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viernes, agosto 17, 2007

El beso inarticulado

¿Saludar o no saludar? Esa es la cuestión.

Serían las 5 de la tarde, bajé a fumar mi último pucho laboral del día, ese que tiene un gustito especial porque se consume con la alegre idea de que falta muy poco para volver a casa. A los pocos segundos de haber encendido mi dañino placer, una compañera – que se sienta a un box de distancia – traspuso la puerta y se acercó a mí. En el instante que tardó en cubrir la distancia que nos separaba, la vi aproximarse de más; cabeza por delante del cuerpo, semi ladeada. Aunque ya la había saludado en la mañana – y había pasado todo el día a escasos centímetros de ella – hice mi parte y ladeé mi cabeza para responder al beso. No era extraño después de todo, yo misma saludo más de una vez a mucha gente por estar muy quemada y ni siquiera registrar los cientos de rostros que me cruzo en el día. Sin que fuera necesario que yo dijera nada, inmediatamente se dio cuenta del furcio y resopló.
- En cualquier momento te empieza a salir humito – dije con tono comprensivo (sí, así de original soy en mis charlas pucheriles laborales. Después me despacharé con las huevadas que se dicen del clima y otras yerbas en el chit chat empresarial)
- Ay, ya ni sé lo que pienso. Vos, boluda, avisá, en vez de saludarme también
- Es que si no después te toman de ortiva. Ya el otro día Lore me sacó cagando cuando acoté un “ya me saludaste” al momento que su cara tocaba la mía. Ahora aprendí la lección – argumenté a la vez que expiraba una bocanada de humo
- Pero si no tiene nada que ver!! Yo odio a la gente que te chanta la cara mientras estás hablando con alguien. Tipo, pará, no ves que interrumpís?

Y así comenzó el debate saludil. Que los que te daban un cabezazo, los que se comían tus anteojos, los que te dejan pagando, los que no tenés la más pálida idea de quien son, los que te besan con el cachete, etc, etc, etc. Y me quedé con ganas de seguir hablando de mis saludos inarticulados. Así que pensé hacer un pequeño compendio aquí, donde puedo hablar todo lo que quiera y no hay horario que me corra, ni riesgos de aburrir a nadie contra su voluntad.

Empecemos por establecer que no habría problema alguno con el saludo si no estuviera el beso metido en el medio (será que los yankees en vez de ser fríos son más vivos). Y para que no crean que soy insensible, voy a iniciar mi análisis con los saludos por compromiso:

1) El saludo mañanero: Aquí se agrupan la planta baja y tu piso laboral. Al llegar nomás, mientras uno espera el ascensor (que nuuuuunca está cerca) se va llenando de gente el Hall, y uno conoce al 60% maso. “Buen día” por aquí, "que hacés" por allá, “qué cara!” mas acá, y muack, muack, muack. Un beso por cara cada conocida. Luego, al llegar a tu piso (chau o adiós son el típico al salir del ascensor para despedir a los que siguen para arriba – pero sin beso esta vez, por suerte) y ya te cruzás con los tres sectores y sus 60 personas que te acompañan en el piso pero apenas conocés de cara y nombre. Y otra vez a desear buenos días y repartir besos.

2) El saludo ascensoril: Este es el punto más problemático para mí. Uno ingresa al ascensor para ir a la planta baja. Casi siempre viene cargado de gente. Hay seis personas adentro, conocés a 5. ¿Qué hacés? He intentando emitir un simple “bueeeenas” general y quedarme en el molde, pero ya el que está a tu izquierda se inclina a darte el beso. Le respondés, y, obviamente, vas a tener que darle un beso a todos los demás conocidos que te miran con ojos de huevo frito en el cuadradito de 2*2. Y mientras cachete tras cachete vas dejando tu impronta, no podés ver otra cosa que esa carucha desconocida y fruncida que no te define si tampoco está muy segura de qué hacer con vos, o si está rogando por dentro que lo evites, o si está pensando “más vale que me salude también, sea quien sea”.

3) El saludo inoportuno: éste aplica al natural y al comprometido. Es ése que le molesta a mi compañera. Ese que fuerzan en un momento en que no estás para saludar. Te lo pueden chantar mientras estás discutiendo acaloradamente por teléfono, o mientras le estás contando las posiciones del kamasutra que practicaste el domingo a una amiga. Y si los baños no tuvieran puertas, seguro estaría el que te manda el beso mientras estás en lo tuyo.

