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viernes, diciembre 24, 2010

Feliz Navidad

Jazmines; podría decir que eso es la navidad para mí. Y si lo dejara así, sin más, parecería una reducción algo estéril, a menos que el lector se permitiera reemplazarlos con su propia simbología.

En mi casa siempre hubo jazmines para navidad. El primer ramillete aparecía en el pesebre a principios de diciembre y encontraba la manera de extenderse suavemente por toda la casa. Y cada nochebuena alcanzaban el climax de su perfume vistiendo la mesa del comedor y las habitaciones. Por eso, la celebración de cada navidad siempre estuvo envuelta en un aroma sereno y dulce, en un ambiente sosegante y pacífico. Aún en los años de madurez, cuando las pasiones y falencias humanas se filtran en el camino, basta con cerrar los ojos y aspirar profundamente para encontrar cierta paz y recordar el valor de una tregua. Así, sin más, con sólo un perfume particular. Y es que el olfato suele ser uno de los gatillos más poderosos para la memoria. Y la navidad es, primordialmente, una memoria latente que resucitamos cada año, lo deseemos o no.

La primer sensación que se ancla en el recuerdo es la expectativa, una expectativa gigante; de cosas buenas y nuevas, de cosas mágicas y especiales. Una promesa de sueños y recompensas que se convierte en el núcleo de una inocencia que nunca se extingue del todo. Y si hay algo que se vuelve invaluable con el paso del tiempo es la esperanza, la capacidad de – realmente – esperar algo bueno.
Y junto a esa sensación primordial está la emoción de compartir la anticipación y sorpresa con los seres queridos; realización, sonrisas, alegría, agradecimiento y todo aquello que consideramos bueno y puro en el centro de nuestra esencia. Todo eso que se va desgastando con el paso de los años y los sucesos, todo eso que va perdiendo significado y relevancia con el conocimiento y la experiencia. Pero que, sin embargo, queda grabado en la memoria constituyendo un refugio para la desazón y la fatiga, para el dolor y la angustia. Un refugio que se vuelve fuerte y fácilmente accesible cada diciembre de nuestras vidas.

Es así como, para mí, el perfume del jazmín implica esperanza y familia, paz y ternura, tregua y oportunidad, compañía y complicidad, abrigo y descanso… O dicho en una palabra; navidad. Más allá de las religiones o el sistema de comercio, más allá de las ideas o filosofías; es en realidad un concepto personal y arraigado en una memoria pura que se hace símbolo. Un símbolo que sostiene el año vivido y la voluntad de enfrentar uno nuevo porque nos recuerda que las maravillas del mundo residen en nosotros y, por ellas, todo vale la pena.

Que el símbolo que invocan las fiestas sea lo suficientemente fuerte para sofocar la mezquindad de la rutina y nos conecte con lo que verdaderamente importa; la memoria de la inocencia que nos hace y refleja, dándonos la esperanza robusta de entender que todos los años tenemos la oportunidad de sacudirnos la negligencia y empezar de nuevo.

Muy Feliz Navidad.

miércoles, noviembre 24, 2010

Inmune

"Sos una verdadera rareza. No sé qué hacer con vos y tampoco puedo alejarme" decía un joven/adolescente para ganarse un beso mío. Y ni falta le hacía porque yo ya estaba muerta por él. Fue una lejana noche de invierno en un pueblo de Mendoza. No recuerdo la fecha, ni muchas de las cosas que pasaron en aquel entonces, pero no me he olvidado de esa frase.

"Me diste vuelta el bote, sos una dicotomía de mujer" fue lo que dijo el rubio que me enfermó la cabeza por 6 u 8 largos meses a mis 18. Por absurdo que suene fue absolutamente cautivante. Y sirvió de primer plato a la perplejidad que me regalaban sus engaños.

"Me estás enseñando a amar, cuando nunca creí que sería capaz de hacerlo. Y sólo vos tenés ese poder" fue la sentencia de aquel muchacho dark del que me enamoré perdidamente, un mes antes de dejarme. Los años se llevaron las heridas, pero quedaron las palabras.

Y si me acuerdo con nitidez de las frases retorcidas y poco comunes, es porque ya de chica había aprendido a descreer del halago rápido y barato. Las cosas desconcertantes se me hacían más reales, más creíbles. Más cercanas a mi concepto de que la palabra no está para usarse gratis y al pedo. Lo que no implica que un "daría mi vida por vos" de unos ojos bañados en lágrimas que no pudieron sacrificar en lo pequeño no me haya dejado una etiqueta de biohazard titilando en el cerebro.
Normalmente digo que siempre fui desconfiada, pero eso no es cierto. Lo que sucede es que me abalancé a la vida de brazos tan abiertos y entusiastas que tardé muy poco tiempo en aprender a desconfiar. Y ese aprendizaje sólo supo aumentar a dimensiones desproporcionadas con los años. Desconfío profundamente, siempre, de todo; pero me trago un cargamento de vidrio molido para darme la oportunidad de estar equivocada, una y otra vez. Y trato de aprender algo mientras lleno la psiquis de curitas y merthiolate. Pero más que aprender nada me termino curtiendo, y eso no está bueno.

Un "que linda que sos" me hace sonreír y bajar la cabeza en timidez, pero no me la creo ni fumada. Un "me encanta estar con vos" me incita una complacencia dulce pero no tiene más impacto que el gesto del halago. Un "te quiero/amo" me pone en guardia, activa las alarmas y me hace entrecerrar los ojos. Cumplo mi ritual de combatir la desconfianza a fuerza de esencia vital, esperando que esta vez haya algo más que palabras. Porque sé, lamentablemente estoy segura, que ya no hay palabras existentes que puedan convencerme de verdad. Me he vuelto completamente inmune a la expresión verbal o al típico gesto físico. Pueden decirme cosas preciosas, grandilocuentemente románticas, me pueden dorar hasta el paroxismo y mis entrañas no se inmutan. Me gusta escucharlas, por supuesto, y - por momentos - me parece, incluso, que casi despiertan una esperanza. Pero la sensación dura lo que se sostiene el sonido en el aire. Y me niego rotundamente a depender de la repetición.
Me asusta la idea de que ya nada alcance, me angustia pensar que he consumido mi capacidad de asombro demasiado pronto. Me desahucia considerar que la inocencia rompe contra mi entumecimiento haciéndose añicos, sin siquiera poder aspirar un poco de su tierna y noble esencia. Necesito volver a conmoverme, a ilusionarme con una promesa, a entusiasmarme con un cumplido.

Tal vez tal cosa sea posible, la pequeña oportunidad disimulada en la enorme masa de todo lo conocido como una nueva cepa de algo que no pueda combatir. Tal vez el secreto esté en esas lágrimas inesperadas que se despeinaron con dulzura (en el breve tiempo que fueron permitidas) al recibir esa manta cuando sentí frío. Tal vez sugiera que existe todo un universo de pequeñas cosas simples que escapan a lo típico y van haciendo cosquillas a escondidas. Cosquillas imperceptibles pero corrosivas que van ablandando el óxido con paciencia. Agentes que nunca antes enfrenté y ante los cuales no tengo defensa.

Tal vez sí. Tiene que existir algún mecanismo a prueba de fallos bajo el proceso de autodestrucción.

martes, noviembre 09, 2010

Culpa

El despertador suena como un torno puliendo una caries cerebral. Hace semanas que no descanso bien y las mañanas se vuelven tortuosas. La cinta de mi mente patina y patina como un disco rayado en su intento de cubrir todo lo que debe tener en cuenta para los días que se avecinan. Al recurrir al bien amado snooze se activa la sirena interna; que hoy hay que ir al banco, hacer las compras, sacar el turno, vacunar al gato, lavar la ropa, llamar a fulano, verificar la reserva y tanto más porque el 13 está acá nomás y no llegás con los días para todo. El esfuerzo sublime de salir de la cama se lleva toda la energía primordial para las próximas 24hs, empiezo a trabajar y a las 10 salgo como refusilo para no olvidarme del banco y tratar de cubrir por lo menos las compras y las llamadas en el mismo viaje y tiempo.

Empiezo a cruzar la calle con tensión en los tobillos por el ritmo que me impongo, una voz me hace girar. Una viejecita con bastón detrás de mí dice algo. Me detengo y le pido que repita. No sé qué de cómo doblan los autos sin cuidado, y sigue hablando mientras me golpea dos veces la rodilla con su bastón sin querer. Cruzo la calle a su lado con su parsimonioso paso intentando descifrar si hay algo más allá de un comentario casual. Subimos al cordón opuesto y, aunque ella sigue hablando, le regalo una sonrisa de compromiso y un buen día y le pongo primera a mis pies. Antes de que termine la cuadra me freno y me giro por una milésima de segundo. ¿Y si necesitaba ayuda? Desestimo el pensamiento y vuelvo a mi carrera, pero la espina ya se ha hecho carne y empieza a girar. Que la pobre apenas podía sostenerse en pie, que quizás vivía por ahí cerca y no me costaba nada prestarle mi brazo un rato, que tal vez sólo quería tener alguien al lado para sentirse más segura hasta llegar a su casa, que soy una garca, que mis cosas son más obsesión compulsiva que verdaderas prioridades. Llego al banco angustiada y hago los trámites con la cara fruncida, me olvido de darle los buenos días al cajero por estar enredándome en mis pensamientos de la viejita. Salgo del lugar con un nuevo pasajero en la carreta, que el pobre cajero se tuvo que bancar mi cara de culo y monotono apático. La carga ya se siente pesada y la energía del descanso de la noche se sabe insuficiente. Y todavía quedan 14 horas por delante para seguir acumulando culpas, pequeñas, medianas, grandes y de todo color.


Siento culpa de vivir mis días de semana como una carrera contra reloj, recordando que la vida es otra cosa. Me instigo un momento de recapacitación, abro mi bolsita de experiencias y conceptos y empiezo a ordenar las ideas. Decido sentarme a escribirme esto mientras me aguijonea la culpa de estar postergando todas las urgencias que me arrancaron de la cama (y el trabajo). Estoy acostumbrada a esa sensación, pero eso no la hace menos insufrible.


Estoy harta de condenarme por cada cosa que hago o dejo de hacer, encarcelada y castigada por mi propia escala de ética y moral. Nadie me está apuntando un dedo por nada, sin embargo no dejo de sentirme observada, evaluada, juzgada. He mamado las lecciones de la culpa desde la cuna y, de todas las enseñanzas que me ha impartido la vida, ella siempre ha sido la madre superiora que vela todo aprendizaje. Casi podría sentir que es el útero mismo de la vida humana. Y sé que no es un caso personal ni aislado.

Qué es la culpa sino una forma de arrepentimiento, decepción y hasta desprecio por uno mismo. Y andamos con ese concepto en las espaldas en un afán de redención constante. No se puede vivir de esa manera, no es vida; es regurgitación de ansiedad y desesperación. Es claro que aprender a desprenderse de ella permitiría aspirar a una clase de plenitud o libertad, pero qué sería de una sociedad sin culpas, cómo aprenderíamos a elegir sin el golpe bajo que nos hace replantear nuestras acciones o actitud.

