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martes, diciembre 01, 2009

Tengo un gato bulímico

Me dispongo, por vigésima vez en el mes, a desparasitar al gato. No tengo ninguna nueva técnica infalible bajo el brazo, sólo la magra e ilusa esperanza de que los átomos se disparen en direcciones diferentes y esta vez, el intento repetitivo devenido del tedio y cansancio, tenga un resultado inesperado. No es que me dé por vencida fácilmente, créanme que cuando digo que lo he intentado todo, es porque lo he intentado todo. Y mientras respiro profundo y saco una pastilla del blíster caigo en cuenta de que fue esto lo que dio inicio a todo; sus caprichos, sus manías, su narcisismo y su obsesión por imitar al modelo de siamés esbelto que jamás alcanzará con sus 77cm de largo y 7kg de peso.

Decía, entonces, que desparasitarlo fue el detonador (por no decir gatillo y resistirme del chiste malo). En primera instancia, cuando dejó de ser una criaturita débil que cabía en mi mano, tuve que abandonar la solución en jeringa y mudarme a las pastillas. No voy a describir todos los métodos de restricción de garras y apertura de fauces que he empleado para esa titánica tarea de meter una píldora en la boca de un felino, ni las fortunas que gasté en alcohol y gasas para tratar los rasguños (ya alguien lo ha hecho muy acertadamente y se puede encontrar por google). Sólo voy a retratar la realidad de que - adquirida la maestría para administrar la dichosa pastilla - mi gato y yo supimos desarrollar una armonía simbiótica en el requerido proceso de desparasitado cada 6 meses. Claro que a él nunca le gustó la cosa. Empezaba con maullidos entrecortados y tristes cuando lo ponía panza arriba en mis faldas y anticipaba lo que se venía. Y son maullidos muy particulares, completamente distintos a los que emite cuando está aburrido, tiene hambre, quiere dormir o simplemente necesita imperativamente llamarme la atención. Sabe perfectamente qué tipo de maullido me irrita y cuál es el que me rompe el corazón. Bien, la cosa es que yo hacía tripa corazón (o repetía en voz alta "no te escucho, no te escucho, no te escucho, etc.") empleaba mi costosamente lograda restricción de garras que ni Houdini podría vencer, abría su hociquito con el pulgar e índice izquierdo, dentro iba la pastilla e inmediatamente trababa sus fauces hasta que la tragara. Cuidando siempre de no impedir el paso del aire por su naricita mientras me miraba con ojitos de gato con botas y se debatía como un demonio bajo mi apresamiento mezcla de piernas, brazos y manos. Pasado el tiempo prudencial en que la pastilla debería haber abandonado su boca en dirección al estómago, sus ojos cambiaban a una furibunda y dolida mirada. Se bajaba de mis faldas con elegante desprecio y comenzaba a alejarse, no sin antes girar su cabeza un par de veces para clavarme una mirada de resentimiento y al fin apartarse de mi presencia. No, no le gustaba para nada, pero funcionaba. Él quedaba a salvo de los parásitos internos y yo me recuperaba en poco tiempo de su talento para mostrarse herido y traicionado. Y todo funcionó muy bien por unos años, hasta que él desarrolló su propia técnica para desalentarme de emprender este procedimiento: la habilidad de vomitar a su antojo.

Y así de fácil, desparasitarlo se ha vuelto una tarea imposible. Pastilla que ingresa a su estómago, pastilla que es vomitada en menos de 5 minutos desde su administración. Tuve que tomar un segundo trabajo para poder pagar las innumerables cajitas - de tan solo 4 pastillas ¬¬ - de desparasitante que utilicé en mis mil intentos fallidos. Una vez convencida de que el método tradicional no nos llevaría a ningún lado, comencé a probar con las técnicas de camuflado. Moler la pastilla en leche, yogur, mayonesa, dulce de leche, pollo desmenuzado o atún. Todos alimentos a los que le es completamente imposible resistirse... Siempre y cuando no tengan una pastilla molida en medio, claro está. Es impresionante la facilidad con la que se aleja de un plato repleto de atún fresco cuando le he molido una pastillita dentro, en tanto desespera y salta por todos los rincones de la cocina en el instante que oye el ruido de un abrelatas. Ilusamente intenté probar nuevamente con la solución en gotero para cachorros, pero sus 7kg requieren el vaciado de 7 goteros completos. Algo imposible de llevar a cabo sin contar con el desparramo de pasta y espuma cuasi rabiosa por todo el cuerpo y la casa. Pasé entonces a diluir la pastilla en la menor cantidad de agua posible y tratar de vaciarla en su boca con una pequeña jeringa. Vertiendo un 80% del líquido en mi ropa y un 20% en su cabeza y pelaje, logrando - quizás - que tragara aunque sea un 10% en alguna que otra ocasión.

