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lunes, octubre 26, 2009
Guarnición musical
Políticamente Incorrecto
Otra grieta que se abre en este corazón cansado y viejo, otra esperanza que se queda en el umbral, agonizando un traspaso que jamás llega. Otra angustia que escribe una historia de injusticias y fracasos antojadizos, crueles y tramposos. Un curso intensivo de amarguras para un orgulloso crecimiento, una evolución en la sabiduría, un avance en el espíritu. El dolor enseña, del dolor se aprende, a través del dolor crecemos. ¿¡A quién le importa!? ¿De qué sirve crecer si solo podemos medir lágrimas sobre la regla, qué sentido tiene hacerse sabio si lo único que tenemos para predicar son tristezas y miserias? La superación está sobrevalorada, una excusa deleznable para el caído, un placebo ingenuo para que el humano siga caminando, aún cuando sepa que va desgajándose en el camino. Nos vamos perdiendo, poco a poco, lágrima a lágrima. Perdiendo nuestra identidad, nuestra esencia, nuestra voluntad, nuestros sueños, nuestra niñez e historia. Nos vamos desarmando, desdibujando, volviéndonos cada vez más susceptibles a ser absorbidos por el entorno, el sistema, la sociedad y sus formas. Una sombra más, de las tantas que caminan sin rumbo, un número, una estadística. Tan solo un reflejo difuso de lo que pudimos haber sido, tan solo una utopía de la individualidad y la realización. Por eso, en tantos aspectos, se empuja a que el reconocimiento se logre en la juventud, antes de la experiencia, antes del desgaste. Aprovechar los talentos mientras están frescos y enteros, mientras tienen un alma completa que los soporte. Pues la edad significa tiempo y ese tiempo agrupa un millón de corazones rotos, y quien pasa por todos se pierde para siempre entre la muchedumbre, un espectro más de las aspiraciones humanas que nunca llegaron a puerto. Un náufrago más de promesas de vida que jamás se cumplirán.
Al demonio con el crecimiento, el aprendizaje y la perfección que modela el cincel del dolor. Al infierno con las frases alentadoras, la autoayuda y la religión. A la mierda con los sentimientos, que no hacen otra cosa que estorbar y confundir, demandar y requerir, necesitar y castigar. Bienvenido sea, mi amado intelecto, su dulce capacidad de adaptarse, resignarse, ceder y calcular. Su tierna habilidad de sopesar, elucubrar, esquivar y compensar. Su satisfactoria forma de construir barreras que aíslen el frío, maquinarias que brinden comodidad y confort, proyectos que espanten al vacío.
Te abro la puerta nuevamente, querido raciocinio, vuelve a desterrar la emoción de estas pútridas y manoseadas entrañas que ya no toleran más tortura. Vuelve a cortar las ataduras del sentimiento y sus malditas terminales nerviosas que jamás se cansan de herir. Pinta todo de plata y oro, con tus fórmulas inequívocas, con tu ciencia comprobable. Que si he de ser un autómata de todas formas, prefiero lograrlo con mi propio manual, por mis medios y a mi manera, manteniéndome entera, firme y fuerte. Al menos, tendré forma y consistencia, tendré identidad y conciencia. Al menos, seré distinguible entre el resto de los espectros y no seré llevada por la marea de la inevitabilidad a contenedores de transcursos ilusos y fracasados.
NdeA: Lo expuesto no es más que un exabrupto de ira con licencia poética. Uno de los polos que constituyen nuestra tempestuosa humanidad; el registro de uno de los tantos momentos de debilidad que nos asaltan cuando tenemos las defensas bajas. No voy a arrepentirme de los riesgos asumidos tan rápidamente, pero tampoco quiero negar u ocultar el lado oscuro que existe y existirá mientras el lado luminoso se esfuerza por hacerse camino y prevalecer. A fin de cuentas, mi Cruzada es la de encontrar el equilibrio.
martes, septiembre 29, 2009
Tear Down The Wall
Parece mentira, cómo uno se va ajustando a una rutina y esa rutina va cerrando los caminos y posibilidades de la personalidad. Cómo no son sólo las actividades las que se tornan mecánicas y tediosas, sino también el pensamiento, las ideas y la emoción. Llevados por la corriente y sin poner mayor resistencia permitimos que la identidad se nos apague y ajuste a una cajita minúscula y oscura. Una cajita que cerramos a presión para que no se filtre una sola expectativa disonante, para que no haya riesgos de enloquecer ante la monotonía.
Uno se va quitando deseos, creatividad y añoranzas como si fueran pesos colgantes de una monumental carga sobre la espalda. De manera que sólo nos quede un intelecto preciso y selectivo, risas contadas, emociones catalogadas y esperanzas deformadas en proyectos para acompañar el cronograma del día a día. Nos acostumbramos a quejarnos seguido de lo aburrido y molesto que es mucho de lo que nos rodea porque hemos cercenado las mil percepciones que nos permitirían disfrutar de lo que sea que hagamos, y vociferamos por el retorno de la “libertad”, que no es más que un concepto lejano y difuso que ha perdido real sentido para el espíritu. Pues, una vez que se han negado tantos aspectos que nos hacen por mucho tiempo, los olvidamos por completo. Olvidamos cómo se sienten, qué les compone, qué significan y lo que generan. Sólo nos queda una idea de lo que buscó nuestro espíritu infantil, una tarea sin tildar que debemos completar aunque no podamos recordar cuándo ni por qué la anotamos. ¿Cómo se alcanza la libertad cuando olvidamos lo que implica y significa? ¿Cómo se le permite que nos lleve en volantas cuando su ahora desconocida presencia nos amedrenta, cuando su mero respiro nos aterroriza? Corremos tras una obligación que nos impone el niño interno, el recuerdo de una vida más plena, que tiene ese único rótulo: “Libertad = Felicidad”. Sin darnos cuenta que mientras nos apresuramos torpemente hacia un fantasma, estamos en realidad huyendo de lo mismo que buscamos. Porque lo que nos persigue es un riesgo, una responsabilidad, una incertidumbre.
Y curioso es, que si llegamos a tener el coraje de girarnos, de reconocer el juego absurdo, de afrontar la destrucción que implica cumplir ese objetivo, abrazar esa tarea; nos encontramos completamente desprovistos, desnudos, incapaces, perdidos y vacíos. El adulto se convierte en recién nacido y la reconstrucción conlleva muchas más espinas de las que esperábamos encontrar. Sin embargo, ese terremoto nos trae cosas nuevas, frescas, sorprendentes. Y la satisfacción de poder volver a sorprenderse es inigualable. El poder agonizar un desgarro con la sonrisa de estar sintiendo algo nuevo, distinto. El poder recordar una emoción, idea o sentimiento que se nos había desdibujado. Todas cosas preciosas, increíbles, dulces y emocionantes; que se enfrentan al desarraigo, a la inestabilidad, a la costumbre, a la angustia y al miedo. Esa dualidad constante entre paz y tormento, entre estabilidad y volatilidad que nos lleva a tropezones y no podemos controlar ni negar.
Nos queda la elección, la decisión propia de enfrentar el tumulto o aceptar la languidez. Optar por un dolor preciso y arrebatado o una paulatina y sofocante depresión frente a los polos que equilibran; estabilidad, seguridad y previsión o pasión, sueños y emoción. Apegarnos a las convenciones y fórmulas conocidas o aventurarnos a seguir nuestro propio camino, por oscuro e incierto que sea.
lunes, mayo 25, 2009
Terrena
“La he perdido. Perdí mi magia” – fue todo lo que pudo expresar en un susurro quebrado. Y sus ojos ya no pudieron ver más que una transparencia corpórea, veteada y deformada por esas lágrimas que lo revelaban todo sin decir nada.
