todos se ven fascinantes cuando se estuvo tanto tiempo sentado. Especialmente si se observan sin miedo, o sin conciencia, gracias a los remanentes de un enojo que no fue aplacado del todo. Sumado a la ansiedad y el entusiasmo, el recorrido de nuevos senderos puede ser caricaturesco (por no decir catastrófico, que sería demasiado fatalista). Uno se manda a escalar montañas sin picos ni sogas, a cruzar desiertos sin agua, a atravesar cuevas sin linterna o nadar por arrecifes sin sandalias. Y todas las delicias se vuelven polvo en la boca. Lo grandioso se hace pequeño y nuestra postura de gran héroe se deforma en un guerrero mediocre. Ante el desencanto muere el enojo y sin la bronca vuelve el miedo. Nos abraza de nuevo, pero esta vez del otro lado. Susurra con inquina al oído mientras rodeamos las piernas con los brazos al pie de un árbol en medio de la noche y echa luz sobre cada riesgo y cada defecto de nuestra armadura. Nos vemos libres pero sin alas, nuevos pero revestidos de harapos, capaces pero sin medios, fuertes pero sin armas. Y nos damos cuenta que de "grosos" no tenemos nada.

La trabajadora avasallante en realidad tiembla mientras trata de imponerse, la mujer fatal se siente un bicho feo mientras intenta parecer inalcanzable, la seductora añora un simple abrazo y un oído mientras mata las ilusiones con las conquistas rápidas, la amiga fuerte y superada combate las lágrimas con el esfuerzo supremo de mantener la sonrisa y la voz firme. Demasiados caminos nuevos para tan poca experiencia, demasiadas experiencias para tan poco camino. Y no queda otra alternativa que volver al comienzo, desandar los pasos hasta la boca del túnel y empezar de nuevo. Más despacio, más medido y con más cuidado. Tratando de encontrar la forma de que todo lo vivido sirva de algo. Esperando hallar una ruta que no se parezca demasiado a los viejos senderos transitados, pero que no sea tan distinta como para que todo lo aprendido haya sido en vano.

domingo, noviembre 22, 2009

Más fácil

No me mires a los ojos, no busques más allá de los abismos de mis iris. No me preguntes sobre dudas relevantes, no quieras descubrir la cuna de mis emociones.

No enciendas antorchas por mis pasadizos, no indagues en mis infinitos recovecos. No tientes mi piedad ni incites mi compasión.

No navegues mis sueños, no investigues mis aspiraciones. No consultes mis miedos ni levantes el velo que cubre mis ilusiones.

No me conozcas, no vayas más allá del simple espejismo del cuerpo y la risa complaciente. No me explores, que tus pies no traspongan esa puerta que desciende a mundos inciertos.

Conformate con una mirada libre de intenciones, con la voz grácil de palabras sin pensamientos. Con una caricia ausente y automática, con una réplica básica de una apariencia amena y lejana.

Sólo así evitarás espantarte o encantarte, huir o interesarte. Te cuidarás de un ahogo acuciante o el riesgo de cadenas deslumbrantes. Así guardarás tu rutina intacta, a salvo de sobresaltos; tus planes seguros sin peligro de tener que modificarlos.

Así no podré salvarte ni desilusionarte, protegerte ni lastimarte. Así conservaremos la serenidad de lo inalterable, la paz de la superficie espejada de un estanque agradable sin fantasías ni llamados, sin vacíos ni heraldos. Sin triunfos ni fracasos.

martes, noviembre 10, 2009

Marina

Tiene ese no sé qué, el mar, que me obliga a sincerarme. No a la fuerza ni contra mi voluntad, más bien como un hechizo infalible. Un embrujo que sin dilación ni esfuerzo abre las compuertas del alma, dejando que toda mi esencia se derrame, que todo mi espíritu contenido desborde como una represa liberada. Todo lo que ocultaba, todo lo que negaba, se presenta certero y cristalino en el horizonte sereno e infinito. Todas mis máscaras, todas mis excusas y mentiras se diluyen al primer contacto con el viento de aromas de sal, arena y aguas profundas. Y no me altera, no me asusta ni me abruma. Me devuelve a mi centro, a mi cuna, mientras que las lágrimas que lavan mi rostro más que doler, sanan. Sanan las historias mal contadas, las llagas mal lavadas, las heridas ignoradas. En el lugar del caos, en el espacio que ocupaban mis mezquinas maquinaciones lógicas sin cimientos, sólo queda paz y esperanza. Y una promesa; la promesa que nace del aprendizaje, de la lección asimilada.


