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martes, junio 08, 2010

Awakening

La noche se cernía sobre su cuerpo desnudo. La hierba nueva de la primavera acariciaba su piel con aromas agridulces. Yacía en posición fetal y con los ojos abiertos, las retinas húmedas y los párpados hinchados. Había caminado todo lo que sus pies podían resistir y se había dejado caer en aquel claro sin planes ni expectativas. Con único objetivo, quizás – y más bien a nivel inconsciente – que el de aliviar sus llagas un momento para poder seguir. Si es que el nuevo amanecer la inspiraba a hacerlo. No tenía tiempo ni rumbo. Por el momento, daba igual.

Algunas criaturas del bosque se asomaron a reconocer la vista extraña que desplegaba esta vida inusual. No percibían peligro alguno, pero mantenían su distancia. Ella no les prestaba mayor atención. Seguía inmóvil y con la vidriosa mirada perdida a medida que las últimas luces del día se iban apagando. No podía recordar ya cómo había comenzado todo; o tal vez era más correcto pensar en términos de culminación. El momento en que había comenzado a caminar, cuando todo había perdido importancia; el instante que su interés en la existencia había muerto. Sólo sabía que ahora ya no quedaba nada; ni un sentido, ni un objetivo, ni una esperanza.

Soñó que los suaves y tiernos pastos crecían en la noche, se extendían sobre su cuerpo gastado. Cubrían sus extremidades centímetro a centímetro con dulzura, con alivio, y la volvían parte de la tierra. La liberaban de la obligación de seguir luchando, de seguir buscando. La absolvían de su cansancio y cobardía y la indultaban en un abrazo puro de olvido y fin definido. Pero aquello era tan sólo un sueño. El amanecer volvería a encontrar su aliento, le daría un calor prestado a la sangre helada en sus venas. Y ella volvería a levantarse sin futuro ni presente. Volvería a caminar desnuda sin rumbo ni expectativas hasta que una nueva noche la encontrara, hasta que un nuevo sueño le prometiera el descanso que ansiaba y volviera a salir el sol, de nuevo, como venía sucediendo desde que había iniciado su vacío peregrinaje.

Pero el alba la sorprendió con brisas de sal y el mágico sonido de blandas pisadas sobre la hierba. El viento soplaba aromas de profundos océanos lejanos que se encaramaban a sus sentidos y la invadían de un deseo ignoto. A pocos pasos de su cuerpo agazapado, un corcel de un blanco platinado se alimentaba pacíficamente, indiferente a su presencia. Y con solo observarlo sintió su corazón hincharse de nostalgia y anhelo. Su sangre había empezado a latir con vida propia, con calidez original y notó que sus sombras de desolación habían partido con la noche. Se incorporó lentamente, sin entender aún cómo la volvía a invadir la vida sin que hubiera hecho nada; sin fórmulas, pócimas, estímulos ni hechizos antiguos. Simplemente, el deseo estaba allí de nuevo al despertar, como si nunca hubiera partido.

Se acercó al magnífico equino que parecía esperarla en el linde del claro. Sus plantas llagadas sanaban con cada paso sobre la hierba, listas para un nuevo camino. El animal no mostró reticencia alguna a su proximidad y ella levantó sus manos para acariciar las perladas crines que brillaban al sol. Miró en los abismos nobles de sus ojos tranquilos y sonrió con plenitud y alivio. Había sido redimida, sin más, de la noche a la mañana. Y ya no importaba el cómo ni por quién, era libre de nuevo. La travesía que la esperaba era larga y ardua, pero ahora tenía un sentido y una meta. Había, aún, motivos para soñar e ilusionarse. Había esperanzas por las cuales luchar.

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