Había nacido como una llama plena de deseos. Una pasión abrasadora por lo intangible y lo extraordinario. Había crecido adorando la armonía, los colores, las formas, los aromas que el mundo invocaba más allá de su corteza. En tal manera y a tal grado, que había aprendido a identificar los quiebres en el tiempo y espacio de la inocua realidad. Quiebres que transportaban su mirada a través de los abismos mundanos, hacia planos paralelos superpuestos. Y se había acostumbrado a llenar sus ojos de extraordinaria belleza y su alma de infinita emoción.
No veía duendes ni cosas imposibles, pero sí veía la verdadera cara del mundo. Cada poro de su piel multicolor, cada surco y curva de sus mil siluetas traslúcidas, cada mutación constante en cada uno de sus respiros. Podía encontrar momentos y lugares únicos. Podía demorar el tiempo para degustarlos. Observar cada partícula en un marcado rayo otoñal que pintaba prodigios en un árbol desvencijado. Cada tonalidad cambiante de un cielo sin fin, el movimiento acompasado de las hojas murmurantes, la danza imperceptible de cada átomo. Podía ver la lluvia en cámara lenta, aspirar los aromas de tierra mojada hasta embriagarse y navegar el mundo sin cadenas, sin filtros, sin pre concepciones. Su cuerpo se estremecía en un éxtasis delicioso y su espíritu cobraba una energía que amenazaba con romper su pecho.
Pero ahora, mientras el atardecer tormentoso se demoraba sobre un paisaje sereno e impactante, sólo existía el vacío. El deseo y el vacío. La añoranza profunda de la ausencia, de la falta. Había visto los colores vibrantes de la naturaleza. Había escuchado la dulce melodía de las tamborileantes gotas de la lluvia, había llenado sus sentidos con el refinado aroma entretejido de la savia de los pinos con tierra húmeda y el viento de montaña. Y había observado por horas cómo el día menguaba y el cielo se quebraba entre jirones de nubes perezosas y anaranjados trazos antojadizos. Lo había visto y percibido todo, pero los vellos de su piel no se habían erizado, su cuerpo no se había estremecido, su pecho no presentaba presión alguna; todo era normal, terrenal, quedo y desprovisto. No había podido detener el tiempo ni ver los detalles ni unir los planos. No había podido salir del mundo para ver el mundo, y todo aquello que amaba profundamente no era más que un bonito despliegue que le daba cierta paz, pero carecía del tinte de lo extraordinario.
Había aprendido a ser parte del mundo. Había aprendido a replegar sus alas, a usar sus pies y a ver con sus ojos y tocar con sus manos. Se había vuelto mortal, había perdido su magia; se había adaptado.
Lloró en el profundo silencio que la abrigaba sin sentirse acariciada por la mullida ausencia de sonidos. Ni las lágrimas sinceras pudieron darle acceso a su yo más pleno. Ni la pena era tan grande o real como hubiera querido. Una muerte superficial en su perecedera conciencia, un dolor tolerable en su elaborada racionalidad. Su lógica era más grande y poderosa que sus sentimientos; era enorme el conocimiento de la agonía que debía resultar de la revelación, pero medido el nudo en su garganta y contadas sus lágrimas. La lógica tenía más emotividad que su emoción misma y esa terrible ironía le musitaba que ya no era etérea. Se había acostumbrado demasiado a lo tangible para concebir algo inmaterial y, de todo lo que existe más allá de la conciencia, sólo quedó la noción de una maravilla prohibida, ahora, para ella.

sábado, abril 18, 2009
Causa y efecto
¿Puede encontrarse un solo nodo de consecuencias o es que todo está hilado – intencionalmente o no – en cada componente que se interrelaciona, haciéndonos apenas un instrumento más en el destino de cada ser que nos rodea y nosotros mismos?
Me gusta pensar que somos el arquitecto de nuestro propio destino, pero no puedo hacer ojos ciegos al hecho de que no controlamos los eventos que hemos de enfrentar. Sólo podemos decidir qué hacer con ellos. Y aunque logremos dominar el arte de ejecutar la acción más adecuada ante cada evento inesperado, no dejaría de ser un efecto y consecuencia no planeado. Un elemento más que se agrega a nuestro camino, una forma no prevista que nos afecta de una u otra manera y que está fuera de el control que nos gustaría ejercer sobre nuestra propia vida.
Dado un obstáculo en mi camino puedo optar por sortearlo, ignorarlo, enfrentarlo, resolverlo, retroceder, detenerme. No importa realmente cuál es la mejor opción. Hay una idéntica realidad tras el posible resultado que acarree cualquier elección de acción: un nuevo hecho, un elemento no planeado que nos afecta y moldea en una forma que no habíamos considerado. Esta divergencia puede ser más o menos beneficiosa, dependiendo de la destreza que tengamos en confrontar problemas. Pero siempre será una divergencia, siempre añadirá un cambio en nuestros planes, en nuestros conceptos, en nuestra persona.
¿Tiene algún sentido, entonces, buscar un responsable?. Aquel, éste, nosotros, ellos. Es como querer identificar qué cuerpo de agua fue el mayor responsable en la precipitación que moja nuestras ropas mientras nos apuramos a casa por la calle. Necesitamos un responsable, como seres humanos, para descomprimir el peso de nuestra conciencia. Pero no es más que un placebo a la ansiedad, pues ningún culpable definido ha de cambiar la nueva realidad en nuestras manos. Esa realidad que no deja de mutar aunque prefiramos ignorar este hecho inevitable.
Estar a la altura de las circunstancias. Qué concepto estúpido, pienso, a la vez que se me hace un nudo en la garganta. Es un fin fútil, infructuoso, lo sé. Puedo racionalizarlo, rotularlo y archivarlo en la perfecta estructura del pensamiento. Pero no puedo controlar mi necesidad de satisfacerlo. No puedo dominar el vacío en el estómago, la puntada en la cabeza, la lágrima no intencionada que se desliza silente por mi rostro. La sensación de fracaso, la ira del cansancio y concepto de injusticia conociendo todo el esfuerzo derrochado en evitar la situación. Hice todo lo posible con los elementos que contaba, siempre. Lo sé. Tengo la certeza absoluta que ha sido así. Pero eso no quita el hecho de haber fracasado. Eso no ahuyenta el fantasma de tener que lograr la trascendencia, aún cuando entienda que no es algo que pueda decidir individualmente por completo. De nada me sirve el conocimiento, porque no puedo desprenderme de la irracionalidad de la necesidad de superarme. De ascender por sobre todo lo que debió ser diferente. De la envidia ante una realidad que pudo ser más dócil; una realidad que se muestra posible en otros rostros, en otras manos. Que parece burlarse de sus arbitrarias elecciones para conmigo. Una realidad que no es responsabilidad de nadie y de todos al mismo tiempo. Una responsabilidad que no constituye ninguna solución ni diferencia. Una conclusión que de nada sirve para calmar mi añoranza de salirme del ciclo, mi anhelo de que los eventos enfrentados no me alteren, no me formen, no me condicionen.
El afán de ser especial, no es otra cosa que una enorme necesidad de sentirme normal. Equilibrada. A la altura de las circunstancias. Una absurda contradicción que no tiene respuesta en la conciencia. Sólo tiene influencia en una respuesta física involuntaria; una lágrima, un nudo en la garganta, un vacío en el estómago. Un malestar en resumen, que se convierte en otro evento más, otra alteración, otro desequilibrio. Para empezar nuevamente el ciclo enlazado de victorias y fracasos que van perdiendo sentido. Sin responsables y sin cúspides. Una meta elusiva que sigue borroneándose en el espejismo distante de su intangibilidad.