Mientras las horas pasan sin tiempo, sin que las note ni las cuente, mi universo interior se regenera frente a las aguas. Mientras mi mente calla, hipnotizada por las espumeantes crestas, mi verdadero yo habla. Y lo escucho y lo entiendo y le agradezco. Me regenero y aprendo. Sin moverme, sin pensar, sin esfuerzo. Me fortalezco y puedo empezar de nuevo. Con una sonrisa, con ánimo y empeño.


Tiene ese no sé qué, el mar, que hace hablar a mi corazón y le da alas a mi alma. Tiene ese algo, que con solo suspirar, le devuelve la vida y la verdad a mi mirada.

Reencuentro

La mejor manera de reconciliarse con la soledad, es llevarla a contemplar el mar.


lunes, octubre 26, 2009

Guarnición musical

Heaven Tells no Lies (Helloween)
I could go a step ahead and try
Harder than before but I'd deny
Always when I try a step
Something's gonna hold me back
Back to where I started
I just bump my head instead
Better leave me here all on my own
Better leave me or become my clone
Everyone who grabbed my hand
Fell into the same wasteland
Don't try to convince me with your optimistic smile

I'd need a shotgun in my dreams tonight
To terminate my rotten side
Just need one shot into the center of my hate
To light the darkness and run free
From that old spell

I don't know if hell or paradise
Belong together or if Heaven tells no lies
You role the dice
You know the price is higher than you can afford
Beware of what you might see
Can you trust your blinded eyes?
I don't know if Heaven tells no lies

Black is white and colours turn to grey
What was close is drifting far away
Just now right's already wrong
What turns weak was never strong
Can I kill the demon without blowing out my mind?

I'd need a shotgun in my dreams tonight
To terminate my rotten side
Just need one shot into the center of my hate
To light the darkness and run free
From that old spell

I don't know if hell or paradise
Belong together or if Heaven tells no lies
You role the dice
You know the price is higher than you can afford
Beware of what you might see
Can you trust your blinded eyes?
I don't know if Heaven tells no lies

I will return
You have to burn
Abide my vision, you no longer keep me bound
I will be back
I will attack
In my religion I will make your hell hound drown



PD: El pibe que jugó esta canción es un groso, voy a ver de conseguirla para mi FoF y humillarme hasta el hartazgo

Traducción
Podría adelantarme un paso e intentar
con más fuerza que antes pero estaría negando
que siempre que intente dar un paso
algo va a retenerme y devolverme al comienzo
haciendo que me golpee la cabeza.

Es mejor que me dejes aquí solo.
Es mejor que me dejes o te convertirás en mi clon.
Todos los que tomaron mi mano
cayeron en la misma devastación
No trates de convencerme con tu sonrisa optimista.

Necesitaría una escopeta en mis sueños esta noche
para eliminar mi lado podrido.
Solo necesito un tiro en el centro de mi odio
Para encender la oscuridad y liberarme de ese antiguo hechizo.

No sé si el infierno o el paraíso pertencen juntos.
No sé si el Cielo no dice mentiras.
Tiras los dados y sabes que el precio
es más alto de lo que puedes pagar.
Cuidado con lo que puedas ver,
puedes confiar en tus ojos cegados?
No sé si el Cielo no dice mentiras.

Negro es blanco y los colores se tornan grises.
Lo que estaba cerca se aleja a la deriva.
Ahora lo correcto ya es erróneo
lo que se debilita nunca fue fuerte.
Puedo matar al demonio sin volarme la cabeza?

Necesito una escopeta en mis sueños esta noche
para eliminar mi lado podrido.
Solo necesito un tiro en el centro de mi odio
Para encender la oscuridad y liberarme de ese antiguo hechizo.

No sé si el infierno o el paraíso pertencen juntos.
No sé si el Cielo no dice mentiras.
Tiras los dados y sabes que el precio
es más alto de lo que puedes pagar.
Cuidado con lo que puedas ver,
puedes confiar en tus ojos cegados?
No sé si el Cielo no dice mentiras.

Yo regresaré.
Tienes que quemarte.
Acata mi visión, ya no me mantienes atado.
Yo volveré.
Yo atacaré.
Haré que a tu sabueso infernal se ahogue en mi religión.