Una vez más vuelve esa palabra ominosa a mis elucubraciones: equilibrio. Hacer un balance entre no atosigarse por nimiedades, aprender a perdonarse y hacerse cargo de lo que tiene que quemar para dejar su impronta. Y entonces, quizás, sea más fácil. Sentirse más persona, más vivo y menos condenado para darse cuenta que la vida es mucho más fácil de lo que parece. Pero alcanzar ese equilibrio requiere de mucha sabiduría y hay que ver si tal cosa puede alcanzarse en los cortos años que preceden el lecho final. Después de todo no se puede ser sabio sin experiencia y la experiencia no es plena sin algo de culpa.


Voy a cambiar el turno del dermatólogo por una lobotomía.

jueves, octubre 28, 2010

Serendipias

Todo sucede por una razón.

Siempre lo digo, pero no siempre tengo la fe inamovible para evitarme angustias.

He tenido suficientes accidentes afortunados a lo largo de mi vida como para poder afirmarlo con seguridad. Siempre que algo deseado no se dio o que algo “malo” pasó con una gran expectativa fue en pos de permitir otra situación más favorable a mis necesidades aunque – al momento – no me pareciera así. Tengo muchos ejemplos, todos comprobables. Y aún así, en ciertas ocasiones, no alcanza. Es que, a veces, me enredo en complicadas elucubraciones lógicas tratando de descifrar si el presente fracaso es una serendipia o un error humano; algo que yo dejé de hacer o hice de más que me evitó la victoria. Porque es terriblemente importante para mí no confundir una “voluntad superior” con mi responsabilidad ante mis actos. Y mierda que es jodido hacer esa diferenciación.

Es complicado ser mentalmente ambidiestro. Un 50% racional, un 50% fantasioso: la receta perfecta para el caos. Saber diferenciar entre lo posible y lo imposible. Saber que todo aquello que no sea científicamente comprobable es inexistente, pero no poder evitar amarlo y necesitarlo constantemente. Y es casi una novela pasional extrema; la fascinación incontrolable por una magia que te es inconcebible admitir. El excesivo castigo auto impuesto por codiciar lo inexplicable, la arrebatadora pasión que sofoca en vértigo al intelecto por afanarse en condenarla.

Y aún con todo, existen pruebas; las experiencias. Cuando una puerta se cerró, se abrió una ventana. Todos lo saben, todos lo dicen y todos lo han vivido al menos una vez. Entonces, en mi eterno intento insensato de comprenderlo todo me hundo en cavilaciones del engranaje tras la realidad. Me pierdo una y otra vez en la comprobación de que todo está milimétricamente calculado, indagando en memorias que se resisten a mostrarse para justificar las fallas en la teoría. Me avoco a una nueva perspectiva cuando me siento exhausta, enfocándome en un equilibrio: mitad de voluntades mágicas, mitad de responsabilidad personal, pero me sigo anudando en espirales infinitas. Es imposible determinar el quiebre, el límite, la forma de identificar a qué universo pertenece cada suceso. La magia y la lógica pueden justificarse desde sus propios paradigmas antagónicos con la misma fuerza y definición. Y a la larga, luego de incontables luchas salvajes y dos contendientes exhaustos y deshechos llega un increíble talento innato: hacerse el boludo. Uno se permite una religión personal y ajustada a ciertos procesos lógicos, y se hace experto en evitar cuestionamientos básicos que tambaleen sus bases; con el trato personal de renunciar a ciertos absurdos más descolgados.

Y así vas, con ciertas respuestas armadas. "Creo en lo imposible porque me conviene, la vida se me hace más fácil dentro de ese paradigma. ¿Y ante las inconsistencias? No pregunto, simplemente me hago la boluda". Pero no siempre alcanza, porque también hay que hacerse cargo de las equivocaciones para aprender algo en la vida y entonces vuelve a iniciar el ciclo vicioso. Nunca puedo considerar que hice lo suficiente, siempre encuentro detalles, aristas, posibilidades de haberme desempeñado mejor; uno de los culatazos del perfeccionismo. Entonces la resignación se hace casi imposible y la culpa insostenible. A menos que pueda comprobar que lo sucedido tuvo una razón de ser. Y entonces, me repito: todo sucede por una razón. Se lo digo a mi mente cansada y confundida, a mi estómago inflamado, a mis ojos enrojecidos, a mis palpitantes venas hinchadas. Pero no siempre alcanza. Y al fin, aparece la voluntad del deseo, que es más invulnerable de lo que parece a simple vista. Casi siempre se niega el deseo personal; por inapropiado, inadecuado, absurdo o inmaduro. Pero nunca muere ni desaparece por completo, espera pacientemente en las sombras hasta encontrar el conducto que lo lleve a la conciencia, a la realización y materialización. Aunque más no sea a través de una tremenda sensación de sentido que te ayuda a perder las preocupaciones o resignarte con humildad.

Hace poco tuve una de esas caricias anónimas y externas que te vienen como regalo de navidad, de esas que comentaba en Not Alone. La frase suelta, descolgada y lejana que te hace sentir completamente comprendido y acompañado. Casi como un abrazo bien sentido y protector. Y que, a veces, hasta es reveladora para entender un poco mejor tus propias posturas.
Estaba haciendo unas cuentas en papel con la televisión encendida, pasaban un capítulo de Dr. House y de cuando en cuando levantaba la vista. De lo poco que miraba, había entendido que estaban tratando el caso de una persona muy espiritual que confiaba en que todo estaba controlado por un designio divino. Le habían ofrecido una complicada cirugía cerebral con grandes riesgos como última solución y ella había aceptado en confianza de que era la voluntad de dios. Como sucede varias veces en la serie, a través de una serendipia (un gato sentándose en la computadora de House), detectan el verdadero problema y salvan a la mujer antes de la innecesaria cirugía. Y en la conversación entre House y la paciente es que encontré mi mimo al alma. Mi nueva excusa perfecta (ante mi propio intelecto) para seguir haciéndome la boluda. House se regodea acusando sus creencias fantasiosas de imbecilidad absoluta; después de todo, se iba a someter a una cirugía riesgosa por pura “fe”. A lo que ella responde que “alguien” debió “enviar” a ese gato a sentarse en la computadora para revelarle la solución. Cuando House argumenta que sigue siendo idiota arriesgar la vida por una creencia tan absurda e incomprobable, la respuesta de la mujer es, sencillamente, magistral: “Si no existe motivo alguno detrás de todo lo que sucede en el mundo, entonces éste no es un mundo en el que me interese vivir”. Cling. Mimo al alma y refuerzo instantáneo a mi pensamiento mágico. No hay mejor manera de expresarlo.

Entonces, trato de relajarme y nuevamente elijo, como en tantas cosas en mi vida, optar por la esperanza y aferrarme a lo que realmente quiero. A la teoría que me hace sentir que, definitivamente, me interesa vivir en este mundo. Si lo esperado no se dio por mis propias falencias, volveré a tener una oportunidad de conseguirlo. Y si no es algo que pueda darse por más intentos que haga, entonces existe una razón para ello y conoceré la explicación satisfactoria en un futuro no tan lejano.

PD, hoy es un buen día para volver a ver Magnolia.

miércoles, octubre 13, 2010

You Win

Durante catorce años ha atormentado mis sueños. Cada ocho o diez meses, sin faltar jamás a su cita, se paseaba por mis mundos oníricos en un papel secundario o subrepticio que bastaba para dejarme sin aliento. Apenas aparecía unos segundos, decía unas pocas palabras a modo de saludo afligido y se iba, perdiéndose entre mis intrincadas creaciones subconscientes. Y yo debía sostener mi corazón con todo mi empeño para que no se partiera (demasiado) al despertar, cuando su efímera aparición nocturna cobraba un rol preponderante en la vigilia, tejiendo un manto de angustia que me perseguía por días y días. Siempre fue igual, sin importar cuántos años o personas pasaran por mi vida: cada vez que su figura se infiltraba, aun tan solo por un instante, en un sueño cualquiera, revitalizaba una pena que no podía ser curada ni olvidada.

Fue él quien me hizo sucumbir a lo más profundo en el último descenso a mis infiernos. El colosal oponente que no pude vencer, que me superaba ampliamente en todos los sentidos y sirvió de portal a mis abismos más recónditos y oscuros.

Anoche fue su día elegido para hacer su acostumbrada visita en mis sueños, pero nada de lo que pasó en los limbos de mi mente siguió rutina alguna. Fue personaje principal y fue él quien se acercó a mí por propia voluntad. Fue él quien buscó el momento de encontrarnos a solas, quien me guió a compartir un largo silencio de duelo y quien se inclinó a darme ese beso tan debido y relegado; la oportunidad nunca escrita para los dos que me marcaría por años. Y entonces... nada. Ninguna emoción de mi parte, ni éxtasis ni rechazo. Absolutamente nada. Tan sólo dejarlo suceder para que, al concluir la cuenta pendiente, yo simplemente le sonriera con languidez y me diera cuenta que tenía que irme, que alguien me esperaba. Corrí ansiosamente por calles ignotas hasta una puerta azul que abrí con enormes expectativas y, tras ella, estabas vos; radiante y sencillo, con tu sonrisa con hoyuelo y tus ojos del color del tiempo. Y mi alma se exaltó al verte y mi corazón se extasió al abandonarse en tus brazos. Luego el sueño continuó con otras revoltosas invenciones que ni me interesa recordar.

Desperté. Mi corazón no estaba reteniendo sus mitades con cinta scotch gastada, latía en pleno y renovado sin siquiera un rasguño. Mi sonrisa perforaba en las mejillas y una energía pura me propulsó fuera de la cama.
Primero recordé la emoción de haberte tenido en mis sueños, la calidez y seguridad de tu abrazo y me regodeé largamente en eso. Recién pasados largos minutos y el primer café de la mañana vino la memoria del otro participante del juego. Y me detuve en seco, dejé de tararear canciones y todo lo que estaba haciendo. Mi atormentador había pasado a hacer su visita acostumbrada pero ya no había penas, ni angustias, ni marcas imborrables. Noté incrédula que ni siquiera me había interesado el beso y supe que por fin era libre. Esta fue su última visita.

Y entonces comprendí.

Vos ganás.

En tus manos, finalmente, mi fantasma más antiguo y colosal ha muerto.



martes, agosto 31, 2010

Jump

Aprender a equivocarse es todo un desafío. Cuando se han pasado tantos años bajo el mullido abrigo de la autosuficiencia satisfecha del cálculo minucioso, cualquier cosa fuera de un resultado certero sugiere un salto ciego al corazón de un volcán.

