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jueves, junio 03, 2010

Insomnia

Angustia y frustración, enormes y hambrientas de mi energía. Me consumen todas las noches cuando me hago un ovillo en la cama y no puedo cerrar los ojos hasta cerca del amanecer. Me vomitan todas las mañanas para que pueda volver a mover mis pies; uno después del otro. Para que pueda hacerme un café y sentarme a trabajar. Para que pueda inventarme una excusa para pensar que vale la pena o me fuerce a una actividad que me distraiga por la tarde. Vuelven a devorarme cuando las luces se apagan y el desierto de mi cama agobia mi cuerpo cansado incapaz de relajarse, de abandonarse al reparo de un sueño presto y sereno.

Mis ojos vidriosos y enrojecidos se pierden en el fantasmal resplandor azul del led del monitor que invade la habitación cuando la oscuridad se asienta. Y pienso. Pienso en el pasado, en el futuro, en cuestiones existenciales, en fantasías, en delirios de grandeza; en cuan sencillo y fácil sería todo si el techo, de pronto, se desprendiera sobre mi cabeza. Busco las salidas fáciles y considero las opciones difíciles, trato de ser realista y práctica con lo que hay, con lo que es. Pero no llego a ningún lado, no puedo procesar nada. Tan sólo un montón de información que desfila delante de mis abiertos ojos ciegos. Datos que no me sirven de nada pero que tengo que enumerar para mantener el pánico a raya hasta que el agotamiento apague mi mente, cuando finalmente la piedad de la inconsciencia me protege hasta el despuntar del alba.

Noches largamente improductivas; descanso escaso, desprovisto de alivio, y pensamientos estridentes e imperfectos que se anudan en un ciclo sin fin de despropósito y ansiedad. Ninguna respuesta, ninguna revelación, claridad ni solución. Sólo más horas oscuras que se dibujan en el despertador en vigilia constante de la amenaza permanente que se cierne sobre mi cabecera. La desolación que espera, de fauces abiertas, ese instante en que se acaben las ideas, ese quiebre en el campo de fuerza que generan mis maquinaciones inconexas. La posibilidad de filtrarse por la abertura más pequeña para ahogarme en el pavor de la desesperación.


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