Políticamente Incorrecto

Otra grieta que se abre en este corazón cansado y viejo, otra esperanza que se queda en el umbral, agonizando un traspaso que jamás llega. Otra angustia que escribe una historia de injusticias y fracasos antojadizos, crueles y tramposos. Un curso intensivo de amarguras para un orgulloso crecimiento, una evolución en la sabiduría, un avance en el espíritu. El dolor enseña, del dolor se aprende, a través del dolor crecemos. ¿¡A quién le importa!? ¿De qué sirve crecer si solo podemos medir lágrimas sobre la regla, qué sentido tiene hacerse sabio si lo único que tenemos para predicar son tristezas y miserias? La superación está sobrevalorada, una excusa deleznable para el caído, un placebo ingenuo para que el humano siga caminando, aún cuando sepa que va desgajándose en el camino. Nos vamos perdiendo, poco a poco, lágrima a lágrima. Perdiendo nuestra identidad, nuestra esencia, nuestra voluntad, nuestros sueños, nuestra niñez e historia. Nos vamos desarmando, desdibujando, volviéndonos cada vez más susceptibles a ser absorbidos por el entorno, el sistema, la sociedad y sus formas. Una sombra más, de las tantas que caminan sin rumbo, un número, una estadística. Tan solo un reflejo difuso de lo que pudimos haber sido, tan solo una utopía de la individualidad y la realización. Por eso, en tantos aspectos, se empuja a que el reconocimiento se logre en la juventud, antes de la experiencia, antes del desgaste. Aprovechar los talentos mientras están frescos y enteros, mientras tienen un alma completa que los soporte. Pues la edad significa tiempo y ese tiempo agrupa un millón de corazones rotos, y quien pasa por todos se pierde para siempre entre la muchedumbre, un espectro más de las aspiraciones humanas que nunca llegaron a puerto. Un náufrago más de promesas de vida que jamás se cumplirán.

Al demonio con el crecimiento, el aprendizaje y la perfección que modela el cincel del dolor. Al infierno con las frases alentadoras, la autoayuda y la religión. A la mierda con los sentimientos, que no hacen otra cosa que estorbar y confundir, demandar y requerir, necesitar y castigar. Bienvenido sea, mi amado intelecto, su dulce capacidad de adaptarse, resignarse, ceder y calcular. Su tierna habilidad de sopesar, elucubrar, esquivar y compensar. Su satisfactoria forma de construir barreras que aíslen el frío, maquinarias que brinden comodidad y confort, proyectos que espanten al vacío.

Te abro la puerta nuevamente, querido raciocinio, vuelve a desterrar la emoción de estas pútridas y manoseadas entrañas que ya no toleran más tortura. Vuelve a cortar las ataduras del sentimiento y sus malditas terminales nerviosas que jamás se cansan de herir. Pinta todo de plata y oro, con tus fórmulas inequívocas, con tu ciencia comprobable. Que si he de ser un autómata de todas formas, prefiero lograrlo con mi propio manual, por mis medios y a mi manera, manteniéndome entera, firme y fuerte. Al menos, tendré forma y consistencia, tendré identidad y conciencia. Al menos, seré distinguible entre el resto de los espectros y no seré llevada por la marea de la inevitabilidad a contenedores de transcursos ilusos y fracasados.


NdeA: Lo expuesto no es más que un exabrupto de ira con licencia poética. Uno de los polos que constituyen nuestra tempestuosa humanidad; el registro de uno de los tantos momentos de debilidad que nos asaltan cuando tenemos las defensas bajas. No voy a arrepentirme de los riesgos asumidos tan rápidamente, pero tampoco quiero negar u ocultar el lado oscuro que existe y existirá mientras el lado luminoso se esfuerza por hacerse camino y prevalecer. A fin de cuentas, mi Cruzada es la de encontrar el equilibrio.

martes, septiembre 29, 2009

Tear Down The Wall

Parece mentira, cómo uno se va ajustando a una rutina y esa rutina va cerrando los caminos y posibilidades de la personalidad. Cómo no son sólo las actividades las que se tornan mecánicas y tediosas, sino también el pensamiento, las ideas y la emoción. Llevados por la corriente y sin poner mayor resistencia permitimos que la identidad se nos apague y ajuste a una cajita minúscula y oscura. Una cajita que cerramos a presión para que no se filtre una sola expectativa disonante, para que no haya riesgos de enloquecer ante la monotonía.

Uno se va quitando deseos, creatividad y añoranzas como si fueran pesos colgantes de una monumental carga sobre la espalda. De manera que sólo nos quede un intelecto preciso y selectivo, risas contadas, emociones catalogadas y esperanzas deformadas en proyectos para acompañar el cronograma del día a día. Nos acostumbramos a quejarnos seguido de lo aburrido y molesto que es mucho de lo que nos rodea porque hemos cercenado las mil percepciones que nos permitirían disfrutar de lo que sea que hagamos, y vociferamos por el retorno de la “libertad”, que no es más que un concepto lejano y difuso que ha perdido real sentido para el espíritu. Pues, una vez que se han negado tantos aspectos que nos hacen por mucho tiempo, los olvidamos por completo. Olvidamos cómo se sienten, qué les compone, qué significan y lo que generan. Sólo nos queda una idea de lo que buscó nuestro espíritu infantil, una tarea sin tildar que debemos completar aunque no podamos recordar cuándo ni por qué la anotamos. ¿Cómo se alcanza la libertad cuando olvidamos lo que implica y significa? ¿Cómo se le permite que nos lleve en volantas cuando su ahora desconocida presencia nos amedrenta, cuando su mero respiro nos aterroriza? Corremos tras una obligación que nos impone el niño interno, el recuerdo de una vida más plena, que tiene ese único rótulo: “Libertad = Felicidad”. Sin darnos cuenta que mientras nos apresuramos torpemente hacia un fantasma, estamos en realidad huyendo de lo mismo que buscamos. Porque lo que nos persigue es un riesgo, una responsabilidad, una incertidumbre.