Causa y efecto. Obstáculos y elecciones de cómo manejarlos. Eso es todo lo que hay, todo lo que podemos hacer. Optar por la mejor mano que se pueda sacar con las cartas que nos son dadas. Evitando en lo posible añorar la escalera real, conformándonos con ganar la mano, aunque sea, con un mísero par doble. Metas simples, y la resignación de que incluso esas puedan perderse en el camino. Equilibrar la sensación de pérdida con un nuevo objetivo a corto plazo bajo la manga. Quizás sea la única respuesta, la única elección sana. Aunque sepa a conformismo en la garganta, aunque retuerza las entrañas con un dejo a mediocridad. Quizás esos tonos amargos no sean más que un poco de sabiduría mundana. Quizás la trascendencia sea una paradoja para un cuerpo que existe y se desarrollo en lo finito, en lo tangible, en lo humano. Quizás la espiritualidad que tanto nos eleva sea la quimera que nos hunde ante la inevitabilidad de la razón y la realidad.
jueves, febrero 12, 2009
Namárië
Respiro hondo, tomo coraje y el tiempo necesario para equilibrar el peso de la conciencia y la emoción, pues ya no puedo darme el lujo de ceder. Levanto mi cabeza parsimoniosamente y me atrevo, después de tanto tiempo, a mirar fijo a los ojos. Me instigo fortaleza mientras empiezo a hundirme en el remolino de ilusiones que me enfrenta con nociva inocencia y, finalmente, le doy voz a mi voluntad…
Ya no más. Ya basta. Fue suficiente. El recorrido acaba aquí, hoy, ahora. Al menos ese que elegimos transitar en conjunto, el que rotulamos de simbiosis y sanación, el que se ha convertido en succión y veneno. Tengo el alma quebrada por el peso de tu demanda y a duras penas evito que mi mente colapse mientras intenta abastecer infinitamente tu necesidad. No existe saciedad para la sed que te domina y ni siquiera obtengo beneficios de lo que satisface tu noble vendetta. Ya no puedo pretender que somos iguales. Aunque duela, aunque me cueste reconocerlo. Ha pasado demasiado tiempo, más del que debería haber permitido, y estoy demasiado vieja para extirparle conciencia a la mentira. Y tu entrañable existencia ha abusado en exceso del tiempo extra que le fue concedido como justa retribución de sus penurias.
Perdón mi pequeña, mis más sinceras y sentidas disculpas, pero ya no puedo ser tu justiciera. Es hora de que partas, de que aceptes la parte que te tocó jugar por siniestra que la creas y dejes de invadir mis turnos en espera de una reivindicación que has convertido en quimera. No puedo seguir ejerciendo la expiación de tus desagravios, ya los he redimido incontables veces pero tu fantasmal angustia no puede asimilarlo. He secado cada una de todas las lágrimas que has derramado aunque te parezca que siguen manando.
Quiero construir mis propias sonrisas ahora, que son mucho menos pretenciosas que las tuyas. Es cierto, no se sentirán tan magníficas como ver tu carita triunfante, iluminada en rozagantes mejillas de satisfacción. Pero no tendrán el desgaste de esfumarse en lo cíclico de tu breve historia para devolverte a mis brazos con las alas rotas en un suspiro. Quiero tener mis propios fracasos, que para mí son tan válidos como las sonrisas. Quiero la paz de tener derecho a cometer errores, la serenidad de poder decir tonterías, la libertad de no evitar conflictos. Todas esas cosas que te aterran y te llevan a aferrarme con punzantes y heladas garras de desesperación para inmovilizarme, para mi no son tan terribles y sí indispensables. Por eso necesito que te vayas, que me sueltes, que me dejes. Voy a extrañar tu dulzura, tu bondad, tus sueños mágicos, tu gentil caricia, tu altruismo y tu ternura. Pero prefiero llevarte en mi melancolía que seguir cediendo en este camino hacia la ruina.
Es hora de que ejerzas tu propia redención con el coraje de asumir tu puesto secundario. También a mí me tocará un día ceder el cetro a una nueva participante de esta vida, que probablemente tampoco tenga el honor de ser quien la culmine. Y entonces volveremos a encontrarnos, como iguales esta vez: dos hebras de pasado que esperan en contemplación inactiva que otro termine el entramado. Porque recién entonces, recién cuando todas las partes sean una nuevamente, te sentirás verdaderamente redimida y todo tendrá sentido.
Sé fuerte, sé valiente y acepta esta despedida. En algún lado te esperan caballos alados para abrigarte mientras los grandes terminamos la partida. No me odies, no me olvides; aunque ahora me aleje y abandone tu faena, siempre voy a quererte, siempre voy a recordarte.
Hasta siempre mi alada pequeñita, es hora de crecer.
miércoles, febrero 11, 2009
Dedicatoria
I'm home again, I won the war, and now I am behind your door.
I tried so hard to obey the law, and see the meaning of it all.
Remember me? Before the war. I'm the man who lived next door.
Long ago...
As you can see, when you look at me, I'm pieces of what I used to be.
It's easier if you don't see me standing on my own two feet.
I'm taller when I sit here still, you ask are all my dreams fulfilled.
They made me a heart of steal, the kind them bullets cannot see
Nothing's what it seems to be, I'm a replica, I'm a replica
Empty shell inside of me.
I'm not myself, I'm a replica of me...
The light is green, my slate is clean, new life to fill the hole in me.
I had no name, last December, Christmas Eve I can't remember.
I was in a constant pain, I saw your shadow in the rain.
I painted all your pigeons red, I wish I had stayed home instead
Nothing's what it seems to be, I'm a replica, I'm a replica
Empty shell inside of me.
I'm not myself, I'm a replica of me...
Are you gonna leave me now, when it is all over
Are you gonna leave me, is my world now over...
Raising from the place I've been, and trying to keep my home base clean.
Now I'm here and won't go back believe.
I fall asleep and dream a dream,
I'm floating in a silent scream.
No-one placing blame on me, but nothing's what it seems to be, yeah.
Nothing's what it seems to be, I'm a replica, I'm a replica
Empty shell inside of me.
I'm not myself, I'm a replica of me...
Traducción
He vuelto a casa, gané la guerra y ahora estoy detrás de tu puerta.
Traté tanto de obedecer la ley y ver el significado de todo esto.
¿Me recuerdas? Antes de la guerra. Soy el hombre que vivió al lado
Hace mucho tiempo...
Como puedes ver, con solo mirarme soy fragmentos de lo que solía ser.
Es más fácil si no me ves parado sobre mis propios pies.
Estoy más alto cuando me siento aquí
y todavía preguntas si he alcanzado todos mis sueños.
Me dieron un corazón de acero del tipo que las balas no pueden ver.
Nada es lo que parece ser, soy una réplica, soy una réplica.
Un caparazón vacío dentro mío.
No soy yo mismo, soy una réplica de mí...
La luz está en verde, mi historial limpio, una nueva vida para llenar el hueco en mí.
No tenía nombre, el último Diciembre, ni siquiera puedo recordar la navidad.
Estaba en constante agonía, vi tu sombra en la lluvia.
Pinté todas tus palomas de rojo.
Ojalá, en cambio, me hubiera quedado en casa.
Nada es lo que parece ser, soy una réplica, soy una réplica.
Un caparazón vacío dentro mío.
No soy yo mismo, soy una réplica de mí...
Vas a dejarme ahora, cuando todo ha terminado?
Vas a dejarme, está mi mundo acabado?
Resurgiendo del lugar en que estuve y tratando de mantener mi base limpia
Ahora estoy aquí y no volveré, créelo
Me duermo y sueño un sueño
Estoy flotando en un grito silencioso
Nadie esta culpándome, pero nada es lo que parece ser.
Nada es lo que parece ser, soy una réplica, soy una réplica.
Un caparazón vacío dentro mío
No soy yo mismo, soy una réplica de mí...
viernes, enero 30, 2009
Adentro
El mundo onírico los desprende de la liviandad que les da el mero recuerdo en su volatilidad, los constituye de una sustancia férrea, presente e imborrable, incluso más fuerte de lo que supo ser su verdadera entidad.
No, no es un buen sueño, te anula el día. Te convierte en una sombra reptante de evocaciones y “What If…”s. Te vuelve transparente y frágil, ausente y extraviada, ajena y débil.
