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viernes, enero 16, 2009

La Devorada

Arha. Ese es el nombre que Ursula K. Le Guin puso a un personaje de Las Tumbas de Atuan en Cuentos de Terramar. Un personaje que aún resuena en mis tímpanos aunque no tenga una voz real, que veo en la carne aunque no tenga una apariencia cierta en la existencia. Un espejo. Un reflejo al que me enfrenté con inocencia, con inconsciencia, con ignorancia. Caminé de su mano a través de las hojas, completamente indiferente a la mímica que representaba, ingenua ante la verdad frontal que me gritaba. Hasta que llegué a un corto párrafo, tan solo 5 líneas con palabras simples y nada realmente revelador, que me atravesaron de lado a lado, dejándome un momento sin aliento. Y luego, el huracán.

"Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extraña y abrumadora para el espíritu que ha de llevarla. No es cómoda. No es un regalo que se recibe, sino una elección que se hace, y la elección puede ser difícil. El camino asciende hacia la luz; pero el viajero que soporta la carga acaso no llegue jamás a la meta."

El velo arrancado sin tregua, sin mayor paisaje para contemplar que los escombros resultantes. El nombre perdido, la voluntad y el deseo devorados por potestades Sin Nombre para prestar servicio al silencio y la inmutabilidad. El paralelismo es sofocante. El espíritu doblegado por el sistema, la identidad manipulada por el marketing social y la esclavitud elegida de lo previsible y libre de cargo al servir al orden establecido. Esa era mi realidad hasta que abrí los ojos, hasta que desperté. La recompensa de encontrar la verdad no es un premio, es una carga, una gesta titánica para la costumbre. Y el miedo, el terror, de actuar en consecuencia es acuciante. La expectativa del camino que asciende escabroso a mis pies, agotadora.

Pero aprieto los dientes y los puños, respiro hondo y dejo que mi pie derecho caiga firme sobre el inicio de la cuesta polvorienta. Espero que la tierra esparcida en el impacto se asiente y vuelvo a respirar hondo mientras muevo lentamente el pie izquierdo y lo dejo colisionar un poco más adelante del derecho. No hay forma rápida de recorrer esta pendiente y seguramente no exista posibilidad alguna de alcanzar alguna vez la cima. Pero acepto el peso que implica elegir, el riesgo de la libertad de decidir sola. Quiero dejar de huir, cueste lo que cueste afrontar mis errores, defectos y cobardía. Quiero recuperar mi nombre, mis convicciones, mi verdad.

2 comentarios:

Idealista Empedernido dijo...

Es un peso real, directamente proporcional a la variación del proceso que un "algo", gesta en la sociedad actual, la standarización de mentes, la pérdida de facciones individuales. Moldean una masa que busca un forma imposible de visualizar, sumiéndose en una búsqueda que se hace eterna.

A veces, algunos entes que presentan algún cromosoma heredado de Lyubov, amanecen con raptos de locura y retoman SU propia búsqueda, aquel peso, que es inédito, íntimo, y se desentiende del resto en un compromiso con el otro. Te pisotearán, repudiarán, y hasta tal vez se dignen a mirarte a los ojos, pero se que no necesito de una boca que apeste al aliento de otro, y es prescindible a mi ser, la muerte de la razón, y de su íntimo, el criterio. Porque la retribución imperceptible vendrá con el tiempo y las premisas propias, al son de una melodía propia y nueva. Y recien ahí, vendrá la meta. Mi meta.

Nare, como siempre, tu entrada me fascinó.

Connita dijo...

Aferrate a esas convicciones Dami; abrazalas, defendelas, respetalas. Tenelo siempre en cuenta. No dejes que la urgencia y la necesidad te las arrebaten. Son muy difíciles de cazar una vez que se sueltan.
Un beso grande =)