Pages

martes, julio 19, 2011

Indefinido (2)

La madera del suelo crujió bajo sus enérgicos pies. La luz del atardecer encapotado trazaba sombras taciturnas en el humilde recinto mientras el fuego agonizante de la chimenea se esforzaba empedernido en imperar a la oscuridad en un crepitante ruego de ser alimentado. Nárëluin se sentía fastidiada, detestaba tomar conciencia de la marginalidad que la había alejado de su cuna. Sus pisadas malhumoradas despertaron quejidos del gastado roble a la vez que toda la cabaña parecía estremecerse bajo su peso. Echó unos leños a las exiguas llamas con fiereza y comenzó a caminar apresurada de lado a lado, cambiando cosas de lugar con arrebato. Su rostro se enrojeció de indignación al encontrar la punta de un viejo tejido bajo unas mantas roídas. Sin pensarlo dos veces lo arrancó del aprisionamiento y caminó decidida a la chimenea para arrojarlo con acritud a las llamas. 
La danzante luz cálida alumbró su furia solo un momento para revelar, enseguida, una sombra en sus profundas pupilas. Su trigueño semblante esculpido se contorsionó y la pena ejerció peso sobre sus pobladas cejas. Sus manos recias se apoyaron sobre la piedra oscura y tosca del hogar buscando seguridad y su cabeza cayó entre sus hombros. No importaba cuánto se afanara en demostrar su superioridad combativa, siempre fracasaba ante el dolor.

Abrió lentamente sus ojos cansados y miró de reojo cómo el fuego consumía el tejido con voracidad. Lo había confeccionado con tanto amor y esperanza... Y ahora desvanecía de la existencia sin más, a merced de un poder implacable para el cual era sólo una partícula insignificante que ni siquiera aportaba a su combustión. Así se había sentido su amor ante la ilusión de ser mejor comprendida por otra raza. Su esencia anegada confiaba en encontrar resonancia lejos de los suyos y por eso se entregó sin restricciones a ese hombre tenaz de piel parda. Sus pensamientos reflejaron abrigo al principio, sus diálogos se enlazaban y entretejían tiernamente y Nárëluin creyó haber descubierto pertenencia. Pero el tiempo comenzó a revelar esas divergencias y quiebres que tanto había combatido mientras crecía entre su gente. Temerosa y angustiada se desvivió por reprimirlos y se esmeró en lograr aquello en lo que ya había fracasado una vez: convertirse en lo que no era.

Qué ingenuidad, se lamentó mientras se dejaba caer en el polvoriento suelo frente a la hoguera. Si no había podido ser una digna representante de su propia raza, qué la había hecho pensar que podía formar parte de otra. La niebla espesa de las lágrimas asomó a sus nobles ojos. Ladeó su cabeza hacia la derecha, como si ocultar su rostro de la luz de las llamas le permitiera no pensar en revelaciones dolorosas. Prefería pensar en la imprecisa inquietud que la atribulaba ante la incipiente tormenta, aunque también eso fuera vergonzoso para una mujer fuerte y valiente como ella. Se incorporó con esfuerzo y comenzó a repasar la impecable lista mental de preparativos necesarios. Su cuerpo se dirigió del depósito a la despensa, del zaguán al lavatorio y se detuvo a examinar minuciosamente los marcos de la puerta y ventanas. Efectivamente todo estaba en perfecto orden, pero seguía sintiendo que faltaba algo.

domingo, julio 17, 2011

Indefinido

Se acercaba la temporada de lluvias. Los cielos borrascosos teñían la tierra de nostalgias plateadas y añoranzas mustias. El viento norte alborotaba su cabello salvajemente mientras sus ojos se clavaban en las nubes plomizas que se estiraban perezosas sobre las colinas. Dos días, quizás tres, pensó, mientras analizaba las formas y los colores de la bóveda tapizada.