Un día completo perdido por un solo descanso, ese único momento de descontrol mental.
De todas las mañanas vacías e informes, en que ignoro si he soñado o si he muerto;
De las pocas que acarrean fragmentos difusos y vagos de una fugaz consciencia del letargo;
De todas ellas, insignificantes y desprovistas, la única al año que sabe despertarme con la poco común claridad y capacidad de recordarlo todo, en detalle y completo, tuvo que ser ésta, justo ésta.
Nos afanamos en la vigilia, buscando el control, combatiendo el miedo intentando descifrar la oscuridad y lo incierto, pero más debiera acobardarnos lo que traerá esta noche el indomable caos de nuestros propios sueños.
viernes, enero 16, 2009
La Devorada
"Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extraña y abrumadora para el espíritu que ha de llevarla. No es cómoda. No es un regalo que se recibe, sino una elección que se hace, y la elección puede ser difícil. El camino asciende hacia la luz; pero el viajero que soporta la carga acaso no llegue jamás a la meta."
El velo arrancado sin tregua, sin mayor paisaje para contemplar que los escombros resultantes. El nombre perdido, la voluntad y el deseo devorados por potestades Sin Nombre para prestar servicio al silencio y la inmutabilidad. El paralelismo es sofocante. El espíritu doblegado por el sistema, la identidad manipulada por el marketing social y la esclavitud elegida de lo previsible y libre de cargo al servir al orden establecido. Esa era mi realidad hasta que abrí los ojos, hasta que desperté. La recompensa de encontrar la verdad no es un premio, es una carga, una gesta titánica para la costumbre. Y el miedo, el terror, de actuar en consecuencia es acuciante. La expectativa del camino que asciende escabroso a mis pies, agotadora.
Pero aprieto los dientes y los puños, respiro hondo y dejo que mi pie derecho caiga firme sobre el inicio de la cuesta polvorienta. Espero que la tierra esparcida en el impacto se asiente y vuelvo a respirar hondo mientras muevo lentamente el pie izquierdo y lo dejo colisionar un poco más adelante del derecho. No hay forma rápida de recorrer esta pendiente y seguramente no exista posibilidad alguna de alcanzar alguna vez la cima. Pero acepto el peso que implica elegir, el riesgo de la libertad de decidir sola. Quiero dejar de huir, cueste lo que cueste afrontar mis errores, defectos y cobardía. Quiero recuperar mi nombre, mis convicciones, mi verdad.
lunes, noviembre 10, 2008
Volver a las raíces

De pie frente a una cascada que ruge con más potencia que un motor, pero cuyo sonido no altera ni molesta, me vi obligada a bajar la cabeza. Rodeada de ancianos coihues cuyas copas se perdían en alturas increíbles, con mis pequeños pies dejando diminutas huellas en una eterna montaña, no pude sino aceptar mi insignificancia, asumir mi irrelevancia y efímero respiro en la perennidad de la naturaleza. Y sabiéndome tan minúscula, tan fugaz, encontré una paz gigantesca. Un placer infinito, mecido en la conciencia de la superioridad de lo que me rodeaba, sumisa ante el generoso permiso de existir en su seno, aunque fuera tan sólo por un momento.
Saberse nada, considerarse nadie e inclinar la frente ante la magnificencia. Hace muy bien bajarse del caballo de la humanidad de cuando en cuando.

lunes, octubre 20, 2008
Me hicieron un favor
Así como fueron desplazadas, empujadas a un tacho en total carencia de memoria y desagradecimiento crudo para ser reemplazadas por crayones de plastilina y baratos fibrones de venta ambulante, quedaron libres para ser plenas, puras y frescas de nuevo. Y yo puedo volver a disfrutarlas sin estridencias. Puedo volver a sentirme invitada, incitada, estimulada, alentada a unirme a su danza de trazos espontáneos, a decorar el vacío, a rellenar el blanco. A no volver a quedarme callada.
Definitivamente, soy una persona extremadamente afortunada.
sábado, febrero 16, 2008
Bendito cambio
Cuando una mujer necesita un cambio, normalmente, se corta el pelo. Con eso suele bastar. Así que fui, me hice un desmechado, sacar volumen y alguna huevada más de esas que te venden por una módica suma. Me animé a salir al mundo con el pelo suelto y cumplió su cometido por un par de días. Pero después todo siguió igual de gris (y sí, volví a atarme el pelo). Entonces, ya harta de la rutina, me corté la pata derecha. ¡Algo tiene que cambiar ahora! Y algo cambió, estuve mes y medio en reposo absoluto viendo mi panza aumentar su volumen. Pero todavía queda una promesa flotando, el verdadero impacto de toda la cuestión: que los pies no duelan más.
Uno no valora sus patitas como debería me parece. Las da por sentado. Te llevan aquí y allá y punto. No se les da mayor relevancia que sostén. Pero influyen en todo, y por eso sé que el cambio que ansío está a la vuelta de la esquina. Cuando los quesos funcionan mal, todo se deforma. Mi vieja siempre decía: "los pies duelen en la cara" y más allá de que mi cara de seriedad constante está bastante influenciada por ser medio Banana Pueyrredón, mis empanaditas sin dudas hablaban a través de mis gruñidos. Aclaremos un poco el panorama. Recuerden la fiesta, peregrinación o maratón más larga que hallan experimentando. Recuerden el dolor en sus pies luego de incontables horas de sostener todo el peso de sus cuerpos. Recuerden la quemazón en las plantas, las puntadas en los tobillos y el fervoroso deseo de sentarse, de ponerlos en agua caliente, de masajearlos un poco. Ahora, mantengan esa sensación y aplíquenla a sus vidas diarias. Imaginen que ese dolor no desaparece con una noche de descanso, que cada vez que se ponen en pie revive sin tregua. En el trabajo, en el colectivo, en el supermercado, mientras lavan los platos, cuando se dan una ducha. Llegado un momento uno se acostumbra, pero no por eso deja de sufrirlas. Entonces, empezás a modificar tu vida. O gastás un dineral en taxis o llegás tarde a todos lados por esperar un colectivo vacío. Porque sabés que si te tomás el primer bondi que pasa y vas parado, terminás llegando a donde sea con cara de ogro y un humor de perros porque te duele hasta el alma. No salís a caminar cuando hay lindo clima y admirás las noches agradables desde la ventana de tu casa. Rechazás invitaciones a tomar un café o cualquier cosa que implique ponerte en pie por un tiempo prolongado. Ni hablar de los deportes. Despacito y sin darte cuenta, te volvés un bodoque aburrido y la vida te pasa de largo.
Hace dos meses que no puedo dejar de imaginar cómo será la vida sin ese tipo de dolor. Me parece increíble que antes no me lo planteara, que la degeneración haya sido tan paulatina que nunca me detuve a razonar lo que estaba mal en la ecuación. Recién cuando me aclararon que no era normal, me bajó el rayito de luz y oxigenó mis neuronas. Recién entonces empecé a elucubrar. Quizás el viaje al trabajo no tenía que ser una agonía, por ahí podía caminar las 40 cuadras sin morir en el intento, existe la posibilidad de seguir en pie después de las 20hs y salir a tomar todos los cafés habidos y por haber. No más aflicciones silenciosas en las cosas normales de la vida, y como resultado una enorme sonrisa. Vaya vuelta de tortilla. Y sí, es exactamente lo que buscaba. Todavía no puedo ponerlo en práctica, el proceso de cicatrización es más lento de lo que esperaba. Pero falta poco y, por suerte, soy taurina. La paciencia me sobra y me permito degustar la idea de todo lo que viene de a poquito, situación por situación. Y me voy sonriendo a cada rato, porque se viene el cambio, y va a estar bueno.
Ah! Y valoren sus extremidades inferiores. Un bañito con sales, masajes y, por qué no, pedicura. Se lo merecen.
