Pages

viernes, julio 23, 2010

Sin Filtros

Soltame. Dejame. Soltame, soltame. Quiero volar.

Shh. No hay tiempo, hay otras cosas, muchas cosas. Obligaciones, responsabilidades, de todo tipo, tanto… Madurez. Volvé a dormir, sé lo que hago. Confiá y callate.

Soltame. Mirame. Reíte. Soltame. ¿Te acordás? Liviana, libre… Acordate. Dejame. Te puedo mostrar. Abrime.

Basta. No se puede, entendelo. No debo, no puedo, entendé por favor. El riesgo, el precio. Demasiadas consecuencias y ya no somos niñas. No podemos darnos ciertos lujos y no sabés manejar ciertas cosas. No podemos dejar que…

Juguemos, volemos. Solía gustarte. Jugá conmigo. Abrime la puerta, juguemos. Sé que te gusta. Sentir. Vivir. Respirar. Flotar. Moverte. Girar. Convertirte. Restituirte. Estirarte. Sentí. Sentí.

No podemos. No nos dejan. Ya sabés. No jodas. Basta, callate, callate. Dormí. Por dios, volvé a dormir. Sos molesta, sos incoherente, inconsecuente, rompebolas, no puedo pensar así.

No pienses. Soltame. Escribí desprolijo. Pintá fuera del contorno. Desbocá la mandíbula. Reíte. Reíte. Galopá. Soltame. Acordate. Mentí, inventá, creá. Jugá conmigo.

Basta, basta, suficiente! Dejame. Callate. Dormite. Dejame. No puedo. La condena, el precio. Es demasiado. No te olvides. Todavía tenés el sabor de la sangre en tus manos. No seas ignorante. Responsables… Hay que ser responsables, consecuentes. Sí, eso, coherentes, inteligentes.

Decí estupideces, cometé errores, combiná colores que no van. Cantá en el silencio, callá en el bullicio. Escuchá. Escuchame. Sentime. Percibime. Acordate. Entusiasmo, alegría, ganas. Soltame. Yo puedo, vos podés. Soltame.

No es así. No entendés, funciona distinto. Con cuidado. De a poco, dame tiempo. Cuando todo esté listo. Sí, cuando todo esté listo y preparado. Entonces… Entonces te dejo y paseamos un rato. Y me mostrás un poco y vemos como sigue.

Ahora, ahora. Sin correas, sin controles. Es mejor así; libre. Plena. Soltame. Saltá. Sacudite. Sorprendete. Animate. Arriesgate. Gritá. Soltame.

No, no, Basta! Callate. Dormí. Morí.

Risas, viento, libres, libres al fin. Volemos, usá mis alas, jugá conmigo. Calidez. Sentime; en el pecho y los labios. Acordate. Los ojos. El brillo. Las ganas, ganas de todo, sin imposibles. Soltame. Viví. Viví. Liberame.

NO…

La presión en el pecho, las cosquillas en las palmas, la risa en la mirada. Las posibilidades, horizontes que no acaban. Mirame, absorbeme, empañate, estremecete. Recordá; la dulzura, la ternura, la magia, calidez, abrigo, sentido. Sentido. Respuestas, de las de verdad. Respuestas que valen. Yo las tengo. Yo puedo darte, devolverte. Soltame. Creeme. Confiá. Dejame. Soltame.




viernes, julio 16, 2010

Ficción

Escribiste la obra perfecta en el desierto blanco de tus ansias mientras yo no miraba. Creaste el escenario, la banda de sonido y los personajes en mi ausencia y citaste extensos diálogos mientras callaba. Desarrollaste la tarea con paciencia y deleite, siendo tan meticuloso que no olvidaste el punto de una sola “i”. Y guardaste el libro bajo llave, soltando con grandilocuencia de cuando en cuando los floridos párrafos de mi personalidad resumida en tu visión.

