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lunes, octubre 30, 2006

Videncias y Baratijas

Hace unos cuantos años, recurrí a una Tarotista en épocas confusas de mi vida. Convencida por una amiga que vociferaba el típico "No sabés como le pegó a toooodoooo" me senté a la mesita esotérica con toda mi angustia a flor de piel, y a los pocos momentos zumbaba entre exclamaciones de admiración, completamente atrapada por la videncia de esta madama. Se sabía todo, todo lo que me pasaba, todo lo que esperaba, y obviamente mi ansiedad por el amor de aquel muchacho que en ese momento me tenía gagá. La verdad que ni me acuerdo si en sus futurologías le habría pegado a algo, porque incluso en su momento no esperaba la confirmación, estaba completamente convencida.
Años más tarde me hice una amiga que resultó saber leer las cartas, y entre charla va y charla viene, convencida de que yo tenía el "don", me enseñó a hacerlo... Mis primeras lecturas fueron con inseguridad, pero a medida que el interlocutor confirmaba mis desvaríos, fui ganando confianza. Era grossa. Por esas épocas sucedió que un tipo me frenó en mitad de la calle con la afirmación "vos tirás las cartas" (Merda!) y así de fácil, con esa sola afirmación y mucho carisma me llevó totalmente inconsciente a tomar un café con él, discutir distintas variedades de cuestiones metafísicas, y a, obviamente, darle plata. No me pregunten cómo ni por qué, no recuerdo en absoluto los ejes de su engaño, pero me embaucó mal mal mal (Chan, me siento como si hubiera mandado una postal a post secret). Me había tirado las cartas también, obviamente "pegándole" en todo, y creo que esa fue en gran parte (además de ser yo una pelotuda importantísima) la razón por la que no me permití usar la lógica en aquella fracción de tiempo extraña y absurda. Cuando uno quiere creer en algo, se deshace de todo su conocimiento con tal de darle validez, y eso empecé a notarlo con la gente que me consultaba en las cartas. La ansiedad suprema que tenían, se depositaba indefectiblemente en mis hombros, y todo lo que yo dijera era palabra santa, aunque yo misma no pudiera recordar las palabras que emitía. El problema empezó a surgir cuando me di cuenta que mucha gente estaba dispuesta a hacer lo que yo le dijera en medio de una lectura, y por ende, empecé a razonar que esa acción iba a ser mi responsabilidad. Entonces, con mis amigos, empecé más bien a dar consejos, basada en lo que ya sabía, para evitar situaciones que escaparan a las cuestiones naturales (una compañera de trabajo osó preguntar antes de casarse, si un pibe de su pasado que había vuelto, era el amor de su vida... ¿Cómo se carga con la responsabilidad de responder eso?) y los consultantes tomaban esos consejos como videncias, cuando simplemente era un poco de lógica y empatía respecto a los hechos que conocía. Y así, de a poquito, fui dejando, y dejando, y revistiéndome un poco mejor en mi razón.
Hará unos dos años, me agarraron por primera vez en mi vida las gitanas de Mar del Plata. Yo había ido por trabajo, y decidí quedarme el finde (era invierno). Como me encanta el mar, el sábado decidí ir a mirar el horizonte. Estaba de diez. A pocos pasos de haber pisado la arena se me acercó una gitana y empezó su chamuyo, la despaché con educación, pero seguía mis pasos e insistía. A mi tercer o cuarto rechazo empezó con su técnica: "que tu estás muy triste, y te pesan muchas cosas de tu vida, y necesitas un descanso, una salida, porque te falta el amor..." y bla bla bla. Con cierta diplomacia, me detuve (ya hinchada hasta las tarlipes) y le retruqué con una sonrisa mi excelente estado anímico y espiritual, aconsejándole que revisara su bola de cristal porque estaba en cortocircuito. Si bien esa señora dejó de molestarme al instante, otras vinieron con el mismo speech y me tuve que volver al Hotel con la cabeza a punto de estallar. Pero me quedé pensando, si hubiera estado triste, sin amor, desganada, agotada mental y espiritualmente, débil. ¿Me hubiera dejado embaucar por segunda vez? Era claro que una chica joven, sola, en pleno invierno, caminando hacia el mar, pintaba un cuadro de absoluta desolación para quien sabe aprovechar una situación. Y entonces volví sobre aquel tipo que me había agarrado aquella vez, volví sobre mi primer contacto con el Tarot, volví a cada una de las personas que me habían consultado. Si uno agudiza los sentidos, si uno sabe mirar, si uno sabe generalizar, puede ver perfectamente el estado de ánimo de quien tiene enfrente, puede escuchar su pedido de ayuda, casi puede palpar su angustia. Recordé que cuando tiraba las cartas muchas veces terminaba con contractura o migraña, y recordé que muchas veces mis palabras iban 10 veces más rápido que las cartas. No era por videncia, no era por un artilugio mágico; era porque sabía escuchar y devolver la realidad procesada (algo así como una psicóloga exótica) Y entonces llegué a mi conclusión: el Tarot no era otra cosa que empatía y un receptor sediento de comprensión. Cualquiera con dicha capacidad podía tirarle las cartas a cualquier persona desahuciada y acertar con lo que dijera.
Hoy, mientras ponía cosas en cajas, encontré mi viejo mazo, y con una sonrisa nostálgica en la cara, me dispuse a repasar esos viejos arcanos. Hice lo que me habían enseñado que jamás debía hacer (y aun así lo había hecho muchas veces), me tiré las cartas a mi misma, de onda. Y por una de esas cosas del aburrimiento, hice una prueba: intenté prever lo que saldría, y voilá, tal cual... La mente es capaz de cualquier cosa cuando tiene ganas, y ahora vuelve a rondarme un fantasma viejo que la lógica dejó de lado. ¿Si las cartas pueden mostrarse según la voluntad de la mente, puede acaso la realidad adaptarse a nuestra voluntad cuando con certeza y claridad estamos convencidos de un resultado?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me han gustado mucho tus últimos escritos.