Vaya Embole
57 días de nada y la cabeza empieza a entumecerse. Los primeros días fueron dedicados a una limpieza profunda. Expulsar las brumas de la rutina y el tedio. La idea era aprovechar este descanso forzado para reinventarme, buscar algún hilo abandonado en mi psiquis y retroceder unos años. Salvar los elementos creativos e inocentes que se perdieron en la hecatombe de la urgencia y plantarnos en la madurez. Parecía un plan fácil, considerando que no habría ningún agente externo que interrumpiera la noble labor. Pero en algún momento de la expedición tomé un giro equivocado y terminé muy lejos del objetivo inicial. No fue fútil, pero temo que, nuevamente, lo lógico suplantó lo importante.
Me prometí que escribiría. Lo decía por todos lados en los días que precedieron la operación. Y dos meses después, no he soltado una sola línea. No puedo decir que realmente lo intenté, aunque tampoco puedo decir que ignoré la pauta. Lo cierto es que siento que mi cabeza ya no es lo que era y nunca fui partidaria de las cosas forzadas. Quizás hubiera logrado desentumecerme si hubiera usado este tiempo en reencontrarme. La culpa aguijonea un poco. Sólo tengo una idea para debatir con mi jefe en esperanza de que el clima laboral cambie. Un abstracto que aún no puedo probar y que por el momento no asegura nada. Y el resto es vacío. 1368 horas de ocio desaprovechado y un concepto desestimado que va anclando. Quizás he sobrevalorado mis capacidades por demasiado tiempo. O quizás las he ignorado lo suficiente para que se me hayan perdido. Lo único seguro es que no encuentro ninguna arista donde aferrar mis letras, ni siquiera un puntito suelto en la inmensidad. La sensación de impotencia es abrumadora. Y el aburrimiento, soberano. La falta de actividad es regenerativa. Me leo a mi misma, meses atrás, diciendo que la insuficiencia de tiempo era la única culpable. Ahora podría excusarme con que la imposibilidad de salir a la calle me priva de aprovechar este abuso de tiempo como es debido. Pero tengo que usar un poquito de honestidad y cortar con las excusas. Estoy seca, achanchada y pasivamente ida. Hay que tomar el toro por las astas, aunque sea a lo bruto y sin guantes. Así que ahí vamos. Soltando letras anodinas para reactivar el motor, esperando que en el medio de tanto tecleteo salga una idea
martes, octubre 16, 2007
Vos podés...
Ayer escuchamos unos cuantos gritos mientras mirábamos una película, cosa que suele ser común en un departamento que da sobre una avenida transitada. Los ignoramos al principio, hasta que se sumaron sirenas de todo tipo y se nos ocurrió mirar por la ventana. Gente, ambulancias, todos mirando hacia una entrada invisible desde nuestro mirador. Cuando abrimos la puerta de entrada nos encontramos con una pared negra con un perforante olor a caucho quemado. "Se quema el edificio". Y en ese instante entre fugaz y eterno en que creí que quedaría paralizada, cambió la realidad, cambió la conciencia y los conceptos, cambió mi identidad o más bien desapareció todo. Todas las nebulosas que gustan de atosigar mi mente con las dualidades más filosóficamente inútiles se desvanecieron para dictarme instrucciones claras y concisas, sin una sola duda, sin analizar las dos caras de la moneda, sin una sola interferencia. "Agarrá al gato, la cartera tiene algo de plata y los documentos, tapate la cara con la remera". Y sin pensarlo dos veces, cargada con lo justo y necesario, me interné en la negra e intoxicante barrera. Jamás creí que pudiera ser así, tan denso, tan oscuro, tan impenetrable. No habría más de 100 metros por recorrer, pero a medio camino ya no ingresaba aire a los pulmones, sólo sentía una pasta agria y caliente pegándose a mi nariz y tráquea y mis ojos ciegos ardían como el infierno. Y esa densidad asfixiante se volvía más caliente, y mi claridad mental cedió un momento. "¿Y si estoy caminando hacia el fuego mismo? ¿Y si gasto mis últimas gotas de aire en acercarme más a un punto sin salida? ¿Será mejor volver?" Volver hacia dónde seria la pregunta, porque en el vacío negro ya no había direcciones, pero donde fuera que apuntara, donde fuera que iba, tenía que seguir hacia adelante. Y volvió la claridad, y me tomé de la pared y tanteé los escalones con la mayor velocidad que el cuidado me permitiera. Unos escalones más adelante, el humo disminuyó sus resistencia, y la decisión probó ser buena. Todas las horas que esperamos en la calle se mantuvieron en esa realidad esencial, básica, en que la mente sólo procesa las mecánicas caricias al gato para mantenerlo calmo, las llamadas a los familiares para avisar que todo está bien, la visita a la ambulancia para recibir oxígeno y la espera. Y recién al volver a un departamento intacto, al cerrar la puerta y regresar a la rutina, la realidad vuelve a cambiar, a hacerme débil e ingenua. Y me hace quebrarme al instante, como si la vida se me hubiera escapado. Qué estúpido, pienso, tener esas dos caras. Qué estúpido quebrarme tan fácil cuando todo está en calma, pensar que no fue nada mientras mi lado claustrofóbico se empeña en recordarme la asfixia. Qué estúpido creernos tan conocedores de nuestros dotes, de nuestras entrañas, cuando cada nueva puerta nos revela una identidad alterna, que nada tiene que ver con las formas que alimentamos afanosamente día a día para convencernos de lo que valemos, lo que queremos y lo que esperamos. Y qué fascinante ese instinto de supervivencia, que nos despoja de nuestra humanidad con tanto tino para que podamos valernos de nuestra materia bruta sin interferencias, sin debilidades; sin esa vocecita de la conciencia que podría haberte sugerido que no ibas a poder.
viernes, agosto 17, 2007
El beso inarticulado
Serían las 5 de la tarde, bajé a fumar mi último pucho laboral del día, ese que tiene un gustito especial porque se consume con la alegre idea de que falta muy poco para volver a casa. A los pocos segundos de haber encendido mi dañino placer, una compañera – que se sienta a un box de distancia – traspuso la puerta y se acercó a mí. En el instante que tardó en cubrir la distancia que nos separaba, la vi aproximarse de más; cabeza por delante del cuerpo, semi ladeada. Aunque ya la había saludado en la mañana – y había pasado todo el día a escasos centímetros de ella – hice mi parte y ladeé mi cabeza para responder al beso. No era extraño después de todo, yo misma saludo más de una vez a mucha gente por estar muy quemada y ni siquiera registrar los cientos de rostros que me cruzo en el día. Sin que fuera necesario que yo dijera nada, inmediatamente se dio cuenta del furcio y resopló.
- En cualquier momento te empieza a salir humito – dije con tono comprensivo (sí, así de original soy en mis charlas pucheriles laborales. Después me despacharé con las huevadas que se dicen del clima y otras yerbas en el chit chat empresarial)
- Ay, ya ni sé lo que pienso. Vos, boluda, avisá, en vez de saludarme también
- Es que si no después te toman de ortiva. Ya el otro día Lore me sacó cagando cuando acoté un “ya me saludaste” al momento que su cara tocaba la mía. Ahora aprendí la lección – argumenté a la vez que expiraba una bocanada de humo
- Pero si no tiene nada que ver!! Yo odio a la gente que te chanta la cara mientras estás hablando con alguien. Tipo, pará, no ves que interrumpís?
Y así comenzó el debate saludil. Que los que te daban un cabezazo, los que se comían tus anteojos, los que te dejan pagando, los que no tenés la más pálida idea de quien son, los que te besan con el cachete, etc, etc, etc. Y me quedé con ganas de seguir hablando de mis saludos inarticulados. Así que pensé hacer un pequeño compendio aquí, donde puedo hablar todo lo que quiera y no hay horario que me corra, ni riesgos de aburrir a nadie contra su voluntad.
