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miércoles, octubre 25, 2006

Abstractamente real

Las dimensiones son insondables. Entre la idea y lo concreto puede existir un abismo, a veces nos damos cuenta, a veces nos dejamos envolver por los mil sentidos que flotan en derredor, inconcientes de las grandes diferencias.
Alguna vez discutí con mi hermano mayor respecto del origen de los sentimientos. El sostenía que eran creaciones de la mente, y yo defendía con garras y dientes la existencia de un “corazón” o alma como emisor de algo indefinible. Creo que fue en una época que él pasaba por un desengaño con la vida, lo que me daba más cuerda para apoyarme en mi teoría y desmerecer la suya. Después yo pasé por mi propio desengaño, pero mi posición seguía firme, pues en mi negación con el curso del mundo me despojó de aquellas llamadas emociones, y me dejó un aburrido transcurrir. Para mí, el corazón seguía siendo el único capaz de emitir sentimientos, y el mío andaba muerto. Así de fácil era.
En los últimos tiempos, empecé a permitir el flujo de teorías al respecto nuevamente, sin indagar demasiado. Hoy me doy cuenta que mi hermano tenía razón. Y yo también. No hay una sola realidad para las emociones, y algunas son mentales, otras, si se quiere, espirituales. Y lo que logró llamar mi atención, es que a veces, en lo inmediato, las mentales parecen ser más fuertes que las otras, aún cuando de cierta manera se me antoje poner a las emociones mentales bajo un título de engañosas. Quizás sea porque la fantasía les otorga un vuelo tan notable, que dicha asociación no puede pasar desapercibida.
Lo virtual cada día tiene más presencia en nuestro mundo, y un éxito casi absoluto entre todas las personas con un mínimo vuelo mental. Antes de lo interactivo, el arte mismo era el responsable de llevarnos hacia la revolución emocional de la mente, y no estoy hablando de el uso de colores y formas de una pintura, que de cierta manera podría decirse que son más “sentimentales desde el alma”. Hablo de las novelas literarias, de las películas, de las obras teatrales, de la lírica. Leemos sobre muertes y accidentes todos los días en el diario, y más que sentimientos podemos emitir opiniones, que allí se quedan. Pero en un libro, en una película, en una obra, si algo malo le sucede al personaje, muchos de nosotros somos capaces de deshacernos en lágrimas. ¿Cuánto hace que conocemos al dichoso personaje? Quizás dos horas, ocho, diez tal vez, a través de un libro... Y ya somos capaces de adorarlo o despreciarlo. A mi me pasa mucho, yo me meto demasiado en cualquier cosa que vea o lea (sí, soy de esas que zozobra con una angustia indescriptible cuando William Wallace grita “freeedoooom” en Corazón Valiente, y que me bajé como cinco paquetes de carilina cuando murió Mufasa en el Rey León), incluso en los videojuegos, soy capaz de meterme en la piel del personaje (sí, por eso no puedo jugar al Silent Hill 4, me supera). Y todas esas cosas que me generan, son sentimientos, y ni les cuento lo que me pasa con el animé. Maxi sabe, que son los colores, pero cada vez que veo algo de Miyazaki me hundo en un mundo de emociones espectaculares... Emociones “de mentiritas”, mentales, que existen gracias a la imaginación, a la fantasía, que desaparecen después de un tiempo de no ver o no leer. La interactividad virtual le ha dado un nuevo vuelo a esta característica nuestra, y podemos decir sin modestia que somos expertos escultores de perfección en nuestras mentes. Siempre es curioso, encontrarte en persona con esas personas con las que compartiste un millón de cosas en un foro, porque indefectiblemente esperás que sus caras sean las de su avatar; incluso si usan un perro o una cuchara en ese lugar. Un mundo de ideas que se asocian con la fantasía y las expectativas personales, creando un amasijo indefinible que resulta en una explosión de sentimientos confusos o excitantes, que romperán como una ola contra el acantilado de la realidad. A través de las horas uno construye el puente (si vale la pena) que cruce ese abismo entre la idea y lo concreto, adaptando los conceptos a medida que se evaporan las fantasías, sabiendo con cierto desencanto que extrañará la fuerza de esas emociones que ya no volverán con el mismo empeño. Las dimensiones de nuestra mente son insondables, y la realidad demasiado acotada para nuestro potencial. Pero entre medio de ese abismo creo que existe ese punto donde se esconden los sentimientos “de verdad”, vengan del corazón, el alma, el espíritu, o una mente oculta, más profunda que esa frente expuesta que siempre vuela mucho más allá.

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