El perfeccionismo es un voraz parásito de inteligencia sublime. Uno le deja chupar hasta la última gota de existencia que pueda albergar el espíritu; plenamente consciente de su presencia y su devastación y se sonríe completamente satisfecho con su desempeño. Después de todo, que la perfección no exista es apenas un detalle y el afán de acercarnos lo más posible a ella es una delicia irresistible. A fin de cuentas, ni el ser más mecánico deja de ser humano y los seres humanos somos una utopía en sí misma. Nacemos, mamamos, nos regeneramos y morimos en el concepto de una identidad universal que nunca ha llegado ni llegará a realizarse en pleno. Un dios dado, la magia, el amor incondicional, la vida eterna o la perfección, son una misma cosa al final. La aspiración a lo sublime desde distintos aspectos de la psique donde prevalece la influencia más fuerte. Y en este aspecto, vuelvo a comprobar que el intelecto nunca es la opción más sana. Mientras miro a mi bien cuidado y mimado parásito chupar otro poco de esencia (y aun no puedo evitar del todo seguir sintiendo cierto cariño maternal mientras lo observo con desprecio) me pregunto cómo demonios voy a hacer para que me permita lanzarme al vacío.

Tengo que aprender a equivocarme, no me cabe duda alguna al respecto y la decisión está más que analizada, aprobada y cimentada. Pero para aprender algo hay que pasar cierta cantidad de repeticiones y para equivocarse muchas veces hay que tomar un número mayor de riesgos. Y si hace demasiados años que no corro un puto riesgo real, ¿cómo cuernos hago para darle, de golpe, a varios? Y en plena conciencia de que justamente busco los que llevan al fracaso, ni mucho menos!

Estoy jodida, pero no pierdo la esperanza. Casi, casi podría distraer al endemoniado bichito con una uña chueca o el grano que alieniza mi nariz. Nunca le di demasiada bola al cuerpo así que tiene crítica y análisis de sobra para entretenerse. La cosa sería nomás que no se dé cuenta del absurdo cambio de objeto de concentración, cosa improbable porque no es ningún boludo. Y ahí saldría a tirarme el castillo de naipes justo cuando esté a un paso de la cornisa.

Pero vale, que uno no es inteligente al pedo. Si me las puedo rebuscar para justificar la indefendible protección de mi vampírico perfeccionismo, bien puedo encontrar una argumentación inimputable para saltar sin paracaídas (ni cálculo de velocidad, dirección del viento, altura ni nombre del piloto) cuando se me antoje. No es tan complicado refutar la mayoría de las objeciones lógicas con simples anhelos, sólo se pone fiero con las aspiraciones más abstractas que son fáciles de vetar por retorcidas. Simplificación matemática es todo lo que necesito. No hay nada más atractivo que una ciencia exacta para el perfeccionismo. Dejar que él solito se enrede en la disección y fraccionamiento de su lógica pura para llevarme a la materia prima de la intencionalidad y chantarle una abstracción paralela de dicho resumen en la cara. No es moco de pavo, pero se puede. Y ya casi puedo sentir el alivio de la libertad que precede al salto. Casi, casi que puedo decir: “Bienvenida vida, vamos de nuevo”



viernes, julio 23, 2010

Sin Filtros

Soltame. Dejame. Soltame, soltame. Quiero volar.

Shh. No hay tiempo, hay otras cosas, muchas cosas. Obligaciones, responsabilidades, de todo tipo, tanto… Madurez. Volvé a dormir, sé lo que hago. Confiá y callate.

Soltame. Mirame. Reíte. Soltame. ¿Te acordás? Liviana, libre… Acordate. Dejame. Te puedo mostrar. Abrime.

Basta. No se puede, entendelo. No debo, no puedo, entendé por favor. El riesgo, el precio. Demasiadas consecuencias y ya no somos niñas. No podemos darnos ciertos lujos y no sabés manejar ciertas cosas. No podemos dejar que…

Juguemos, volemos. Solía gustarte. Jugá conmigo. Abrime la puerta, juguemos. Sé que te gusta. Sentir. Vivir. Respirar. Flotar. Moverte. Girar. Convertirte. Restituirte. Estirarte. Sentí. Sentí.

No podemos. No nos dejan. Ya sabés. No jodas. Basta, callate, callate. Dormí. Por dios, volvé a dormir. Sos molesta, sos incoherente, inconsecuente, rompebolas, no puedo pensar así.

No pienses. Soltame. Escribí desprolijo. Pintá fuera del contorno. Desbocá la mandíbula. Reíte. Reíte. Galopá. Soltame. Acordate. Mentí, inventá, creá. Jugá conmigo.

Basta, basta, suficiente! Dejame. Callate. Dormite. Dejame. No puedo. La condena, el precio. Es demasiado. No te olvides. Todavía tenés el sabor de la sangre en tus manos. No seas ignorante. Responsables… Hay que ser responsables, consecuentes. Sí, eso, coherentes, inteligentes.

Decí estupideces, cometé errores, combiná colores que no van. Cantá en el silencio, callá en el bullicio. Escuchá. Escuchame. Sentime. Percibime. Acordate. Entusiasmo, alegría, ganas. Soltame. Yo puedo, vos podés. Soltame.

No es así. No entendés, funciona distinto. Con cuidado. De a poco, dame tiempo. Cuando todo esté listo. Sí, cuando todo esté listo y preparado. Entonces… Entonces te dejo y paseamos un rato. Y me mostrás un poco y vemos como sigue.

Ahora, ahora. Sin correas, sin controles. Es mejor así; libre. Plena. Soltame. Saltá. Sacudite. Sorprendete. Animate. Arriesgate. Gritá. Soltame.

No, no, Basta! Callate. Dormí. Morí.

Risas, viento, libres, libres al fin. Volemos, usá mis alas, jugá conmigo. Calidez. Sentime; en el pecho y los labios. Acordate. Los ojos. El brillo. Las ganas, ganas de todo, sin imposibles. Soltame. Viví. Viví. Liberame.

NO…

La presión en el pecho, las cosquillas en las palmas, la risa en la mirada. Las posibilidades, horizontes que no acaban. Mirame, absorbeme, empañate, estremecete. Recordá; la dulzura, la ternura, la magia, calidez, abrigo, sentido. Sentido. Respuestas, de las de verdad. Respuestas que valen. Yo las tengo. Yo puedo darte, devolverte. Soltame. Creeme. Confiá. Dejame. Soltame.




viernes, julio 16, 2010

Ficción

Escribiste la obra perfecta en el desierto blanco de tus ansias mientras yo no miraba. Creaste el escenario, la banda de sonido y los personajes en mi ausencia y citaste extensos diálogos mientras callaba. Desarrollaste la tarea con paciencia y deleite, siendo tan meticuloso que no olvidaste el punto de una sola “i”. Y guardaste el libro bajo llave, soltando con grandilocuencia de cuando en cuando los floridos párrafos de mi personalidad resumida en tu visión.

Te jactaste pesadamente de tu ojo avizor y tus talentos perceptivos cada vez que objeté a los trazos inconexos que podía comprender, por lo que nunca escuchaste más que la resonancia de tu voz. Tal pasión y convicción había tras los positivos y negativos con los que me vestías, tan infructuoso era tratar de demostrarte las estridencias, que intenté satisfacer tu lista con lo mejor de mi voluntad. Pero si a veces olvidaba una característica, si el cansancio me impedía actuar con credibilidad o se me hacía insostenible el guión, estallaba la incongruencia en tu mirada furibunda y en la aridez de tu tono hacia mi debilidad.

Con furia remarcaste inestabilidad en letras grandes, una y otra vez, sobre tus pulcros escritos, haciéndome responsable de la desprolijidad en las pulidas hojas. Encendiste infiernos sobre mis lágrimas y congelaste volcanes ante mi frustración, vociferaste a mis desgarros y extendiste ominosos silencios a las súplicas que se te hacían incoherentes. Y tan sólo habría bastado una caricia, un abrazo, una mirada de piedad. Si alguna vez hubieras escuchado, si hubieras mirado, si me hubieras conocido, habrías notado cuán fácil era en realidad. Sólo una palabra de cariño para apaciguar mis miedos, un beso para espantar mis demonios, un gesto de ternura para calmar mi ira, un abrazo para ahogar mi decepción, un voto de confianza para aniquilar mi frustración.

Habría sido tan fácil si tan sólo, realmente, me hubieras conocido…

miércoles, julio 14, 2010

The song remembers when

Suena una canción que hacía mucho no reverberaba en mis oídos. Algo se quiebra dentro, mis ojos se nublan y la realidad se vuelve un recuerdo que no puedo detener...

Era Diciembre y moría el año 1996. Mi viejo aceptaba un regalo que le costaría su carrera profesional y despertaba lágrimas de emoción de mis ojos infantiles. Ninguno sabía entonces el verdadero impacto que tendría ese viaje más allá de las conclusiones de aquel presente. Sí, papá perdió su trabajo a los pocos meses. Sí, yo cumplí el sueño disney de todo niño a mis 16 años. Pero había mucho más anclándose en aquel evento que sólo el futuro podía revelar: fue lo último que hizo mi familia como familia. Y vaya si valió desde una total e ingenua inconsciencia grupal.

Miré las instantáneas de esa vida cientos de veces, pero las imágenes nunca despertaron los sentidos como puede hacerlo un sonido. Siento el aroma de las tostadas que mamá preparaba en la mañana en aquella cabañita del Double Tree mientras tarareaba esta canción que la había fascinado. Siento el galope en el pecho, sentada en el asiento más posterior de la Windstar, camino a un parque, mientras el "hit" retumbaba en el estéreo del vehículo. Escucho las risas, las chanzas, percibo las emociones y el deslumbramiento. Palpo los abrazos y las complicidades, los murmullos sosegados típicos de una conversación familiar en hoteles en tiempo de vacaciones. Me envuelven las sonrisas múltiples de cada miembro de una familia que sabía enlazar afecto en cada cosa que hacía, en cada palabra que emitía. Me embriaga la unión que nos elevaba en hechizos de inocencia a través de cada hora compartida, la sorpresa constante que contagió una niñez inmortal en cada corazón; transformando a los cinco integrantes en iguales que sólo aspiraban a vivir a pleno la vida en esa irremplazable compañía.

Siento esa calidez en el alma que tanto extrañaba, la dulzura de una memoria imborrable e impoluta que ningún futuro puede manchar ni desmerecer. Una canción que supo convertirse en himno en un pasado lejano, para poder recordarme años más tarde el amor de una familia que hizo lo que pudo, desde una bondad real y sincera aunque la vida y el tiempo la desmembraran y confundieran. Una tregua al cansancio y las derrotas de la mano de un icono que me devuelve la conciencia de una vida gentil con cada nota.

sábado, julio 10, 2010

Reflexiones

Engañándome a través de mis ilusas expectativas he llegado a un punto del camino donde nunca antes había pisado. Una lucha de penas y alegrías en que mi orgullo ha nublado el conocimiento concreto de las consecuencias de las heridas. Caigo como un derrumbe inevitable y una fuerza invisible me levanta de un tirón…

Suspendida en un éter incomprensible trato de descifrar qué fuerzas están en juego y de qué lado realmente estoy. Quizá me he mentido durante demasiado tiempo, o quizá antes era muy ciega para ver la realidad. Tal vez el dolor me carcoma por dentro y una parte inconsciente se maneja para ignorarlo a mis espaldas, o tal vez, realmente, no todo está tan mal como a veces creo.