Había preparado todo según los conocimientos inmemoriales que le habían sido transmitidos desde su más tierna edad. Las puertas y ventanas de su precaria vivienda desmejorada tenían los aislantes correspondientes. Las canastas del depósito rebosaban de la leña necesaria para sobrevivir el frío húmedo de los días que se avecinaban. La alacena contenía todas las variedades de alimentos no perecederos y ricos en proteínas que la mantendrían provista hasta que los senderos volvieran a ser transitables.
Todo estaba dispuesto, pero ella no se convencía aún. Tenía la inquietante sensación de que estaba olvidando algo esencial, una cuestión primordial para sobrevivir las tormentas. Pero le era imposible precisar qué era aquello que le impedía enfrentar las arreciantes aguas de agosto con calma y seguridad como años anteriores. Seguía observando las nubes intensamente como si quisiera detenerlas con su mera voluntad. “Necesito más tiempo” se decía, aunque no supiera para qué.

La larga hierba seca y amarillenta comenzó a azotar sus suaves tobillos desnudos con el ímpetu del viento y su túnica gastada se ceñía ajustada a su cuerpo mientras llenaba el aire con el sonido de la alocada fricción de la tela serpenteante a sus espaldas. Ella no se inmutó con el repentino embate, su mente estaba mucho más allá de aquella realidad. Pensaba en el último invierno. Sólo había pasado un año desde entonces, pero ahora le parecía una vida entera. La temporada de lluvias en aquel momento no había sido más que un evento aislado, una simple ocasión para arrebujarse junto al fuego por días, abrigada en la calma y seguridad de unos brazos firmes. Un abrazo… Cuánto necesitaba de eso en este momento en que el temor pujaba por contaminar sus fibras íntimas. Pensó que la inquietud que la acosaba se relacionaba con su recién adquirida soledad, pero descartó la idea de inmediato. Ya había sobrevivido los aguaceros de la región por sus propios medios en otras épocas. Pero entonces era más joven, más inocente y no conocía los placeres y tormentos de la compañía permanente.

Sacudió su cabeza como queriendo adquirir claridad en la angustia y la confusión. Su larga cabellera se enredaba en su cuello tenso, lo golpeaba y acariciaba a la vez, lo liberaba y volvía a envolverse en sus venas dilatadas. Movió sus manos con delicadeza y determinación, restringiendo sus sedosas hebras oscuras en una cola de caballo que ciñó con una cinta de juncos trenzados y aceitados. De alguna manera sentía que el dominio ejercido sobre su cabello ejemplificaba la fuerza que le permitía controlar sus premoniciones oscuras.
Era una superviviente por naturaleza, su raza no conocía de debilidad o miedos, sus preocupaciones eran absurdas.

Erguida en la barranca simulaba un peñón recio con sus anchas espaldas y firmes pantorrillas, anclando sus pies a la tierra como las raíces de un imponente ombú. Cerró los ojos y trató de concentrarse en esa imagen imbatible. Era consciente de estas características típicas de su pueblo, que tan bien se habían reflejado en su cuerpo desde su nacimiento. Detalles inconfundibles que se habían declarado con tanta precisión en su carne; como vagamente la había rozado la forma de los pensamientos e ideas clásicas de su gente. Su corazón se retorció en el pecho y su soledad se hizo aún más insondable. Mordió sus labios con fuerza y respiró hondo a la vez que sus manos se cerraban con furia sobre los pliegues de su ondulante túnica. Se giró decidida, dando la espalda a los cielos plateados y se encaminó con firmeza a su aislada vivienda.

miércoles, julio 13, 2011

Salvation

Ayer mi pareja me comentaba el caso de un conocido suyo, que formaba parte de un movimiento que pujaba por defender la verdad tras las corrupciones de los gobernantes. La persona en cuestión había cambiado de parecer en un caso clave, de pronto y sin aviso, frente a sus 9 mil seguidores.  Ray se preguntaba, consternado, si habría sido amenazado por los poderes reinantes o si algo terrible le había pasado en las ocasiones que fue a prisión por el simple hecho de expresar su opinión libremente. Le respondí sin pensarlo siquiera, sin tener que meditarlo o procesarlo. Mi expresión salió casi como un resultado matemático: “sólo se dio por vencido; el alma no le da más y eligió creer en lo que le conviene – lo que necesita  creer – para poder seguir”.
Él solo me miró en silencio, quizás dándose cuenta de las implicancias de esa sentencia al mismo tiempo que yo.