Empecemos por establecer que no habría problema alguno con el saludo si no estuviera el beso metido en el medio (será que los yankees en vez de ser fríos son más vivos). Y para que no crean que soy insensible, voy a iniciar mi análisis con los saludos por compromiso:
1) El saludo mañanero: Aquí se agrupan la planta baja y tu piso laboral. Al llegar nomás, mientras uno espera el ascensor (que nuuuuunca está cerca) se va llenando de gente el Hall, y uno conoce al 60% maso. “Buen día” por aquí, "que hacés" por allá, “qué cara!” mas acá, y muack, muack, muack. Un beso por cara cada conocida. Luego, al llegar a tu piso (chau o adiós son el típico al salir del ascensor para despedir a los que siguen para arriba – pero sin beso esta vez, por suerte) y ya te cruzás con los tres sectores y sus 60 personas que te acompañan en el piso pero apenas conocés de cara y nombre. Y otra vez a desear buenos días y repartir besos.
2) El saludo ascensoril: Este es el punto más problemático para mí. Uno ingresa al ascensor para ir a la planta baja. Casi siempre viene cargado de gente. Hay seis personas adentro, conocés a 5. ¿Qué hacés? He intentando emitir un simple “bueeeenas” general y quedarme en el molde, pero ya el que está a tu izquierda se inclina a darte el beso. Le respondés, y, obviamente, vas a tener que darle un beso a todos los demás conocidos que te miran con ojos de huevo frito en el cuadradito de 2*2. Y mientras cachete tras cachete vas dejando tu impronta, no podés ver otra cosa que esa carucha desconocida y fruncida que no te define si tampoco está muy segura de qué hacer con vos, o si está rogando por dentro que lo evites, o si está pensando “más vale que me salude también, sea quien sea”.
3) El saludo inoportuno: éste aplica al natural y al comprometido. Es ése que le molesta a mi compañera. Ese que fuerzan en un momento en que no estás para saludar. Te lo pueden chantar mientras estás discutiendo acaloradamente por teléfono, o mientras le estás contando las posiciones del kamasutra que practicaste el domingo a una amiga. Y si los baños no tuvieran puertas, seguro estaría el que te manda el beso mientras estás en lo tuyo.
4) El saludo doble (o triple, o más – depende del grado de quemadura y la cantidad de veces que ves a la persona): Como ya he dicho, soy víctima personal del caso. Cuando sos el emisor de cuarenta saludos a la misma persona, por experiencia sé que es por estar quemado y no registrar, pero el recipiente se lo puede tomar a mal. No lo registraste cuando te saludó por primera vez. Horror!!! Sos un garca. Al menos, lo sos para esa persona. Cuando sos el receptor, ya comprobé que avisar puede ser tomado a mal, así que, en el fondo se zafa saludando siempre, no importa cuántas veces (aunque uno ya tenga los labios gastados)
5) El saludo general: el más práctico, pero el más juzgado también. Si saludas con un buen día general y no besás a nadie en particular (o sólo a tu compañero de escritorio) sos un amargo. Así de simple. A veces te lo dicen de frente, a veces lo murmuran por atrás. No recomendable, a menos que trabajes en un lugar donde todos lo practican.
Salvo el punto 5, todas estas situaciones siempre dan lugar al saludo inarticulado. Ese que se queda entre saludo y amague, entre beso y piña, entre cachete y boca.
a) El saludo que se te atraganta: Las milésimas de segundo que lleva saludar pueden tardar una eternidad en tu cabeza. Mirás a la persona, la conocés, pero no demasiado. ¿La saludo o no? Sea porque te arriesgás, o porque te pareció que te iban a saludar, o lo que sea, te inclinás a saludar. Te quedás un fugaz instante en una posición estúpida y volvés a tu lugar entre humillado y enfurecido por la estoica mala educación de la rigidez del otro (que por ahí, otro día, con otra gente alrededor, te saluda con una simpatía que le patearías el culo)
b) El saludo hamaca: A veces el amague se vuelven un vaivén autista. Te inclinaste, y como el otro ni mosqueó, volvés hacia atrás. Entonces el otro reacciona y se acerca a dar el beso cuando vos te estás volviendo. Entonces el otro se vuelve, y vos volvés a amagar, y así hasta que las dos mentes logran coordinar el intento fallido, para dar a luz un saludo de mierda: comprometido, incómodo, humillante y al pedo.
c) El saludo golpeador: Es el que me hace preguntarme si la gente te odia o no se da cuenta. Normalmente se da cuando vos estás sentado en tu escritorio y te lo chantan. No es un beso, es un cachetazo sin mano. Te dan un voleo con la mandíbula que deja a tus neuronas rebotando como un pinball y a tu puño cerrado con ganas de bajarle los dientes.
d) El saludo dolorido: Es parecido al golpeador, pero es involuntario. Por un lado está el beso medusa, típico de un lugar con alfombra. Siempre que ando medio lúcida trato de tocar algo de madera antes del contacto (¡cómo me complico la vida!), pero mi lucidez anda en caída. Y luego está el beso accesorio que empecé a experimentar desde que uso anteojos. Ambos saludantes se clavan el marco de los lentes y vos te quedás con tu visión descuajeringada. He intentado sacármelos antes de pasar la molesta experiencia, pero como casi siempre son saludos chantados, esto puede ser catastrófico. Ahora apunto a ubicar mi cabeza de manera que el área de mis ojos quede lejos del contacto. Más allá de las contracturas que tengo, eso a veces lleva a la siguiente clase
e) El saludo incómodo: El “riesgo” del pico, que también podría llamarse saludo “hamaca 2” en ciertas ocasiones. Que esquivar, que los comentarios chabacanos que le siguen, que esto o lo otro, siempre es incómodo y fastidioso.
En resumen, las convenciones sociales son una suma de complicaciones en muchos casos. Yo, particularmente, preferiría reservar los besos para los seres queridos y nada más. Pero, como no está establecido, te puede traer rótulos desagradables (que aunque para mí sea ilógico, te pueden complicar tu trabajo). Y si se estableciera, vendría el problema de la evidencia de a quien querés y a quien no. Y hay taaaaaaanta gente sensible o querendona (de esas que hablaron tres palabras con vos y ya se creen tus mejores amigos) que habría una nueva problemática a encarar. No hay mucha más opción que seguir la corriente y acostumbrarse a los furcios, o volverse besuquero como los demás. Corto acá, porque voy armar una pancarta para mi próxima manifestación individual: “¡Vivan las pymes y los trabajos independientes! ¡Mierda, carajo!”
jueves, agosto 16, 2007
Longing
Longing (Helloween)
Feelings come and go - I've never known,
Something longs to grow - won't let go.
Spirits around my head - are whispering,
I turn inside instead - of wandering.
Deep inside of me - I know there's got to be,
A different kind of truth - that sets the spirit free.
If I don't wanna know - what's written inside me,
How could I see anything - how could I be anything ?
Restless minds have searched - long before,
The truth will be same - for evermore.
The mightiness of trees - that you can feel,
Can give you all you need - just listen still.
Here is love and there is pain.
It's all around, it's all the same,
There's nothing new that I cuold tell to you.
But still there is the universe inside of us that never bursts,
We might not know the meaning yet, but I am sure we can't reject
The truth that is in everything - that is and has been and will be.
There is a long way to go - there is a high place to know,
There is a world to go through - but there's so much more to do
Until we're home !
Deep inside of me - I know there's got to be,
A different kind of truth - that sets the spirit free.
If I don't wanna know - what's written inside me,
How could I see anything - how could I be anything ?
Feelings come and go - I've never known...
Estuve buscando por Internet a ver si encontraba algo para apreciar la música. Por ahora no encontré nada respetable, pero si alguien lo quiere buscar, vale la pena escucharlo.
Y por si acaso, dejo una traducción:
Sentimientos que vienen y van que nunca había conocido.
Algo ansía crecer y no se rendirá.
Hay espíritus rondando mi cabeza que estan susurrando.
Me vuelvo hacia adentro en vez de extraviarme.
