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sábado, julio 10, 2010

Reflexiones

Engañándome a través de mis ilusas expectativas he llegado a un punto del camino donde nunca antes había pisado. Una lucha de penas y alegrías en que mi orgullo ha nublado el conocimiento concreto de las consecuencias de las heridas. Caigo como un derrumbe inevitable y una fuerza invisible me levanta de un tirón…

Suspendida en un éter incomprensible trato de descifrar qué fuerzas están en juego y de qué lado realmente estoy. Quizá me he mentido durante demasiado tiempo, o quizá antes era muy ciega para ver la realidad. Tal vez el dolor me carcoma por dentro y una parte inconsciente se maneja para ignorarlo a mis espaldas, o tal vez, realmente, no todo está tan mal como a veces creo.

Sólo tengo atisbos de alguno de los dos lados del campo de batalla. Vislumbro angustia y vislumbro sabiduría que lleva a la calma y la sonrisa. Pero no tengo un panorama concreto que llegue hasta la raíz de su verdad. No sé si me inunda la desazón y mi orgullo me hace callar, o si es que bailo en alegría y el gris recuerdo de días oscuros nubla esta nueva realidad. Me pregunto si me he vuelto realmente fuerte o realmente eficaz para ignorar las heridas. Y cuando la tribulación asoma, no sé si decir que tan solo estoy cansada y mi fuerza desvanece un momento, o que las llagas encontraron un canal que no controla la indiferencia para emitir un grito que pueda ser escuchado.

Estallo en júbilo y me hundo en ansiedad de un momento a otro, cambio repentino y natural que no tiene procesos de elaboración. Y lo que más confunde de toda esta vorágine de situaciones inconexas, es que cada uno de los momentos es honestamente genuino. No me engaño cuando mi alma salta y desborda de energía, ni me miento cuando me cubre una sombra que arranca lágrimas silenciosas de mis ojos. Sería natural si no fuera un mismo motivo el que provoca tales exabruptos. Quizá sería distinto si una sola parte de mí se dedicara a vivirlos.

¿Cuál de los contrincantes lleva la rectitud de manifestar la verdad de esta existencia? ¿Cuál de ellos me contará los secretos de lo que no comprendo, cuál me mantendrá engañada por el resto de mis días? ¿De qué lado está el orgullo? ¿Es un súbdito del alma o de la mente? Me pregunto si es él quien me lleva por caminos escarpados, que cada vez son más y más inestables. O si todo esto no será más que el producto de una simple transición. El resultado del flujo encontrado de mareas rebeldes, corrientes de pasado y presente que causan un remolino de excitación. ¿Son estas cosas partes de mi vida que riñen con saña y energía por ganar el cetro de mi porvenir, o es una batalla ya ganada que debe lidiar con un perdedor resentido que no se resigna a ocupar su lugar en el olvido?

La costumbre en recurrencia sea quizá lo que me arranca las lágrimas en infantil capricho de su deseo de conmoverme y caminar así el trayecto cómodo y fácil del inmaduro. Y mi esperanza de ser amiga de la vida y caminar de la mano con el riesgo del destino sea la que me llena de emociones y triunfos en la garganta, tratando de serle indiferente a aquel que se vale de artimañas y trucos para alcanzar sus metas.

En este momento de mi vida, en que he llegado casi a la cumbre de mi cambio, se me expone a la última y más difícil prueba. En este momento se me exige una lucha ardua y determinante en que sólo podrá haber un ganador. Un ganador que me llevará del otro lado de la montaña o uno que me devolverá a su gris y opaca base. Y es por eso que varío entre risas y dudas, que pego saltos o me acurruco, que agradezco o ruego. Una y otra vez, incapaz de dominar conscientemente cada situación, sin terminar de convencerme de la elección correcta. Quizá, entonces, sólo deba rendirme a esos estados, dejar que luchen en su tiempo y darles su espacio de desarrollo. Tratando de ayudar, siempre que se me dé cabida, a aquel que me hará cruzar esa barrera que durante tanto tiempo ha sido mi objetivo. Esa barrera que he visto brillar por las noches, prometiendo un nuevo camino, la que me ha llamado en mis sueños y me ha hecho promesas, motivando mis pasos. Esa barrera que marca el límite entre la persona que una vez fui y aquella en la que me quiero convertir.

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