Y curioso es, que si llegamos a tener el coraje de girarnos, de reconocer el juego absurdo, de afrontar la destrucción que implica cumplir ese objetivo, abrazar esa tarea; nos encontramos completamente desprovistos, desnudos, incapaces, perdidos y vacíos. El adulto se convierte en recién nacido y la reconstrucción conlleva muchas más espinas de las que esperábamos encontrar. Sin embargo, ese terremoto nos trae cosas nuevas, frescas, sorprendentes. Y la satisfacción de poder volver a sorprenderse es inigualable. El poder agonizar un desgarro con la sonrisa de estar sintiendo algo nuevo, distinto. El poder recordar una emoción, idea o sentimiento que se nos había desdibujado. Todas cosas preciosas, increíbles, dulces y emocionantes; que se enfrentan al desarraigo, a la inestabilidad, a la costumbre, a la angustia y al miedo. Esa dualidad constante entre paz y tormento, entre estabilidad y volatilidad que nos lleva a tropezones y no podemos controlar ni negar.

Nos queda la elección, la decisión propia de enfrentar el tumulto o aceptar la languidez. Optar por un dolor preciso y arrebatado o una paulatina y sofocante depresión frente a los polos que equilibran; estabilidad, seguridad y previsión o pasión, sueños y emoción. Apegarnos a las convenciones y fórmulas conocidas o aventurarnos a seguir nuestro propio camino, por oscuro e incierto que sea.

lunes, mayo 25, 2009

Terrena

Sentada junto a la ventana, recibía los últimos rayos del sol sobre su rostro sereno. Aunque se distinguía paz en su semblante ladeado, se adivinaba una profunda desazón tras la cortina turbia que vestía su honda mirada; unos ojos empañados que se clavaban mas allá del vidrio que sellaba el paso de una tormenta decreciente. Buscaban en la distancia. En el atardecer encendido, en las montañas manchadas por nubarrones achaparrados, en las gotas de agua que se demoraban en las espigadas hojas de los altos pinos. Pero no eran esos los destinos finales de su contemplación; sino apenas escalas de su deseo. Sus ojos iban mucho más allá, lejos de los límites tangibles, de las formas y los colores. Traspasaban los planos para encontrarse nuevas maravillas. O, al menos, eso era lo que intentaban. Eso buscaban esos iris desvaídos, las pupilas dilatadas, mientras surcaban una frivolidad inmutable.


“La he perdido. Perdí mi magia” – fue todo lo que pudo expresar en un susurro quebrado. Y sus ojos ya no pudieron ver más que una transparencia corpórea, veteada y deformada por esas lágrimas que lo revelaban todo sin decir nada.


Había nacido como una llama plena de deseos. Una pasión abrasadora por lo intangible y lo extraordinario. Había crecido adorando la armonía, los colores, las formas, los aromas que el mundo invocaba más allá de su corteza. En tal manera y a tal grado, que había aprendido a identificar los quiebres en el tiempo y espacio de la inocua realidad. Quiebres que transportaban su mirada a través de los abismos mundanos, hacia planos paralelos superpuestos. Y se había acostumbrado a llenar sus ojos de extraordinaria belleza y su alma de infinita emoción.

No veía duendes ni cosas imposibles, pero sí veía la verdadera cara del mundo. Cada poro de su piel multicolor, cada surco y curva de sus mil siluetas traslúcidas, cada mutación constante en cada uno de sus respiros. Podía encontrar momentos y lugares únicos. Podía demorar el tiempo para degustarlos. Observar cada partícula en un marcado rayo otoñal que pintaba prodigios en un árbol desvencijado. Cada tonalidad cambiante de un cielo sin fin, el movimiento acompasado de las hojas murmurantes, la danza imperceptible de cada átomo. Podía ver la lluvia en cámara lenta, aspirar los aromas de tierra mojada hasta embriagarse y navegar el mundo sin cadenas, sin filtros, sin pre concepciones. Su cuerpo se estremecía en un éxtasis delicioso y su espíritu cobraba una energía que amenazaba con romper su pecho.