Muy dentro mio sé que tiene que existir
un tipo diferente de verdad que libere a mi espíritu.
Si no quiero saber lo que está escrito en mi interior,
¿cómo podría ver algo, cómo podría ser algo?
Las mentes inquietas han buscado mucho antes.
La verdad será siempre la misma.
La grandeza que puedes sentir en los árboles
puede darte todo lo que necesitas, sólo escucha detenidamente.
Aqui está el amor y también hay dolor,
está todo alrededor, es todo lo mismo,
no hay nada nuevo que pueda decirte.
Pero aun existe el universo que reside dentro nuestro y nunca estalla.
Puede que no sepamos el significado aun, pero estoy seguro que no podemos rechazar
la verdad que hay en todo lo que es, lo que ha sido y lo que será.
Hay mucho camino por recorrer, hay una cúspide que conocer,
hay un mundo para atravezar, pero hay tanto más que hacer
antes de que lleguemos al hogar
Muy dentro mio sé que debe haber
un tipo de verdad diferente que libere mi espíritu.
Si no quiero saber lo que está escrito en mi interior,
¿cómo podría ver algo, como podría ser algo?
Sentimientos que vienen y van que nunca había conocido...
martes, julio 10, 2007
Aquellas Simples Cosas (bis)
Hace frío abajo, ese frío que suelo denominar como "frío puto", que no es lo mismo que un frío común. El frío puto es el frío porteño, ese tan húmedo que te cala los huesos sin importar cuánto abrigo te pongas. Pero por más puto que sea, siempre me gusta más que el sofocante calor del verano. Aunque debo reconocer, que así como en verano me deshago por una pileta, lo que más me gusta(ría) del invierno es la calidez/magia/serenidad/melodía de una chimenea - que no tengo, claro está. Así pues, este martes se aletarga sobre la ciudad con un frío puto, que responde obediente al pronóstico meteorológico de la semana pasaba que auguraba - con un tono amarillista - "Ola de frío Polar en Buenos Aires". "Frío Polar... ¿No será mucho?", pensamos varios el viernes. Me asomo a la ventana a espiar el cielo, como para cerciorarme; sí, cielo celeste con algunos jirones blancos que se esparcen desordenados por su extensión. Hace unos minutos, cuando bajé a la calle, el sol incluso se animó a darse una vueltita con algo de tibieza para los que tiritábamos ahí abajo. "¿Lo de ayer fue real?" Cuesta creerlo, costó creerlo ayer, mientras ocurría, y cuesta creerlo hoy, en este día de invierno tan "normal". Y cuanto más extraño parece, más se me antoja un hecho intencionado y calculado. Un mimo, una cosa simple que puede despabilarte, sacudirte, o - al menos - acariciarte... Una caricia, sí, que muchos argentinos necesitábamos.
Despotriqué un poco al levantarme ayer, codiciado feriado, a las 10 de la mañana. Con lo que ando necesitando todas las horas de sueño posible, y el desánimo frondoso que me da este maldito estrés, ir a almorzar a provincia con mi mamá no era la motivación más indicada para sacarme de la cama (tan mullida, tan calentita, tan cama). Pero hacía rato que no la veía y me esperaba una humeante carbonada. Los chifletes que se filtraban por todos los costados del tren y los tumultuosos sacudones que me desbarataron todos los huesos, cumplieron su pintoresca introducción al día, y cuando tratábamos de ubicarnos entre calles completamente desconocidas (después de varias vueltas) comenzó a chispear tímidamente. Beso va, beso viene, charlas aleatorias en la cocina y el comedor, mi hermano aquí, mi novio allá, mamá que iba de un lado a otro (no para, nunca para, culo inquieto que le dicen). Y casi a punto de sentarnos a comer, alguien exclama "¿Está nevando!?". Pffff, qué va a nevar! En Buenos Aires! Nos asomamos a la ventana entre risas. La llovizna sin dudas parecía más liviana de lo normal, pero nevar? ¡Disparates!. Abrimos la puerta de calle y verificamos lo que sospechábamos, agua nieve, nada más (con el frío que hacía no era de extrañar). Mientras almorzábamos discurrimos de los "pajueranos" que hacía unas semanas habían dicho que había nevado aquí o allá. "Estos ven un poquito de escarcha y ya gritan "nieve, nieve!" nos reíamos todos (con poca autoridad, debo reconocer, tanto mamá como yo jamás vimos nevar y yo vi nieve ya estacionada apenas dos veces en mi vida creo). Comimos rico y ameno, con un clima familiar que hacía tiempo no disfrutaba. No faltaron chanzas que dieran a la panza un buen ejercicio, ni un repaso por días perdidos en la historia. Pero fue mientras disfrutábamos del café que le sigue a una buena comida, que el día coronó su plenitud (o la frutilla de la torta, hablando en criollo). Por sobre el hombro de mamá, a través de la ventana que daba al patio, pude ver que el agua nieve había mutado. Como que tenía más volumen y caía un poco más lento. Me colgué mirando un rato con atención, pero no indagué mucho más. Mamá captó mi mirada, y ella sí se levantó a mirar con atención. De un momento a otro, sorprendida, saltó de la silla a la puerta de calle, la abrió de par en par, y un segundo después escuchamos su llamado asombrado y ansioso: "Está nevando!". Cruzamos una mirada con los chicos - "la vieja está loca" - pero fuimos a la puerta sin demora. No fueron los copos lo primero que ví, ni me demoré en una dilucidación de hasta dónde era agua nieve y hasta dónde era nieve en serio, no hacía falta. Lo primero que ví fue el pasto cubierto de una fina capa de reluciente blanco, los pinitos de la reja decorados cual si fuera una navidad de película, y entonces sí, un montoncito de hielo molido que había caído sobre el polar de mi hermano. Extendí mi campo visual, y mientras absorbía la imagen de una calle blanqueada, pude admirar los mil y un copitos blancos que caían suavemente, armoniosamente, como bailando, como jugando. Nunca había visto nevar, y mientras toda mi vida creí que lo que más me gustaba era escuchar y ver caer la lluvia, me tuve que replantear el favoritismo ante este espectáculo, que más allá de su hermosura traía consigo la sorpresa y lo inconcebible, la novedad. Los vecinos empezaron a salir, y los comentarios incrédulos venían de todas las direcciones. Algunos, como yo, extendieron los brazos, tiraron sus cabezas hacia atrás y abrieron sus bocas. Cuando volví a mirar mi entorno, me sorprendió el panorama, y esta vez no era la nieve, era la gente. Todos sonreían, sin ceños fruncidos, ni comisuras torcidas, ni miradas esquivas, sonrisas de las de verdad. Sonrisas, algo que es tan difícil ver en la rutina últimamente, algo que este país necesita en demasía.
En la televisión mostraban que la ciudad también estaba gozando del espectáculo tan poco común, y la gente saltaba frente a las cámaras, aplaudía y bailaba. Por un momento parecía ridículo, tanta alharaca por un poco de hielo, pero después lo pensé un poco más y miré a toda esa gente que está necesitando que alguien les encienda la esperanza, toda esa gente - todos nosotros - que esperamos un cambio, que estamos desgastados y se nos acotan las energías al soñar. Ese hielo, esta nevada en plena ciudad, luego de más de noventa años sin otro evento igual, luego de los últimos inviernos que no bajaban de 15 grados de temperatura, era una ventana a otra realidad. Una tregua de esperanzas, sueños, alegría y sonrisas que permiten siempre los absurdos, los inesperados; un mimo sencillo que los argentinos bendecimos por lo novedoso, fresco y relajante. Una anécdota dulce que nos acompaña aún hoy que todo ha vuelto a la normalidad.