Te jactaste pesadamente de tu ojo avizor y tus talentos perceptivos cada vez que objeté a los trazos inconexos que podía comprender, por lo que nunca escuchaste más que la resonancia de tu voz. Tal pasión y convicción había tras los positivos y negativos con los que me vestías, tan infructuoso era tratar de demostrarte las estridencias, que intenté satisfacer tu lista con lo mejor de mi voluntad. Pero si a veces olvidaba una característica, si el cansancio me impedía actuar con credibilidad o se me hacía insostenible el guión, estallaba la incongruencia en tu mirada furibunda y en la aridez de tu tono hacia mi debilidad.

Con furia remarcaste inestabilidad en letras grandes, una y otra vez, sobre tus pulcros escritos, haciéndome responsable de la desprolijidad en las pulidas hojas. Encendiste infiernos sobre mis lágrimas y congelaste volcanes ante mi frustración, vociferaste a mis desgarros y extendiste ominosos silencios a las súplicas que se te hacían incoherentes. Y tan sólo habría bastado una caricia, un abrazo, una mirada de piedad. Si alguna vez hubieras escuchado, si hubieras mirado, si me hubieras conocido, habrías notado cuán fácil era en realidad. Sólo una palabra de cariño para apaciguar mis miedos, un beso para espantar mis demonios, un gesto de ternura para calmar mi ira, un abrazo para ahogar mi decepción, un voto de confianza para aniquilar mi frustración.

Habría sido tan fácil si tan sólo, realmente, me hubieras conocido…

miércoles, julio 14, 2010

The song remembers when

Suena una canción que hacía mucho no reverberaba en mis oídos. Algo se quiebra dentro, mis ojos se nublan y la realidad se vuelve un recuerdo que no puedo detener...

Era Diciembre y moría el año 1996. Mi viejo aceptaba un regalo que le costaría su carrera profesional y despertaba lágrimas de emoción de mis ojos infantiles. Ninguno sabía entonces el verdadero impacto que tendría ese viaje más allá de las conclusiones de aquel presente. Sí, papá perdió su trabajo a los pocos meses. Sí, yo cumplí el sueño disney de todo niño a mis 16 años. Pero había mucho más anclándose en aquel evento que sólo el futuro podía revelar: fue lo último que hizo mi familia como familia. Y vaya si valió desde una total e ingenua inconsciencia grupal.

Miré las instantáneas de esa vida cientos de veces, pero las imágenes nunca despertaron los sentidos como puede hacerlo un sonido. Siento el aroma de las tostadas que mamá preparaba en la mañana en aquella cabañita del Double Tree mientras tarareaba esta canción que la había fascinado. Siento el galope en el pecho, sentada en el asiento más posterior de la Windstar, camino a un parque, mientras el "hit" retumbaba en el estéreo del vehículo. Escucho las risas, las chanzas, percibo las emociones y el deslumbramiento. Palpo los abrazos y las complicidades, los murmullos sosegados típicos de una conversación familiar en hoteles en tiempo de vacaciones. Me envuelven las sonrisas múltiples de cada miembro de una familia que sabía enlazar afecto en cada cosa que hacía, en cada palabra que emitía. Me embriaga la unión que nos elevaba en hechizos de inocencia a través de cada hora compartida, la sorpresa constante que contagió una niñez inmortal en cada corazón; transformando a los cinco integrantes en iguales que sólo aspiraban a vivir a pleno la vida en esa irremplazable compañía.

Siento esa calidez en el alma que tanto extrañaba, la dulzura de una memoria imborrable e impoluta que ningún futuro puede manchar ni desmerecer. Una canción que supo convertirse en himno en un pasado lejano, para poder recordarme años más tarde el amor de una familia que hizo lo que pudo, desde una bondad real y sincera aunque la vida y el tiempo la desmembraran y confundieran. Una tregua al cansancio y las derrotas de la mano de un icono que me devuelve la conciencia de una vida gentil con cada nota.

sábado, julio 10, 2010

Reflexiones

Engañándome a través de mis ilusas expectativas he llegado a un punto del camino donde nunca antes había pisado. Una lucha de penas y alegrías en que mi orgullo ha nublado el conocimiento concreto de las consecuencias de las heridas. Caigo como un derrumbe inevitable y una fuerza invisible me levanta de un tirón…

Suspendida en un éter incomprensible trato de descifrar qué fuerzas están en juego y de qué lado realmente estoy. Quizá me he mentido durante demasiado tiempo, o quizá antes era muy ciega para ver la realidad. Tal vez el dolor me carcoma por dentro y una parte inconsciente se maneja para ignorarlo a mis espaldas, o tal vez, realmente, no todo está tan mal como a veces creo.