Pero ahora, mientras el atardecer tormentoso se demoraba sobre un paisaje sereno e impactante, sólo existía el vacío. El deseo y el vacío. La añoranza profunda de la ausencia, de la falta. Había visto los colores vibrantes de la naturaleza. Había escuchado la dulce melodía de las tamborileantes gotas de la lluvia, había llenado sus sentidos con el refinado aroma entretejido de la savia de los pinos con tierra húmeda y el viento de montaña. Y había observado por horas cómo el día menguaba y el cielo se quebraba entre jirones de nubes perezosas y anaranjados trazos antojadizos. Lo había visto y percibido todo, pero los vellos de su piel no se habían erizado, su cuerpo no se había estremecido, su pecho no presentaba presión alguna; todo era normal, terrenal, quedo y desprovisto. No había podido detener el tiempo ni ver los detalles ni unir los planos. No había podido salir del mundo para ver el mundo, y todo aquello que amaba profundamente no era más que un bonito despliegue que le daba cierta paz, pero carecía del tinte de lo extraordinario.

Había aprendido a ser parte del mundo. Había aprendido a replegar sus alas, a usar sus pies y a ver con sus ojos y tocar con sus manos. Se había vuelto mortal, había perdido su magia; se había adaptado.

Lloró en el profundo silencio que la abrigaba sin sentirse acariciada por la mullida ausencia de sonidos. Ni las lágrimas sinceras pudieron darle acceso a su yo más pleno. Ni la pena era tan grande o real como hubiera querido. Una muerte superficial en su perecedera conciencia, un dolor tolerable en su elaborada racionalidad. Su lógica era más grande y poderosa que sus sentimientos; era enorme el conocimiento de la agonía que debía resultar de la revelación, pero medido el nudo en su garganta y contadas sus lágrimas. La lógica tenía más emotividad que su emoción misma y esa terrible ironía le musitaba que ya no era etérea. Se había acostumbrado demasiado a lo tangible para concebir algo inmaterial y, de todo lo que existe más allá de la conciencia, sólo quedó la noción de una maravilla prohibida, ahora, para ella.

sábado, abril 18, 2009

Causa y efecto

Causa y efecto, ¿quién es el verdadero responsable?

¿Puede encontrarse un solo nodo de consecuencias o es que todo está hilado – intencionalmente o no – en cada componente que se interrelaciona, haciéndonos apenas un instrumento más en el destino de cada ser que nos rodea y nosotros mismos?

Me gusta pensar que somos el arquitecto de nuestro propio destino, pero no puedo hacer ojos ciegos al hecho de que no controlamos los eventos que hemos de enfrentar. Sólo podemos decidir qué hacer con ellos. Y aunque logremos dominar el arte de ejecutar la acción más adecuada ante cada evento inesperado, no dejaría de ser un efecto y consecuencia no planeado. Un elemento más que se agrega a nuestro camino, una forma no prevista que nos afecta de una u otra manera y que está fuera de el control que nos gustaría ejercer sobre nuestra propia vida.

Dado un obstáculo en mi camino puedo optar por sortearlo, ignorarlo, enfrentarlo, resolverlo, retroceder, detenerme. No importa realmente cuál es la mejor opción. Hay una idéntica realidad tras el posible resultado que acarree cualquier elección de acción: un nuevo hecho, un elemento no planeado que nos afecta y moldea en una forma que no habíamos considerado. Esta divergencia puede ser más o menos beneficiosa, dependiendo de la destreza que tengamos en confrontar problemas. Pero siempre será una divergencia, siempre añadirá un cambio en nuestros planes, en nuestros conceptos, en nuestra persona.

¿Tiene algún sentido, entonces, buscar un responsable?. Aquel, éste, nosotros, ellos. Es como querer identificar qué cuerpo de agua fue el mayor responsable en la precipitación que moja nuestras ropas mientras nos apuramos a casa por la calle. Necesitamos un responsable, como seres humanos, para descomprimir el peso de nuestra conciencia. Pero no es más que un placebo a la ansiedad, pues ningún culpable definido ha de cambiar la nueva realidad en nuestras manos. Esa realidad que no deja de mutar aunque prefiramos ignorar este hecho inevitable.