Por mi parte, yo tiré (y recibí) unas cuantas bolas de nieve - chiquititas, pero bolas de nieve al fin - y me llené los ojos de belleza y fantasía en esa calle provincial que quedó completamente cubierta. Pasto blanco, árboles blancos, techos blancos, autos con el capó, techos y parabrisas totalmente cubiertos, y más copitos que caían sin cesar. No estaba en Buenos Aires, no era un día de semana, no me preocupaba el día laboral que me esperaba al día siguiente. Estaba de vacaciones en Bariloche, gratis y express, estaba descansada y libre de presiones y términos modernos como Burn Out. Estaba... simplemente estaba, sin tiempo, sin espacio, sin maquinaciones. Simple, como la nieve.
martes, marzo 06, 2007
Yemas resquebrajadas
Más plata es igual a más posibilidades, más posibilidades es igual a más satisfacción, y aunque uno esté cual trapo, resistir una oferta de incrementar los activos es casi imposible. Y va otra mochila para la espalda, total uno es joven, y se lo banca, con tal de no tener que llevar nada de viejo. A mis dedos no les dolía tipear cuando divagaba horas enteras en escritos que ni siquiera llegarían al blog, que flotarían inefablemente al vacío de la papelera. Lo hacían contentos creo, o quizás meditabundos, pero lo hacían con ganas y satisfacción. Hoy, mis articulaciones se quejan más de lo debido. Lo que escribo por labor no es superior a lo que digitaba por placer, pero sin duda existe el dolor de cada falange, el cansancio de cada flexión. Extraño escribir sin consecuencias. Extraño escucharme a mí misma. Flotar sin apuro, sin objetivo y sin obligación, y la sensación aterciopelada del vuelo veloz de unas yemas inspiradas sobre las teclas. Extraño este espacio, sin dudas, y las ganas de hacer otra cosa que mirar televisión.
miércoles, diciembre 06, 2006
El tiempo es indirectamente proporcional... o no?
Tiempo, tiempo, tiempo. A todos les falta o les sobra, pero nadie lo tiene a medida. Es un problema de organización, te dicen, y normalmente te lo crees, especialmente esos días tremendos que estas a mil y haces un trillón de cosas y terminás completamente enchufado a 220, pasando la aspiradora a tu casa a las 2AM. Sensorialmente, fue el día más corto de tu vida, pero fue en el que hiciste más cosas... Sin embargo, cuando uno mendiga tiempo, no piensa precisamente en dead lines y obligaciones.
Hoy me llamó mi mamá, para contarme cómo disfrutaba de su recién adquirida libertad, sentadita en una mesita de un bar, disfrutando (y no deglutiendo) un café. Nuestra charla derivó hacia mis aspiraciones y limitaciones en ese mundo que tanto me fascina: la escritura. Ella mencionó una nota de Stephen King que había salido en el diario, y cómo relataba el autor su exploración literaria sobre cosas mundanas. Y como una revelación me manifestó "Es fácil, yo ahora miro a toda esta gente que entra y sale y se me ocurren un montón de cosas". Claro, le respondí, porque no tenés otra cosa que hacer. Cuando yo me voy a un bar, yo soy la que entra y sale, no la que se sienta a observar. Y cuando me siento, no puedo pensar en otra cosa que no sea los mails pendientes, la cantidad de gente que hay que presionar para que te responda en el laburo, que hay que llevar la ropa al lavadero, que la comida del gato, que las cuentas que no dan, que el libro que no podés retomar nunca, etc, etc, etc... Seguro, el tiempo alcanza para todas las obligaciones, para algunos placeres y para ciertas cavilaciones. Pero el tiempo para la creatividad debe ser un tiempo nuevo, un tiempo individual, que exista por si mismo y no por un acomodo retorcido a la rutina. Y ese tiempo específico es una rareza única para la gran mayoría, y de cierta manera una incoherencia para quien aspira a una vida plena.
El tiempo no es una realidad completa, es una sensación subjetiva, una ecuación incierta que se balancea sobre las manillas de un reloj, inventado por convenciones colectivas para mantener un orden, que, a decir verdad, no deja de ser una falacia
viernes, diciembre 01, 2006
La realidad personal
Entre los diferentes contratiempos que han surgido últimamente, alimentando la voracidad de la frustración que busca hundirme bajo su monstruoso peso, ha regresado una característica vieja. Se que es algo mío que nunca desapareció realmente, la he combatido con demasiada conciencia en ciertas etapas, y la reconozco agazapada en un rincón aun cuando cuento con la fuerza necesaria para que sea sencillo tenerla a raya. Pero siempre está ahí, acechando, y cuando flaquea mi entereza, se lanza con presteza y logra someterme en principio. Así pues, imbuida en el cansancio típico de esta etapa del año, con el stress a la orden del día, las frustraciones de los escollos de situaciones que debieron ser simples, tengo a mi baja autoestima con el pie sobre mi nuca. Y así, con ella como regente de mi persona, la realidad entera se ajusta a su verdad. Es casi increíble, como “las pruebas” se vuelven tangibles e irrefutables, cómo minuto a minuto, una tras otra, todas las situaciones reflejan mi inutilidad, mi invisibilidad frente al mundo, una y otra vez, sin reposo. Me es fácil entender hoy por qué sucumbía tan fácilmente a este sentimiento en el pasado. Las pruebas eran claras y contundentes, irrefutables. Hoy, como dice la frase inglesa, “I know better”. Y aunque no termino de desterrar esa horrible sensación de invalidez, no permito que me convenza con sus argucias para quedarse por mas tiempo del que le corresponde. De a poquito recupero mis fuerzas, y tengo confianza de que para el lunes volverá a las sombras, agazapándose en su fracaso. Mientras tanto aprovecho las experiencias para ahondar en las teorías. Esos “hechos” que se jactan de contundentes no son más que cáscaras vacías. Me cuesta aseverarlo por escrito, casi me siento como Neo tratando de liberar su mente en Matrix, pero se que es así. Que nada de lo vivido bajo el influjo de mi propia amenaza es verdaderamente real, o por lo menos acertado según el ánimo con el que se presenta. Mi percepción está alerta al menor indicio posible, a inflexiones de la voz, miradas de soslayo, omisiones, silencios. Mi hechizo automático somete al reconocimiento de otros a mayores y más altas escalas, elevando sus pedestales maravillosos por sobre sus verdaderas dimensiones. En ese mundo de valores alterados, es fácil encontrar hechos y pruebas, es fácil precipitarse al vacío de un abismo insondable. Y quizás, de la misma manera, cuando uno está satisfecho, contento, firme, el escenario se metamorfosea a un universo de cimas y cúspides, y entonces, es fácil volar. Es fácil considerar una omisión como un silencio reparador, una inflexión en la voz como una emoción contenida, un pedestal lejano, como un terreno nivelado.
En una época me dediqué al análisis de la metafísica, retuve sus alusiones válidas y deseché aquellas que más se acercaban a un cuento de hadas. Esta ciencia/religión, afirma que la palabra es un decreto, que lo que uno vocalice con firme convicción será una realidad. Lo tomé como un disparate en un principio, cuando pensando en todas las implicancias de esta afirmación y cómo se tornaba en ciencia ficción. Pero si se toma a un nivel menos literal, creo que no hay verdad mayor. Las convicciones moldean el entorno, y las percepciones le dan vida, así, finalmente, la mente inventa su propia versión apócrifa de los hechos.
Cambiar la actitud para lograr modificar la percepción es lo más complicado. Nunca nada me pareció más absurdo que el pedido “ponete de buen humor” si uno pudiera hacerlo, nunca estaría de mal humor imagino, a nadie le gustan esas sensaciones de frustración e impotencia que te consumen. Y sin embargo, con paciencia uno termina llegando al buen humor, quizás porque por el mal humor se encierra en aislamiento y se evita alimentar esa sensación, se evita redecorar su realidad al estado latente. Quizás, siguiendo la intención de esa frase, sería más acertado decir “acordate que nada de lo que percibas en este estado es tal cual vos crees”, porque creo, que la mejor manera de transformar un ánimo negativo, es simplemente no alimentarlo