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martes, noviembre 10, 2009

Marina

Tiene ese no sé qué, el mar, que me obliga a sincerarme. No a la fuerza ni contra mi voluntad, más bien como un hechizo infalible. Un embrujo que sin dilación ni esfuerzo abre las compuertas del alma, dejando que toda mi esencia se derrame, que todo mi espíritu contenido desborde como una represa liberada. Todo lo que ocultaba, todo lo que negaba, se presenta certero y cristalino en el horizonte sereno e infinito. Todas mis máscaras, todas mis excusas y mentiras se diluyen al primer contacto con el viento de aromas de sal, arena y aguas profundas. Y no me altera, no me asusta ni me abruma. Me devuelve a mi centro, a mi cuna, mientras que las lágrimas que lavan mi rostro más que doler, sanan. Sanan las historias mal contadas, las llagas mal lavadas, las heridas ignoradas. En el lugar del caos, en el espacio que ocupaban mis mezquinas maquinaciones lógicas sin cimientos, sólo queda paz y esperanza. Y una promesa; la promesa que nace del aprendizaje, de la lección asimilada.


Mientras las horas pasan sin tiempo, sin que las note ni las cuente, mi universo interior se regenera frente a las aguas. Mientras mi mente calla, hipnotizada por las espumeantes crestas, mi verdadero yo habla. Y lo escucho y lo entiendo y le agradezco. Me regenero y aprendo. Sin moverme, sin pensar, sin esfuerzo. Me fortalezco y puedo empezar de nuevo. Con una sonrisa, con ánimo y empeño.


Tiene ese no sé qué, el mar, que hace hablar a mi corazón y le da alas a mi alma. Tiene ese algo, que con solo suspirar, le devuelve la vida y la verdad a mi mirada.

2 comentarios:

loro711 dijo...

Gracias por traducir en palabras eso que siento frente al mar.

Besos.

Connita dijo...

Gracias por compartirme que el océano realmente guarda una clase de magia y no una simple proyección individual de mis ilusiones y ansias =)

Saludos!