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miércoles, mayo 26, 2010

Hopeless

Algo está mal. Algún error de cálculo quizás, un giro erróneo tal vez. Pero sin dudas hay algo fuera de lugar. No debería estar aquí, o así. Debería haber salido ya. Escuchar las campanas de triunfo. Pero no es el silencio profundo lo que más me preocupa, sino la lejanía de la existencia que parece ir creciendo cada día.

Estaba ascendiendo, seguía el camino correcto. Lo sé porque ya lo he recorrido antes en repetidas ocasiones. Conozco la historia de memoria; descender a las profundidades a bucear lo extraviado, encontrarlo y escalar a la vida de nuevo. Estoy familiarizada con los caminos. Y, aunque no es tarea fácil eso de zambullirse en uno, entrar y salir siempre fue un proceso medianamente controlable y predecible. Nunca fue un paso por demás riesgoso en la empresa. La búsqueda en la oscuridad, el rescate: eso es lo realmente complicado. Pero el llegar e irse siempre fueron cuestiones más bien mecánicas. Hasta ahora.
Esta vez algo salió mal. No sé qué, cómo ni cuándo, pero sé que esto no es “arriba”, ni “afuera”… Es algo intermedio y decididamente extraño o, quizás, debiera decir nuevo.

Hice mi descenso “by the book”. Seguí los rituales y respeté los tiempos. Encontré lo que necesitaba y apunté hacia la luz, pero no llegué a tocarla. Y no tiene sentido. Debería haber funcionado, debería estar fuera; riendo, experimentando, viviendo, recuperando el tiempo perdido. Sin embargo, apenas observo, desde lejos, como a través de un cristal veteado, en desapego y amarga percepción. La vida y todo su sentido parecen estar escapando de mis manos. Es como si tirara de unas riendas que me ampollan las manos y ya no puedo sostener. Ascienden, con todo su fuego y fulgor, con su plenitud y sosiego, mientras el hielo trepa por mis pies, consumiéndome, anclándome a profundidades desconocidas. Blancas y frías, desprovistas, silenciosas y olvidadas. No se parecen en nada a mis infiernos ni otros mundos que he explorado. Y van ganando terreno.

Me estiro hacia arriba con todo mi empeño, pero la savia prometedora me sigue eludiendo, como me va abandonando todo el interés por su contenido. He perdido casi todas las cuerdas a las que creí que podía aferrarme y es poco lo que queda con cierta fuerza para seguir justificando la lucha. Incluso eso se está desluciendo y pronto no quedará nada. Nada que importe, nada que valga como para tener deseos de seguir esforzándome en el ascenso.

El hielo se extiende y aunque la voluntad de inacción y entrega duelen, no hay verdadera energía o deseo de combatirlo demasiado. Siento que pronto me entregaré a la sobriedad del sinsentido. Me dejaré congelar en este puente entre los mundos sin rumbo ni propósito. Preguntándome tan sólo, quizás, y por un tiempo, dónde estuvo la fisura, qué salió mal, por qué perdí el camino y terminé tan lejos de todo lo conocido, de todo lo que vale la pena; fueran sombras o sonrisas.


Y tal vez, luego, la nada. Y entonces… Quién sabe lo que haya aquí en la despersonalización del todo. Quién sabe si se pueden elegir caminos luego o, siquiera, si hay un después.

2 comentarios:

Perra Latosa dijo...

Yo creo que estás en camino aún. Vos no lo advertís, o tal vez esperás encontrar lo mismo que en otras oportunidades. Me temo que no va a suceder, vos no sos la misma.

Dudo que más allá de las similitudes en el paisaje que te rodeó en la profundidad, el camino de descenso y ascenso posterior sea el mismo. Yo creo que más que nunca la clave está en ser paciente y en continuar el proceso iniciado en el autoconocimiento.

Connita dijo...

Esperar es lo único que puedo hacer. Solo me da un poco de pavor que se me pase la cinta mientras tanto.
Vos solés tener la posta, así que me quedo con tu perspectiva optimista. Aunque lo que espero encontrar no es más que entusiasmo para seguirla, y no parece estar ni en lo acostumbrado ni en lo inexplorado. Paciencia para que se enciendan los motores quizás. Intentaré seguir explorando sin desesperar ;)