Sólo tengo atisbos de alguno de los dos lados del campo de batalla. Vislumbro angustia y vislumbro sabiduría que lleva a la calma y la sonrisa. Pero no tengo un panorama concreto que llegue hasta la raíz de su verdad. No sé si me inunda la desazón y mi orgullo me hace callar, o si es que bailo en alegría y el gris recuerdo de días oscuros nubla esta nueva realidad. Me pregunto si me he vuelto realmente fuerte o realmente eficaz para ignorar las heridas. Y cuando la tribulación asoma, no sé si decir que tan solo estoy cansada y mi fuerza desvanece un momento, o que las llagas encontraron un canal que no controla la indiferencia para emitir un grito que pueda ser escuchado.

Estallo en júbilo y me hundo en ansiedad de un momento a otro, cambio repentino y natural que no tiene procesos de elaboración. Y lo que más confunde de toda esta vorágine de situaciones inconexas, es que cada uno de los momentos es honestamente genuino. No me engaño cuando mi alma salta y desborda de energía, ni me miento cuando me cubre una sombra que arranca lágrimas silenciosas de mis ojos. Sería natural si no fuera un mismo motivo el que provoca tales exabruptos. Quizá sería distinto si una sola parte de mí se dedicara a vivirlos.

¿Cuál de los contrincantes lleva la rectitud de manifestar la verdad de esta existencia? ¿Cuál de ellos me contará los secretos de lo que no comprendo, cuál me mantendrá engañada por el resto de mis días? ¿De qué lado está el orgullo? ¿Es un súbdito del alma o de la mente? Me pregunto si es él quien me lleva por caminos escarpados, que cada vez son más y más inestables. O si todo esto no será más que el producto de una simple transición. El resultado del flujo encontrado de mareas rebeldes, corrientes de pasado y presente que causan un remolino de excitación. ¿Son estas cosas partes de mi vida que riñen con saña y energía por ganar el cetro de mi porvenir, o es una batalla ya ganada que debe lidiar con un perdedor resentido que no se resigna a ocupar su lugar en el olvido?

La costumbre en recurrencia sea quizá lo que me arranca las lágrimas en infantil capricho de su deseo de conmoverme y caminar así el trayecto cómodo y fácil del inmaduro. Y mi esperanza de ser amiga de la vida y caminar de la mano con el riesgo del destino sea la que me llena de emociones y triunfos en la garganta, tratando de serle indiferente a aquel que se vale de artimañas y trucos para alcanzar sus metas.

En este momento de mi vida, en que he llegado casi a la cumbre de mi cambio, se me expone a la última y más difícil prueba. En este momento se me exige una lucha ardua y determinante en que sólo podrá haber un ganador. Un ganador que me llevará del otro lado de la montaña o uno que me devolverá a su gris y opaca base. Y es por eso que varío entre risas y dudas, que pego saltos o me acurruco, que agradezco o ruego. Una y otra vez, incapaz de dominar conscientemente cada situación, sin terminar de convencerme de la elección correcta. Quizá, entonces, sólo deba rendirme a esos estados, dejar que luchen en su tiempo y darles su espacio de desarrollo. Tratando de ayudar, siempre que se me dé cabida, a aquel que me hará cruzar esa barrera que durante tanto tiempo ha sido mi objetivo. Esa barrera que he visto brillar por las noches, prometiendo un nuevo camino, la que me ha llamado en mis sueños y me ha hecho promesas, motivando mis pasos. Esa barrera que marca el límite entre la persona que una vez fui y aquella en la que me quiero convertir.

lunes, julio 05, 2010

Not Alone

Tremenda cosa, la necesidad inevitable del sentido de pertenencia. El terror asfixiante que genera la soledad que nada tiene que ver con la compañía. La voracidad de aceptación que en el fondo solo tiene un verdadero motivo: ser comprendido, especialmente cuando una forma, elección o predilección se salen de la norma.

Un psicólogo puede explicarte que la conmoción del alma ante la fantasía es simple inmadurez anclada en una abstracción selectiva, una negación a encarar la vida con responsabilidad. Un amigo puede aleccionarte ante un vuelo poético con su lógica inquebrantable, puede empeñar toda su energía en abrirte los ojos a la belleza explícita para que dejes de demorarte en invisibles que nadie entiende. Tu familia puede dictaminar con mucha seguridad que solo necesitás salir más, conocer más gente, romper el cascarón de la introversión y superar traumas de la infancia. Y parece que casi nadie fuera capaz de, simplemente, sonreír ante la rareza y exclamar tan sólo “¡Pero qué curioso!”. Menos aún, parece factible encontrar quien te diga “Eh, yo te entiendo” o un “Pienso/siento/me pasa lo mismo”.

Y en esa inmensa soledad rodeada de gente y ruido te das por vencido. Se pierde la fuerza y con ella las convicciones. Flaquea la voluntad frente a la firmeza circundante que pesa tanto más de lo que se puede soportar por tiempo prolongado. Te cuestionás tu cordura, analizás tu raciocinio y concluís, entre dudas, que los demás han de tener razón. Después de todo, es gente que te quiere o bien a la que le estás pagando para que no se equivoque.


Pero comprobás a la larga que seguir sus consejos, practicar sus técnicas, caminar sus caminos; no te hacen sentir más abrigado ni menos solitario. Ganás aceptación sin dudas, una sensación placentera en principio que no dura más que la extensión de su manifestación explícita. Ganás pertenencia en sus mundos, claramente, pero de nada sirve la membresía de un ánimo que no hace eco en las entrañas. Todas las satisfacciones, las sensaciones de realización, son efímeros alivios superficiales que se transforman en adicciones malsanas. Tan sólo postergaciones del verdadero anhelo: saber, creer en que no estás enfermo y que la vida no estaba fumada al momento de crearte. Sentir que naciste en el tiempo y lugar indicados. Confiar en que pertenecés a este mundo tal como sos; a la raza y al entorno sin tener que recluirte en un psiquiátrico. No temer a la discordancia como encarnación de una eterna condena a observar a los demás desde afuera; como encerrado en un campo de fuerza que siempre te tirará hacia atrás cuando se juega la esencia. Poder ser, con fidelidad y en pleno sin sentenciarte al aislamiento constante.

Y sucede, cuando se rompe el glamour de la confusión, cuando se quiebran los espejos del conformismo y el consenso, cuando girás la cabeza a la complacencia y la soledad vuelve a tragarte con la sofocación de la desesperanza; que la vida se encarga de recordarte cómo subsistías antes de tranzar. Casualmente llegan, distraídas e inconexas, las pruebas de que no estás loco, de que no estás solo. Aunque lejos de tu entorno, aunque lejos del contacto o incluso de la identificación, hay entendimiento en expresiones anónimas, en voces lejanas. Y con eso basta. Saber que hay alguien más con la misma lucha, con la misma procesión aunque nunca lo conozcas. Confirmar que la naturaleza de tu esencia no es un error ni un fantasma psicológico que no podés combatir. Confirmar que tus estridencias no son exclusivas, que tus anhelos no son raros aunque no puedas compartirlo activamente. Porque mientras exista una sola voz capaz de comprender tus sentimientos y percepciones siempre existirá la esperanza de encontrar pertenencia tangible algún día. Siempre habrá alguna desconexión similar en algún lado y en algún tiempo, aún cuando no te enteres de ello.

Algún día… Y con eso basta.

miércoles, junio 16, 2010

Desengaño

En tanto está uno enamorado, deslumbrado, perdona cualquier cosa. La fascinación eleva por sobre las cuestiones mundanas y se pierde por completo la perspectiva, por eso se puede ignorar fácilmente lo tosco, lo grosero, lo superficial, las heridas, el maltrato o la indiferencia. Uno queda protegido por la fantasía, portentosa maravilla, que solventa todos los problemas y errores, llena todas las fisuras con el mágico cemento gomoso de la ilusión. Y la frustración ignorante, inexplicable y misteriosa que invade cada fibra del espíritu es empujada a un lado constantemente, como un mechón de cabello que se empeña en caer sobre los ojos. Uno ha de estar mal de la cabeza, enfermo de nostalgia o alguna cosa así, se piensa. Se auto medica o se llena de cosas para aturdir al silencio, pues esa angustia intangible y dispersa ha de ser un mero fantasma prestado de algún pasado insignificante.

Pero un día se apaga la llama; las cosas dejan de ser fugaces formas que se desdibujan (o bailan) chisporroteantes frente al fuego pasional y se empiezan a ver los bordes definidos de la inmutable realidad. El objeto de nuestra adoración sale de la incandescencia para reflejarse en el matiz pálido de la luz natural y la hipnosis se esfuma para revelar lo mundano. Y si allí había alguna estridencia ignorada, pasa a tomar la vacante en la brillantez y todo rechinamiento del alma refulge lastimando los ojos. Los malos tragos ignorados se acoplan en pesos insoportables sobre cada menosprecio y atropello, haciendo que la situación se vuelva insostenible, intolerable, sofocante. Entonces sólo se puede gritar, estallar en frustración y reproche, rebelarse en negación caprichosa y consumirse en la desilusión de la ingenuidad. Se agoniza la ruina de la fantasía, el espejismo que ya no podrá volver a montarse por más que se empeñe la vida en el intento. Se abomina el resurgimiento estentóreo del orgullo que envenena las entrañas en la conciencia de los abusos permitidos. Y se acepta, finalmente, el fin de una vida y una forma, el cambio inevitable del espíritu que ha perdido otro poco de su noble inocencia.

viernes, junio 11, 2010

Tiene sentido

Tiene sentido. O, al menos, le puedo encontrar una lógica aplicable desde mi abstracción selectiva. En el 2000 tuve un quiebre de locura en mis miedos y seguridades calculadas luego de alcanzar un vacío completo. Y me fui, sola como loca mala, más allá del mar en busca del renacimiento en una isla esmeralda. Una acción que determinó un nuevo curso en mi errar deambulante. Una experiencia que marcó 10 años de transiciones muy específicas.

Es 2010 y un nuevo viaje se dibuja en mis anhelos. La idea, el potencial, devolvió las esperanzas a las yermas tierras de mi ilusión estropeada. Pero no es el verde intenso de la fe el que busco ahora; sino el azul brillante de las profundidades, para reforzar mi núcleo. A los 30, vacía de nuevo como a los 20 (aunque con carencias diferentes) lista para emprender un nuevo viaje en soledad, más allá del mar y por dentro de él. Y tiene sentido.
Cierro los ojos y puedo deslumbrarme con el cristalino zafiro de las aguas que me esperan, que me llaman. Mi corazón palpita con ansiedad e impaciencia imaginando los corales multicolores, las anémonas danzantes en la paz absoluta de un mundo menos atribulado; un lugar en que el ser humano todavía no tiene domino. Allí donde la naturaleza ha extendido una de sus más grandes maravillas y guarda enormes misterios. Allí existe todavía pureza y una historia latente que no olvida su cuna y el tiempo que le llevó constituirse.

