Pages

jueves, agosto 23, 2012

Homeless

Se siente extraño, por dentro, estar tan a gusto tan lejos del hogar. Suspira la traición en las entrañas mientras algo grita que debiera estar contando defectos y falencias. Que las hay, claro. Puedo encontrarlas. Pero mi sonrisa contrasta con el intento de otorgarles más peso del que - al momento - acarrean.

Atrás quedaron los miedos y angustias de una nada demasiado viva. Mi depresión es apenas un concepto difuso, una vaga memoria de lo que fuera (se siente) otra vida más ajena que mía.
Y me pregunto, qué tiene de malo abrazar una realidad que te hace bien, festejar el haber alcanzado la armonía tan codiciada. Es sólo natural, sano. Pero la culpa, o bien la decepción debiera decir, de lograrlo tan lejos de la cuna; tiene un peso gris, un sabor amargo. No opaca las sonrisas ni los bailecitos cutres que me mando cada vez que algo me complace, pero sí me hace sentir avergonzada cuando hablo con mi gente y algo dentro mío tiene ganas de arrancarlos y traerlos conmigo.
Es que quiero compartirles todo; lo nuevo, lo distinto, lo raro, lo bueno. Quiero que me vean el brillo en los ojos, que contemplen mis sonrisas honestas. Quiero compensarles todas las oscuridades que se bancaron.

Pero siempre me dicen, "no te pierdas", "no te olvides quien sos", anticipando que cambiaré de bandera. Y cómo contarles entonces, que siento que tengo una mejor vida ahora. Que amo mi vida ahora; me satisface, me sorprende, me contiene y me da esperanzas. Todo eso que había perdido hace tanto tiempo. Y aunque no tenga que ver con mi país, ni mi gente, ni cambie colores en el alma, es lo que algunos leen. A primera vista, el estereotipo pesa. Y es difícil decir que en el norte estoy mejor sin que crean que se ponen en juego las nacionalidades.

Se me hace muy artificial, a veces, la amabilidad excesiva - prácticamente calculada y ensayada desde la cuna. Pero la ausencia de abuso, grosería, prepotencia y falta de respeto, opacan cualquier sensación de superficialidad.
Me gusta que me traten bien, me gusta que me sonrían y me saluden. Me gusta que no me juzguen o bien, no darme cuenta si lo están haciendo. Me gusta que sean comunitarios sin ser entrometidos, permitiendo que mi introversión pueda subsistir en paz sin tener que hacerme una ermitaña. Me gusta el toque de programación inculcada. Sí, extraño la rebeldía, la expontaneidad y pasión un poco. Pero me relaja la organización de cada cosa; la limpieza y pulcritud de los parques, las calles, los espacios públicos, que eso habilita. Me gusta sentir que nadie me está mirando y darme cuenta que - para la mayoría - el hecho de poder hacer una macana no es motivación para llevarla a cabo.

Me siento cómoda, a gusto, en paz y armonía. Me siento feliz aún tan lejos de casa.
Cómo decirlo, gritarlo como desearía, sin que lean cosas entre líneas. Sin que piensen que he cambiado, que me he perdido, que he traicionado por apreciar algo distinto.

Sigo siendo la misma argentina obstinada, apasionada y luchadora de siempre... Pero sin navaja en la garganta, sin enojo ni desesperanza. Sin mentirme ni engañarme, tratando de admitir sin culpas que acá estoy mejor que en casa.