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lunes, noviembre 28, 2005

Batallas Abstractas

Camino arrastrando mis pies por el árido desierto de mis ansias. El agotamiento me cubría con su pesado y grueso manto, bajo el inclemente sol, aún antes de enfrentarme a la batalla. Me sorprende haber podido siquiera enarbolar la espada en mi desasosiego, aunque debo reconocer que caí ante la primera estocada del enemigo. Recién luego de agonizar desangrando esperanzas, pude tomar mi frío metal para abrirme el camino del que continúa; aunque por momentos me pregunto hacia dónde es que estoy caminando, o si es que realmente camino. Tal vez mi cuerpo yace medio muerto algunos kilómetros atrás, y no soy ahora sino una proyección de un alma ignorante del sino que descendió sobre su suerte... "Vacaciones" murmuro sedienta y esperanzada, una y otra vez. Sin embargo no es el cuerpo el que se deshidrata, a pesar del punzante dolor en la espalda y el plomo que reviste mis brazos. ¿Cómo se continúa cuando la mente está agotada, cuando las emociones cargan el agobio de una espera eterna?

La mañana sonrió siniestramente al verme despertar, conocía la batalla que iba a presentarme en pocas horas, y probablemente disfrutaba de mi sopor y curvada columna. Sentada frente a una computadora indiferente, haciendo esfuerzos sobrehumanos por sobreponerme a la fatiga, recibí la noticia que desmoronaría lo último que me quedara de control y cordura. Entre amargas lágrimas de desconsuelo, me batía casi en un capricho infantil con la furia llameante de quien vence las barreras de la precaución. Y mi casi extinta energía se esfumó en un doloroso, pero aun callado, grito de insatisfacción. En un silencioso cubículo de sanitario dejé escapar las últimas lágrimas que hacía tanto ansiaban salir, y respiré hondo, permitiendo que la mente entrara en el cínico juego. La lógica, la cordura, la razón, dulces consejeros a pesar de ser normalmente mis peores enemigos; sosegaron mi arrebato con inteligentes consejos, irrefutables realidades. Y pude levantarme y lavar mi rostro, volver a mi puesto y continuar con la rutina. Sonreírle a aquellos que ignoraban mi sufrimiento y cumplir con las tareas de los que eran totalmente inconscientes de mi anemia de voluntad. El hemisferio intelectual de la mente ganó terreno y borró las huellas de la derrota matinal, y la noticia que otrora fuera nefasta encontró su lado luminoso, mientras una sorna cruel atosigaba mis inútiles lágrimas evaporadas.
Se supone que todo esta bien, que gané la batalla, pero el cansancio persiste, la tristeza ahonda, y un ruego silencioso escapa de la lógica en vigilancia, con su contundunte y triste pregunta. Tan simple, tan corta, tan antigua y tan llena de significado: "¿Cuándo...?"

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