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martes, agosto 29, 2006

Trazando las primeras líneas

Como tantas otras veces, un momento de distracción es el punto de quiebre para ese rapto atemporal, ese portal inexistente que me replantea la archiconocida cuestión. "Enésima vez" parecería adecuado para contarlo, pero aun así parece poco, pues a veces siento que la eternidad se inmiscuye en mi pregunta y ya me es imposible contabilizar un inicio, una época, un suceso. En esa milésima de segundo en que me abstraigo de la realidad, no hay tiempos, no hay materia, ni estructura, ni lógica. Sólo hay algo poderoso, intangible, inalcanzable, indefinible. Algo que me recuerda que necesito meditar en torno a la verdad... Menuda tarea, como si fuera posible alcanzarla siendo un simple mortal sin experiencia que trata de ajustarse a las reglas de la vida civilizada. Pero el llamado permanece latente hasta que le respondo, aún sabiendo lo infructuoso del intento. Debo responderle, no es cierto que tenga opción en este aspecto.

Por las noches, bajo el abrigo del silencio y la pacífica oscuridad, siguiendo una rutina que antes, mucho antes, era de oración; respondo al dichoso llamada interno. A veces con la mirada fija en el bloque de concreto que se extiende por encima mío, a veces dejando que mis ojos se pierdan en el rojo incandescente de los numeritos fríos y a su vez místicos del reloj despertador. A veces, con los párpados cerrados, haciendo acopio de mis últimas energías, para completar mi misión personal antes de ser vencida por el agotamiento.
En ese mundo que se detiene, o que por lo menos, va más lento, resuena la pregunta que todavía no he podido responder. El interrogante que no puedo satisfacer con afirmaciones sencillas, la demanda de razones que no acepta datos mundanos o estadísticos. No, no es crisis de identidad, es sólo una necesidad de indagar más profundo. De cierta manera, me siento inclinada a pensar que la identidad es una cosa, y el saber quien es uno, es otra.
Yo sé como soy, como actúo en sociedad, mis objetivos, mis motivaciones, mis capacidades, mis defectos, debilidades, cualidades, fortalezas... Puedo enumerar sin problema alguno muchas de mis condiciones, y puedo decir orgullosamente que tengo una postura firme desde donde encarar mi vida. Sí, tengo identidad, la conozco, me gusta, y la defiendo, muchas veces con orgullo arrogante, ciertas veces, forzándome a una humildad deseada pero no inherente. Mi identidad es clara, o al menos, eso parece. Me conformaría con sus definidos e incuestionables trazos, si no fuera por ese misterioso instante de arrebato, por esa milésima que me lleva fuera del tiempo y el espacio, y en el vacío de la memoria de lo existente en ese plano, sólo queda ese endemoniado llamado; ese cuestionante incontestable, al que acudo ya cansada, impulsada por un sentido de obligación no elegido. Y así, comienza el interrogatorio: al azar toma forma un rasgo en mi mente, o en el techo, o en los numeritos rojos del despertador, y comienzo a excavar. ¿Cómo se formó? ¿Cuál es su verdadera motivación? ¿Soy conciente de este rasgo, o respondo a fuerza de costumbre, o en acto reflejo? ¿Es el reflejo algo inherente e imposible de cambiar, o es simplemente algo viejo grabado a fuego, que con paciencia podría ser modificado? ¿Soy arrogante o es sólo conciencia de capacidad en contraste con mi antigua baja autoestima? ¿Puedo cambiar la soberbia o es parte de una esencia? ¿Ese asiento que dejé en el colectivo a la viejecita que bien podía sostenerse sola: lo dejé porque quise hacerlo – pensando que tenía mayor capacidad que ella para viajar de pie – o porque me sentí compelida por enseñanza y costumbre, por los ojos de los pasajeros parados? ¿Esa ayuda que ofrecí en el trabajo, la presté porque buscaba aliviar a otro ser humano, o en espera de una recompensa, de un reconocimiento, de una deuda a mi favor? ¿Ese dinero que olvidaron en el cajero, lo entregué a su dueño por rectitud, por estupidez, por miedo, por indecisión?.. Tal vez sea cierto que no importe, cual sea la motivación la situación se repite siempre, definiendo una conducta, y con eso debiera bastar para conocerse. Pero hay algo dentro mío que no puede ser satisfecho con respuestas sencillas, algo que demanda claridad absoluta en los motores que alimenta. Algo que siempre busca todas las respuestas, respuestas que no puedo darle todavía. Respuestas cuya búsqueda me marea y confunde, me enreda y agota. Un círculo eterno sobre el que he marcado mis huellas una y otra vez, esperando el instante en que el tedio me diga que ha sido suficiente, con la angustiada conciencia de que mis preguntas no tienen respuesta... O quizás algún día, finalmente la tengan. Pero esto suena tan utópico como mi fe en los caballos alados cuando me permito ser niña en mis noches inconscientes; tan utópico como creer que sé, creer que entiendo, creer que vale, creer que hay más que esto...