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jueves, octubre 28, 2010

Serendipias

Todo sucede por una razón.

Siempre lo digo, pero no siempre tengo la fe inamovible para evitarme angustias.

He tenido suficientes accidentes afortunados a lo largo de mi vida como para poder afirmarlo con seguridad. Siempre que algo deseado no se dio o que algo “malo” pasó con una gran expectativa fue en pos de permitir otra situación más favorable a mis necesidades aunque – al momento – no me pareciera así. Tengo muchos ejemplos, todos comprobables. Y aún así, en ciertas ocasiones, no alcanza. Es que, a veces, me enredo en complicadas elucubraciones lógicas tratando de descifrar si el presente fracaso es una serendipia o un error humano; algo que yo dejé de hacer o hice de más que me evitó la victoria. Porque es terriblemente importante para mí no confundir una “voluntad superior” con mi responsabilidad ante mis actos. Y mierda que es jodido hacer esa diferenciación.

Es complicado ser mentalmente ambidiestro. Un 50% racional, un 50% fantasioso: la receta perfecta para el caos. Saber diferenciar entre lo posible y lo imposible. Saber que todo aquello que no sea científicamente comprobable es inexistente, pero no poder evitar amarlo y necesitarlo constantemente. Y es casi una novela pasional extrema; la fascinación incontrolable por una magia que te es inconcebible admitir. El excesivo castigo auto impuesto por codiciar lo inexplicable, la arrebatadora pasión que sofoca en vértigo al intelecto por afanarse en condenarla.

Y aún con todo, existen pruebas; las experiencias. Cuando una puerta se cerró, se abrió una ventana. Todos lo saben, todos lo dicen y todos lo han vivido al menos una vez. Entonces, en mi eterno intento insensato de comprenderlo todo me hundo en cavilaciones del engranaje tras la realidad. Me pierdo una y otra vez en la comprobación de que todo está milimétricamente calculado, indagando en memorias que se resisten a mostrarse para justificar las fallas en la teoría. Me avoco a una nueva perspectiva cuando me siento exhausta, enfocándome en un equilibrio: mitad de voluntades mágicas, mitad de responsabilidad personal, pero me sigo anudando en espirales infinitas. Es imposible determinar el quiebre, el límite, la forma de identificar a qué universo pertenece cada suceso. La magia y la lógica pueden justificarse desde sus propios paradigmas antagónicos con la misma fuerza y definición. Y a la larga, luego de incontables luchas salvajes y dos contendientes exhaustos y deshechos llega un increíble talento innato: hacerse el boludo. Uno se permite una religión personal y ajustada a ciertos procesos lógicos, y se hace experto en evitar cuestionamientos básicos que tambaleen sus bases; con el trato personal de renunciar a ciertos absurdos más descolgados.

Y así vas, con ciertas respuestas armadas. "Creo en lo imposible porque me conviene, la vida se me hace más fácil dentro de ese paradigma. ¿Y ante las inconsistencias? No pregunto, simplemente me hago la boluda". Pero no siempre alcanza, porque también hay que hacerse cargo de las equivocaciones para aprender algo en la vida y entonces vuelve a iniciar el ciclo vicioso. Nunca puedo considerar que hice lo suficiente, siempre encuentro detalles, aristas, posibilidades de haberme desempeñado mejor; uno de los culatazos del perfeccionismo. Entonces la resignación se hace casi imposible y la culpa insostenible. A menos que pueda comprobar que lo sucedido tuvo una razón de ser. Y entonces, me repito: todo sucede por una razón. Se lo digo a mi mente cansada y confundida, a mi estómago inflamado, a mis ojos enrojecidos, a mis palpitantes venas hinchadas. Pero no siempre alcanza. Y al fin, aparece la voluntad del deseo, que es más invulnerable de lo que parece a simple vista. Casi siempre se niega el deseo personal; por inapropiado, inadecuado, absurdo o inmaduro. Pero nunca muere ni desaparece por completo, espera pacientemente en las sombras hasta encontrar el conducto que lo lleve a la conciencia, a la realización y materialización. Aunque más no sea a través de una tremenda sensación de sentido que te ayuda a perder las preocupaciones o resignarte con humildad.