Voy allí, donde las corrientes invitan a zambullirse y resetearse, allí donde me espera un nuevo impacto irreproducible. Cumplir la promesa que me hice a los 18 años y saber, entonces, que no hay nada imposible.


Parece armado a propósito aunque no lo procesara conscientemente. Determinaciones que salen de la nada y se desarrollan con fluidez y firmeza, sin escollos. Como si estuvieran predestinadas.
Cumplir un sueño a los 20 en tierras verdes; ser fiel a una promesa antigua a los 30 en aguas azules. Tiene sentido. Y mi alma, por fin, encuentra cierta calma.

miércoles, junio 09, 2010

Agallas

Es fácil confundir el valor y la cobardía. Como sucede con el amor y el odio, con el principio y el fin. Extremos, que llevados más allá de su núcleo se acercan demasiado a su opuesto. Y la confusión puede enloquecer a veces. Especialmente cuando uno intenta constituirse en una imagen digna de sí mismo.

Terminar una relación que lleva años construyéndose no siempre se traduce en abandono y desinterés. A veces requiere de mucha fuerza, honestidad y coraje. Es fácil verlo como cobardía; considerar que se huye de un compromiso, que se escapa del esfuerzo, de la lucha. Pero en ciertas situaciones, determinar un final es – justamente - lo que mayor energía, compromiso y combate demanda. Requiere, en principio, de la honestidad de ver la realidad tal cual es, sin deformaciones nacidas del deseo y la expectativa de lo que nunca será, sin el encubrimiento de los velos del poder y la obligación auto impuesta. Esto, luego, instiga al compromiso con uno mismo – y también con el otro – de hacer lo que es mejor y más justo para cada uno a partir de la verdad que conocemos. Aunque duela asumirlo, a veces - por más cariño que se profese - lo mejor para cada cual está muy lejos de permanecer juntos. A veces nos dañamos por demás por estar demasiado cerca de quienes más queremos y no ver lo que estamos generando y lo que estamos impidiendo. A veces nos arrastramos a abismos insondables por aferrarnos a la idea de lo que debería ser e ignorar todo lo demás. A veces el niño interno nos domina en la creencia de que el cariño todo lo puede, cuando no siempre es verdad.


Finalizar una relación consolidada que está marchitando a las partes exhorta a combatir la costumbre y la comodidad, a salirse de la posición que nos abriga (y nos ahoga) para saltar a la incertidumbre (donde el abrigo parece más fuerte que el ahogo). Requiere del esfuerzo de empezar de cero, de mantenernos firmes en la decisión correcta; superar el miedo y negar la tentación del hábito. Desgarrar nuestras entrañas, asesinando nuestras ilusiones y esperanzas, sabiendo que lastimaremos a quien queremos por buena que sea nuestra intención. Aceptar que seremos el malo de la película hasta que nuestra contraparte se dé cuenta de lo que vimos nosotros; que era lo correcto, que era lo mejor para ambos (si es que lo hacen).

Son muchas las cosas que influyen cuando se admite que nos estamos hundiendo en un engaño y arrastrando al otro en el proceso. Y aunque la partida aparente la cobardía de darse por vencido, todo lo que implica requiere de un coraje colosal: asumir el papel de villano, romper nuestro propio corazón y el de quien queremos, lanzarnos a la soledad, miedo e incertidumbre; perder a quien más nos conoce, renunciar a todo lo que hemos construido con tanto esfuerzo, sacrificar la seguridad y control de un futuro ya diagramado… Destruir nuestra vida, en resumen, por darnos la posibilidad de seguir el camino que corresponde. Y aunque derribar una mentira debiera ser motivo de festejo, cuando el cariño y la compañía están involucrados, suele ser más fácil para el corazón seguir engañándose que desgarrarse en la revelación del fracaso.

Intentarlo todo y luego ser capaces de admitir la derrota. Darse, mutuamente, la oportunidad de encontrar alguien a quien le sea más fácil hacernos felices y asimilar un duelo (que no se diferencia mucho del que genera una muerte) por sincerarnos con la esencia: eso requiere agallas, aunque parezca un acto cobarde.

Es lo que hago

Hace un tiempo, mientras me perdía en el paisaje que se veía a través de la ventanilla de acompañante, mecida por el ronroneo del auto sobre una ruta lejana; alguien compartió esto conmigo.
Conectó su mp3 al estéreo y me pidió que prestara atención.
Tras la apacible cortina que me vestía, sentada allí, disimulando mi historia exitosamente por más de un mes, mi alma fue ascendiendo con la voz del artista hasta estallar en mis ojos.
La reproducción culminó y el sonido de las ruedas sobre el pavimento volvió a invadir la escena, mi rostro seguía girado hacia la ventanilla, pero ya no veía el paisaje, sólo intentaba ocultar las lágrimas que no dejaban de manar.
Me preguntaron qué me había parecido y por qué lloraba. No pude responder de inmediato. Y al cabo de largos minutos, luego de varios balbuceos sin sentido, sólo pude expresarme con una línea de la poesía: "It's what I do. I feel" y me conmuevo a veces, cuando veo o escucho cosas como estas y dejo de sentirme sola.

Y algo tan sencillo, de pronto significa un mundo: "Es lo que hago". Y con eso basta para explicarlo todo.

Convenience Stores - Buddy Wakefield


Traducción
Los dos conocemos el olor de una tienda de autoservicio a las 4 de la mañana como el reverso de muchas manos.
Ella me vende crack camionero, “Mini-Thins”, son como Vivarin, pero no me hace sentir incómodo al respecto.
Ella nota que he tenido un largo viaje y sólo va extenderse más.
Me ofrece una taza de café gratis, pero nunca la toco.
Además,
voy a necesitar más velocidad que eso.

Notamos nuestras sonrisas de inmediato.
Es lo que más nos gusta que la gente note: nuestras sonrisas.
Es todo lo que cualquiera de los dos tiene para ofrecer.
Puedes notarlo por la forma en que nuestras mejillas se extienden como brazos
no queriendo más que decir: "Tu, eres bienvenido aquí".

Ella -
muestra sus irregulares dientes manchados de nicotina con espacios entre cada uno de ellos.
Sus dedos son huesudos, no tienen anillos y le encantaría hacerse una manicura algún día.
Una vez -
fue a una peluquería
Le quitaron la grasa del pelo y le hicieron un peinado elegante
A ella le gusta así.

Ella nunca estará plenamente informada en algunas cosas,
de la misma forma que yo nunca entenderé quién compra Moon Pies
o esas salchichas secas y arrugadas que giran al calor.
Pero, es claro, que ella ha estado aquí mucho más tiempo que yo.
Ella ha visto de todo, desde hombres que tienen rastas en sus bigotes a niños que parecen cigarrillos.

Le doy mi dinero. Espero el cambio. Pero siento como que hay algo más sucediendo aquí.

Me siento -
como un tibio balde de lampazo y azulejos sucios que nunca quedarán limpios.
Siento que estos congeladores no pueden ser reabastecidos con suficiente frecuencia.
Me siento como tachos de basura llenos de envolturas de golosinas con gaseosa goteando del lado equivocado de la bolsa.
Siento como si todo acabara de ser computarizado.
Siento que ella fue criada para decir muchas estupideces acerca de un color.
Y siento que si fuera a identificarme como homosexual
esta conversación terminaría.

Es lo que hago.
Siento.
Y me da miedo a veces.
Y conduzco.

Pero en 1 minuto y 48 segundos voy a salir de aquí con el tanque lleno de nafta, una botella de Mini-Thins y un litro de leche. Mientras hay una mujer que sigue atrapada detrás de un mostrador de fórmica en algún lugar de Dakota del Norte, que dice que todo lo que quiere es oír toda mi historia, todas las 92.775 millas de ella.
Puedo sentir, sin embargo, que ella ha escuchado más opiniones e historias de camioneros que los niños que Papá Noel ha hecho felices. Así que sólo encuentro el valor de contarle las partes buenas; que ella es lo más amable que me ha sucedido desde Burlington, Vermont, y quiero dejarlo ahí...

... Porque hombres - que no son inteligentes - lo han llevado más lejos; la han acunado como un cascanueces y la han hecho sentir tan cálida como una educación secundaria en los polvorientos caminos de ripio, o como una cerveza en un vaso térmico.
Siento que ella ha estado esperando aquí durante mucho tiempo por el que vendrá haciéndose notar a través de esa puerta en sus 18 ruedas, sin hacerla sentir que es su trabajo barrer las cáscaras sola cuando la han vuelto a quebrar.
Un hombre que no la tentará a chupar el anillo de bodas de su pito sino que le mostrará, simplemente, amor.

Ella no me necesita a mí, ni a ningún otro hombre pero ella no lo sabe. Y sólo estoy deseando desesperadamente que ella no crea que yo soy el indicado, porque la única vez que volveré a ver Dakota del Norte será en una canción de Van Morrison tarde (tarde) en la noche. Lo juro.

Siento como si ella tuviera 37 años aparentando (mal) 51, muriendo por dentro (como ciertos tipos de danzas alrededor del fuego) para gritar a través tuyo, o un bosque, si no te llamaran la atención las chispas.
Pero a ella nunca se le dijeron estas palabras. No le han dicho que ella puede, definitivamente, cambiar el mundo. Sabe que algunas personas lo hacen, pero no en tiendas de autoservicio ni vendiendo billetes de lotería.

Finalmente le pregunto lo que he estado sintiendo todo el tiempo que he estado parado allí, todavía sintiendo miedo como pasa a veces, realmente (verdaderamente) listo para conducir, pregunto...

"¿Esto es todo para ti?
¿Nunca harás más que esto?"

Su sonrisa
se derrumbó.
Su tensa piel pastosa
se aflojó
Su corazón
cayó torcido.
Ella dijo
(sin saber mi verdadero nombre)
Puedo notar, Buddy (amigo), por los Mini-Thins y la forma en que conduces,
que a los dos nos fascina la novedad.
Los dos hemos creído en dioses mezquinos
Ambos gastamos nuestro dinero en cosas que se rompen con demasiada facilidad, como las personas.
Y puedo ver que piensas que has tenido una vida dura
Por eso, especialmente tú, deberías saber:
Es lo que hago -
Yo sueño.
Y llego alto a veces.
Y voy a irme de aquí un día.
Solo que quizás no llegue a conducir.

martes, junio 08, 2010

Awakening

La noche se cernía sobre su cuerpo desnudo. La hierba nueva de la primavera acariciaba su piel con aromas agridulces. Yacía en posición fetal y con los ojos abiertos, las retinas húmedas y los párpados hinchados. Había caminado todo lo que sus pies podían resistir y se había dejado caer en aquel claro sin planes ni expectativas. Con único objetivo, quizás – y más bien a nivel inconsciente – que el de aliviar sus llagas un momento para poder seguir. Si es que el nuevo amanecer la inspiraba a hacerlo. No tenía tiempo ni rumbo. Por el momento, daba igual.