Estar a la altura de las circunstancias. Qué concepto estúpido, pienso, a la vez que se me hace un nudo en la garganta. Es un fin fútil, infructuoso, lo sé. Puedo racionalizarlo, rotularlo y archivarlo en la perfecta estructura del pensamiento. Pero no puedo controlar mi necesidad de satisfacerlo. No puedo dominar el vacío en el estómago, la puntada en la cabeza, la lágrima no intencionada que se desliza silente por mi rostro. La sensación de fracaso, la ira del cansancio y concepto de injusticia conociendo todo el esfuerzo derrochado en evitar la situación. Hice todo lo posible con los elementos que contaba, siempre. Lo sé. Tengo la certeza absoluta que ha sido así. Pero eso no quita el hecho de haber fracasado. Eso no ahuyenta el fantasma de tener que lograr la trascendencia, aún cuando entienda que no es algo que pueda decidir individualmente por completo. De nada me sirve el conocimiento, porque no puedo desprenderme de la irracionalidad de la necesidad de superarme. De ascender por sobre todo lo que debió ser diferente. De la envidia ante una realidad que pudo ser más dócil; una realidad que se muestra posible en otros rostros, en otras manos. Que parece burlarse de sus arbitrarias elecciones para conmigo. Una realidad que no es responsabilidad de nadie y de todos al mismo tiempo. Una responsabilidad que no constituye ninguna solución ni diferencia. Una conclusión que de nada sirve para calmar mi añoranza de salirme del ciclo, mi anhelo de que los eventos enfrentados no me alteren, no me formen, no me condicionen.

El afán de ser especial, no es otra cosa que una enorme necesidad de sentirme normal. Equilibrada. A la altura de las circunstancias. Una absurda contradicción que no tiene respuesta en la conciencia. Sólo tiene influencia en una respuesta física involuntaria; una lágrima, un nudo en la garganta, un vacío en el estómago. Un malestar en resumen, que se convierte en otro evento más, otra alteración, otro desequilibrio. Para empezar nuevamente el ciclo enlazado de victorias y fracasos que van perdiendo sentido. Sin responsables y sin cúspides. Una meta elusiva que sigue borroneándose en el espejismo distante de su intangibilidad.

Causa y efecto. Obstáculos y elecciones de cómo manejarlos. Eso es todo lo que hay, todo lo que podemos hacer. Optar por la mejor mano que se pueda sacar con las cartas que nos son dadas. Evitando en lo posible añorar la escalera real, conformándonos con ganar la mano, aunque sea, con un mísero par doble. Metas simples, y la resignación de que incluso esas puedan perderse en el camino. Equilibrar la sensación de pérdida con un nuevo objetivo a corto plazo bajo la manga. Quizás sea la única respuesta, la única elección sana. Aunque sepa a conformismo en la garganta, aunque retuerza las entrañas con un dejo a mediocridad. Quizás esos tonos amargos no sean más que un poco de sabiduría mundana. Quizás la trascendencia sea una paradoja para un cuerpo que existe y se desarrollo en lo finito, en lo tangible, en lo humano. Quizás la espiritualidad que tanto nos eleva sea la quimera que nos hunde ante la inevitabilidad de la razón y la realidad.

jueves, febrero 12, 2009

Namárië

Preparo una taza de café a pesar del calor. Su aroma seductor es un buen aliciente a todas las cosas difíciles. Tiene algo de sosegador, de dulce y pacífico; por contradictorio que sea con la cafeína. Quizás tiene que ver con antiguas mañanas luminosas, prometedoras y despreocupadas que estiraban su pereza en una complacencia perdida. Amaneceres apacibles que ganaban su impulso al día a través de esa taza que traían las manos firmes y tersas de una madre menos abatida. Permito que la humeante fragancia me dé el temple que necesito para hacer esto, que tiene mucho que ver con los recuerdos.

Respiro hondo, tomo coraje y el tiempo necesario para equilibrar el peso de la conciencia y la emoción, pues ya no puedo darme el lujo de ceder. Levanto mi cabeza parsimoniosamente y me atrevo, después de tanto tiempo, a mirar fijo a los ojos. Me instigo fortaleza mientras empiezo a hundirme en el remolino de ilusiones que me enfrenta con nociva inocencia y, finalmente, le doy voz a mi voluntad…

Ya no más. Ya basta. Fue suficiente. El recorrido acaba aquí, hoy, ahora. Al menos ese que elegimos transitar en conjunto, el que rotulamos de simbiosis y sanación, el que se ha convertido en succión y veneno. Tengo el alma quebrada por el peso de tu demanda y a duras penas evito que mi mente colapse mientras intenta abastecer infinitamente tu necesidad. No existe saciedad para la sed que te domina y ni siquiera obtengo beneficios de lo que satisface tu noble vendetta. Ya no puedo pretender que somos iguales. Aunque duela, aunque me cueste reconocerlo. Ha pasado demasiado tiempo, más del que debería haber permitido, y estoy demasiado vieja para extirparle conciencia a la mentira. Y tu entrañable existencia ha abusado en exceso del tiempo extra que le fue concedido como justa retribución de sus penurias.

