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miércoles, marzo 08, 2006

Los que se fueron… Los que ya no volverán

Miro en el espejo los ojos cansinos que me escrutan desganados. Analizo ese surco nuevo junto a mi ceja derecha y mi nariz de pelota con algunos puntos negros. Una suave línea negra recorre el entorno de mis ojos, y una sombra pálida plateada decora mis párpados, coronados por unas pestañas hábilmente realzadas con rímel. Por debajo se extiende una penumbra gris que no fue elegida como maquillaje; la marca del sueño y el agotamiento, que completan ese rostro alargado que no puedo terminar de reconocer. Observo un punto fijo y los contornos van perdiendo sentido, y esa cara que me enfrenta se vuelve cada vez más lejana, más extraña, más desconocida.
Refriego mis ojos y vuelvo a observar, esperando encontrarme, mientras se vuelve a enfocar la visión. Casi no reparo en las manchas que la pintura ha dejado alrededor de mis ojos, concentrándome en esos círculos marrón oscuro que solían guardar un ocaso otoñal deslumbrante entre sus infinitas hebras de hojarasca. El macizo y aburrido reflejo no cambia, a excepción de una lágrima distraída que se desliza suavemente por mi mejilla derecha. La magia que desplegaba paisajes en mis iris, definitivamente ha desaparecido. La naricita de inocencia que me teñía de espontaneidad también ha partido, junto con las cejas de asombro y los labios de entusiasmo. Las rechonchas mejillas rozagantes de júbilo, se han desteñido y desinflado, y ya no queda nada de la Connie que conocí.
Ahogo mis anhelos en un cigarrillo mientras retrocedo en mi historia; voy contando los golpes de cincel, las pinceladas de experiencia, a medida que me acerco a los inicios de la obra. Con la humedad de la nostalgia encuentro algunos trozos de memoria que me cuesta enfocar, y la melancolía ruega por una tregua de inconciencia. Todo aquello que solía ser se me escurre maliciosamente, y tantas partes de mi vida son a penas difusas manchas, que me deshago en la ansiedad de redibujarlas. Sé que todo eso debe formar parte de lo que ha resultado a través del tiempo, sé que todo eso tiene que ser la simiente de esta realidad, sé que allí, entre alguno de esos fantasmas, existe la persona que tanto busco, que tanto extraño, que tanto necesito… Las horas pasan y mi mente, agotada, abandona la tarea con las manos vacías. El reloj marca una hora tardía, y mi conciencia me recalca la importancia del descanso para el día que se avecina. De a poquito, soltando gotas de salitre ignoradas, vuelvo a encajarme en mi rutina, a organizar mis interminables responsabilidades, a serle indiferente a mis deseos de escapar. De a poquito, dejo que mi búsqueda añorante se esconda otra vez en las sombras de mi personalidad. Y mientras pongo el despertador en hora, me olvido un poco más de esa niña que nunca volverá