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miércoles, octubre 19, 2005

Tengo que cambiar de trabajo... Pero no puedo

Son las 16:30hs, y agonizo frente al monitor en un escritorio bien ubicado junto a una ventana. Sobre la superficie se amontonan papelitos (afanados del baño) con desperdicios nasales, y el embotamiento colma toda mi voluntad. De cuando en cuando carraspeo molesta, y no dejo de repetirme “quiero irme a casa”... No estoy lo suficientemente enferma para tomarme el día, pero de seguro no estoy lo suficientemente saludable para bancarme el día entre obligaciones, bajo el inclemente golpe del aire acondicionado. Ni hablar de apagarlo, unos 30 monos más que llenan el piso de un murmullo constante, lo prenderían de nuevo, armando un escándalo antes... Hoy es uno de esos días en que algo que ya sé de hace rato se vuelve más notorio, uno de esos días en que la voz de la conciencia se convierte en un grito molesto.
En el último año, cada vez se me hizo más difícil levantarme en la mañana. El cansancio es sublime y muchas veces parece eterno, aún cuando no todos los días son movidos, ni todas las semanas me desborda el inbox de tareas. A medida que el tiempo pasa, se hace más frecuente mi desgano, y no pocas veces me quedo mirando la pantalla sin deseos de trabajar, pensando por el contrario en divagar por la red. Me estoy irritando muy fácil estos últimos días, ante la incompetencia de algunos empleados, y creo que no me queda paciencia alguna para un proyecto en el que lucho hace ya un año y medio. Y busco miles de razones, pero la única respuesta verdadera, es que ya llevo demasiado tiempo aquí dentro y es hora de cambiar.
La creación está hecha, y ya no hay desafío alguno en mis tareas. Todo se ha vuelto mecánicamente monótono y absolutamente repetitivo, y no hay ascenso que pueda motivarme, porque no está en mis capacidades el don de administrar gente. Lo cierto es que un cargo jerárquico es más un castigo que un premio para mí. Sé que en esta empresa, no tengo un mejor lugar para trabajar que en el que estoy actualmente. He llegado a lo mejor que esta compañía me puede ofrecer, y la ausencia de una perspectiva de cambio aniquila mi voluntad. Necesito una promesa de crecimiento para tener deseos de conseguirlo. Aquí dentro hace rato se acabaron las zanahorias en un cordel, y solo puedo conseguirla si cambio de camino. Lo sé, pero no puedo hacerlo...
No me considero una persona materialista, pero he caído esclava del dinero para mi supervivencia (según mis elecciones de vida claro está). Mis ansias de independencia y ermitaña tolerancia, eligieron un montón de gastos fijos por un poco de paz y soledad. El alquiler de mi preciado departamento, mas gastos, impuestos y otras yerbas, reclaman un sueldo mensual que no puedo sacrificar si quiero defender mis intereses. Soy tan jodida que el trabajo hermético de oficina es un repelente a mis ansias, y el único horizonte al que puedo apuntar con ánimos y alegría es al campo creativo. Pero tengo un título de Productora Multimedia que junta polvo en la Facultad (si, ni siquiera he ido a buscarlo) porque aún no encuentro una utilidad práctica en la búsqueda de trabajo. Una productora no encajaría conmigo tampoco; aca sólo se puede empezar como editor junior, por unos $400 por mes que no me alcanzan ni para el alquiler. A veces me tiento con algunos trabajitos Freelance de diseño Web, pero cuando llego a casa es tal el cansancio, que más que un placer, se vuelve una tortura. Podría dedicarme a eso todo el día, pero renunciar a mi trabajo actual en pro de intentar una autonomía podría devolverme a la casa de mi madre con un sopapo en el orgullo y el deseo. Me gustaría poder dedicarme a la escritura, pero aun me falta mucho para participar con algo de dignidad y arte, y además, por sobre todo, me falta tiempo. No cualquier puede volverse una Rowling y llenarse la alcancía por el resto de sus días. Es casi como un sueño hollywoodense en el no tan requerido planeta de las letras. Y a veces me aterro, pensando en la posibilidad de volverme viejita gruñona en la misma silla cuando todos ya se han ido, porque no logro despertar un interés más accesible para un futuro, o simplemente por no haber sacrificado ciertas comodidades en el momento adecuado para lograr un mayor progreso.Yo sé que tengo que cambiar de trabajo, pero la comodidad y el sueldo no me dejan hacerlo. Me he convertido en esclava de mi techo cotizado, de mi computadora último modelo, del alquiler de DVD’s, del viaje a Cariló en las vacaciones, del Taxi que me lleva a lugares inaccesibles cuando estoy muy cansada. Me he acostumbrado a la seguridad y el café de máquina, a afanarme papelitos suaves del baño cuando estoy resfriada, a escribir y divagar en horas laborales sin que nadie se dé cuenta... Y voy muriendo de a poquito en el tedio, mientras acumulo comodidad y posesión, porque no soy capaz de renunciar a mi guarida, a mi privacidad, a las cosas que construí con mi propio esfuerzo. Y sigo haciendo esfuerzos sublimes en la mañana para levantarme temprano y llegar en horario a un trabajo que tendría que cambiar, pero no puedo.