Perdón mi pequeña, mis más sinceras y sentidas disculpas, pero ya no puedo ser tu justiciera. Es hora de que partas, de que aceptes la parte que te tocó jugar por siniestra que la creas y dejes de invadir mis turnos en espera de una reivindicación que has convertido en quimera. No puedo seguir ejerciendo la expiación de tus desagravios, ya los he redimido incontables veces pero tu fantasmal angustia no puede asimilarlo. He secado cada una de todas las lágrimas que has derramado aunque te parezca que siguen manando.

Quiero construir mis propias sonrisas ahora, que son mucho menos pretenciosas que las tuyas. Es cierto, no se sentirán tan magníficas como ver tu carita triunfante, iluminada en rozagantes mejillas de satisfacción. Pero no tendrán el desgaste de esfumarse en lo cíclico de tu breve historia para devolverte a mis brazos con las alas rotas en un suspiro. Quiero tener mis propios fracasos, que para mí son tan válidos como las sonrisas. Quiero la paz de tener derecho a cometer errores, la serenidad de poder decir tonterías, la libertad de no evitar conflictos. Todas esas cosas que te aterran y te llevan a aferrarme con punzantes y heladas garras de desesperación para inmovilizarme, para mi no son tan terribles y sí indispensables. Por eso necesito que te vayas, que me sueltes, que me dejes. Voy a extrañar tu dulzura, tu bondad, tus sueños mágicos, tu gentil caricia, tu altruismo y tu ternura. Pero prefiero llevarte en mi melancolía que seguir cediendo en este camino hacia la ruina.

Es hora de que ejerzas tu propia redención con el coraje de asumir tu puesto secundario. También a mí me tocará un día ceder el cetro a una nueva participante de esta vida, que probablemente tampoco tenga el honor de ser quien la culmine. Y entonces volveremos a encontrarnos, como iguales esta vez: dos hebras de pasado que esperan en contemplación inactiva que otro termine el entramado. Porque recién entonces, recién cuando todas las partes sean una nuevamente, te sentirás verdaderamente redimida y todo tendrá sentido.

Sé fuerte, sé valiente y acepta esta despedida. En algún lado te esperan caballos alados para abrigarte mientras los grandes terminamos la partida. No me odies, no me olvides; aunque ahora me aleje y abandone tu faena, siempre voy a quererte, siempre voy a recordarte.
Hasta siempre mi alada pequeñita, es hora de crecer.

miércoles, febrero 11, 2009

Dedicatoria

Replica (Sonata Arctica)

I'm home again, I won the war, and now I am behind your door.
I tried so hard to obey the law, and see the meaning of it all.
Remember me? Before the war. I'm the man who lived next door.
Long ago...

As you can see, when you look at me, I'm pieces of what I used to be.
It's easier if you don't see me standing on my own two feet.
I'm taller when I sit here still, you ask are all my dreams fulfilled.
They made me a heart of steal, the kind them bullets cannot see

Nothing's what it seems to be, I'm a replica, I'm a replica
Empty shell inside of me.
I'm not myself, I'm a replica of me...

The light is green, my slate is clean, new life to fill the hole in me.
I had no name, last December, Christmas Eve I can't remember.
I was in a constant pain, I saw your shadow in the rain.
I painted all your pigeons red, I wish I had stayed home instead

Nothing's what it seems to be, I'm a replica, I'm a replica
Empty shell inside of me.
I'm not myself, I'm a replica of me...

Are you gonna leave me now, when it is all over
Are you gonna leave me, is my world now over...

Raising from the place I've been, and trying to keep my home base clean.
Now I'm here and won't go back believe.

I fall asleep and dream a dream,
I'm floating in a silent scream.
No-one placing blame on me, but nothing's what it seems to be, yeah.

Nothing's what it seems to be, I'm a replica, I'm a replica
Empty shell inside of me.
I'm not myself, I'm a replica of me...




Traducción

He vuelto a casa, gané la guerra y ahora estoy detrás de tu puerta.
Traté tanto de obedecer la ley y ver el significado de todo esto.
¿Me recuerdas? Antes de la guerra. Soy el hombre que vivió al lado
Hace mucho tiempo...

Como puedes ver, con solo mirarme soy fragmentos de lo que solía ser.
Es más fácil si no me ves parado sobre mis propios pies.
Estoy más alto cuando me siento aquí
y todavía preguntas si he alcanzado todos mis sueños.
Me dieron un corazón de acero del tipo que las balas no pueden ver.

Nada es lo que parece ser, soy una réplica, soy una réplica.
Un caparazón vacío dentro mío.
No soy yo mismo, soy una réplica de mí...