Ray todavía quiere salvar al mundo, tiene esa fuerza inexplicable que tira y tira hacia una responsabilidad suprema. La fe de que se puede lograr un cambio, aún si se hace un alma a la vez. Sé cómo se siente, sé cuán fuerte es porque todavía puedo recordarlo. Puedo recordarlo, pero ya no puedo compartirlo. Me di por vencida hace ya mucho tiempo.

Lo veo pegado a youtube todos los días, indagando en las noticias del mundo entero. Le pido que encuentre otro hobby, porque ya no sé cómo sostener la frustración y decepción que se regeneran en su interior. Sé que gran parte de su casi adictiva búsqueda responde a la esperanza de encontrar algo bueno, positivo, inspirador. Más que una esperanza, en realidad, es una necesidad. El resto de su objetivo es su ansia de saber todo lo posible para poder comunicarlo, compartirlo, despertar a los que duermen. No necesito preguntarle, lo sé, porque yo también lo he vivido.

Lo único que nos diferencia es que él es más fuerte que yo, que él todavía puede soportar los golpes de una humanidad desagradecida y negligente, que él no pierde la esperanza de que la insistencia sea como el agua que horada la roca. Me gustaría poder acompañarlo en su noble misión, pero mi raciocinio ya no da lugar a la esperanza; no después de todo lo vivido y de todo lo que sigo enterándome día a día aunque quiera ignorarlo.
Yo elegí girar la cabeza, meterla bajo tierra y tratar de construirme una vida lo más digna posible en el aislamiento. La resignación era la única opción que ofrecía cierto sosiego a la ira y decepción, y la tomé, cuando ya no podía más; como el veneno que cura su propia ponzoña en el borde de los mundos. Pero evidentemente no fue más que un paliativo a corto plazo, resignarse no cierra los ojos, simplemente, los opaca un poco. Y hay cosas que ni la bruma oculta, cosas que siguen doliendo en la inacción.

¿Cómo se despierta a quien no quiere abandonar la beatitud de su limbo? Aún cuando uno pueda tolerar los zarpazos desesperados de quien prefiere no ver, no puede haber triunfo sin voluntad conjunta. Pero más importante aún (y quizás la pregunta clave que lleva  a la resignación), ¿qué derecho tiene uno de ir contra la voluntad del otro, aún cuando la causa sea noble? ¿Quién dice que la elección de luchar contra la esclavitud es más válida que la elección de abrazarla y defenderla? Ver la tristeza y decaimiento general puede ser motivo suficiente, pero no tiene sentido intentar salvar a quien no quiere ser salvado. No solo por una cuestión moral, sino – simplemente – porque no se puede. Al menos eso me dicta la experiencia, o más bien es prácticamente un axioma en mi lógica que no puedo combatir con esperanza.

Entonces me pregunto – mientras con Ray dejamos que el silencio envuelva nuestra diferencia de objetivos – si acaso la apatía reinante en mi alma haya nacido de esta elección a medias tintas. Si esta llamada depresión que combato con pastillas sea el crecimiento de una única desazón, una cuestión única pero lo suficientemente grande para ahogar un alma: haber llegado al punto de creer realmente que el mundo no tiene salvación, que la humanidad no tiene salida y que la única opción es soportar el naufragio de la mejor manera posible. Lo que no sería una mala forma de vivir tampoco… Si no fuera por el guerrero encadenado que aún llora dentro, esperando en la eterna oscuridad que las lágrimas horaden sus grilletes.


viernes, julio 08, 2011

Suplicio

Cáscaras vacías de una emoción que nunca llega a manifestarse por completo. Volátiles partículas de una identidad desintegrada flotan sin propósito en un vago marco de extensiones yermas. El cigarrillo que se consume sin fumador, en una espera eterna e inconclusa. Las fútiles cenizas condensadas en anticipación del movimiento más sutil para desmoronarse en la indiferencia.