NdeA: Soy consciente de que "Querer es poder", por lo que "no poder" es en realidad "no querer". Irónico dios tenemos, que con el libre albedrío nos dio una terrible incapacidad para saber lo que realmente queremos. Aunque en este caso tal vez lo sepa, pero mi eterno defecto de indecisión esté cobrando su verdadero precio...

lunes, octubre 03, 2005

Esas cosas de la vida que te cambian para siempre

Bajo este cielo gris, nace una nostalgia en mi alma, y caigo en cuenta de la fecha. Un 3 de Octubre hace 5 años descendí de un avión cumpliendo un sueño, y pisé por primera vez una tierra llena de magia que me dio la chance de empezar de nuevo.
En mis primeros años mostré una tendencia al júbilo y la pasión, a la seguridad y determinación. Pero por diversos caprichos de esta vida terminé convirtiéndome en un ser taciturno y desdichado. A través de los años traté de combatir una depresión creciente con diversas artimañas, hasta que lo único que mostró ser efectivo, fue una indiferencia absoluta. Así, un 31 de Diciembre de 1999, levanté una copa con hipocresía y brindé por un nuevo año que creí no traería absolutamente nada nuevo a mi monótona y vacía existencia. Quizás mi trato conmigo misma, a la vez que chocaba la copa, fue culminar ese proceso de frialdad, y un gran sueño que lastimaba dentro gritó desgarradoramente.
Quien sabe por qué, pero en algún momento entre mis 8 y 10 años de vida, tuve un sueño que me llenó al alma de emociones e ideales. No puedo evocarlo con exactitud hoy en día, pero recuerdo haber visto unos impotentes acantilados que arrullaban mis emociones con el rumor de las olas contra la piedra. Un día gris mecía mis sueños en una ardorosa ilusión, y desperté con una sola palabra en mi mente: Eire... Pasaron algunos años hasta que pude averiguar lo que esa palabra significaba, y perdí un momento el aliento mientras miraba una enciclopedia, cuando descubrí que bajo ese nombre se dibujaba una imagen de esos acantilados que sólo en mis mundos oníricos había percibido. Descubrí que Eire, o Irlanda, tenía un montón de leyendas para contarme, y me sentí hechizada por los míticos Druidas y la posibilidad de que existiera una tierra siempre verde. Caí cautiva de esta isla, y año tras año crecía en mí la pasión inexplicable por esta tierra. Y año tras año me iba consumiendo, sabiendo que no había nacido en un seno económico que me permitiera conocerla. Ese sueño presionaba con una fuerza indescriptible, y la añoranza se hacía intolerable. Por eso intenté aniquilarlo aquel comienzo del año 2000; era el último indicio de un alma esperanzada.

Pero como esta vida no apuñala sin dar luego una caricia, en la vacuidad de fe y esperanza, nació una claridad lógica que supo manejar mejor los números y organizar un plan de pago. Sin mayor análisis de lo que estaba haciendo, pagué un pasaje para el 2 de Octubre. Y sin mayor conciencia de mis actos, terminé bajando de un avión el 3 de Octubre en Dublín. Desde el momento en que pisé fuera del aeropuerto, perdí toda memoria de penas y tormentos, y viví 17 días de perfección sin vestigio alguno de dolores pasados.
Describir todo lo que viví en la isla esmeralda llevaría una extensión de letras excesiva para este espacio, pero lo que sí puedo decir, es lo que logró en mí. No fue un cambio abrupto ni forzado, pero sí determinante e inflexible. Volví a mi rutina sabiendo cuál era mi lugar en el mundo, aunque lejano y poco accesible. Volví sabiendo cuál era mi verdadera esencia y recordando el núcleo de todas mi esperanzas y mi fuerza. Y de a poquito, con la luz que había absorbido, fui batallando mis demonios, cincelando esa personalidad volátil que buscaba sentar cabeza. Y de a poquito construí una base para pisar firme, un ideal para perseguir, una confianza inalterable de que la vida nunca queda en deuda con uno, y que a la larga todo llega.
No perdí la nostalgia, sin embargo, por este país soñado. Pero ya no lastima como antaño. Sólo susurra en melancolía los días que los cielos se visten de plata, y la lluvia acaricia con dulzura mi rostro apagado. Sólo me llama a través del viento los primeros días de Octubre, y con templanza y ternura le contesto una promesa en silencio. Porque, aunque no sepa cómo ni cuándo, sé que volveré a tocar sus pircas de piedra, a pisar sus caminos cansados, a detenerme en sus antiguos acantilados. Y volveré a aprender algo que renueve mi alma para el comienzo de un camino de descanso pleno...