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jueves, mayo 20, 2010

Irresistible

Blancas, flexibles y tersas, me llaman, me buscan, me incitan. Susurran con seducción irresistible a mis dientes que, ejerciendo todo el control posible, se limitan a acariciar la lujuria prometida. A recorrer sus bordes con abrasadora lentitud, midiendo meticulosamente los límites de la presión que pueden ejercer, rozando constantemente el riesgo de perderse en la pasión de arrebatarse. Y yo estoy a un solo paso de perder la cordura...

Hace más de un mes que dejé de morderme las uñas. Apenas la segunda vez que lo intento en 30 largos años. Y desde entonces siento que estoy sólo a minutos de volver a claudicar. Al principio fue medianamente soportable; el tiempo que me llevaba cubrir cada uña con la solución fortalecedora lograba tener mi voracidad a raya. E irlas viendo superar la punta del dedo milímetro a milímetro era motivador para soltar el latigazo a cada antojo de frustrar el proceso. Sin darme cuenta, empecé a fumar un poco más y darme premisos más frecuentes en la dieta. Y con eso, el instinto de arrancar calcificaciones de mis manos se mantenía respetablemente controlado. Pero la distracción pronto perdió efecto y la adicción volvió a imponerse con inclemencia. Empecé a aplicar esmalte de color sobre el fortalecedor y encontré una nueva vía de escape a la infame compulsión: retirar la pintura cual si fuera una capa de plasticola sobre el revés de la mano. Abrir un pequeño claro sobre la uña con el borde de las paletas superiores y tratar de despegar tiras completas de esmalte hasta dejar la uña limpia de nuevo. En ciertos casos este proceso de peeling era impracticable y me deleitaba en la fruición de hacer raspaje de esmalte con los dientes. Y así pasaban los días, pincelar esmalte en la mañana y eliminarlo por completo para la noche sin más elemento que mis propios dientes.

Pero pintarse las uñas todas las mañanas es agotador. Y ahora que están sanas y altas, ahora que los bordes superan por medio centímetro la línea amarilla, la tentación es prácticamente insoportable. Mis dedos se empeñan en acercarse a mi boca, mi colmillo inferior recorre la irresistible superficie interna de extremo a extremo imaginando perniciosamente la excitante posibilidad de dejarse llevar. Tan sólo detenerse en uno de los extremos, dejar descender el colmillo superior y ejercer - apenas - un poquito de presión hasta sentir el "plic" que anuncia el triunfante quiebre que llevará a la gloria absoluta. Y luego, luego sólo sostener con suavidad la punta de esa fisura entre los dos filos de las coronas, girar el dedo con un movimiento grácil y sutil y sentir la liberadora y elegante separación de ese fragmento en forma de media luna. Esa tira que se vería tan lograda y perfecta con su tamaño actual, ese desgarro que daría un golpe de adrenalina y alivio a mi mente, a mis uñas, a mis dientes...

Ah, si tan sólo dejara de resistir con tanto ahínco, sólo una vez, sólo un momento, solo una, sólo ésta que me llama a gritos. Pero no debo, no debo. Y me prendo otro pucho y busco alguna birome para morder pero no queda un sólo plástico vivo. Y siento sudor en mi nuca y miro hacia los costados furtivamente. Cierro los ojos, cierro los puños con fuerza y respiro hondo. Todavía no. Un día más, quizás dos. Todavía puedo resistirlo... Creo.



NdeA: Ya sé, estoy para el Moyano

2 comentarios:

Perra Latosa dijo...

Ahhhhhhh ¡pero qué tentación mi estimada! Sacarse el esmalte como plasticola es lo must! También mordisquear para poder liberarlo. ti3

Yo no sé si podría, la angustia oral me invadiría en segundos...Noico....eh....creo que no me invadió aún....¿o los puchos caen también en esta categoría? ninja)

PD: ¿Vamos para este finde largo? Jajajajaja

Connita dijo...

Nah, no se puede. Ya quedaron rapadas y volvemos a empezar (y sí, como que los puchos son el namberuan de la ansiedad oral)

Yo pasé el finde, me dieron bizcochitos de grasa y me pasearon en camisa. No me pude quedar porque no tienen cupo, pero me insistieron que vuelva (la prox te llevo ¬¬)