Quizá la clave de tu pregunta está en la palabra "realidad" ¿Cómo adaptarla a voluntad cuando no estamos, si quiera, conscientes de nuestra propia respiración?

Por otra parte, valiente tu postsecret, me congratulo que no hayas entregado tu libertad de elección a la interpretación de un cartón impreso a cuatro tintas.

Aquí en el puerto los pescadores saben leer las corrientes con observar detenidamente el mar. Y la gente del campo no lee muchos libros, pero sabe leer las nubes (Y nadie se maravilla). En los aceleradores de partículas los científicos se dieron cuenta de que la simple observación influía en el comportamiento de las mismas.

Estamos aprendiendo a leer nuestro universo. Quizá nuestro primer esfuerzo alquimista debiese enfocarse en la capacidad de prever las pequeñas cosas de lo cotidiano, transformar ese microcosmos en el que uno mismo habita, tomar en cuenta que somos parte de una danza más compleja, aguzar los sentidos, para que cuando te asalte la duda de si la persona con que te casas es la "correcta" sepas que el sentido común está atrofiado. Será la primera señal de que hay que hacerse, a como de lugar, de un espejo de cuerpo entero.

Sigue escribiendo.
Tio Joe

Connita dijo...

Gracias tío, es agradable saberlo rondando estos salones caóticos y recibir su percepción.
Sin duda que la clave es la "realidad", siempre daré vueltas cóncéntricas tratando de anclarla en algo definido, esperando que sirva de base para todas las otras elucubraciones.
Desde que tengo conciencia intento enfocarme en las pequeñas cosas, en la observación y entendimiento del entorno más inmediato, como lo hacen los pescadores, los granjeros. De chica quizás lo haya logrado, valiéndome de ciertas certezas inexplicables para comprender al mundo, pero hoy... Hoy todo se esfuma en el vertiginoso tornado de la supervivencia. En el caos de la ciudad, detenerte a observar lo que sea, sólo te consigue ser atropellado por un transeúnte o móvil. Tanto en el sentido literal, como en el figurado. Siempre busco las conexiones con el entorno, las vueltas del engranaje oculto, pero tantas cosas y tantos huecos me marean =/

Anónimo dijo...

"¿Si las cartas pueden mostrarse según la voluntad de la mente, puede acaso la realidad adaptarse a nuestra voluntad cuando con certeza y claridad estamos convencidos de un resultado?"
Efectivamente este fenómeno no sólo puede suceder, sino que pasa con mucha más frecuencia de la que podemos imaginar. En los desarrollos del Equipo de Terapia Sistémica de Palo Alto hasta ha recibido un nombre "profecía autocumplida", se trata de un enunciado que por el mero hecho de ser enunciado adquiere valor profético.
Me gusta leerte, seguí escribiendo, tenés muco talento!!!
Dolores