Algunas criaturas del bosque se asomaron a reconocer la vista extraña que desplegaba esta vida inusual. No percibían peligro alguno, pero mantenían su distancia. Ella no les prestaba mayor atención. Seguía inmóvil y con la vidriosa mirada perdida a medida que las últimas luces del día se iban apagando. No podía recordar ya cómo había comenzado todo; o tal vez era más correcto pensar en términos de culminación. El momento en que había comenzado a caminar, cuando todo había perdido importancia; el instante que su interés en la existencia había muerto. Sólo sabía que ahora ya no quedaba nada; ni un sentido, ni un objetivo, ni una esperanza.

Soñó que los suaves y tiernos pastos crecían en la noche, se extendían sobre su cuerpo gastado. Cubrían sus extremidades centímetro a centímetro con dulzura, con alivio, y la volvían parte de la tierra. La liberaban de la obligación de seguir luchando, de seguir buscando. La absolvían de su cansancio y cobardía y la indultaban en un abrazo puro de olvido y fin definido. Pero aquello era tan sólo un sueño. El amanecer volvería a encontrar su aliento, le daría un calor prestado a la sangre helada en sus venas. Y ella volvería a levantarse sin futuro ni presente. Volvería a caminar desnuda sin rumbo ni expectativas hasta que una nueva noche la encontrara, hasta que un nuevo sueño le prometiera el descanso que ansiaba y volviera a salir el sol, de nuevo, como venía sucediendo desde que había iniciado su vacío peregrinaje.

Pero el alba la sorprendió con brisas de sal y el mágico sonido de blandas pisadas sobre la hierba. El viento soplaba aromas de profundos océanos lejanos que se encaramaban a sus sentidos y la invadían de un deseo ignoto. A pocos pasos de su cuerpo agazapado, un corcel de un blanco platinado se alimentaba pacíficamente, indiferente a su presencia. Y con solo observarlo sintió su corazón hincharse de nostalgia y anhelo. Su sangre había empezado a latir con vida propia, con calidez original y notó que sus sombras de desolación habían partido con la noche. Se incorporó lentamente, sin entender aún cómo la volvía a invadir la vida sin que hubiera hecho nada; sin fórmulas, pócimas, estímulos ni hechizos antiguos. Simplemente, el deseo estaba allí de nuevo al despertar, como si nunca hubiera partido.

Se acercó al magnífico equino que parecía esperarla en el linde del claro. Sus plantas llagadas sanaban con cada paso sobre la hierba, listas para un nuevo camino. El animal no mostró reticencia alguna a su proximidad y ella levantó sus manos para acariciar las perladas crines que brillaban al sol. Miró en los abismos nobles de sus ojos tranquilos y sonrió con plenitud y alivio. Había sido redimida, sin más, de la noche a la mañana. Y ya no importaba el cómo ni por quién, era libre de nuevo. La travesía que la esperaba era larga y ardua, pero ahora tenía un sentido y una meta. Había, aún, motivos para soñar e ilusionarse. Había esperanzas por las cuales luchar.

sábado, junio 05, 2010

Restitución

Quiero gritar y desfallecer en amargura, emborracharme en lágrimas de desolación. Quiero mis monstruos sin forma y las sombras escurridizas de la decepción, mis poesías desgarradas y tristes metáforas de angustia apocalíptica. Quiero mis ruegos zozobrantes, quiero sentir partirse el corazón. Devuelvo el híbrido consuelo que compré en mi cobardía, devuelvo el estúpido estandarte de la razón.

Quiero eliminar las teorías y lógicas certezas, quiero arrancar el traicionero algodón de las entrañas. Vendo el paquete de perfecta armonía elaborada que funciona con tuercas de vacío y a base de razón. Quiero mi agridulce esperanza sincera y mis emociones de inocencia; con su inestable optimismo y enloquecida pasión. Acepto nuevamente mis noches sanguinarias y mis arreciantes tormentas de dolor. Tomo con gusto mis abismos inmensos y mi desesperación; junto con sus dulces caricias de ensueño y amorosa ingenuidad, con sus volátiles arrebatos de ternura y entrega incondicional.

Todas las penas acepto, todas las lágrimas y la inseguridad, toda la angustia, todo el peso de mi mancillado grito de dolor… Todos mis tormentos antiguos son más piadosos que este vacío aterrador.

viernes, junio 04, 2010

Innocence

En la oscura insolencia de mi orgullo arraigado me deshago en intenciones y esperanzas quebradas. Desvelo mi ilusión melancólica del vetusto baúl bajo la máscara de un llanto artificial.

Sé que mi corazón está gritando aunque no pueda escucharlo, sé que mi espíritu se retuerce en agonía en su ajena realidad. Conozco el infierno que estalla en mis entrañas adormecidas aunque ni un sonido o temblor llegue a la conciencia.

La barrera es intangible, invisible, escurridiza. Es sanguinaria, traicionera, siniestra en su perfecta estructura. No hay quiebre a su frío poder de indiferencia cobarde, no hay treguas que otorgue en medio de su despliegue macabro.

Y esta garganta sigue quemándose en su deseo de gritar. Estos ojos siguen ardiendo en la espera de lágrimas sinceras. Mi pecho se hunde en la ansiedad de una presión explícita, en el deseo de una gota de sangre que le dé vida.

Sombría conciencia persiguiendo volátil memoria difusa. La quietud insoportable de esta prisión de raciocinio; busco un hechizo de mitologías de amor en una historia olvidada, el retorno jubiloso al hogar abstracto de mi inocente emoción.

jueves, junio 03, 2010

Insomnia

Angustia y frustración, enormes y hambrientas de mi energía. Me consumen todas las noches cuando me hago un ovillo en la cama y no puedo cerrar los ojos hasta cerca del amanecer. Me vomitan todas las mañanas para que pueda volver a mover mis pies; uno después del otro. Para que pueda hacerme un café y sentarme a trabajar. Para que pueda inventarme una excusa para pensar que vale la pena o me fuerce a una actividad que me distraiga por la tarde. Vuelven a devorarme cuando las luces se apagan y el desierto de mi cama agobia mi cuerpo cansado incapaz de relajarse, de abandonarse al reparo de un sueño presto y sereno.

Mis ojos vidriosos y enrojecidos se pierden en el fantasmal resplandor azul del led del monitor que invade la habitación cuando la oscuridad se asienta. Y pienso. Pienso en el pasado, en el futuro, en cuestiones existenciales, en fantasías, en delirios de grandeza; en cuan sencillo y fácil sería todo si el techo, de pronto, se desprendiera sobre mi cabeza. Busco las salidas fáciles y considero las opciones difíciles, trato de ser realista y práctica con lo que hay, con lo que es. Pero no llego a ningún lado, no puedo procesar nada. Tan sólo un montón de información que desfila delante de mis abiertos ojos ciegos. Datos que no me sirven de nada pero que tengo que enumerar para mantener el pánico a raya hasta que el agotamiento apague mi mente, cuando finalmente la piedad de la inconsciencia me protege hasta el despuntar del alba.

Noches largamente improductivas; descanso escaso, desprovisto de alivio, y pensamientos estridentes e imperfectos que se anudan en un ciclo sin fin de despropósito y ansiedad. Ninguna respuesta, ninguna revelación, claridad ni solución. Sólo más horas oscuras que se dibujan en el despertador en vigilia constante de la amenaza permanente que se cierne sobre mi cabecera. La desolación que espera, de fauces abiertas, ese instante en que se acaben las ideas, ese quiebre en el campo de fuerza que generan mis maquinaciones inconexas. La posibilidad de filtrarse por la abertura más pequeña para ahogarme en el pavor de la desesperación.


lunes, mayo 31, 2010

El largo adiós

Me estás soltando y no hay nada que pueda hacer al respecto. Te vas alejando de a poco, dejando que nuestros lazos se extingan como brasas que se van consumiendo. Puedo ver cada paso que va ensanchando el abismo que nos separa aunque no te muevas demasiado. Puedo entender cada tramo de esta larga despedida aunque no digas adiós.

Tengo ganas de gritar que te detengas, tengo ganas de avanzar la distancia que vas imponiendo. A veces tengo la ilusión de que no te has dado cuenta de lo que estás haciendo. Pero sello mis labios y observo inmóvil tu anestesiada partida porque sé que no es cierto. Sé que has elegido este destino a conciencia, analizando meticulosamente cada posibilidad, cada motivo, cada recuerdo. Y sé que cada uno de tus calculados pasos hacia atrás te cuestan tanto como a mí aceptar que te estoy perdiendo.

Quiero oponerme a tu elección, quiero levantar el velo que los dos indultamos y disuadirte. Quiero que creas, como yo, que no todo tiene que tener un fin y un sentido. Pero sé que tus razones no tienen puntos débiles porque yo también las he considerado. Sé que una parte mía está completamente de acuerdo en que dejarnos ir es lo más sano.

Pero hay una parte cobarde, una parte que le teme a los finales. Una parte irracional que niega las obviedades, que cuestiona la utilidad de un propósito. La parte que me ha estado clavando al suelo, la parte que ha inmovilizado mis manos cada vez que quise despedirme sin tregua en un arrebato. La parte que hoy me ruega que no te deje ir, que luche, que grite, que tire de tu mano, que no me rinda. Es una parte que jamás entenderías, que nunca escucharías y hasta burlarías porque no entra en la lógica, en la razón, en las estructuras que dominan tu mundo sin oposición ni fisuras.

No puedo oponerme ni apoyarte, así que sólo sigo acercando mis palabras con una sonrisa triste y resignada, como esperando llenar el espacio que vas dejando para que no hiera demasiado. Juego a la ignorancia y hablo de bueyes perdidos, evoco memorias inocentes o incito tus picardías. Dejo que mis dedos lloren en lo que no se escribe y me voy preparando para el día en que ya no llegue tu respuesta.

Estás saliendo de mí y no te detengo, asumo un final que, aunque duele, no sorprende. Nos estamos perdiendo para siempre y lo acepto... Tan sólo te ruego que permitas que quede una huella, un registro; que no ignores que no debe confundirse el adiós con el olvido.


miércoles, mayo 26, 2010

Hopeless

Algo está mal. Algún error de cálculo quizás, un giro erróneo tal vez. Pero sin dudas hay algo fuera de lugar. No debería estar aquí, o así. Debería haber salido ya. Escuchar las campanas de triunfo. Pero no es el silencio profundo lo que más me preocupa, sino la lejanía de la existencia que parece ir creciendo cada día.

Estaba ascendiendo, seguía el camino correcto. Lo sé porque ya lo he recorrido antes en repetidas ocasiones. Conozco la historia de memoria; descender a las profundidades a bucear lo extraviado, encontrarlo y escalar a la vida de nuevo. Estoy familiarizada con los caminos. Y, aunque no es tarea fácil eso de zambullirse en uno, entrar y salir siempre fue un proceso medianamente controlable y predecible. Nunca fue un paso por demás riesgoso en la empresa. La búsqueda en la oscuridad, el rescate: eso es lo realmente complicado. Pero el llegar e irse siempre fueron cuestiones más bien mecánicas. Hasta ahora.
Esta vez algo salió mal. No sé qué, cómo ni cuándo, pero sé que esto no es “arriba”, ni “afuera”… Es algo intermedio y decididamente extraño o, quizás, debiera decir nuevo.

