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jueves, marzo 18, 2010

Ellos

Establecieron un acuerdo silencioso en perfecta coherencia. Asumieron la realidad sin indagar más allá de lo evidente, sin bucear en posibilidades inciertas. Atesoraron el presente, lo que existía y era inequívoco, los placeres sin consecuencias de un trato sin promesas. Un juego con final definido y sin perdedores, un paseo con principio y llegada sin desvíos.

Se dejaron llevar sin desdibujar las líneas, flotaron en la oportunidad sin vergüenza y rieron sin miedo. No cuestionaron la extravagancia ni el absurdo, no buscaron comparaciones ni referencias previas. Fueron, en pleno y exentos de paradigmas, sin perder nunca la conciencia de los hechos ni inventar pretextos. Se permitieron la fantasía de una alternativa sin despegarse del suelo. Soñaron un tiempo ajeno sin cerrar los ojos ni apartarse del resto del universo.

Participaron siguiendo las reglas pero rompiendo rótulos, omitiendo emociones y maximizando sensaciones, ignorando idealizaciones y atesorando la recreación del intelecto. Profundizaron los sentidos y se embriagaron de un tacto irrestricto. Se hundieron en sus miradas sin perder el rastro del camino de regreso, se entregaron libremente sin ceder el dominio completo.

No alteró su temple la proximidad del fin del juego, lo dejaron llegar y lo aceptaron sin resentimiento. Apagaron con serenidad los pulcros simuladores que habían montado y volvieron a sus respectivos mundos sin pena ni arrepentimiento.

martes, marzo 16, 2010

Norte

Es fácil determinar un punto cardinal, aún si no se dispone de brújula alguna. Basta con observar la salida o puesta del sol y hacer un razonamiento básico. Distinto es imponerse una meta de vida, elegir un objetivo por el cual luchar, un futuro que valga la pena construir. Cuando tantos inicios se han desmoronado en un mismo camino llega un punto en que se pierde orientación. Se pierde la perspectiva, la determinación se esfuma en el cansancio y cualquier elección se ahoga en un mareo similar a la descompostura. Y ya no sé dónde estoy ni hacia donde voy.

De puro obstinada sigo en movimiento, pero es como un viaje hacia ningún lado. Sé que no hay meta, sé que estoy internándome en una espesura incierta y que seguramente esté perdiendo el tiempo. Pero no puedo determinar el horizonte. Intento detenerme y trazar una ruta pero mi mano se queda suspendida sobre un mapa sin formas. Adónde ir cuando no hay referencias? Qué sentido tiene dibujar líneas que no llevan a ninguna parte?

Intento empezar de nuevo. Olvidar todo lo aprendido, ignorar todo lo experimentado y preguntar con humildad e ignorancia. Muchas voces se expresan con sus conocimientos y consejos que se les hacen sabios o productivos. Ninguna propuesta se adapta a mis planos.

Tengo muchas paradas para recorrer, muchos miradores donde reposar y tanto más por hacer en tantos aspectos. Pero no tengo ningún lugar dónde llegar. Cuento con herramientas de navegación, botiquín de emergencias, guías turísticas y manuales de supervivencia. Cargo con el equipo necesario, tengo la resistencia suficiente y la energía para seguir andando. Pero no hay nortes claros ni se vislumbra un solo destino en el horizonte.

jueves, marzo 11, 2010

Podría...

No hay juego más irresistible y cínico que ese del "What if...". O el "que tal sí" si hiciera honor a mis raíces latinas, pero en inglés suena mejor; es como más conciso, definido y elegante. Y como una de las cosas que podría haber hecho es un traductorado de inglés, mantengo mi posición aunque se me quejen. Me gusta cómo suena "What If" casi tanto como practicarlo.

Todavía no he conocido a nadie capaz de resistir sus dedos seductores. Sí sé de varios que logran tenerlo bajo cierto control a base de mucho sudor y mordida de labios, pero aún esos colosos caen de cuando en cuando en la elucubración de lo que podría haber sido alguna vez; en otro tiempo, en otras circunstancias, en otro mundo, en otra vida.

A veces, el What If surge como un juego, el simple deseo de ejercitar la fantasía aunque sepamos que al sueño le seguirá un sabor amargo. A veces es una defensa, una artimaña de consuelo para recordarnos cuan peor podría haber sido algo, aunque éste uso sano sea el menos utilizado. La mayoría de las veces, para mí, viene en su peor forma: la autoflagelación. La investigación de todas las oportunidades no aprovechadas a raíz de una disconformidad con el desempeño de mi presente. Es que siempre siento que podría haber hecho más, que podría ser mejor, abstrayéndome selectivamente de las realidades y logros pasados. Y así, libre de la historia, vuelo hacia los caminos no tomados.

Podría haber sido Bióloga Marina de haber seguido el sueño de la infancia. Podría estar hoy en algún laboratorio de Canadá, descubriendo nuevas especies en la Antártida, estudiando la barrera de coral de Australia o salvando animalitos por el universo.

Podría haber respondido al impulso de seguir Letras y aprender a controlar la literatura; vaciar mis delirios de gurú en libros de autoayuda. Disfrutar de una vida relajada junto a un teclado en una cabaña perdida y una cuenta bancaria llena del dinero de las almas desesperadas que siguen una guía que nada entiende de las dificultades del día a día de sus seguidores.

Podría haber terminado Comunicación Social, hacer un máster en Diseño de Comunicaciones y dedicarme a la consultoría vendiendo fórmulas baratas y obvias a empresas cuadradas. Codearme con otros tantos chantas, tener un piso sobre Avenida del Libertador y hacer remo por el río frente al Hilton y la mirada de gato con botas de los trabajadores que se escapan en la hora del almuerzo.