La meta difusa, tan solo vapores de un ansia sin raíces. Voluntades tibias que se desmenuzan constantemente en expansiones ilimitadas. Una virtualidad de esperanzas sin huellas ni marcas que lleven a la materialización.
Plegarias sobre un pasado que se siente cada vez más ajeno. Una sombra de infancia que no encuentra cuna en el alma cansada que cree (quiere) recordar haberla albergado con ternura. Una niebla espesa estira sus dedos sofocantes en todas las direcciones.

Un ahora vacío, sin mapas ni caminos, que subsiste débilmente bajo la única premisa de no desaparecer. El inicio sin punto de partida, el intento que se queda en las ganas; marejada de impulsos sin anclaje que sólo incrementan la nube viciada que cubre el horizonte.

El suspiro errante que cumple un ciclo interminable, volviendo como un eco ausente desde las deshabitadas distancias insondables. No hay nada más que carne, el tacto que indica que aún hay vida biológica. La mente que procesa sus realidades, tanto ciertas como inventadas (son todas iguales) y nada más.

Presencia y conciencia de vacuidades regeneradas, es todo lo que queda de una agonizante memoria de espíritu pleno y vivaz.

lunes, julio 04, 2011

Así de fácil

"Tenés hipotiroidismo (...) tu tiroides segrega una hormona de mala calidad, se entiende?" Sí, dicho mal y pronto, mi sistema está mal administrado y tira pantalla azul a cada rato. Genial.
"Tomá esta pastillita todas las mañanas y se arregla el problema" ¿Posta? ¿Con una simple pastillita dejo de estar totalmente aplastada y congelada al lado de la estufa y se me deja de escamar la piel y las uñas? ¿Así de fácil? GENIAL.

Mi psicólogo se tomó la noticia con optimismo; pensaba - como yo - que así la terapia iba a ser más fácil, sin una cuestión física boicoteando la voluntad de cambio. Esperamos un mes y sí, dejé de sentirme más seca que una pasa, la estufa calentó un poco más y la gravedad le dio una tregua a mis kilos. Pero seguí pegada a la cama en las mañanas y sin poder ganarle a la apatía que encabeza cualquier proyecto o idea.

"Pasa que estás deprimida, vamos a ver si podemos ganarle por nuestra cuenta y si no te voy a tener que derivar a un psiquiatra para que te medique con algo livianito". Ok, entusiasmo al tacho, pero démosle para adelante que en obstinación no me gana nadie.

Y lo intenté, lo intento, cada día, a cada minuto. Me recuerdo constantemente la lógica que choca contra la situación, me instigo la voluntad de ver la realidad tal cual es, buena y aceptable, sin problemas. Pero sigo rota, sin poder terminar de escalar el pozo ponga la garra que ponga. Mientras sigo tomando mi hormona para que - al menos - no falle el organismo. Pasan los meses y con el terapeuta perdemos las esperanzas, no estamos avanzando, aunque los dos tengamos voluntad. Me dice que me va a derivar a un médico, que mi depresión necesita "ayuda", que es evidente que con la buena predisposición no alcanza. No le respondo, pero mi mueca quizás lo diga todo. La propuesta queda en Stand By y salgo del consultorio para cenar con mi tío, que - convenientemente - es psiquiatra.

No le comparto mis conversaciones de diván, sólo relatos normales de la actualidad típicos de cuando uno se pone al día con un afecto. "Nena, vos tenés una depresión galopante". Bleh, ahí va de nuevo esa palabrita. La combato, que yo sepa no lloro por los rincones ni abandono la vida con ideas fatalistas. Estoy rota, sí, pero la peleo, mierda.
Me hace algunas preguntas de sondeo que me hacen putear por dentro; que si he perdido el gusto por mis hobbies, que si me cuesta dormirme y levantarme, que si he perdido el sentido del humor, etc., etc. Bueno sí, eso nos pasa a todos, ¿no?
"¿Tu psicólogo no te dice que estás deprimida?". Scratch, scratch. Cada vez que se pronuncia la palabra me mosquea, pero le digo la verdad de todas formas. "Te medico yo si querés" es su respuesta. Cri, cri...