4) El saludo doble (o triple, o más – depende del grado de quemadura y la cantidad de veces que ves a la persona): Como ya he dicho, soy víctima personal del caso. Cuando sos el emisor de cuarenta saludos a la misma persona, por experiencia sé que es por estar quemado y no registrar, pero el recipiente se lo puede tomar a mal. No lo registraste cuando te saludó por primera vez. Horror!!! Sos un garca. Al menos, lo sos para esa persona. Cuando sos el receptor, ya comprobé que avisar puede ser tomado a mal, así que, en el fondo se zafa saludando siempre, no importa cuántas veces (aunque uno ya tenga los labios gastados)

5) El saludo general: el más práctico, pero el más juzgado también. Si saludas con un buen día general y no besás a nadie en particular (o sólo a tu compañero de escritorio) sos un amargo. Así de simple. A veces te lo dicen de frente, a veces lo murmuran por atrás. No recomendable, a menos que trabajes en un lugar donde todos lo practican.

Salvo el punto 5, todas estas situaciones siempre dan lugar al saludo inarticulado. Ese que se queda entre saludo y amague, entre beso y piña, entre cachete y boca.

a) El saludo que se te atraganta: Las milésimas de segundo que lleva saludar pueden tardar una eternidad en tu cabeza. Mirás a la persona, la conocés, pero no demasiado. ¿La saludo o no? Sea porque te arriesgás, o porque te pareció que te iban a saludar, o lo que sea, te inclinás a saludar. Te quedás un fugaz instante en una posición estúpida y volvés a tu lugar entre humillado y enfurecido por la estoica mala educación de la rigidez del otro (que por ahí, otro día, con otra gente alrededor, te saluda con una simpatía que le patearías el culo)

b) El saludo hamaca: A veces el amague se vuelven un vaivén autista. Te inclinaste, y como el otro ni mosqueó, volvés hacia atrás. Entonces el otro reacciona y se acerca a dar el beso cuando vos te estás volviendo. Entonces el otro se vuelve, y vos volvés a amagar, y así hasta que las dos mentes logran coordinar el intento fallido, para dar a luz un saludo de mierda: comprometido, incómodo, humillante y al pedo.

c) El saludo golpeador: Es el que me hace preguntarme si la gente te odia o no se da cuenta. Normalmente se da cuando vos estás sentado en tu escritorio y te lo chantan. No es un beso, es un cachetazo sin mano. Te dan un voleo con la mandíbula que deja a tus neuronas rebotando como un pinball y a tu puño cerrado con ganas de bajarle los dientes.

d) El saludo dolorido: Es parecido al golpeador, pero es involuntario. Por un lado está el beso medusa, típico de un lugar con alfombra. Siempre que ando medio lúcida trato de tocar algo de madera antes del contacto (¡cómo me complico la vida!), pero mi lucidez anda en caída. Y luego está el beso accesorio que empecé a experimentar desde que uso anteojos. Ambos saludantes se clavan el marco de los lentes y vos te quedás con tu visión descuajeringada. He intentado sacármelos antes de pasar la molesta experiencia, pero como casi siempre son saludos chantados, esto puede ser catastrófico. Ahora apunto a ubicar mi cabeza de manera que el área de mis ojos quede lejos del contacto. Más allá de las contracturas que tengo, eso a veces lleva a la siguiente clase

e) El saludo incómodo: El “riesgo” del pico, que también podría llamarse saludo “hamaca 2” en ciertas ocasiones. Que esquivar, que los comentarios chabacanos que le siguen, que esto o lo otro, siempre es incómodo y fastidioso.

En resumen, las convenciones sociales son una suma de complicaciones en muchos casos. Yo, particularmente, preferiría reservar los besos para los seres queridos y nada más. Pero, como no está establecido, te puede traer rótulos desagradables (que aunque para mí sea ilógico, te pueden complicar tu trabajo). Y si se estableciera, vendría el problema de la evidencia de a quien querés y a quien no. Y hay taaaaaaanta gente sensible o querendona (de esas que hablaron tres palabras con vos y ya se creen tus mejores amigos) que habría una nueva problemática a encarar. No hay mucha más opción que seguir la corriente y acostumbrarse a los furcios, o volverse besuquero como los demás. Corto acá, porque voy armar una pancarta para mi próxima manifestación individual: “¡Vivan las pymes y los trabajos independientes! ¡Mierda, carajo!”

3 comentarios:

A. Furió dijo...

Un texto muy acertado. Inspirado y con personalidad.

Saludos.

Anónimo dijo...

Genial tu escrito. Me lo voy a requemar. Me he reido mucho (Qué divertido el caló argentino... hay dos o tres palabras que se me pasan de noche).

Estupendo, Connie.

TJ

Connita dijo...

Gracias!!! Tenía que ponerle un poco de humor al espacio. =D
Quizás deba repartir impresiones por la empresa :P

PD: Me temo que abusé del lunfardo y neologismos, por ahi después agrego un glosario =)