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sábado, abril 18, 2009

Causa y efecto

Causa y efecto, ¿quién es el verdadero responsable?

¿Puede encontrarse un solo nodo de consecuencias o es que todo está hilado – intencionalmente o no – en cada componente que se interrelaciona, haciéndonos apenas un instrumento más en el destino de cada ser que nos rodea y nosotros mismos?

Me gusta pensar que somos el arquitecto de nuestro propio destino, pero no puedo hacer ojos ciegos al hecho de que no controlamos los eventos que hemos de enfrentar. Sólo podemos decidir qué hacer con ellos. Y aunque logremos dominar el arte de ejecutar la acción más adecuada ante cada evento inesperado, no dejaría de ser un efecto y consecuencia no planeado. Un elemento más que se agrega a nuestro camino, una forma no prevista que nos afecta de una u otra manera y que está fuera de el control que nos gustaría ejercer sobre nuestra propia vida.

Dado un obstáculo en mi camino puedo optar por sortearlo, ignorarlo, enfrentarlo, resolverlo, retroceder, detenerme. No importa realmente cuál es la mejor opción. Hay una idéntica realidad tras el posible resultado que acarree cualquier elección de acción: un nuevo hecho, un elemento no planeado que nos afecta y moldea en una forma que no habíamos considerado. Esta divergencia puede ser más o menos beneficiosa, dependiendo de la destreza que tengamos en confrontar problemas. Pero siempre será una divergencia, siempre añadirá un cambio en nuestros planes, en nuestros conceptos, en nuestra persona.

¿Tiene algún sentido, entonces, buscar un responsable?. Aquel, éste, nosotros, ellos. Es como querer identificar qué cuerpo de agua fue el mayor responsable en la precipitación que moja nuestras ropas mientras nos apuramos a casa por la calle. Necesitamos un responsable, como seres humanos, para descomprimir el peso de nuestra conciencia. Pero no es más que un placebo a la ansiedad, pues ningún culpable definido ha de cambiar la nueva realidad en nuestras manos. Esa realidad que no deja de mutar aunque prefiramos ignorar este hecho inevitable.

Estar a la altura de las circunstancias. Qué concepto estúpido, pienso, a la vez que se me hace un nudo en la garganta. Es un fin fútil, infructuoso, lo sé. Puedo racionalizarlo, rotularlo y archivarlo en la perfecta estructura del pensamiento. Pero no puedo controlar mi necesidad de satisfacerlo. No puedo dominar el vacío en el estómago, la puntada en la cabeza, la lágrima no intencionada que se desliza silente por mi rostro. La sensación de fracaso, la ira del cansancio y concepto de injusticia conociendo todo el esfuerzo derrochado en evitar la situación. Hice todo lo posible con los elementos que contaba, siempre. Lo sé. Tengo la certeza absoluta que ha sido así. Pero eso no quita el hecho de haber fracasado. Eso no ahuyenta el fantasma de tener que lograr la trascendencia, aún cuando entienda que no es algo que pueda decidir individualmente por completo. De nada me sirve el conocimiento, porque no puedo desprenderme de la irracionalidad de la necesidad de superarme. De ascender por sobre todo lo que debió ser diferente. De la envidia ante una realidad que pudo ser más dócil; una realidad que se muestra posible en otros rostros, en otras manos. Que parece burlarse de sus arbitrarias elecciones para conmigo. Una realidad que no es responsabilidad de nadie y de todos al mismo tiempo. Una responsabilidad que no constituye ninguna solución ni diferencia. Una conclusión que de nada sirve para calmar mi añoranza de salirme del ciclo, mi anhelo de que los eventos enfrentados no me alteren, no me formen, no me condicionen.

El afán de ser especial, no es otra cosa que una enorme necesidad de sentirme normal. Equilibrada. A la altura de las circunstancias. Una absurda contradicción que no tiene respuesta en la conciencia. Sólo tiene influencia en una respuesta física involuntaria; una lágrima, un nudo en la garganta, un vacío en el estómago. Un malestar en resumen, que se convierte en otro evento más, otra alteración, otro desequilibrio. Para empezar nuevamente el ciclo enlazado de victorias y fracasos que van perdiendo sentido. Sin responsables y sin cúspides. Una meta elusiva que sigue borroneándose en el espejismo distante de su intangibilidad.

Causa y efecto. Obstáculos y elecciones de cómo manejarlos. Eso es todo lo que hay, todo lo que podemos hacer. Optar por la mejor mano que se pueda sacar con las cartas que nos son dadas. Evitando en lo posible añorar la escalera real, conformándonos con ganar la mano, aunque sea, con un mísero par doble. Metas simples, y la resignación de que incluso esas puedan perderse en el camino. Equilibrar la sensación de pérdida con un nuevo objetivo a corto plazo bajo la manga. Quizás sea la única respuesta, la única elección sana. Aunque sepa a conformismo en la garganta, aunque retuerza las entrañas con un dejo a mediocridad. Quizás esos tonos amargos no sean más que un poco de sabiduría mundana. Quizás la trascendencia sea una paradoja para un cuerpo que existe y se desarrollo en lo finito, en lo tangible, en lo humano. Quizás la espiritualidad que tanto nos eleva sea la quimera que nos hunde ante la inevitabilidad de la razón y la realidad.