Pages

sábado, noviembre 04, 2006

Sinceramente Mentira

Miremos al espejo, con atención, con intensidad. Allí, en el punto en que uno empieza a perder noción de su rostro, algo sucede. Las percepciones se vuelven confusas, la cara que nos mira desde la superficie plateada se torna por momentos desconocida, simplemente un conjunto de rasgos que ya no nos definen tan bien. Y si seguimos mirando, si nos enfocamos tratando de encontrarnos después de ese punto, puede suceder que volteemos de pronto, atemorizados, o que sigamos contemplando con resquemor esa mirada que ya no es nuestra, que oculta cosas que no queremos conocer. Quizás allí se encuentre ese reflejo verdadero del que hablaba La Historia Sin Fin, el verdadero yo que llevamos dentro. Ya lo decía el pequeño duende de la historia; muchos de los que miran salen corriendo despavoridos. Y quizás Michael Ende no necesitó fantasía para inventar aquel pasaje, quizás tan solo relató su propia experiencia al mirarse largamente en un espejo. Porque todos guardamos un lado oculto, una porción nuestra que escondemos con habilidad, y que rara vez tenemos el valor de reconocer.
Sin necesidad de enfocarme en mi reflejo, cansada de mis contradicciones y ambigüedades, decidí escarbar en mí en este último tiempo. Quizás como dijo Tío Joe por su blog, sin saberlo yo aún, andaba reinventándome. El límite de mi tolerancia frente al caos de mi mente se había quebrado, y más que valor, lo que me llevó a hacerlo, fue el gran fastidio del círculo vicioso de mis pensamientos. Como amenazándome a mí misma, como queriendo darme una estocada fatal, me senté a encontrar la verdad. Me permití, en mi despecho, concebir la posibilidad de algún vestigio negativo, y me batí a un duelo tortuoso por largas horas. No fue nada fácil, una mente bien entrenada a descubrir vueltas y recovecos, a asociar libremente, sabe excusarse con mucha lógica y efectividad. Cada vez que encontraba la punta del ovillo, volvía a enredar todo en un santiamén, manteniendo todos aquellos secretos bien alejados de la conciencia. Me descubrí llorando al concluir mi escrutinio, decepcionada de mi naturaleza, tan diferente a la que había querido creer. Pero también, me sentí más liviana, libre por momentos, matizando el alivio con la culpa, los pensamientos justificativos con los proyectos de adaptar mi vida según las nuevas reglas. Todavía estoy en proceso, esforzándome por no caer en la tentación de excusarme de nuevo, de volver a ocultar todo lo que desenterré. Y en el medio, algo curioso sale a la luz, un retorno inconsciente a ciertas cosas de mi pasado, una revisión sobre escritos y prácticas que abandoné. Cosas buenas y altruistas todas ellas, que comienzan a hacer eco en mi cabeza, invocándome a la reincidencia. Un acto reflejo, una defensa, que intenta devolver la ilusión de pureza, que busca contrarrestar el sentimiento desagradable de la persona que no quiero ser. Y veo un nuevo interrogatorio por venir, otra batalla épica, pues no puedo abandonarme a la idea cuando sé que esta cabeza sabe torcer y enmascarar, justificar y consolar.
Miro a la gente por la calle, en el colectivo, los observo con atención y trato de ahondar en sus pensamientos. ¿Cuántos de ellos se ocultan de ellos mismos? ¿Cuántos se han enfrentado a su verdad y han huido, cuántos la han aceptado y adaptado a su rutina? ¿Cuántos siguen sintiéndose ejemplo de altruismo al dejar ese asiento a la viejecita, aunque por dentro, muy oculto de su propia conciencia, estén pensando que los ancianos deberían quedarse en sus casas si no se pueden mantener en pie? ¿Cuántos saben que se están mintiendo y desechan con rapidez la idea, y cuántos ignoran por completo que hay otros conceptos dentro? Quizás no importe, quizás realmente sólo tenga validez lo que se hace y no lo que se cree. Quizás como leí una vez en algún lado “no es lo mismo ser bueno que ser incapaz de ser malo”. Quizás lo valioso viene de ir contra la naturaleza de uno para hacer lo correcto, y no de no tener nunca un solo pensamiento fuera de lugar. Quizás yo misma me esté condenando al querer ser completamente genuina, destruyendo una personalidad positiva en busca de mantener una real.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida, sin conocerte, vaya este comentario con todo mi afecto.
Mientras te desgastas en estos debates internos se te escapa la vida como agua entre los dedos. A veces es más fácil racionalizar cada pequeña cosa, cada pensamiento, sensación, que animarse a vivir un poco, o un poco mucho. Eso requiere mucho más coraje y para hacerlo, es necesario dejar de culpar a mami o papi de lo que hicieron o dejaron de hacer. Tantos años de terapia sólo te sirvieron para creer que sos más inteligente que quienes fueron tus terapeutas?

Connita dijo...

Mis juicios poco tienen que ver con los demás. Más que algún exhabrupto aislado que todos tenemos derecho a tener cuando estamos superados, creo que en mis letras lo más latente es mi prejuicio hacia mi misma. No me creo más inteligente que los terapeutas que me han tratado, no me creo demasiado inteligente en absoluto. Además, la inteligencia no tiene nada que ver con la capacidad que pocos tienen de ahondar en los fantasmas que causan cortocircuitos en el pensamiento. Tampoco dejo que la vida se me escurra entre los dedos, por el contrario, mis análisis buscan la posibilidad de maximizarla. Pensar en ella no me detiene, es una actividad que realizo a la par de dar mis pasos medidos o arrebatados, pero siempre camino y experimento. No se preocupe, que mis búsquedas filosóficas jamás me han alejado de la pasión y la aventura, y a mis padres sé agradecer desde el corazón todo lo que hicieron por mí, esperando poder retribuirles a cada momento, aún cuando a veces pueda enojarme, como todos lo hacemos cuando nos relacionamos a través del cariño.

Anónimo dijo...

Coincido plenamente en que no hay que dejar que el pensamiento quiera racionalizarlo todo sin dejar lugar a la experimentación y la espontaneidad, pero valoro de especial forma el que alguien se atreva a compartir y alimentar el diálogo. De aquí se lleva uno pistas que en algo contribuyen con el rompecabezas personal.

En estos escritos se materializa el pensamiento. Compartir el proceso íntimo, reconocerse vulnerable, con dudas, me parece sincero, valiente, apreciable y, por supuesto, humaniza estos espacios llenos de gurus.

T. Joe