Finalmente me di por vencida. Frustrada, en quiebra y agotada le terminé imprecando que si su deseo era que se lo comieran los gusanos desde adentro por mí estaba bien. Y hubiera mantenido mi postura si no hubiera empezado a notar que vomitaba con frecuencia su comida. Primero pensé que su estómago se había revelado por fin a tantos años de bloquecitos dietéticos y aburridos. Después culpé a las bolas de pelo que nunca expulsa y finalmente me desesperé pensando en un alien en su pancita. Después de recorrer cielo y tierra logré dar con un desparasitante externo. Carísimo. En pipeta para poner sobre su nuca. Carísimo. Y santo remedio. Pero siguió vomitando. Tuve que recorrer media ciudad para conseguir otro desparasitante del tipo (y también era carísimo!). Y siguió vomitando. Lo llevé desesperadamente al veterinario, que no le encontró nada de malo y simplemente aconsejó cambiar la alimentación. Lo hice. Y siguió vomitando. Recién entonces, me dispuse a prestar mayor atención al suceso para contar las veces que ocurría y empecé a encontrar patrones.

El primer vómito gatuno que contabilicé se dio poco después de haber estado haciéndole algunos arrumacos al son de "Mi gatito rechoncho precioso. Mi ballenita llena de pelo. Mi Garfield negro y blanco. Mi pelotita adorable". Mientras limpiaba como podía la alfombra, me puse a pensar si le había dado leche, atún o algún otro alimento fuera de su porquería balanceada. Quizás había lamido un plato con aceite, o había estado otra vez hurgando la basura por unos huesos de pollo (porque además de bulímico es ciruja el guacho, ni que no estuviera bien alimentado). El segundo, una semana después, se dio mientras le contaba a alguien el tortazo que se había dado el bicho al querer treparse al marco de la puerta del dormitorio (actividad que efectuaba frecuentemente de cachorro y fue abandonando conforme la edad y su peso aumentaban). En su momento no me di cuenta, pero hoy juraría que el vómito salió en el instante que vocalizaba, entre risas, "si con esa panza que le cuelga no puede ni subirse a la mesa". El tercero vino a fin de ese mes, mientras le estaba haciendo mimos en la panza y un amigo comentó que le asombraba el tamaño que tenía para ser un siamés... Y así se sucedieron los casos, sin que pudiera encontrar el patrón al principio, pero con confirmación irrefutable al final. Hoy con solo mirarlo y decirle "gordo chancho" se manda un vomitito. Claro que también me vomita en el teclado cuando me paso mucho tiempo en la PC y sin darle bola, o arriba de las sábanas cuando se quiere ir a dormir y lo hago esperar más allá de las 4 de la mañana. Pero esos son solo los beneficios colaterales que le ha encontrado a su enfermedad, habiéndome acostumbrado yo a sus mañas.

Actualmente lo tenemos en terapia. Se ha prohibido el uso de palabras tales como gordo, rechoncho, carnoso, grasoso, rollo, fofo, obeso, grueso, salvavidas, sobrantes, flojedades, excesos, panzón, globo, chancho, ballena, vaca y bestia en mi casa. Una vez a la semana lo siento en mis piernas frente a la PC y vemos juntos fotos de lolcats gordos y grandotes. Él saca pecho con orgullo mientras paso las imágenes y si alguna vez gira su cabeza y refriega su frente en mi pecho con cierta vergüenza, lo calmo con mimos y la aseveración “vos sos un hilo de coser al lado de esos gatos”. También le decimos muchas veces "pero que gato flaco y esbelto" mientras come y por las noches le leo libros de autoayuda hasta que se duerme. Aunque aún se manda alguna vomitada gratuita de cuando en cuando, la frecuencia ha disminuido notablemente.

Aún es imposible desparasitarlo sin la pipeta para ricos y famosos, pero por el bien de mi bolsillo, tengo que intentarlo.





Haciendo las abdominales matutinasDespués de la segunda abdominal

5 comentarios:

loro711 dijo...

Tu-Sam lo hipnotizaría...



Otra solución sería que Ud. aguarde pacientemente hasta que su querido bostece... entonces con toda precisión le manda un jeringazo, cual dibujito animado.


Saludos.

Aadminella B. dijo...

Los gatos son una de las cosas que me dan ganas de matar.

Tuve la cara tapada durante casi todo el post. Gatos + Vómitos son muchas cosas juntas, ¡entendeme!

Connita dijo...

Me temo que carezco del don de la precisión Loro. Lo más probable sería que el chorrito termine en el ojo de la mansa criatura (que terminaría convirtiéndose en bestia y me dejaría desfigurada).

Aadmi, yo te entiendo u.u Pero este bichín tiene el don de convertir odiadores de felinos (ya ha conquistado a 4). Algún día lo conocerás y solo te molestará el vómito por vómito (si es que todavía anda psicopateado)

Anónimo dijo...

A mi también me es IMPOSIBLE darle el antiparásito a mi gata... porque encima lo único que le gusta comer es alimento balanceado. Ilusa yo le compré un sobrecito de esos de wiska para darselo después camuflado ahi... lo miró con asco y se fue!!! y eso que todavía no lo mezclaba con el antiparásito.

Connita dijo...

Ciclotímica: ahora hay un desparasitante de Bayer en pipeta,se manda a la nuca como si fuera un pulguicida y sólo sale $36. Aguante la ciencia =)