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sábado, febrero 25, 2012

Lejos

El cuerpo anhela y el alma viaja. Allí donde están las hojas que se alborotan con facilidad, bajo la apacible sombra del verde y la madera fresca; reposando eternidades abstractas en la tersa caricia de la hierba nueva.

Me remonto con ojos cerrados, poniendo toda mi energía en bloquear el entorno; en convertir el pensamiento en tacto, los sentidos en idea. Necesito aspirar la plenitud de la montaña que lleva la brisa fría y liviana, llenar mi olfato de agua, leña y brotes coníferos. Necesito relajar mis iris en un foco perenne sobre horizontes que nunca pierden encanto y siempre impulsan una sonrisa extensa. Necesito que mis oídos se arrebaten de profundos silencios que revelan en detalle el movimiento de las gotas de rocío.

Necesito sentarme, serena, en un atardecer cualquiera, meciendo mis manos distraídas sobre la tierra, respirando paz en ideas que bailan con el viento.

Necesito hacerme espacio lejos del bullicio, de la urgencia, del encierro; reencontrar mi verdad en la armonía de los elementos. Quiero bajar las armas y los miedos, cambiar la locura de mi canto amordazado por una voz viva que se imponga a la incertidumbre del consenso.

Quiero dejarte, mi Buenos Aires, para siempre y tener más vida que años cuando me pregunte el sentido de mis esfuerzos.