Podría haber sacrificado mi independencia y meterme en una productora ni bien me recibí de Productora Multimedia. Bancarme el sueldo magro inicial cargando a mi vieja con todos mis gastos básicos y ascender hasta formar parte importante de la industria. Ser un nombre conocido tras las grandes producciones, vivir mis días ejecutivos con notebook y iphone como brazos, reunirme con gente importante y manejar una camioneta imponente.

Podría haber tenido mi propia casa, mi propio auto y alto poder adquisitivo. Podría haber logrado una vida de trabajo menos obrero y más verbal, con más tiempo para perder haciendo lobby o viajando a lugares importantes o exóticos. O podría haber ejercido una pasión, aislada de la gente y la realidad, enfocada a mis propias investigaciones naturales o internas. Podría, pero no pude; por diversas cuestiones que suelo olvidar con demasiada facilidad. Tuve en cambio otros logros y recompensas que suelo no saber reconocer ni recordar.

Podría haber sido otra persona, haber tenido otros amigos, otras experiencias, otras perspectivas y otras esperanzas. Y es un "podría" que no quiero. Me gusta mi gente, mi forma de ver la vida, mis esperanzas cansadas pero sinceras, mis experiencias de esfuerzo constante. Me gusta la persona que soy a pesar de mis malos momentos. Me gustan mis trastornos y caprichos y mis sueños muertos para inspirar un espíritu poético. Me gusta no conformarme aunque la búsqueda interminable me torture. Me gustan los What If que se encuentran con la única elucubración que importa: ¿qué tal si no fuera quien soy y no tuviera lo que tengo?

Y entonces, aunque sea por un momento, dejo de hostigarme y reposo la cabeza. Entonces, mientras dure la conciencia, me sonrío con serenidad y agradezco por mi vida tal cual es y mis irremplazables afectos.

miércoles, marzo 10, 2010

Home

No hay más realidad que aquella que nuestra propia mente construye por más sólida que sea la verdad física. No podemos alterar los hechos, pero en el fondo, lo único que cuenta es la percepción; y eso es puramente volátil y propio. Casi como un mundo individual hecho a medida - aún cuando a veces se nos salga de control.

Cierta distancia a pie no se siente igual en los músculos y huesos cuando desconocemos la ubicación del destino final. Saber que falta mucho nos impulsa a rendirnos; saber que falta poco nos cubre de agotamiento en la ansiedad de llegar. Ignorar por completo lo que yace por delante nos regala una resignación inconsciente que nos mantiene inmunes y tolerantes, continuando a paso firme y sin vacilar.

La expectativa y el miedo componen una lente muy particular desde donde examinamos y experimentamos la vida y esa es toda la realidad que cuenta para nosotros desde el lado primitivo y emocional.

El hogar está donde uno cuelga el sombrero. Está entre nuestras posesiones, en nuestros afectos, en los hábitos y las costumbres más arraigadas y sencillas. Nos sentimos cómodos y abrigados en lo que conocemos, protegidos por lo que nos hace e hizo a lo largo de nuestras vidas. Para un porteño, el hogar es un asado, un "Che!" gritado a nuestra espalda, un "boludo" metido en cualquier oración sin relación alguna, una reacción exagerada, una puteada innecesaria, una pasión abrasadora por lo más nimio y pequeño, una ciudad enquilombada y apurada, un bondi repleto, una vieja amarga y resentida que nos pega con el bastón o la cartera, un taxista con historias heróicas o crónicas políticas que nunca terminan... Cosas que odiamos y amamos a la vez. Cosas que nos identifican, nos reflejan, nos contienen. Cosas que disfrutamos dejar atrás cuando nos escapamos de vacaciones, lo más lejos posible; pero que se extrañan a más no poder cuando percibimos que podemos perderlas.

Una semana es un suspiro. Se nos va de las manos sin que podamos contabilizarla, es un tiempo de descanso irrisorio cuando necesitamos desconectarnos. Pero es una eternidad cuando la percepción cambia. Cuando te dicen que no podés volver, cuando te ves librado a la buena de un extraño, cuando te cierran los medios y te dejan una sola certeza: la de estar atrapado en un país ajeno en que las empanadas saben a galletita de agua y el dulce de leche es más soso que el pollo seco. El deseo de regresar se multiplica al infinito y la ansiedad de no poder hacerlo se vuelve asfixia. Te sentís desprotegido, inseguro, desconfiado y presa de un mundo desconocido dispuesto a devorarte. Te sentís vulnerable a cualquier suceso, antojo y voluntad externa. La conciencia de jugarla de visitante se hace ineludible e intensa y la idea de lejanía se torna insondable. Cada puerta cerrada se convierte en una frustración sobrehumana y el recuerdo del hogar se vuelve una fantasía maravillosa.

Volver después de eso es inigualable. La paz interior, el sosiego de reencontrarte con tu raíz, con tu universo. El placer de sentirte parte, saberte con derechos y la reafirmante confianza de conocer todos los sistemas y recovecos. Restituirte en pleno de nuevo, recuperar la sensación de ser dueño y señor de tu tiempo y lo que te rodea. Saber dónde ir, qué hacer y cómo hacerlo. Reconocer las voces, los modos y las formas. Recuperar el cetro de la herencia de tu experiencia y el gobierno de tu voluntad. Ser íntegro y tener identidad de nuevo; eso es el hogar o - como reza el dicho - "colgar el sombrero".

Detestar la ciudad es un hecho. Pero la realidad es que amo estar de regreso.