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lunes, octubre 20, 2008

Me hicieron un favor

Conozco un grupo de gente increíble, con una pluma enriquecedora y honesta. Algunas son elípticamente deliciosas, otras te pintan la sonrisa sin esfuerzo por su ironía perfecta o su concisa claridad metafórica. Hay una que traza laberintos irresistibles y una fresquita, casi en estreno que tiene una caligrafía exquisita. Las hay tiernas, mágicas, profundas, filosóficas, vivaces, gráficas, textuales y verbales. Todas valiosas, todas imprescindibles. Forman un universo perfecto de aprendizaje y disfrute múltiple, y se entrelazan de una forma tan armoniosa que pareciera que fueron hechas para encontrarse. Todas ellas recalaban en un espacio que me tenía cautiva, todas ellas resistieron lo que pudieron las manotas torpes que subrayaban con indeleble de punta gruesa. Y yo las leí hasta donde pude, hasta que se hizo imposible distinguir los finos trazos de las groseras cruces, círculos y tachones de marcador. Y me fui recluyendo, en mi rutina, en mi trabajo. Mecanizándome, domándome, adiestrándome a un sistema que - aunque monótono y mediocre - era previsible y me salvaba del trago amargo de ver la creatividad manoseada y machacada. Pero los torpes correctores me hicieron un favor. Aunque peque de egoísta, los caprichos retorcidos de los "cortitos" (citando a una de esas invaluables letras que adoro) y sus completamente indescifrables acciones, despertaron mis propios penachos maltrechos. Los encendieron en tal manera, que aunque siga completamente superada de trabajo, me es imposible retener mis manos y encauzarlas a la responsabilidad. Es completamente fútil prometerme el "más tarde" de siempre que nunca llega a ningún puerto. Tengo los dedos y la mente en franca anarquía, y esas plumas amigas se juntan entre risas cómplices, obligándome a desempolvar.

Así como fueron desplazadas, empujadas a un tacho en total carencia de memoria y desagradecimiento crudo para ser reemplazadas por crayones de plastilina y baratos fibrones de venta ambulante, quedaron libres para ser plenas, puras y frescas de nuevo. Y yo puedo volver a disfrutarlas sin estridencias. Puedo volver a sentirme invitada, incitada, estimulada, alentada a unirme a su danza de trazos espontáneos, a decorar el vacío, a rellenar el blanco. A no volver a quedarme callada.

Definitivamente, soy una persona extremadamente afortunada.