Hace poco tuve una de esas caricias anónimas y externas que te vienen como regalo de navidad, de esas que comentaba en Not Alone. La frase suelta, descolgada y lejana que te hace sentir completamente comprendido y acompañado. Casi como un abrazo bien sentido y protector. Y que, a veces, hasta es reveladora para entender un poco mejor tus propias posturas.
Estaba haciendo unas cuentas en papel con la televisión encendida, pasaban un capítulo de Dr. House y de cuando en cuando levantaba la vista. De lo poco que miraba, había entendido que estaban tratando el caso de una persona muy espiritual que confiaba en que todo estaba controlado por un designio divino. Le habían ofrecido una complicada cirugía cerebral con grandes riesgos como última solución y ella había aceptado en confianza de que era la voluntad de dios. Como sucede varias veces en la serie, a través de una serendipia (un gato sentándose en la computadora de House), detectan el verdadero problema y salvan a la mujer antes de la innecesaria cirugía. Y en la conversación entre House y la paciente es que encontré mi mimo al alma. Mi nueva excusa perfecta (ante mi propio intelecto) para seguir haciéndome la boluda. House se regodea acusando sus creencias fantasiosas de imbecilidad absoluta; después de todo, se iba a someter a una cirugía riesgosa por pura “fe”. A lo que ella responde que “alguien” debió “enviar” a ese gato a sentarse en la computadora para revelarle la solución. Cuando House argumenta que sigue siendo idiota arriesgar la vida por una creencia tan absurda e incomprobable, la respuesta de la mujer es, sencillamente, magistral: “Si no existe motivo alguno detrás de todo lo que sucede en el mundo, entonces éste no es un mundo en el que me interese vivir”. Cling. Mimo al alma y refuerzo instantáneo a mi pensamiento mágico. No hay mejor manera de expresarlo.

Entonces, trato de relajarme y nuevamente elijo, como en tantas cosas en mi vida, optar por la esperanza y aferrarme a lo que realmente quiero. A la teoría que me hace sentir que, definitivamente, me interesa vivir en este mundo. Si lo esperado no se dio por mis propias falencias, volveré a tener una oportunidad de conseguirlo. Y si no es algo que pueda darse por más intentos que haga, entonces existe una razón para ello y conoceré la explicación satisfactoria en un futuro no tan lejano.

PD, hoy es un buen día para volver a ver Magnolia.

miércoles, octubre 13, 2010

You Win

Durante catorce años ha atormentado mis sueños. Cada ocho o diez meses, sin faltar jamás a su cita, se paseaba por mis mundos oníricos en un papel secundario o subrepticio que bastaba para dejarme sin aliento. Apenas aparecía unos segundos, decía unas pocas palabras a modo de saludo afligido y se iba, perdiéndose entre mis intrincadas creaciones subconscientes. Y yo debía sostener mi corazón con todo mi empeño para que no se partiera (demasiado) al despertar, cuando su efímera aparición nocturna cobraba un rol preponderante en la vigilia, tejiendo un manto de angustia que me perseguía por días y días. Siempre fue igual, sin importar cuántos años o personas pasaran por mi vida: cada vez que su figura se infiltraba, aun tan solo por un instante, en un sueño cualquiera, revitalizaba una pena que no podía ser curada ni olvidada.

Fue él quien me hizo sucumbir a lo más profundo en el último descenso a mis infiernos. El colosal oponente que no pude vencer, que me superaba ampliamente en todos los sentidos y sirvió de portal a mis abismos más recónditos y oscuros.

Anoche fue su día elegido para hacer su acostumbrada visita en mis sueños, pero nada de lo que pasó en los limbos de mi mente siguió rutina alguna. Fue personaje principal y fue él quien se acercó a mí por propia voluntad. Fue él quien buscó el momento de encontrarnos a solas, quien me guió a compartir un largo silencio de duelo y quien se inclinó a darme ese beso tan debido y relegado; la oportunidad nunca escrita para los dos que me marcaría por años. Y entonces... nada. Ninguna emoción de mi parte, ni éxtasis ni rechazo. Absolutamente nada. Tan sólo dejarlo suceder para que, al concluir la cuenta pendiente, yo simplemente le sonriera con languidez y me diera cuenta que tenía que irme, que alguien me esperaba. Corrí ansiosamente por calles ignotas hasta una puerta azul que abrí con enormes expectativas y, tras ella, estabas vos; radiante y sencillo, con tu sonrisa con hoyuelo y tus ojos del color del tiempo. Y mi alma se exaltó al verte y mi corazón se extasió al abandonarse en tus brazos. Luego el sueño continuó con otras revoltosas invenciones que ni me interesa recordar.

Desperté. Mi corazón no estaba reteniendo sus mitades con cinta scotch gastada, latía en pleno y renovado sin siquiera un rasguño. Mi sonrisa perforaba en las mejillas y una energía pura me propulsó fuera de la cama.
Primero recordé la emoción de haberte tenido en mis sueños, la calidez y seguridad de tu abrazo y me regodeé largamente en eso. Recién pasados largos minutos y el primer café de la mañana vino la memoria del otro participante del juego. Y me detuve en seco, dejé de tararear canciones y todo lo que estaba haciendo. Mi atormentador había pasado a hacer su visita acostumbrada pero ya no había penas, ni angustias, ni marcas imborrables. Noté incrédula que ni siquiera me había interesado el beso y supe que por fin era libre. Esta fue su última visita.

Y entonces comprendí.

Vos ganás.

En tus manos, finalmente, mi fantasma más antiguo y colosal ha muerto.