Miro la receta sin decidirme. No es que no me guste tomar pastillas, soy experta en cócteles de diclofenac, buscapina y omeprazol. Mi botiquín siempre tiene stock de ibuprofeno en todas sus formas, qura plus, tafirol y otros útiles. Soy completamente pro medicina para la situación que lo amerite. Hasta le he tomado afecto a mi levotiroxina matutina. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

La contractura sale en radiografías, el resfrío se ve en el pañuelo, el hipotiroidismo sale en un análisis de sangre. Son cosas reales, comprobables, tangibles. El organismo y la medicina son hechos científicos. El cuerpo es un cúmulo de compuestos químicos y las pastillas son contribuciones de la misma naturaleza. La "depresión", en cambio, es una idea, una cosa abstracta e intangible que mi razonamiento no puede aceptar como real. Confío en mi tío, confío en mi psicólogo, pero no me cierra que una pastilla cure una idea.

No me cierra que sea tan fácil, que una pastillita pueda contra la idea que derrota a una psiquis que combate a todo pulmón. La mente se trata con mente, ¿no?

Miro la receta con el ceño fruncido, el raciocinio se opaca por el orgullo. Si funciona, ¿quién me cura después el ego herido de que una droga sea más fuerte que mi espíritu?

jueves, junio 30, 2011

Apatía

Es fácil luchar cuando tenés un motivo para hacerlo. Bah, en realidad es arduo y cansador pelear una pasión, pero no requiere que uno se instigue fuerza; eso aparece en forma automática. A lo que voy es que lo admirable no es la voluntad del luchador, sino la intensidad de la pasión que lo impulsa.
Cuando uno siente que algo realmente vale la pena, desafiar los límites y arriesgarse no es una elección, es una consecuencia inevitable. La verdadera rareza, muchas veces, es poder sentir con tal convicción.

Muchas veces me he preguntado dónde quedó el toro obstinado que arremetía contra cualquier obstáculo que se le pusiera adelante; ese que no le temía a la autoridad ni a las consecuencias, ese que manejaba mi alma sin oposición desde el primer día que vio la luz del sol.
Durante los últimos años he sido más bien una vaca en el matadero, rumiando mis posibilidades de escape en la eterna espera de que alguien me abra la puerta. Las mil y un ideas de liberación tienen mil y un consecuencias imperfectas, y mientras todo siga siendo solo idea, esquema, mente, no hay posibilidad de acción.

Creí que bastaba con pincharse un poco; reconocer el problema e instigarse al cambio. Me propuse arriesgarme, actuar sin pensar, liberarme a la voluntad del caos. Las ganas estuvieron (están) lo juro, la voluntad también, pero parece que eso no es suficiente. Es como basar el intento de dejar de fumar bajo la única premisa de que hace daño. No es lo mismo saber que uno TIENE que hacer algo que QUERER hacerlo. Especialmente con esa mezcla de rebeldía y autodestrucción que repta el ADN humano.

¿Cómo no voy a querer ser más libre, más plena, más saludable, más feliz? Pfff, el deseo está dado por sentado. Pero, entonces, ¿por qué no funciona?
Empecé a darme cuenta que el querer y el deber son muy fáciles de confundir, especialmente cuando uno se ve en la necesidad de disciplinarse en algo. ¿Qué es lo primero que uno hace cuando se increpa al cambio? Se impone cosas, pasos, metas, soluciones. “Imponer deber” es casi una redundancia, van de la mano, se entienden y enlazan a la perfección; todo funciona. Pero el querer no es algo que pueda adiestrarse, es totalmente contrario a su naturaleza. Imponer un deseo es sólo otra manera de hablar de obligación. Y así uno va, creyendo que está lleno de deseos cuando en realidad desborda de imposiciones que solo aportan a apagarlo más.
Entonces, finalmente me doy cuenta, el anhelo fluye solo, no necesita ayuda de nada ni nadie, simplemente es. Aparece cuando quiere y se queda cuanto quiere. Y lo único que uno puede controlar de eso es cuánto tiempo logra resistírsele.