Sólo tengo atisbos de alguno de los dos lados del campo de batalla. Vislumbro angustia y vislumbro sabiduría que lleva a la calma y la sonrisa. Pero no tengo un panorama concreto que llegue hasta la raíz de su verdad. No sé si me inunda la desazón y mi orgullo me hace callar, o si es que bailo en alegría y el gris recuerdo de días oscuros nubla esta nueva realidad. Me pregunto si me he vuelto realmente fuerte o realmente eficaz para ignorar las heridas. Y cuando la tribulación asoma, no sé si decir que tan solo estoy cansada y mi fuerza desvanece un momento, o que las llagas encontraron un canal que no controla la indiferencia para emitir un grito que pueda ser escuchado.

Estallo en júbilo y me hundo en ansiedad de un momento a otro, cambio repentino y natural que no tiene procesos de elaboración. Y lo que más confunde de toda esta vorágine de situaciones inconexas, es que cada uno de los momentos es honestamente genuino. No me engaño cuando mi alma salta y desborda de energía, ni me miento cuando me cubre una sombra que arranca lágrimas silenciosas de mis ojos. Sería natural si no fuera un mismo motivo el que provoca tales exabruptos. Quizá sería distinto si una sola parte de mí se dedicara a vivirlos.

¿Cuál de los contrincantes lleva la rectitud de manifestar la verdad de esta existencia? ¿Cuál de ellos me contará los secretos de lo que no comprendo, cuál me mantendrá engañada por el resto de mis días? ¿De qué lado está el orgullo? ¿Es un súbdito del alma o de la mente? Me pregunto si es él quien me lleva por caminos escarpados, que cada vez son más y más inestables. O si todo esto no será más que el producto de una simple transición. El resultado del flujo encontrado de mareas rebeldes, corrientes de pasado y presente que causan un remolino de excitación. ¿Son estas cosas partes de mi vida que riñen con saña y energía por ganar el cetro de mi porvenir, o es una batalla ya ganada que debe lidiar con un perdedor resentido que no se resigna a ocupar su lugar en el olvido?

La costumbre en recurrencia sea quizá lo que me arranca las lágrimas en infantil capricho de su deseo de conmoverme y caminar así el trayecto cómodo y fácil del inmaduro. Y mi esperanza de ser amiga de la vida y caminar de la mano con el riesgo del destino sea la que me llena de emociones y triunfos en la garganta, tratando de serle indiferente a aquel que se vale de artimañas y trucos para alcanzar sus metas.

En este momento de mi vida, en que he llegado casi a la cumbre de mi cambio, se me expone a la última y más difícil prueba. En este momento se me exige una lucha ardua y determinante en que sólo podrá haber un ganador. Un ganador que me llevará del otro lado de la montaña o uno que me devolverá a su gris y opaca base. Y es por eso que varío entre risas y dudas, que pego saltos o me acurruco, que agradezco o ruego. Una y otra vez, incapaz de dominar conscientemente cada situación, sin terminar de convencerme de la elección correcta. Quizá, entonces, sólo deba rendirme a esos estados, dejar que luchen en su tiempo y darles su espacio de desarrollo. Tratando de ayudar, siempre que se me dé cabida, a aquel que me hará cruzar esa barrera que durante tanto tiempo ha sido mi objetivo. Esa barrera que he visto brillar por las noches, prometiendo un nuevo camino, la que me ha llamado en mis sueños y me ha hecho promesas, motivando mis pasos. Esa barrera que marca el límite entre la persona que una vez fui y aquella en la que me quiero convertir.

lunes, julio 05, 2010

Not Alone

Tremenda cosa, la necesidad inevitable del sentido de pertenencia. El terror asfixiante que genera la soledad que nada tiene que ver con la compañía. La voracidad de aceptación que en el fondo solo tiene un verdadero motivo: ser comprendido, especialmente cuando una forma, elección o predilección se salen de la norma.

