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viernes, diciembre 24, 2010

Feliz Navidad

Jazmines; podría decir que eso es la navidad para mí. Y si lo dejara así, sin más, parecería una reducción algo estéril, a menos que el lector se permitiera reemplazarlos con su propia simbología.

En mi casa siempre hubo jazmines para navidad. El primer ramillete aparecía en el pesebre a principios de diciembre y encontraba la manera de extenderse suavemente por toda la casa. Y cada nochebuena alcanzaban el climax de su perfume vistiendo la mesa del comedor y las habitaciones. Por eso, la celebración de cada navidad siempre estuvo envuelta en un aroma sereno y dulce, en un ambiente sosegante y pacífico. Aún en los años de madurez, cuando las pasiones y falencias humanas se filtran en el camino, basta con cerrar los ojos y aspirar profundamente para encontrar cierta paz y recordar el valor de una tregua. Así, sin más, con sólo un perfume particular. Y es que el olfato suele ser uno de los gatillos más poderosos para la memoria. Y la navidad es, primordialmente, una memoria latente que resucitamos cada año, lo deseemos o no.

La primer sensación que se ancla en el recuerdo es la expectativa, una expectativa gigante; de cosas buenas y nuevas, de cosas mágicas y especiales. Una promesa de sueños y recompensas que se convierte en el núcleo de una inocencia que nunca se extingue del todo. Y si hay algo que se vuelve invaluable con el paso del tiempo es la esperanza, la capacidad de – realmente – esperar algo bueno.
Y junto a esa sensación primordial está la emoción de compartir la anticipación y sorpresa con los seres queridos; realización, sonrisas, alegría, agradecimiento y todo aquello que consideramos bueno y puro en el centro de nuestra esencia. Todo eso que se va desgastando con el paso de los años y los sucesos, todo eso que va perdiendo significado y relevancia con el conocimiento y la experiencia. Pero que, sin embargo, queda grabado en la memoria constituyendo un refugio para la desazón y la fatiga, para el dolor y la angustia. Un refugio que se vuelve fuerte y fácilmente accesible cada diciembre de nuestras vidas.

Es así como, para mí, el perfume del jazmín implica esperanza y familia, paz y ternura, tregua y oportunidad, compañía y complicidad, abrigo y descanso… O dicho en una palabra; navidad. Más allá de las religiones o el sistema de comercio, más allá de las ideas o filosofías; es en realidad un concepto personal y arraigado en una memoria pura que se hace símbolo. Un símbolo que sostiene el año vivido y la voluntad de enfrentar uno nuevo porque nos recuerda que las maravillas del mundo residen en nosotros y, por ellas, todo vale la pena.

Que el símbolo que invocan las fiestas sea lo suficientemente fuerte para sofocar la mezquindad de la rutina y nos conecte con lo que verdaderamente importa; la memoria de la inocencia que nos hace y refleja, dándonos la esperanza robusta de entender que todos los años tenemos la oportunidad de sacudirnos la negligencia y empezar de nuevo.

Muy Feliz Navidad.