Decido dejar de resistir y algo se hace dolorosamente evidente, la única avidez en mi alma es la de volver a ansiar; lo que sea. Repaso mis antiguas pasiones queriendo gatillar el estallido; caballos, pintar, escribir, la naturaleza, el mar, Irlanda. Medito en la fantasía de un futuro envuelto de las cosas que me hacían estremecer, me concentro en imaginar que son una realidad para convertirlos en metas. Nada. Practico otra vez, ahora con cosas nuevas; música, deporte, buceo, fama, éxito, aventura, idiomas, lo que se me ocurra. Nada.
En medio de la desesperación, se me ocurre la necesidad de una visualización inquietante. Si la liberación no logra despertar mi pasión, quizás la consecuencia de una espera sin acción sea lo que verdaderamente quiero. Nivelo mi respiración, me esfuerzo por lograr una hipótesis lo más vívida posible. Veo cada detalle de cada posibilidad, me convenzo de que es factible bajo mis propios términos de perfección y emito un suspiro aliviado cuando caen lágrimas de mis ojos cerrados. Un final precoz tampoco despierta el fuego. Y la esperanza, de que – al menos – la idea se me hace menos atractiva que la apática espera. Y es quizás, la idea que me instiga a querer moverme, a cambiar.

Cambiarlo todo, si hace falta, para encontrar la manzana podrida. Tiene que haber algo bajo las capas de cobardía y desazón de la experiencia. No me hace falta algo nunca visto para despertar mi pasión, me falta disipar las brumas para poder verlo. Y quizás no sean los fantasmas del pasado los que vienen vomitando sombras como yo creía, sino una realidad y entorno muy actual que ya no tengo fuerzas para tolerar. Una tolerancia que los años han vencido sin que me diera cuenta, como esa cana adicional que no se ve en el espejo o esa arruga que me niego a reconocer. El alma también envejece, quizás, y uno tenga que bajar las exigencias de resistencia para que pueda volver a respirar.

jueves, febrero 10, 2011

Plea

Por favor, no dejen que se vaya; esta sensación de que todo va a estar bien, esta sonrisa sin motivo que ilumina mis terrores. Quiero aferrarme a este ánimo sin estímulo, el optimismo natural y sin justificaciones; la sola razón de mirar la vida con esperanza.

Por favor, que se demore este presente, el sabor dulce de una ilusión indefinida, el aroma embriagador de un suceso maravilloso que aún no fue escrito, el sonido emocionante de una victoria tras la próxima puerta.

Quiero saborearlo, degustarlo, absorberlo y recorrerlo por completo. Quiero flotar sin tiempo en esta sensación de vida tan clara y latente que tanto extrañaba. No quiero perderla, no quiero sucumbir al vacío de nuevo. Por favor, déjenme bailar con mis sueños difusos otro poco, déjenme zambullir en mis fantasías y nadar en la pura energía de la ilusión de que algo muy bueno está por suceder.

miércoles, enero 05, 2011

Nuevo (no renovado)

La costumbre pesa y pesa mucho. Es una influencia constante y agresiva en cada instante de la vida y un juez ejecutor en el desarrollo futuro.

Muchas veces he repetido el cuentito/fábula que habla del enorme elefante de circo atado a una pequeña y miserable estaca en el suelo. Ese que dice que la razón por la que el gigantesco animal no pega un tirón con su potente pata por su libertad es – simplemente – que lo ha intentado tantas veces (sin éxito) de pequeño que está convencido de que no puede hacerlo. Aún cuando su tamaño y fuerza aumentaran con los años. Tantas veces compartí esa historia y tantas veces fallé en aprehender la moraleja yo misma.