La luz está en verde, mi historial limpio, una nueva vida para llenar el hueco en mí.
No tenía nombre, el último Diciembre, ni siquiera puedo recordar la navidad.
Estaba en constante agonía, vi tu sombra en la lluvia.
Pinté todas tus palomas de rojo.
Ojalá, en cambio, me hubiera quedado en casa.

Nada es lo que parece ser, soy una réplica, soy una réplica.
Un caparazón vacío dentro mío.
No soy yo mismo, soy una réplica de mí...

Vas a dejarme ahora, cuando todo ha terminado?
Vas a dejarme, está mi mundo acabado?

Resurgiendo del lugar en que estuve y tratando de mantener mi base limpia
Ahora estoy aquí y no volveré, créelo

Me duermo y sueño un sueño
Estoy flotando en un grito silencioso
Nadie esta culpándome, pero nada es lo que parece ser.

Nada es lo que parece ser, soy una réplica, soy una réplica.
Un caparazón vacío dentro mío
No soy yo mismo, soy una réplica de mí...

viernes, enero 30, 2009

Adentro

No está bueno soñar con afectos del pasado, no cuando se presentan nítidos y coherentes.

El mundo onírico los desprende de la liviandad que les da el mero recuerdo en su volatilidad, los constituye de una sustancia férrea, presente e imborrable, incluso más fuerte de lo que supo ser su verdadera entidad.

No, no es un buen sueño, te anula el día. Te convierte en una sombra reptante de evocaciones y “What If…”s. Te vuelve transparente y frágil, ausente y extraviada, ajena y débil.

Un día completo perdido por un solo descanso, ese único momento de descontrol mental.

De todas las mañanas vacías e informes, en que ignoro si he soñado o si he muerto;
De las pocas que acarrean fragmentos difusos y vagos de una fugaz consciencia del letargo;
De todas ellas, insignificantes y desprovistas, la única al año que sabe despertarme con la poco común claridad y capacidad de recordarlo todo, en detalle y completo, tuvo que ser ésta, justo ésta.

Nos afanamos en la vigilia, buscando el control, combatiendo el miedo intentando descifrar la oscuridad y lo incierto, pero más debiera acobardarnos lo que traerá esta noche el indomable caos de nuestros propios sueños.

viernes, enero 16, 2009

La Devorada

Arha. Ese es el nombre que Ursula K. Le Guin puso a un personaje de Las Tumbas de Atuan en Cuentos de Terramar. Un personaje que aún resuena en mis tímpanos aunque no tenga una voz real, que veo en la carne aunque no tenga una apariencia cierta en la existencia. Un espejo. Un reflejo al que me enfrenté con inocencia, con inconsciencia, con ignorancia. Caminé de su mano a través de las hojas, completamente indiferente a la mímica que representaba, ingenua ante la verdad frontal que me gritaba. Hasta que llegué a un corto párrafo, tan solo 5 líneas con palabras simples y nada realmente revelador, que me atravesaron de lado a lado, dejándome un momento sin aliento. Y luego, el huracán.

"Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extraña y abrumadora para el espíritu que ha de llevarla. No es cómoda. No es un regalo que se recibe, sino una elección que se hace, y la elección puede ser difícil. El camino asciende hacia la luz; pero el viajero que soporta la carga acaso no llegue jamás a la meta."

El velo arrancado sin tregua, sin mayor paisaje para contemplar que los escombros resultantes. El nombre perdido, la voluntad y el deseo devorados por potestades Sin Nombre para prestar servicio al silencio y la inmutabilidad. El paralelismo es sofocante. El espíritu doblegado por el sistema, la identidad manipulada por el marketing social y la esclavitud elegida de lo previsible y libre de cargo al servir al orden establecido. Esa era mi realidad hasta que abrí los ojos, hasta que desperté. La recompensa de encontrar la verdad no es un premio, es una carga, una gesta titánica para la costumbre. Y el miedo, el terror, de actuar en consecuencia es acuciante. La expectativa del camino que asciende escabroso a mis pies, agotadora.

Pero aprieto los dientes y los puños, respiro hondo y dejo que mi pie derecho caiga firme sobre el inicio de la cuesta polvorienta. Espero que la tierra esparcida en el impacto se asiente y vuelvo a respirar hondo mientras muevo lentamente el pie izquierdo y lo dejo colisionar un poco más adelante del derecho. No hay forma rápida de recorrer esta pendiente y seguramente no exista posibilidad alguna de alcanzar alguna vez la cima. Pero acepto el peso que implica elegir, el riesgo de la libertad de decidir sola. Quiero dejar de huir, cueste lo que cueste afrontar mis errores, defectos y cobardía. Quiero recuperar mi nombre, mis convicciones, mi verdad.