Hice mi descenso “by the book”. Seguí los rituales y respeté los tiempos. Encontré lo que necesitaba y apunté hacia la luz, pero no llegué a tocarla. Y no tiene sentido. Debería haber funcionado, debería estar fuera; riendo, experimentando, viviendo, recuperando el tiempo perdido. Sin embargo, apenas observo, desde lejos, como a través de un cristal veteado, en desapego y amarga percepción. La vida y todo su sentido parecen estar escapando de mis manos. Es como si tirara de unas riendas que me ampollan las manos y ya no puedo sostener. Ascienden, con todo su fuego y fulgor, con su plenitud y sosiego, mientras el hielo trepa por mis pies, consumiéndome, anclándome a profundidades desconocidas. Blancas y frías, desprovistas, silenciosas y olvidadas. No se parecen en nada a mis infiernos ni otros mundos que he explorado. Y van ganando terreno.

Me estiro hacia arriba con todo mi empeño, pero la savia prometedora me sigue eludiendo, como me va abandonando todo el interés por su contenido. He perdido casi todas las cuerdas a las que creí que podía aferrarme y es poco lo que queda con cierta fuerza para seguir justificando la lucha. Incluso eso se está desluciendo y pronto no quedará nada. Nada que importe, nada que valga como para tener deseos de seguir esforzándome en el ascenso.

El hielo se extiende y aunque la voluntad de inacción y entrega duelen, no hay verdadera energía o deseo de combatirlo demasiado. Siento que pronto me entregaré a la sobriedad del sinsentido. Me dejaré congelar en este puente entre los mundos sin rumbo ni propósito. Preguntándome tan sólo, quizás, y por un tiempo, dónde estuvo la fisura, qué salió mal, por qué perdí el camino y terminé tan lejos de todo lo conocido, de todo lo que vale la pena; fueran sombras o sonrisas.


Y tal vez, luego, la nada. Y entonces… Quién sabe lo que haya aquí en la despersonalización del todo. Quién sabe si se pueden elegir caminos luego o, siquiera, si hay un después.

jueves, mayo 20, 2010

Irresistible

Blancas, flexibles y tersas, me llaman, me buscan, me incitan. Susurran con seducción irresistible a mis dientes que, ejerciendo todo el control posible, se limitan a acariciar la lujuria prometida. A recorrer sus bordes con abrasadora lentitud, midiendo meticulosamente los límites de la presión que pueden ejercer, rozando constantemente el riesgo de perderse en la pasión de arrebatarse. Y yo estoy a un solo paso de perder la cordura...

Hace más de un mes que dejé de morderme las uñas. Apenas la segunda vez que lo intento en 30 largos años. Y desde entonces siento que estoy sólo a minutos de volver a claudicar. Al principio fue medianamente soportable; el tiempo que me llevaba cubrir cada uña con la solución fortalecedora lograba tener mi voracidad a raya. E irlas viendo superar la punta del dedo milímetro a milímetro era motivador para soltar el latigazo a cada antojo de frustrar el proceso. Sin darme cuenta, empecé a fumar un poco más y darme premisos más frecuentes en la dieta. Y con eso, el instinto de arrancar calcificaciones de mis manos se mantenía respetablemente controlado. Pero la distracción pronto perdió efecto y la adicción volvió a imponerse con inclemencia. Empecé a aplicar esmalte de color sobre el fortalecedor y encontré una nueva vía de escape a la infame compulsión: retirar la pintura cual si fuera una capa de plasticola sobre el revés de la mano. Abrir un pequeño claro sobre la uña con el borde de las paletas superiores y tratar de despegar tiras completas de esmalte hasta dejar la uña limpia de nuevo. En ciertos casos este proceso de peeling era impracticable y me deleitaba en la fruición de hacer raspaje de esmalte con los dientes. Y así pasaban los días, pincelar esmalte en la mañana y eliminarlo por completo para la noche sin más elemento que mis propios dientes.

Pero pintarse las uñas todas las mañanas es agotador. Y ahora que están sanas y altas, ahora que los bordes superan por medio centímetro la línea amarilla, la tentación es prácticamente insoportable. Mis dedos se empeñan en acercarse a mi boca, mi colmillo inferior recorre la irresistible superficie interna de extremo a extremo imaginando perniciosamente la excitante posibilidad de dejarse llevar. Tan sólo detenerse en uno de los extremos, dejar descender el colmillo superior y ejercer - apenas - un poquito de presión hasta sentir el "plic" que anuncia el triunfante quiebre que llevará a la gloria absoluta. Y luego, luego sólo sostener con suavidad la punta de esa fisura entre los dos filos de las coronas, girar el dedo con un movimiento grácil y sutil y sentir la liberadora y elegante separación de ese fragmento en forma de media luna. Esa tira que se vería tan lograda y perfecta con su tamaño actual, ese desgarro que daría un golpe de adrenalina y alivio a mi mente, a mis uñas, a mis dientes...

Ah, si tan sólo dejara de resistir con tanto ahínco, sólo una vez, sólo un momento, solo una, sólo ésta que me llama a gritos. Pero no debo, no debo. Y me prendo otro pucho y busco alguna birome para morder pero no queda un sólo plástico vivo. Y siento sudor en mi nuca y miro hacia los costados furtivamente. Cierro los ojos, cierro los puños con fuerza y respiro hondo. Todavía no. Un día más, quizás dos. Todavía puedo resistirlo... Creo.



NdeA: Ya sé, estoy para el Moyano

Duelo

Reinicié. Encontré la punta del ovillo y lo voy deshilvanando. Tengo el horizonte brillando delante y la satisfacción de estar en camino. Pero aún me envuelve una sombra ciertas noches, cuando la voluntad y la esperanza no parecen ser suficientes para la sonrisa permanente. Cuando los logros y promesas no equilibran el peso de un ayer que aún se sostiene en un abismo que no termina de cerrarse. Un duelo que no puede apurarse, ni saltearse, ni ignorarse. Una lenta procesión de pasados que se esfuman sin suficientes justificaciones desde lo emotivo, donde lo racional no tiene lugar para dar batalla.

Laceran los recuerdos que se van borrando. Perforan los esfuerzos que no llegaron a puerto y se van disipando en la inmensidad. Los besos y abrazos que se abandonaron a desintegrarse en la nada. Las miradas que nunca volverán a compartirse y los “te quiero” que naufragan en un futuro que los desconoce por completo.

Cómo cuesta sonreír sin el peso de todo lo que se ha perdido. Mirar al presente sin pensar en el vacío latente de todo lo sacrificado por un mañana irrealizable. Aceptar que tanta devoción se evapore sin testigos ni ternuras que abriguen su pasión. Qué difícil es cerrar el libro de una historia incompleta, saber que no habrá nadie que vuelva a escribir en las páginas pendientes. Y que ese cuento que se urdió con tanto empeño se irá acomodando en un estante oculto para ser olvidado en el tiempo. Cómo apena asumir que el polvo se asentará donde hubo algarabía y que los años no son más que gajos que se van descontando de un destino cambiante. Que aquello que vivió con tal convicción en su momento, va callando para siempre sin mayor oposición. Que salvo por la agonizante voluntad de mi apegado corazón, no habrá quien lo recuerde.

Hiere que las memorias no inspiren maravillas. Desahucian los sueños, los proyectos, las esperanzas, las perseverancias que cierran sus ojos y se dejan morir sin héroes ni salvadores, sin salida ni la más mínima voluntad de ello. Tan solo reposan exangües, sin propósito, esperando las arenas que los cubrirán para siempre sin aferrarse a nada. Culminan sin resistencia, como si desconocieran por completo el significado de la continuidad.

Y esta vida que sigue, tan plena en posibilidades y nuevos sueños; tan colmada de comienzos aún no escritos que penden tan solo de la oportunidad del nuevo amanecer… No alcanza para atenuar la sensación de que es cruel y triste que el cambio y el olvido sean un común destino para todo lo que he amado y atesorado antes.

Bendigo lo nuevo, el renacimiento, las oportunidades y todo lo bueno que espera por delante; pero no puedo evitar afligirme, ciertas noches, por todo lo valioso que ha muerto en el tiempo.

miércoles, mayo 19, 2010

Bestia

El otro día hablaba, con una de esas personas que son una bendición en nuestras vidas, sobre las cosas crudas que se dicen sin pelos en la lengua. Esas cosas que son como sopapos, sacudones o baldazos de agua en nuestra complaciente rutina. Frases ásperas que no acostumbramos escuchar y que son esenciales para abrir los ojos, salirnos del círculo, hacer un clic importante en la mente entumecida. Ella lo veía como un defecto, yo lo veo como un don. Ella lo reconocía con culpa, yo lo festejo con agradecimiento. Es que es tan importante tener un poco de verdad sin contaminar en la vida, es tan imprescindible contar con la posibilidad de desenmascarar nuestras propias mentiras…

Uno se acostumbra a condenar los vómitos de sinceridad que recibe de terceros porque no siempre reflejan una verdad o porque nacen de intenciones poco inocentes. Porque no todos aceptan al otro tal como es y, por ende, no pueden verlo claramente. Porque en esa versión distorsionada de nuestra esencia vuelcan sus propias pretensiones y sus verdades terminan siendo un exabrupto de prepotencia que no hace otra cosa que sembrar duda y cizaña. Pero si se tiene la fortuna de contar con un amigo que te lee cual radiografía sin intención de pintar sus sueños sobre ella; alguien que tiene la generosidad de tomarte tal cual seas por extraño, complicado o absurdo que parezcas; se verá una enorme diferencia entre su productiva frontalidad descarnada de aquella gratuita e hiriente. Es que ese amigo invaluable pujará siempre por defender la pureza de tu núcleo, aún a costa de su propio sufrimiento al zarandearte.


Ella se juzga una bestia, yo digo que las bestias son nobles y que sus animaladas son la mejor herramienta que puedo tener para seguir avanzando, seguir mejorando y no perderme. Que sus mordidas son la mejor guía para recordarme de qué estoy hecha. Porque las bestias son de esas que no dirán lo que uno quiere escuchar en condescendencia, ni aprobarán tus decisiones inseguras para quedar bien. Son las que se arriesgarán a tu furia negligente opinando sinceramente desde la verdad inalterada que han conocido en tus entrañas, dando el cachetazo certero al autoengaño al que uno suele someterse.