Un psicólogo puede explicarte que la conmoción del alma ante la fantasía es simple inmadurez anclada en una abstracción selectiva, una negación a encarar la vida con responsabilidad. Un amigo puede aleccionarte ante un vuelo poético con su lógica inquebrantable, puede empeñar toda su energía en abrirte los ojos a la belleza explícita para que dejes de demorarte en invisibles que nadie entiende. Tu familia puede dictaminar con mucha seguridad que solo necesitás salir más, conocer más gente, romper el cascarón de la introversión y superar traumas de la infancia. Y parece que casi nadie fuera capaz de, simplemente, sonreír ante la rareza y exclamar tan sólo “¡Pero qué curioso!”. Menos aún, parece factible encontrar quien te diga “Eh, yo te entiendo” o un “Pienso/siento/me pasa lo mismo”.

Y en esa inmensa soledad rodeada de gente y ruido te das por vencido. Se pierde la fuerza y con ella las convicciones. Flaquea la voluntad frente a la firmeza circundante que pesa tanto más de lo que se puede soportar por tiempo prolongado. Te cuestionás tu cordura, analizás tu raciocinio y concluís, entre dudas, que los demás han de tener razón. Después de todo, es gente que te quiere o bien a la que le estás pagando para que no se equivoque.


Pero comprobás a la larga que seguir sus consejos, practicar sus técnicas, caminar sus caminos; no te hacen sentir más abrigado ni menos solitario. Ganás aceptación sin dudas, una sensación placentera en principio que no dura más que la extensión de su manifestación explícita. Ganás pertenencia en sus mundos, claramente, pero de nada sirve la membresía de un ánimo que no hace eco en las entrañas. Todas las satisfacciones, las sensaciones de realización, son efímeros alivios superficiales que se transforman en adicciones malsanas. Tan sólo postergaciones del verdadero anhelo: saber, creer en que no estás enfermo y que la vida no estaba fumada al momento de crearte. Sentir que naciste en el tiempo y lugar indicados. Confiar en que pertenecés a este mundo tal como sos; a la raza y al entorno sin tener que recluirte en un psiquiátrico. No temer a la discordancia como encarnación de una eterna condena a observar a los demás desde afuera; como encerrado en un campo de fuerza que siempre te tirará hacia atrás cuando se juega la esencia. Poder ser, con fidelidad y en pleno sin sentenciarte al aislamiento constante.

Y sucede, cuando se rompe el glamour de la confusión, cuando se quiebran los espejos del conformismo y el consenso, cuando girás la cabeza a la complacencia y la soledad vuelve a tragarte con la sofocación de la desesperanza; que la vida se encarga de recordarte cómo subsistías antes de tranzar. Casualmente llegan, distraídas e inconexas, las pruebas de que no estás loco, de que no estás solo. Aunque lejos de tu entorno, aunque lejos del contacto o incluso de la identificación, hay entendimiento en expresiones anónimas, en voces lejanas. Y con eso basta. Saber que hay alguien más con la misma lucha, con la misma procesión aunque nunca lo conozcas. Confirmar que la naturaleza de tu esencia no es un error ni un fantasma psicológico que no podés combatir. Confirmar que tus estridencias no son exclusivas, que tus anhelos no son raros aunque no puedas compartirlo activamente. Porque mientras exista una sola voz capaz de comprender tus sentimientos y percepciones siempre existirá la esperanza de encontrar pertenencia tangible algún día. Siempre habrá alguna desconexión similar en algún lado y en algún tiempo, aún cuando no te enteres de ello.

Algún día… Y con eso basta.