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jueves, febrero 12, 2009

Namárië

Preparo una taza de café a pesar del calor. Su aroma seductor es un buen aliciente a todas las cosas difíciles. Tiene algo de sosegador, de dulce y pacífico; por contradictorio que sea con la cafeína. Quizás tiene que ver con antiguas mañanas luminosas, prometedoras y despreocupadas que estiraban su pereza en una complacencia perdida. Amaneceres apacibles que ganaban su impulso al día a través de esa taza que traían las manos firmes y tersas de una madre menos abatida. Permito que la humeante fragancia me dé el temple que necesito para hacer esto, que tiene mucho que ver con los recuerdos.

Respiro hondo, tomo coraje y el tiempo necesario para equilibrar el peso de la conciencia y la emoción, pues ya no puedo darme el lujo de ceder. Levanto mi cabeza parsimoniosamente y me atrevo, después de tanto tiempo, a mirar fijo a los ojos. Me instigo fortaleza mientras empiezo a hundirme en el remolino de ilusiones que me enfrenta con nociva inocencia y, finalmente, le doy voz a mi voluntad…

Ya no más. Ya basta. Fue suficiente. El recorrido acaba aquí, hoy, ahora. Al menos ese que elegimos transitar en conjunto, el que rotulamos de simbiosis y sanación, el que se ha convertido en succión y veneno. Tengo el alma quebrada por el peso de tu demanda y a duras penas evito que mi mente colapse mientras intenta abastecer infinitamente tu necesidad. No existe saciedad para la sed que te domina y ni siquiera obtengo beneficios de lo que satisface tu noble vendetta. Ya no puedo pretender que somos iguales. Aunque duela, aunque me cueste reconocerlo. Ha pasado demasiado tiempo, más del que debería haber permitido, y estoy demasiado vieja para extirparle conciencia a la mentira. Y tu entrañable existencia ha abusado en exceso del tiempo extra que le fue concedido como justa retribución de sus penurias.

Perdón mi pequeña, mis más sinceras y sentidas disculpas, pero ya no puedo ser tu justiciera. Es hora de que partas, de que aceptes la parte que te tocó jugar por siniestra que la creas y dejes de invadir mis turnos en espera de una reivindicación que has convertido en quimera. No puedo seguir ejerciendo la expiación de tus desagravios, ya los he redimido incontables veces pero tu fantasmal angustia no puede asimilarlo. He secado cada una de todas las lágrimas que has derramado aunque te parezca que siguen manando.

Quiero construir mis propias sonrisas ahora, que son mucho menos pretenciosas que las tuyas. Es cierto, no se sentirán tan magníficas como ver tu carita triunfante, iluminada en rozagantes mejillas de satisfacción. Pero no tendrán el desgaste de esfumarse en lo cíclico de tu breve historia para devolverte a mis brazos con las alas rotas en un suspiro. Quiero tener mis propios fracasos, que para mí son tan válidos como las sonrisas. Quiero la paz de tener derecho a cometer errores, la serenidad de poder decir tonterías, la libertad de no evitar conflictos. Todas esas cosas que te aterran y te llevan a aferrarme con punzantes y heladas garras de desesperación para inmovilizarme, para mi no son tan terribles y sí indispensables. Por eso necesito que te vayas, que me sueltes, que me dejes. Voy a extrañar tu dulzura, tu bondad, tus sueños mágicos, tu gentil caricia, tu altruismo y tu ternura. Pero prefiero llevarte en mi melancolía que seguir cediendo en este camino hacia la ruina.

Es hora de que ejerzas tu propia redención con el coraje de asumir tu puesto secundario. También a mí me tocará un día ceder el cetro a una nueva participante de esta vida, que probablemente tampoco tenga el honor de ser quien la culmine. Y entonces volveremos a encontrarnos, como iguales esta vez: dos hebras de pasado que esperan en contemplación inactiva que otro termine el entramado. Porque recién entonces, recién cuando todas las partes sean una nuevamente, te sentirás verdaderamente redimida y todo tendrá sentido.

Sé fuerte, sé valiente y acepta esta despedida. En algún lado te esperan caballos alados para abrigarte mientras los grandes terminamos la partida. No me odies, no me olvides; aunque ahora me aleje y abandone tu faena, siempre voy a quererte, siempre voy a recordarte.
Hasta siempre mi alada pequeñita, es hora de crecer.

2 comentarios:

Erikoteh dijo...

que limado haber leido tu blog

de un taurino a otro


hay cosas demasiado parecidas
me dan miedo (?)

El abandono de la medialuna dijo...

Tuve una sensaciòn como de vèrtigo... me angustiaba a medida iba leyendo, y no podìa soltar el hilo de la lectura. Es como la mùsica de los Redondos: ves còmo el "final" crece ante tus ojos.. y no podès dejar de escuchar.