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martes, agosto 30, 2005

Aquellas Simples Cosas

Curiosa vida que afina a veces con el pincel...
Tengo una emocion que me colma, una paz que me supera, un agradecimiento que me libera.
¿Por dónde empezar? Venía un poco ajustada a este ritmo mecánico social, mis pies iban y venian al compas del tic tac, y de mi boca prácticamente solo salía un "cucu"... Es que a veces la rutina viene al dedillo. A veces la costumbre nos salva del abismo, aunque no sea necesariamente cierto. Porque antes que el esfuerzo viene siempre esta excusa engañosa. Serle indiferente al pensamiento es mas fácil cuando se sigue una línea marcada y no se hace nada fuera del schedule. Tenía fuerza, tenía una sonrisa en mi semblante, tenía humor y ganas de seguir camino. Pero bien sabemos que el optimismo entusiasta, la fuerza orgullosa, las sonrisas porfiadas, aunque honestas, poco equilibran la balanza emocional. Son cosas que lo mantienen a uno en pie, con ganas, con esperanzas. Que quizá logran arrancar las espinas, pero no le ponen alcohol a la herida, que, relegada a un espacio ínfimo a través de la sabiduría, todavía pincha... No es un pinchazo mortal, sino mas bien una molestia. Un peso que se carga sin mucha preocupación, pero que esta ahí, agazapado, esperando pacientemente la caida. Y aunque la caida no llega ni llegará, se gesta un pequeño tormento en la mente por esa amenaza dormida. Y ese tormento ha de ser atendido; pero con tantas urgencias, con tanta realidad, mas vale una tapa de caucho que desenvainar una espada. Y asi, el optimismo se enaltece de golpe; "que tengo que quedarme trabajando hasta las 12 de la noche? Pero que bien! ocupada sin tiempo de pensar... bienvenido sea!! - viste? todo lo malo puede ser bueno, que grande el optimismo". Y asi parece mas fácil vivir... Por un tiempo, solo por un tiempo. Pero antes de que pueda tejer un nuevo tormento al reconocer lo vano de esa efímera solución, me tapa una avalancha de enfermería experimentada que me deja como nueva... Por eso, es maravillosa esta vida: Te tira a matar y luego te da el elixir de la eterna juventud. He aprendido a ver esa sanguinaria dualidad con ternura. Es como una poderosísima niña caprichosa, y quizá la unica razón por la que me enternecen sus berrinches, es porque la quiero.
Paso a desentramar un poco lo metafórico de este mensaje. Hay veces que nos pasa, que de pronto, de una inocente e ingenua niña que salta jolgoriosa, nos convertimos en un viejo herido que fagocita sus ilusiones en un círculo vicioso. Antes de entregarnos a las sombras, nos ponemos a hacer cuentas: tantos gramos de cuidados, mas unos kilos de cariño, algunas toneladas de humor y simpatía, tiritas de ternura, litros de responsabilidad, un carro de ética... Y la ecuación no nos cierra. Nos hundimos en un abismo que traga nuestra luz mas fuerte y vomita miedos sobre un alma confundida. Y cuando uno esta unos kilómetros abajo de sus sabidurías espirituales, mas vale el privilegio del "olvidate, solo fue una ilusión". Y asi andamos, sosteniendo apretadas las cadenas de una tapa reforzada. Pero las cadenas hacen callos, y los músculos se resienten, y las manos tienen los segundos contados... Pero de pronto nos encontramos con una epifanía intinerante que acude sonriente a nuestra pequeña almena encendida. Y como si Dios reafirmara que el mundo ajusta sus giros para ayudarnos en nuestro momento de necesidad, comienza a sizear la lluvia afuera.
En mi caso, al escuchar las gotas riendo sobre el pavimento, curé mis manos llagadas, levanté la tapa sin miedo y volví a dejar la carne y limitaciones humanas detrás de mi. Descorrí el velo que disfrazaba de maravillosas a unas espectativas anodinas, y un suspiro negligente se llevó esa herida. Como un susurro en el aire existió una pregunta: "¿Hace cuánto que no caminas bajo la lluvia?". Años, ya parecen siglos enteros. Y salí, y empecé a reirme con fuerza mientras me mojaba, y desafiaba a las sombras fugaces que se escondían bajo sus paraguas o techos aleatorios. Me rei de las miradas de la gente. Con mi jean roto y mi remera mas vieja fui a buscar gotas entre los restoranes de recoleta con los brazos abiertos, pues la calle era mía. La gente simplemente se amontonaba en las esquinas como si lo que caía del cielo fuese ácido. Me seguí riendo mientras imprecaba suavemente a una señora que me observaba con especial desconfianza: "¿Sabe usted lo que es sentirse verdaderamente libre? Deme la mano, venga aca conmigo y me va a entender". Claro que no aceptó mi invitación, sino que respondió con una mueca aun más desencajada. Y yo no cabia en mi de diversión. Asi caminé suavemente, teniendo conciencia de cada gotita que tocaba mi cara, sintiendo un placer incomparable en el pecho, agradeciendo esa oportunidad de desprenderme de la preocupación material y no reparar en que se pudiera arruinar la ropa, ni cuantos centímetros se hundian mis pies en el agua amontonada en las esquinas. Pensé cuántas veces hice acrobacias para saltar esos ríos callejeros, cuántas veces contorsionismo para mantenerme bajo un techito (al igual que toda la gente que transitaba la calle) Y pensé cuán absurdo era eso. Me pareció una forma estúpida de complicarse la vida inútilmente. ¿Cuál era el problema de mojarse, cuál era el problema de que los pies te hicieran "scuish, scuish" al caminar?.
Traté de recordar la última vez que no me había preocupado por nada bajo la lluvia, y de golpe tuve un torbellino de recuerdos... Me vi jugando a las escondidas en un jardín que casi había olvidado. La tormenta arreciaba y mi perro se divertía delatando mis escondites. Y las escondidas se convertían en guerritas de barro con mis hermanos... La lluvia no era un problema, era una máxima diversión. Era el momento ansiado para perseguir sapos, buscar caracoles y escaparle a mamá que te corría con una campera. Era tirarte panza arriba en el techo a aportar "wwwaaaaaahhhh"s y "woooooooohhhhh"s a los "dedos de dios" que se abrían azul brillante en un cielo gris plata. Era jugar a quien juntaba mas agua en su boca más rápido, chapotear en las calles inundadas y mandar barquitos al desague con algún caracol como capitán. Era mirar el paraguas con cara de asco y sacudirse como perro al entrar a la casa. Era una vida mas simple, más libre... No por ser más jóvenes, sino por ser más sabios. Porque en aquella época vivíamos el momento y no nos afanábamos en eternizar ninguna posesión, ni ningún pensamiento. Simplemente vivíamos, vivíamos de verdad...
Me intoxique de placer y toda mi "mugre" fue pulcramente lavada. Cuando llegué a casa me sentí casi un testigo de la revelación del siglo... No voy a volver a olvidar salir a caminar bajo la lluvia...

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