Por eso, brindo por la bestia que se oculta en el corazón honesto y bien intencionado de los afectos irremplazables, por las frases "sin asco" que nos despiertan y nos mueven. Contra sus reparos, las aliento a que nunca dejen de animarse a ser un poco duras y consuelen la pena que queda después de soltar su barbarie sabiendo que esa herida es lo más valioso que nos podrían haber dado. Porque sin ellos, se perdería la esperanza de crecer y superarnos y la oportunidad de reencontrarnos cada vez que nos perdemos demasiado.

domingo, mayo 09, 2010

Given to Fly

Entre los despojos de ideas erróneas, sumergido bajo los densos conceptos comprados. Encadenado a las cesiones que no debieron hacerse, olvidado por los sacrificios ignorantes; aun con brillo, aun con fuerza y voluntad, asoma el espíritu negado, su identidad censurada, la esencia desplazada. Suspira débilmente pero aún vivo. Y sólo en la calma que sigue al estruendo de la destrucción encuentra finalmente el camino para volver a llegar a la conciencia, para ser notado, encontrado, recordado una vez más, después de tanto tiempo.

Con la delicadeza que se sostiene a una vida recién nacida y el cuidado ante la ignorancia del riesgo existente, con la parsimonia de quien empieza de cero en un mundo de expertos, lo voy sacando de las profundidades. Empiezo a acercarlo a la vida, para que vuelva a aspirar los aromas de la oportunidad, para que el sol cure su abatida energía.

Con culpa y paciencia, con amor y vergüenza, con ternura y esperanza, abrigo su orgullo magullado, alimento sus ilusiones cercenadas y acaricio sus golpeadas convicciones. Le abro la puerta del centro de control de nuevo y lo siento al mando, porque aunque impulsivo e inconsciente, complicado y testarudo, caprichoso y volátil; es honesto e íntegro, es frontal y generoso, apasionado y fuerte. Es inteligente y acertado, sabio y valiente, real, verdadero y de fidelidad inquebrantable.

No pide compensaciones ni recrimina el injusto destierro, no me apunta un dedo ni sermonea mis lágrimas. No me condena ni me critica, no me juzga, pero tampoco me consuela. Sólo toma las riendas en silencio, ocupa su lugar y sin dilación comienza su tarea de reconstrucción de todo lo que he destrozado. Con habilidad, con certeza, con experiencia y soltura. Sabe lo que hace, siempre lo ha sabido, y con la libertad de la caída empieza a recorrer el camino correcto de ascenso.

jueves, mayo 06, 2010

Averno

En la oscuridad tomo un recodo hacia la derecha. Ya no necesito de mis ojos para orientarme, ni hace falta que mis manos se deslicen por los muros húmedos y pestilentes. Me he acostumbrado a la penumbra cerrada de mis contradicciones, a la espesa bruma de mis expectativas confundidas. También he prescindido de mis desprevenidos guías, los ejecuté una vez hube penetrado los círculos más inaccesibles, cuando se transformaron en meras sombras frente a los verdaderos terrores que me habitan. He ganado más batallas de las que esperaba librar en este tiempo y eso me alienta a seguir camino, hacia la derecha, donde el aire se torna rancio y huele a ponzoña. Antes de que supere una decena de pasos en la dirección elegida una cicatriz se aja al instante y mana la tibieza carmín de recuerdos sepultados. Me sonrío con languidez; ya sé lo que me espera al final de este túnel en particular.

Por primera vez, desde el comienzo de mi travesía, me detengo y vacilo. Acaso no esté lista aún para esta batalla inmemorial. Tal vez aún existan oponentes más fáciles de vencer en alguna de las bifurcaciones que fui dejando atrás. Indudablemente todavía hay mucho infierno por recorrer y círculos más profundos a los que parece no haber acceso. Sería imprudente arriesgar el fracaso tan pronto.

Mientras me giro para volver, percibo un bulto por el rabillo del ojo. Más negro aún que la oscuridad circundante aunque lo creyera imposible. Una risa débil y cascada se abre camino en el silencio. Se encienden dos puntos grises que flotan difusos en la figura encorvada; unos ojos desteñidos que se clavan en mi pecho y agrandan la herida como si tuvieran la habilidad de perforar. “Qué inocencia. Querer abarcar un mundo en un solo viaje” La voz carrasposa y deslucida denota una edad incalculable, su tono es burlón pero abriga cierto grado de nobleza que no esperaba encontrar en estas profundidades. El silencio vuelve a cerrarse en torno nuestro mientras nos observamos sin vernos, aunque sé que ella no necesita de sus ojos para verme. Creo reconocer su identidad pero prefiero no preguntar.
Los contornos de la figura empiezan a confundirse en la oscuridad y me doy cuenta que la negrura está cediendo. Un brillo tenue se adivina al final del sombrío pasadizo. Apenas una esfera pequeña de luminiscencia mortecina que va extendiéndose lentamente, como si el final del pasillo se estuviera acercando a mí. La silueta empieza a desvanecerse y vuelvo a vacilar, pero ya es tarde para volver atrás. La oscuridad está retrocediendo. “Haz lo que has venido a hacer. Para ganar no hace falta vencer”, las palabras de la anciana, esta vez serias y firmes, se expanden en un susurro cuando lo último de su forma se dispersa en la nada. El resplandor aumenta y ciega mis ojos por un momento, me rodea un fulgor intenso pero puedo identificar que hay alguien delante de mí. Mis piernas se debilitan, definitivamente no estoy lista aún para este encuentro.

Veo su rostro, difuso mientras mis ojos se acostumbran a la luz, pero su inocencia es tan nítida que abruma. Me sonríe con dulzura y estira una mano cálida y gentil. Mi alma se contrae y caigo de rodillas, sé que mi pecho se romperá en breve soltando una marejada que me ahogará con increíble facilidad. Ya no puedo pensar en batallas ni conquistas, no puedo dañarlo, ni siquiera puedo pretender que quiero intentarlo. Lo observo suplicante, acobardada, debilitada; y su sonrisa se vuelve más brillante, más insoportable. Me sofoca la ingenuidad que lo libera de culpas, el daño hecho sin conciencia ni voluntad, tantos años de exilio del cuerpo que mi corazón ha soportado sin poder defenderse ni suplicar. Sin querellantes ni acusados, sin causa y sin justicia. Tan solo la condena, engendrada por su misma esencia, irrevocable en su desvinculación de toda arista argumentable.

El suelo comienza a ceder bajo mis piernas, se vuelve blando y viscoso y comienza a engullirme. Una ciénaga espesa que acaricia terroríficamente mi piel con la promesa de la perdición. Intento liberarme, hacerme a un lado; salvarme, pero mis músculos no responden. Estiro una mano hacia él, mis ojos empañados en zozobra, mi boca dibujando un ruego sin sonidos. No puedo sucumbir en estas profundidades, no después de tanto esfuerzo. Él toma mi mano, pero no tira de ella. Se arrodilla junto a mí manteniendo su sonrisa y besa mi frente con ternura. “Es hora” susurra con aquiescencia y se queda inmóvil, sosteniendo mi mano, mirando mi naufragio. Veo en sus ojos un destello de liberación antes de que el fangoso suelo termine de tragarme. Las tinieblas me envuelven con espesura, arrastrándome a lo más hondo, donde sólo existe la lobreguez absoluta; la ruina que con tanto empeño venía evitando.

En medio del insoportable frío e insondable silencio lloro mi arrebato. Creerme capaz de vencer a un fantasma tan antiguo y colosal sólo por estar más vieja. Como si los años fueran garantía alguna de superación. Como si un cuerpo más alto y robusto hiciera alguna diferencia contra un espectro emocional. Sin una salida, sin metas ni sentido ya, me doy por vencida al fin, después de tanto tiempo. Pero antes de entregarme a la nada percibo un débil vestigio de vida en este abismo, una entidad cálida y pura que se aferra débilmente a la existencia y se siente extremadamente familiar. Desterrada a este recóndito espacio inhóspito me ha estado esperando por años; la esencia de todo lo que buscaba.

sábado, abril 24, 2010

Lógica

¿Se puede vivir, realmente, una vida entera basándose en el raciocinio? ¿Podemos limitar todo a una explicación concisa y lógica, una acción-consecuencia, sin perder plenitud en el proceso?

¿Puede uno resumirse a las leyes de la realidad y someterse a la resignación de su peso por el resto de sus días? ¿Qué hay de la pasión, de la emoción, de la sorpresa? ¿Qué hay de la realización del escalón imposible, del sobrecogimiento de lo extraordinario? Aunque más no sea un atardecer resplandeciente sobre un profuso forraje; o una caricia tímida y sincera que se desliza ilusionada, el pecho contenido en una esperanza incierta, los hombros estremeciéndose en un aroma de memorias nobles, la garganta enredada en la incredulidad de una maravilla. ¿Cómo prescindir de todo eso, cómo ignorarlo; implementar la indiferencia que cuadre con un plan sencillo y claro?

¿Cómo puede uno sentirse vivo acomodándose a una idea práctica, delineando un plan rutinario, bebiendo el olvido de lo que una vez pudo revolucionar nuestras entrañas?

¿Quién puede establecer tal pacto, reducirse a la carne muerta y al pensamiento estático y lineal? ¿Para qué sobrevivir la vida si ya calculamos y conocemos todo lo que obtendremos de ella? ¿Para qué estirar la monotonía sin mayor vencimiento – ni incertidumbre – que el momento de desvanecimiento final?

No me basta lo lógico y conocido para encontrarle sentido a la lucha. No me alcanzan las consecuencias obvias para permanecer. Necesito creer en la próxima emoción, en la conmoción de cuerpo y mente que se lleva las palabras, los pensamientos, las lógicas certezas y cualquier expectativa analizada. Necesito creer en la desnudez absoluta de la conciencia frente a la emoción que supera cualquier premeditación. Pues sin esa posibilidad, sin esa esperanza; todo lo que pueda programar, todo lo que pueda conseguir, no vale absolutamente nada.

miércoles, abril 14, 2010

Descenso

Esta noche desato a mis demonios. Los libero de su frágil prisión de absurdas ocupaciones permanentes, suelto las ilusorias cadenas de halagos externos y los dejo expandirse sin controles ni condiciones. Permito con calma que se alimenten de mi esperanza para recuperar fuerzas y no los detengo cuando se lanzan, vorazmente, hacia mi alma. Pues así los necesito; irrestrictos, salvajes y sin recelo, para que me guíen en el descenso a mi infierno. Sus fagocitantes espectros de asfixia conocen el camino y en sus sanguinarias obsesiones está la llave que abre la puerta hacia las tinieblas.

Dejo en el umbral mis aspiraciones prefabricadas, mis ternuras moldeadas en cartón y mis ilusiones pintadas con tiza. Me quito la capa de añoranzas tardías y dejo caer el escudo de caricias ausentes. Entrego al sombrío guardián mi túnica de metas prestadas y las sandalias de logros complacientes. Sólo conservo mi soledad como antorcha, mi dócil alma desnuda como arma y mis demonios como guía.

Sólo dedico al mundo una última contemplación silenciosa a modo de despedida. La mirada inexorable de quien deja de huirle al destino y se atreve a recorrer otra muerte que fue demasiado demorada.

Vulnerable y libre de preconceptos me interno en la oscuridad de mi misterio. Dejo que las sombras me rodeen y engullan, centímetro a centímetro, e inicio el escabroso sendero primordial que lleva al renacimiento.