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martes, julio 19, 2011

Indefinido (2)

La madera del suelo crujió bajo sus enérgicos pies. La luz del atardecer encapotado trazaba sombras taciturnas en el humilde recinto mientras el fuego agonizante de la chimenea se esforzaba empedernido en imperar a la oscuridad en un crepitante ruego de ser alimentado. Nárëluin se sentía fastidiada, detestaba tomar conciencia de la marginalidad que la había alejado de su cuna. Sus pisadas malhumoradas despertaron quejidos del gastado roble a la vez que toda la cabaña parecía estremecerse bajo su peso. Echó unos leños a las exiguas llamas con fiereza y comenzó a caminar apresurada de lado a lado, cambiando cosas de lugar con arrebato. Su rostro se enrojeció de indignación al encontrar la punta de un viejo tejido bajo unas mantas roídas. Sin pensarlo dos veces lo arrancó del aprisionamiento y caminó decidida a la chimenea para arrojarlo con acritud a las llamas. 
La danzante luz cálida alumbró su furia solo un momento para revelar, enseguida, una sombra en sus profundas pupilas. Su trigueño semblante esculpido se contorsionó y la pena ejerció peso sobre sus pobladas cejas. Sus manos recias se apoyaron sobre la piedra oscura y tosca del hogar buscando seguridad y su cabeza cayó entre sus hombros. No importaba cuánto se afanara en demostrar su superioridad combativa, siempre fracasaba ante el dolor.

Abrió lentamente sus ojos cansados y miró de reojo cómo el fuego consumía el tejido con voracidad. Lo había confeccionado con tanto amor y esperanza... Y ahora desvanecía de la existencia sin más, a merced de un poder implacable para el cual era sólo una partícula insignificante que ni siquiera aportaba a su combustión. Así se había sentido su amor ante la ilusión de ser mejor comprendida por otra raza. Su esencia anegada confiaba en encontrar resonancia lejos de los suyos y por eso se entregó sin restricciones a ese hombre tenaz de piel parda. Sus pensamientos reflejaron abrigo al principio, sus diálogos se enlazaban y entretejían tiernamente y Nárëluin creyó haber descubierto pertenencia. Pero el tiempo comenzó a revelar esas divergencias y quiebres que tanto había combatido mientras crecía entre su gente. Temerosa y angustiada se desvivió por reprimirlos y se esmeró en lograr aquello en lo que ya había fracasado una vez: convertirse en lo que no era.

Qué ingenuidad, se lamentó mientras se dejaba caer en el polvoriento suelo frente a la hoguera. Si no había podido ser una digna representante de su propia raza, qué la había hecho pensar que podía formar parte de otra. La niebla espesa de las lágrimas asomó a sus nobles ojos. Ladeó su cabeza hacia la derecha, como si ocultar su rostro de la luz de las llamas le permitiera no pensar en revelaciones dolorosas. Prefería pensar en la imprecisa inquietud que la atribulaba ante la incipiente tormenta, aunque también eso fuera vergonzoso para una mujer fuerte y valiente como ella. Se incorporó con esfuerzo y comenzó a repasar la impecable lista mental de preparativos necesarios. Su cuerpo se dirigió del depósito a la despensa, del zaguán al lavatorio y se detuvo a examinar minuciosamente los marcos de la puerta y ventanas. Efectivamente todo estaba en perfecto orden, pero seguía sintiendo que faltaba algo.

2 comentarios:

Rodrigo Campos dijo...

MUY bueno lo que escribís, seguí así.

Connita dijo...

Gracias por la apreciación Rodrigo, viene bien para desentumecer =)