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viernes, noviembre 27, 2009

Medio pelo

Dicen que el dolor te quita el miedo a equivocarte, tanto en sucesos grandes como pequeños. Yo agregaría que el enojo es mejor para eso. Aunque, claro, mi psicólogo diría que la ira no es más que dolor encubierto. Como fuera, funcionó por un tiempo. Abrí la puerta hecha una fiera, crucé el umbral que me mantenía a salvo de la terrorífica incertidumbre, me enzarcé en una batalla contra demonios y sombras a diestra y siniestra y cuando pasó el embate me encontré con un camino despejado y un sol deslumbrante. Obviamente, me entusiasmé… De más. Lo que me lleva a pensar que quizás no fue el miedo al error lo que se perdió en el huracán de furia, sino la capacidad de discernir y pensar por completo.

No considero que me haya equivocado, si lo pensé en varios momentos mientras movía torpe y violentamente mi espada en desesperado intento de salir del túnel, pero pasado el tortuoso trecho de la costumbre esa sensación fue muriendo de a poco. No, no me equivoqué al tomar la decisión de abandonar el refugio, pero me estoy equivocando ahora que tengo muchas más decisiones que tomar. Son muchos los caminos que se abren cuando uno está a la intemperie y todos se ven fascinantes cuando se estuvo tanto tiempo sentado. Especialmente si se observan sin miedo, o sin conciencia, gracias a los remanentes de un enojo que no fue aplacado del todo. Sumado a la ansiedad y el entusiasmo, el recorrido de nuevos senderos puede ser caricaturesco (por no decir catastrófico, que sería demasiado fatalista). Uno se manda a escalar montañas sin picos ni sogas, a cruzar desiertos sin agua, a atravesar cuevas sin linterna o nadar por arrecifes sin sandalias. Y todas las delicias se vuelven polvo en la boca. Lo grandioso se hace pequeño y nuestra postura de gran héroe se deforma en un guerrero mediocre. Ante el desencanto muere el enojo y sin la bronca vuelve el miedo. Nos abraza de nuevo, pero esta vez del otro lado. Susurra con inquina al oído mientras rodeamos las piernas con los brazos al pie de un árbol en medio de la noche y echa luz sobre cada riesgo y cada defecto de nuestra armadura. Nos vemos libres pero sin alas, nuevos pero revestidos de harapos, capaces pero sin medios, fuertes pero sin armas. Y nos damos cuenta que de "grosos" no tenemos nada.

La trabajadora avasallante en realidad tiembla mientras trata de imponerse, la mujer fatal se siente un bicho feo mientras intenta parecer inalcanzable, la seductora añora un simple abrazo y un oído mientras mata las ilusiones con las conquistas rápidas, la amiga fuerte y superada combate las lágrimas con el esfuerzo supremo de mantener la sonrisa y la voz firme. Demasiados caminos nuevos para tan poca experiencia, demasiadas experiencias para tan poco camino. Y no queda otra alternativa que volver al comienzo, desandar los pasos hasta la boca del túnel y empezar de nuevo. Más despacio, más medido y con más cuidado. Tratando de encontrar la forma de que todo lo vivido sirva de algo. Esperando hallar una ruta que no se parezca demasiado a los viejos senderos transitados, pero que no sea tan distinta como para que todo lo aprendido haya sido en vano.

domingo, noviembre 22, 2009

Más fácil

No me mires a los ojos, no busques más allá de los abismos de mis iris. No me preguntes sobre dudas relevantes, no quieras descubrir la cuna de mis emociones.

No enciendas antorchas por mis pasadizos, no indagues en mis infinitos recovecos. No tientes mi piedad ni incites mi compasión.

No navegues mis sueños, no investigues mis aspiraciones. No consultes mis miedos ni levantes el velo que cubre mis ilusiones.

No me conozcas, no vayas más allá del simple espejismo del cuerpo y la risa complaciente. No me explores, que tus pies no traspongan esa puerta que desciende a mundos inciertos.

Conformate con una mirada libre de intenciones, con la voz grácil de palabras sin pensamientos. Con una caricia ausente y automática, con una réplica básica de una apariencia amena y lejana.

Sólo así evitarás espantarte o encantarte, huir o interesarte. Te cuidarás de un ahogo acuciante o el riesgo de cadenas deslumbrantes. Así guardarás tu rutina intacta, a salvo de sobresaltos; tus planes seguros sin peligro de tener que modificarlos.

Así no podré salvarte ni desilusionarte, protegerte ni lastimarte. Así conservaremos la serenidad de lo inalterable, la paz de la superficie espejada de un estanque agradable sin fantasías ni llamados, sin vacíos ni heraldos. Sin triunfos ni fracasos.

martes, noviembre 10, 2009

Marina

Tiene ese no sé qué, el mar, que me obliga a sincerarme. No a la fuerza ni contra mi voluntad, más bien como un hechizo infalible. Un embrujo que sin dilación ni esfuerzo abre las compuertas del alma, dejando que toda mi esencia se derrame, que todo mi espíritu contenido desborde como una represa liberada. Todo lo que ocultaba, todo lo que negaba, se presenta certero y cristalino en el horizonte sereno e infinito. Todas mis máscaras, todas mis excusas y mentiras se diluyen al primer contacto con el viento de aromas de sal, arena y aguas profundas. Y no me altera, no me asusta ni me abruma. Me devuelve a mi centro, a mi cuna, mientras que las lágrimas que lavan mi rostro más que doler, sanan. Sanan las historias mal contadas, las llagas mal lavadas, las heridas ignoradas. En el lugar del caos, en el espacio que ocupaban mis mezquinas maquinaciones lógicas sin cimientos, sólo queda paz y esperanza. Y una promesa; la promesa que nace del aprendizaje, de la lección asimilada.


Mientras las horas pasan sin tiempo, sin que las note ni las cuente, mi universo interior se regenera frente a las aguas. Mientras mi mente calla, hipnotizada por las espumeantes crestas, mi verdadero yo habla. Y lo escucho y lo entiendo y le agradezco. Me regenero y aprendo. Sin moverme, sin pensar, sin esfuerzo. Me fortalezco y puedo empezar de nuevo. Con una sonrisa, con ánimo y empeño.


Tiene ese no sé qué, el mar, que hace hablar a mi corazón y le da alas a mi alma. Tiene ese algo, que con solo suspirar, le devuelve la vida y la verdad a mi mirada.

Reencuentro

La mejor manera de reconciliarse con la soledad, es llevarla a contemplar el mar.