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viernes, enero 29, 2010

Aire fresco

No hay nada como una buena ráfaga de aire fresco en la cara, es algo que siempre te hace sonreír. Sea porque te sorprende mientras arrastrás los pies por las sofocantes calles de la ciudad en medio de este tórrido verano. O porque la venís anticipando con ansiedad mientras trepás apresurado las escaleras del subte. Sea como una palabra de aliento cuando los músculos chillan y la piel llora al hacer un deporte, gimnasia o una larga caminata que parece nunca llegar a casa. O porque te despabila el tedio de un largo día de trabajo al salir a la calle.

Y no hay mejor aire fresco que el metafórico, que nada tiene que ver con el viento o el clima, pero te regala la misma sensación de placer y alivio. Mi favorito: la ráfaga en la cara de la rutina.

Conocer gente nueva, abrirse a nuevas culturas, a distintos puntos de vista. Escuchar sin juzgar ni temer, aprendiendo a ver oportunidades de cambio o aceptación desde la experiencia de otros. Relacionarse sin rótulos, sin expectativas ni planes, sin estipular tiempos ni temer las partidas, es un tipo de libertad que nunca me había dado la oportunidad de conocer y me enriquece constantemente.

Es algo contradictorio para una persona introvertida; abrirse y combatir la desconfianza implica un esfuerzo sublime, pero los resultados son inmensamente fascinantes. Y por eso, aunque termine casi todas las noches soberanamente agotada por el ejercicio social, me duermo con frescura en la mente y sueño con todos los caminos abiertos que me depara un futuro sin sentencias. Porque finalmente entendí, después de tantos años, que una partida no es abandono y que un amigo no se mide por la cantidad de tiempo que permanece a tu lado. Que, a veces, un extraño puede ayudarte más que tus seres más cercanos con unas pocas palabras y que hay personas que pueden pasar por tu vida como una ráfaga express dejando semillas de enormes recompensas futuras.

No importa tanto el objeto ni las intenciones que subyacen, importa lo que se aprende y lo bueno que queda. Sin pensar que pudimos haber hecho algo malo, sin obsesionarnos por conservar una mariposa en un frasco, podemos entender que la extensión del paso de un ser especial por nuestra vida no es lo que cuenta, sino la fortuna de haberlo cruzado. Las alegrías que nos dejó - por breve que fuera el intercambio - son lo que realmente permanece; el legado de lo que nos fue regalado cuando más lo necesitábamos.

A todos aquellos que enriquecieron mi camino y se perdieron en el tiempo siguiendo el propio. Muchas gracias por todo.

viernes, enero 01, 2010

2010, odisea espiritual

El 2009 fue un año tremendo sin lugar a dudas. Conozco muy poca gente que no haya estado inmersa en caos y desgarros. Sea porque se alinean los planetas (?) o se recalienta la tierra (¡!) o porque, cada vez más, los estímulos de lo mediático y lo masivo contra los arquetipos culturales nos están confundiendo y despojando de identidad; la realidad es que la cosa está difícil en general y hay que pelearla. Y los que nos negamos a dejar de sentir y vivir terminamos descolgados “chupando un clavo sentados sobre una calabaza”

Hablo sin autoridad alguna, solo a partir de lo que me gusta elucubrar y delirar en horas nocturnas, pero creo que estamos atravesando un período de gran cambio como raza. Las fórmulas inmemoriales de convivencia social que han pasado de generación en generación se están derrumbado y nos estamos empezando a dar cuenta que nos cayó de garpe la tarea titánica de reinventar los órdenes civiles y sociales de "la nueva era". Y así - perdidos en esta niebla donde lo viejo no nos sirve de mucho y lo nuevo es demasiado incierto para controlarlo - es como algunos se acobardan, otros se agrandan, otros se hacen los boludos, otros atacan, otros ayudan, otros construyen y otros destruyen. En realidad, son formas de reacción que siempre han existido, la diferencia ahora es que la gran mayoría lo estamos haciendo medio a los ponchazos, sin convicción y tratando de aferrarnos a algo que ya no puede sostenerlos. Por lo que no hay verdades absolutas ni juicios infalibles a lo que vemos y experimentamos. En resumen, hemos vivido mucho pero pareciera que “no aprendimos nada” y eso nos hace sentir vulnerables y amenazados.

Ante el caos, el ser humano tiende a perder claridad y convertirse en pleno instinto y esencia. Y ahí se ven las verdaderas cartas. De una manera u otra, estamos librando una batalla. No hay zombies (bleh!) ni cataclismos, ni nada físico que podamos achurar con un arma. Pero hay muchos fantasmas psicológicos y emocionales que estamos teniendo que combatir con lo que tengamos y como podamos. Y ahí yace la renovación, la reinvención de los modos y el estilo de vida, ahí se revela la "supervivencia del más fuerte", ahí está la historia épica y la posibilidad de ser un héroe: en un apocalipsis subrepticio, abstracto e intangible. Es un campo de batalla ideológico en el que estamos casi todos en pelotas, tratando de alcanzar alguna revelación que nos ayude a aprovechar el infinito torrente de opciones y realidades que nos rodea. Y en la cancha se ven los pingos, dice el dicho. Y por eso uno no para de llevarse sorpresas buenas y fieras, de parte de su entorno y de sí mismo. Porque estamos en plena inestabilidad buscando el punto de equilibrio entre más de mil estímulos.

Y pensando en esto, se me hace que el más fuerte en esta guerra imaginaria no es el que más escala, sino el que menos se pierde; el que puede mantenerse lo más íntegro posible sin quedar completamente aislado... El que logra desprenderse de la costumbre de colgarse del éxito o el descubrimiento de otro y aprende a encontrar sus propias anclas y rutas. Porque lo que la modernidad y globalización han logrado, es abrir la posibilidad de ser a un rango infinito de resultados diferentes. Y entender y aprovechar esas oportunidades – enseñados a seguir el Manual del Humano No Fracasado de nuestro tataratataratatara abuelo – es lo que más nos está costando lograr. Y ese es el camino que pretendo seguir este año, el de mis propias elecciones desprovistas de juicios y miedos. Es el más difícil, pero el más productivo a mi entender.

No le temo al esfuerzo y al cansancio, ni siquiera al desgaste. Sí a la desolación y depresión, porque son los únicos estados de los cuales es extremadamente difícil recuperarse. Y sé que puedo estar a salvo de ellos si evito la tentación de perder mi identidad o silenciar mi deseo.

Así que, desde este mini bit en el enorme ciberespacio, levanto mi copa por un 2010 a pleno pulmón, peleándola por mantenerme firme y genuina mientras me resisto de caer en la deprimente comodidad de lo convencional. Lo que probablemente haga que el nuevo año sea híper jodido y cansador, pero lleno de la satisfacción de ser fiel a mí misma y la paz mental de estar haciendo lo que puedo y de la mejor manera posible; por un futuro más mío, más honesto, más pleno y más honorable. Y eso, para mí, es una expectativa más que optimista.


Muy Feliz Año Nuevo!