El destino de un ser humano puede estar trazado o no, pero lo que hacemos en el transcurso hacia ese horizonte está dictaminado, casi exclusivamente, por los hábitos. Muchas veces, lo que llamamos epifanía no es más que un instante de lucidez (o de inconsciencia, dependiendo como se lo mire) en que ejecutamos una acción o idea que va contra la costumbre. Porque es entonces que podemos ver que ya no somos esclavos de nuestro pasado y nos maravillamos ante la revelación.

Uno suele boicotearse las posibilidades de cambio y mejora por sobarse en su costumbre y, la mayoría de las veces, lo llamamos experiencia y lo interpretamos como una forma de sabiduría. Y así se nos pasa el tren en varias ocasiones, sentados a la vera del desfile convencidos de que no tenemos lo necesario para participar; pensando que todavía somos demasiado bajos, altos, débiles, fuertes, gordos, flacos, torpes, hábiles, ignorantes, incapaces, ciegos, brutos, feos, lindos, estúpidos o avivados para intentar algo en particular. Aún cuando haya pasado una década o más desde la última vez que probamos.

La vida cambia constantemente y nosotros con ella aunque a veces ni lo notemos; podría decirse que cualquier ser humano se reestructura cada 7 u 8 años mientras se convence de que sigue siendo el mismo. En cierta forma es gracioso como, a veces, caemos en cuenta de ello pero elegimos ignorarlo o limitarlo a un suceso particular como una excepción.

Yo cambié en muchos sentidos… Afirmo, sin embargo, que mi esencia es la misma y en varios aspectos me sigo creyendo incapaz, condenada o inmerecedora. Y esa costumbre me impulsa a ostracismos y reacciones que no hacen más que manchar o desechar muchas cosas buenas del presente; logrando auto cumplir, así, sus profecías.
El afán de no volver a fallar, golpearme o frustrarme (costumbre) me impulsa a un control obsesivo sobre cada situación vivida o por vivir. El ejercicio de tal control desarrolla elaborados análisis sobre todos los resultados posibles, encontrando siempre un margen de resultados adversos que me inmovilizan en mis hábitos seguros y calculados, descartando las nuevas oportunidades y dejando que me revuelque en el vacío que va gestando la inmutabilidad.

El año pasado me propuse dejar de seguir fórmulas sociales y encontrar mi propio camino y estilo por oscuro y torcido que fuera. En el proceso de cumplir esa meta descubrí que la única forma de lograrlo era ceder el control en la mayoría de las decisiones y tirarme de cabeza a la pileta. Eso era lo que implicaba tomar un riesgo (doh!) y no siempre tuve el estómago (ovarios) de hacerlo.
A medida que pasaron los meses (y las oportunidades desperdiciadas) fui notando que el vacío/aburrimiento/levedad de la rutina venía de la mano de la seguridad y el control. Saber perfectamente cómo iba a desarrollarse cada cosa, tener infalibles planes alternativos ante los “imprevistos” (que en realidad ya se habían previsto en el análisis preliminar de cualquier embarque) que llevaban siempre al mismo resultado: mi situación actual – emocional, económica, social – sin cambios ni alteraciones, igual que el año pasado y el anterior y el anterior… Y no es que fuera una mala situación, pero sin dudas podía ser mejor (o peor), sólo que aniquilaba la posibilidad cada vez que me dejaba llevar por la costumbre y el control. Y es que, aunque el arroz alimente bien, no es algo que se pueda comer toda la vida, al menos si uno busca una vida plena. Salirse del carril y entregar el volante es más que angustiante, pero me he dado cuenta que hasta la angustia es como un condimento, que al final del día le da un poco más de sentido a todo y rellena el vacío de la falta de expectativa.

Sí, las cosas pueden salir mal cuando no se las controla por completo. Pero también pueden salir bien. Y llega un momento en que cualquiera de los dos estados es bienvenido. Incluso el desastre es un desafío que abre la puerta de una nueva oportunidad.

Vamos 2011, a jugar con el corazón acelerado y un nudo en la garganta; que es más divertido transpirar en la cancha que fumar desde el banco de suplentes.